Pasó un instante.
—No. No lo haré. Ni siquiera por tu propio bien.
—Todo va a salir bien, Victoria. Ya lo verás.
—Oh, Aden. Tengo miedo —dijo ella mientras apoyaba la cabeza en su hombro—. Por ti, por nosotros.
—Yo nunca dejaré de quererte. Encontraremos la manera de estar juntos.
Victoria quería creerlo, él lo sabía, pero no respondió.
—Hay tantas cosas que están saliendo mal a la vez… Primero las brujas. Y ahora, un hada que está hablando con Dan —dijo ella. Lo tomó de la mano y lo llevó hacia la casa principal—. Ven. Voy a enseñártelo.
Llegaron a la cocina y miraron por la ventana al interior. Fuera estaba oscuro, y dentro, muy bien iluminado, así que los demás no podían verlos. Dan les estaba presentando a los chicos a un hombre alto y musculoso, con el pelo plateado, que estaba de espaldas a Aden.
—Seguramente es el nuevo tutor.
—Deja que lo adivine. El tutor antiguo ha decidido marcharse.
—Sí. ¿Cómo lo sabías?
—Es el comportamiento normal de un hada. Y si él ya está dentro, yo no puedo decirle a Dan que te deje ir a la fiesta. El hada me atacaría y yo lo atacaría a él, sin poder evitarlo. Nuestras razas se odian demasiado.
—¿Y qué quiere de Dan?
—Seguramente ha seguido tu energía hasta aquí. Aunque lo más probable es que no sepa cuál de los chicos ha estado llamando a los suyos, ni por qué.
—Esto es un lío. Ojalá… —Aden se quedó callado al instante, porque el hada se dio la vuelta hacia la ventana.
Aden y Victoria se agacharon, pero después de que Aden pudiera atisbar unos ojos verdes y un rostro perfecto, y unas orejas ligeramente afiladas.
—Vamos —dijo Victoria.
—No puedo dejarlos con un hada. Tú misma me has dicho que la belleza de un hada esconde maldad.
—Las hadas son perversas con los vampiros. Se consideran protectores de la humanidad, y consideran a los vampiros destructores de la humanidad. Por eso nos odian tanto.
—Entonces, ¿los chicos están a salvo?
—Sin duda. Lo único de lo que tiene que preocuparse un vampiro es de que un hada piense que la están usurpando. Valoran el poder por encima de todas las cosas. A ti no te entenderán; te considerarán una amenaza. Pero al resto de los chicos, no.
Bien. Victoria y Aden salieron hacia la carretera. Aden se ocuparía después de Dan, si era necesario.
—¿Hay algo que deba saber sobre tu padre? No sé si hay costumbres o rituales que pueda echar a perder, y si van a condenarme a muerte por ello.
—Está acostumbrado al respeto, así que inclínate cuando te lo presente. No le hables a menos que te pregunte algo, y no lo mires directamente a los ojos. Eso hace que se sienta retado. Créeme, lo mejor es que no lo desafíes. No hay un ser más cruel sobre la faz de la Tierra.
—¿Y los otros vampiros, qué van a hacer?
—Tú quédate a mi lado. No te separes de mí. Te considerarán de mi propiedad y no te molestarán.
Delante de ellos se encendieron unas luces, y su conversación terminó.
Victoria aceleró el paso.
—Son Riley y Mary Ann.
El coche en que iban a entrar no era del padre de Mary Ann. Era negro, elegante, deportivo. Un modelo que él no había visto nunca. ¿Robado? Victoria y él se acomodaron en la pequeña parte trasera, y Aden vio el traje de Mary Ann. Era un vestido de rombos rojos y blancos que le llegaba hasta la mitad del muslo, y que tenía una capa roja. Mary Ann llevaba unos zapatos de tacón alto, de color blanco.
Riley no llevaba ningún disfraz.
—Caperucita Roja y el lobo, supongo —dijo Aden, riéndose—. Qué bonito.
Durante el trayecto a… al lugar donde se dirigieran, Aden fue poniéndose nervioso. Y los murmullos fatídicos de Elijah no ayudaban. De aquella noche dependían muchas cosas. Su vida, y el tiempo que le quedaba con Victoria. ¿Y si lo estropeaba todo?
Pronto llegaron a una casa enorme y aislada. Tenía cinco pisos, y las ventanas estaban pintadas de negro para hacer juego con el ladrillo. La puerta de la verja, que era de hierro forjado, chirrió al abrirse. A cada lado de la entrada había un lobo haciendo guardia.
—Vaya. Sé que me habías dicho que vivías a las afueras de la ciudad, y que tu casa estaba escondida, pero no me lo esperaba —dijo Mary Ann, con la nariz aplastada contra el cristal de la ventanilla.
—Tuvimos que renovarla para adecuarla a nuestras necesidades —dijo Riley.
—¿Y vas corriendo desde aquí al instituto? —le preguntó Aden—. ¿Y al rancho? ¿Todos los días.
—Más o menos —dijo Victoria—. He estado practicando mis habilidades de teletransporte. Creo que así es como lo llamáis los humanos. Moverse de un lugar a otro con el pensamiento. Cada vez se me da mejor.
¿De veras? ¿Podía teletransportarse?
No había tiempo para hacer más preguntas. El coche se detuvo y los cuatro salieron para dirigirse hacia la casa. Las puertas se abrieron, y Aden reconoció a la figura que salió por ellas. Dmitri. Aquello le causó furia.
Se colocó delante de Victoria. Dmitri enseñó los dientes, pero aquél fue su único gesto de desagrado.
El vampiro se acercó a ellos. Victoria le tomó la mano a Aden, se la apretó, y después se colocó a su lado.
—Te estaba esperando —le dijo Dmitri, que se inclinó para darle un beso. Ella apartó la cara. Entonces, él miró con irritación a Aden—. Veo que no has hecho caso de mi advertencia.
—Mi padre ha ordenado que estuviera presente, ¿no te acuerdas?
—Sí. Por eso creo que te va a parecer interesante el entretenimiento de esta noche. Ven —dijo. Se dio la vuelta y entró en la casa.
Ellos lo siguieron. Entraron en el vestíbulo y Aden se vio, de repente, rodeado por más riquezas de las que nunca hubiera imaginado. Había un banco blanco y brillante, que parecía hecho de perlas, y en las paredes había adornos de oro y plata, y aparadores de cristal llenos de jarrones de colores.
Victoria tiró de él, así que no pudo verlo todo bien. Mary Ann estaba tan asombrada como él, y tenía el cuello girado para poder seguir mirando el espacioso vestíbulo hasta el último segundo.
No subieron por la escalera, sino que atravesaron la casa, que aparentemente estaba vacía, hasta unas puertas dobles que se abrieron sin necesidad de que Dmitri las tocara.
De repente, el ambiente olía a sangre. Aden oyó voces que conversaban, pero las palabras eran tan rápidas que le recordaron a los chirridos de los grillos.
Dmitri se detuvo, sin salir a la terraza. Había farolillos en los árboles, y un gran círculo plateado en el centro del jardín, al nivel del terreno. No había nadie sobre él.
La gente estaba en el césped. La mayoría de las mujeres llevaban túnicas negras y los hombres, pantalones y camisas del mismo color. Bebían en cálices, y se movían al ritmo de una música seductora que susurraba con la brisa. Había humanos, vestidos de blanco, que ofrecían el cuello, los brazos, las piernas, lo que fuera, cada vez que un vampiro les hacía un gesto para que se acercaran.
Tenían los ojos vidriosos, y sus movimientos eran de ansia, como si estuvieran impacientes por recibir un mordisco. Oh, sí. Esclavos de sangre.
—Disculpad, pero no habrá tiempo para que bailéis —dijo Dmitri—. Hay muchas cosas que ver, ¿sabéis?
—¿Dónde están mis hermanas? —preguntó Victoria.
—Las he confinado en sus habitaciones.
Ella se puso rígida.
—Tú no puedes hacer eso.
—Puedo, y lo he hecho —dijo él, y añadió, sin darle tiempo para responder—: Bien, ¿qué deseas de aperitivo, Aden? —entonces, señaló hacia las dos mesas que había a cada lado del jardín.
Aden siguió la dirección de su dedo índice y se quedó sin respiración. En una de las mesas estaba Ozzie. Llevaba unos vaqueros, pero no tenía camisa. Estaba atado, inmóvil, con la mirada fija. Muerto. Aden se quedó aturdido.
En la otra mesa estaba Tucker, también con vaqueros, sin camisa y maniatado, pero forcejeando para que el vampiro que estaba bebiendo de su muñeca se alejara. Estaba amordazado, pero gritaba pidiendo ayuda, y tenía los ojos desorbitados. El vampiro siguió bebiendo de él sin preocuparse.
Mary Ann también lo vio, y emitió una exclamación de horror.
—¿Qué le están haciendo? ¡Alto! ¡Ya basta!
Intentó correr hacia él, pero Riley la sujetó con un semblante grave.
Aden dio un paso hacia delante, pero Dmitri extendió el brazo para que no avanzara ni un centímetro más.
—El único modo de retirar una comida es proporcionar otra. ¿Te gustaría ofrecer tus servicios, humano?
—¿Cómo te atreves? —le preguntó Victoria con una mirada de odio—. Pagarás por esto. A mi padre no le va a hacer gracia.
—Deberías agradecérmelo, princesa, ya que he castigado a los enemigos de tu humano. ¿No te alegras?
—¿Y después de la fiesta? ¿Qué vas a hacer con los cadáveres? ¿Vas a llamar a la policía y culpar de su asesinato a Aden para que lo arresten?
—Ésa es una de las ventajas.
—Eres repugnante.
Con el ceño fruncido, Dmitri se dio un puñetazo en la palma de la mano.
—No me hables así. Soy tu marido y…
—Tú todavía no eres mi marido —le gritó ella. Todos se volvieron a mirarlos—. Y si me salgo con la mía, nunca lo serás.
—No sabes lo que has hecho, Dmitri —intervino Aden. Julian no podía controlar su habilidad de despertar a los muertos, lo cual significaba que Ozzie no iba a estar allí quieto durante mucho más tiempo.
Mientras lo pensaba, Ozzie se incorporó, pestañeó y sacó la lengua en un gesto de hambre.
—Oh, gracias a Dios —dijo Mary Ann—. Ese chico todavía está vivo. Tenemos que salvarlo.
—Es demasiado tarde —dijo Aden, sin emociones. No podía permitirse el lujo de sentir, con lo que estaba a punto de hacer—. Está muerto, aunque no lo parezca. Y no hay forma de salvarlo. Dmitri se ha asegurado de ello.
Aden sacó las dagas y caminó hacia la mesa. Victoria lo observó con la cabeza alta, y eso le dio fuerzas. Ella debería haberse sentido avergonzada de que la vieran con un humano, pero no era así. Incluso le había dicho a su prometido que se perdiera. Un prometido que lo seguía de cerca.
El resto de los vampiros rodearon a Aden, intentando tocarlo de algún modo, porque tal vez sentían la atracción de su poder. Él los apartó.
Cuanto más se acercaba a Ozzie, más forcejeaba Ozzie para liberarse de las ataduras. Quería comer carne humana. Pronto, su mordaza se empapó de saliva negra. Aden sabía que Mary Ann estaba mirándolo y que quería que liberara al chico, pero él no podía hacerlo. Sólo podía alzar la daga y golpear.
El cuerpo de Ozzie dio un tirón cuando la cabeza se desprendió de él. Después, quedó inmóvil.
Mary Ann gritó de espanto.
Los vampiros que estaban a su alrededor se echaron a reír.
¿Qué pensaba Victoria?
—Como ya te he dicho, mi padre te va a castigar por esto —le dijo a Dmitri iracunda. Por lo menos, no había salido corriendo en dirección contraria a Aden.
Dmitri sonrió.
—Yo no estaría tan seguro. Vas a ver como hay muchas cosas que han cambiado hoy, princesa.
—¿A qué te refieres?
—Ya lo verás —repitió Dmitri, y se acercó a Aden—. Lo primero es lo primero. Hay que encargarse de tu humano. Se lo advertí: Si liberas una comida, tendrás que proporcionar otra. Guardias —dijo, y su expresión divertida se desvaneció—: Sujetad a la princesa para que pueda encargarme de nuestro invitado.
Varios vampiros dieron un paso hacia delante, pero se detuvieron al ver que Aden alzaba las dagas manchadas de sangre de Ozzie y que colocaba la punta de una de ellas en la garganta de Dmitri. Sabía que no podía herir al vampiro allí, pero con sólo mover la mano podía clavarle la daga en el ojo, y eso sí era vulnerable.
—Si alguien la toca, te mataré con mis propias manos.
—Y yo con mis dientes —añadió Riley. Caminó hacia Victoria acompañado por Mary Ann—. La protección de la princesa es mi tarea, y no permitiré que le ocurra nada. Ni siquiera por parte de su prometido.
«Ha dejado a sus hermanos protegiendo a tus amigos en el rancho, y al padre de Mary Ann», dijo Elijah. «Está solo. Y éste, hijo mío, es el final que siempre temí para ti, el mal del que no vas a poder escapar. Tienes que luchar solo contra ese monstruo».
«No puedes permitir que te maten hoy», dijo Caleb. «Tienes que ir a una reunión con las brujas».
—No voy a morir —dijo él. Eso lo sabía con certeza; todavía no tenía las tres cicatrices en el costado. Aunque eso no significaba que no fuera a rezar, muy pronto, para estar muerto.
—Tu confianza es absurda, humano —dijo Dmitri con furia.
Sin embargo, los guardias no se habían movido todavía, y los otros vampiros lo estaban mirando fijamente, incluso sonriendo. Tal vez estuvieran pensando que aquél era otro de los entretenimientos de la noche.
—Mi padre… —insistió Victoria, pero Dmitri la interrumpió con una carcajada.
—Ah, ¿no te lo había dicho? —abrió los brazos y se dio la vuelta—. Permíteme que lo remedie. Por favor, atención —dijo, y todos los ojos se fijaron en él—. Bienvenidos, amigos, a esta magnífica celebración. Estoy seguro de que os preguntáis dónde está el invitado de honor. Aunque no quiero aguarle la fiesta a nadie, tengo una mala noticia. Todos sabéis que Vlad había quedado muy debilitado debido a su despertar prematuro.
«No», pensó Aden, que barruntaba lo que iba a suceder. «No, no, no».