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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino del Caos (4 page)

—No te has dejado caer por aquí solo para halagarme en mi autocompasión —dije.

Se acercó más y alzó el cuenco. Sus ojos brillaban de satisfacción.

—Vamos a tener otro hijo.

Sentí que una lenta y sincera sonrisa iluminaba mi cara.

—Recibe mis felicitaciones, y mis mejores deseos para tu hijo.

Alcé el cuenco.

—Sabía que te alegrarías. Hemos tardado mucho. Empezaba a creer que nunca volvería a suceder. Pero los dioses han sido benévolos…

No dije nada porque me desagrada hablar de los dioses, quienes se mofan de nosotros con promesas y cuyas decepciones siempre hemos de aceptar.

—No pareces muy emocionado, ¿eh? —dijo.

—Lo siento. Ha sido una noche extraña. La verdad, es un mal mundo para engendrar un hijo, pero me esforzaré por superar mi habitual melancolía.

Y brindamos por el futuro bebé con nuestro vino de mejor calidad.

—¿Qué estabas mirando cuando entré? —preguntó como si tal cosa.

—Nada.

—Claro.

Sabía añadir a su tono la pizca de sarcasmo precisa. Le enseñé el papiro. No pareció muy sorprendido.

—¿Dónde has encontrado esto?

—En la boca de un muchacho nubio decapitado, esta mañana temprano.

Asintió.

—Estas decapitaciones se están convirtiendo en una epidemia —comentó.

—Y se están superando. Ahora dejan signos extraños…

Se inclinó hacia delante y me devolvió el papiro.

—¿Crees que es obra de una de las bandas de la ciudad? —preguntó con aire pensativo.

—Es probable —contesté con cautela.

Me miró.

—No lo creo.

—¿Por qué?

Apoyó los brazos sobre las rodillas.

—Todas las bandas de Tebas están compuestas por familias. Se comportan como familias: se quieren, se odian; quieren lo que tienen las demás; se matan mutuamente; fingen volver a quererse; creen que son reyes, construyen imperios y dinastías, de manera que casan a sus hijos con las hijas de los rivales; y así sucesivamente. Pero lo cierto es que siempre se hallan en sangrienta competición por las mismas cosas: esbirros, recursos, rutas comerciales, influencia política, protección, el suministro de opio. A veces las fricciones son excesivas, así que se revuelven, se produce el predecible derramamiento de sangre, y después llantos, aflicción, furiosas maldiciones y amenazas de venganza; y a continuación todos intentan hacer las paces porque al final ninguna de ellas tiene tanto poder como para dominar a las demás.

—¿Y qué? El contrabando y el tráfico son tan viejos como el tiempo. No es un misterio que estén floreciendo ahora, es lo que ocurre cuando el gobierno legítimo es tan defectuoso y débil como el nuestro. Y, la verdad, los poderes fácticos les están dejando seguir con ello… Somos un país fracasado, y ellas son la prueba —contesté.

—Claro, todo el mundo es corrupto. Todo el mundo tiene miedo de las bandas. Pero algo ha cambiado. No nos enfrentamos al habitual conflicto a pequeña escala. Se trata de algo que, de repente, ha dado un salto cualitativo. —Hizo una pausa y me dirigió una mirada significativa—. Una nueva banda misteriosa ha empezado hace poco a dominar y destruir a la competencia…

Jety siempre se había entregado más que yo a su fascinación por las conspiraciones y los secretos, mientras que yo, el detective porfiado, solo era capaz de examinar lo que tenía ante mis ojos y extraer las deducciones pertinentes. Pero el vello de mi nuca se había erizado.

—¿Es otra más de tus teorías conspiratorias? —pregunté.

Paseó la vista a su alrededor y se acercó más.

—No es una teoría. He estado investigando esto y he descubierto algunas cosas. Nadie sabe nada de la banda que está detrás de estas matanzas. Las demás bandas son como gatos que se revuelven panza arriba, porque no tienen ni idea de quién las está atacando. Al principio supusieron que eran las demás, así que tuvieron lugar las habituales represalias del ojo por ojo. Pero se han dado cuenta de que cada una de ellas está siendo atacada. Poco a poco están acabando literalmente con sus organizaciones. Se trata de otra banda muy distinta. Y eso les asusta mucho. Sean quienes sean esos recién llegados, da la impresión de que intentan apoderarse de todo el tráfico de opio de Tebas.

—¿Cuáles son tus pruebas? —pregunté con cautela.

—El precio del opio en la calle se ha desplomado, y sin embargo la calidad es mejor que nunca. Todo el mundo va loco por la droga. Y lo crucial es que, por primera vez, hay tanta disponible como uno quiera. Lo cual significa que esta nueva banda tiene acceso a una ruta de aprovisionamiento nueva, que solo podría ser el río…

—Y por lo tanto, están utilizando los puertos…

—Bubastis, quizá, cerca de la frontera nordeste. Y los cargamentos han de atravesar Tebas. Menfis no. Es demasiado peligroso con el ejército desplegado en toda la ciudad. Así que estarán sobornando a gente, y no solo a guardias fronterizos, funcionarios de importaciones, policía local y gente de bajo nivel. La única forma de que esto funcione es tener influencia al más alto nivel.

—Eso es una simple suposición —dije, provocándole a propósito—. Todo el mundo sabe que la corrupción abarca desde las bandas hasta los nobles. Ambos se están enriqueciendo mientras todos los demás se empobrecen. ¿Qué tiene eso de nuevo? Incluso corrieron rumores, hace años, de que el ejército de Horemheb estaba implicado de alguna manera en ese comercio secreto, pero no se encontraron pruebas. En cualquier caso, no hay nada que podamos hacer al respecto, ni tú ni yo.

Me miró sorprendido.

—Este podría ser el caso más importante en el que hayamos trabajado. Podría ser fundamental para nuestra carrera. Podría devolverte a lo más alto. Si resolvemos el enigma, si somos capaces de relacionar a las bandas con los nobles por mediación de una nueva banda que trafica en opio, Nebamón tendrá que postrarse de hinojos y suplicarte que vuelvas al trabajo. Podrías dar la campanada. Un verdadero cambio en la situación. En lo que está ocurriendo en esta ciudad…

Experimenté la antigua y familiar oleada de entusiasmo. Un nuevo caso. Un nuevo misterio que resolver. Pero la rechacé.

—Escucha con atención, Jety. Te voy a dar un consejo, por si te interesa. Olvídate de la nueva banda de opio. Olvídalo todo. Vuelve a casa. Trabaja en otro caso en el que existan menos probabilidades de que te corten la cabeza. Ni tú ni yo podemos hacer nada para cambiar las cosas. Todo ha sido pactado a unos niveles de poder que jamás alcanzaremos. Al fin y al cabo, ¿acaso los habitantes de esta ciudad no siguen matándose unos a otros al viejo estilo?

Su rostro se ensombreció a causa de la decepción.

—No pienso abandonar esto… —murmuró.

Levanté la mano.

—¿De veras crees que podríamos encargarnos del caso solos? No tendríamos la menor oportunidad. No podemos confiar en nadie. La ciudad está corrompida, los medjay están corrompidos. Piensa en Nebamón, nadando en oro, no es idiota. Sin duda acepta grandes sobornos siempre que puede, para colmo. No arriesgues la vida por algo que no puedes cambiar.

Se enfureció.

—¿Qué te ha pasado? Quiero decir, hace tiempo te habrías lanzado como un buitre sobre un caso como este. Te habría estimulado.

—Tal vez por fin he aprendido la amarga verdad de que no puedo vencerles, aunque no me una a ellos. Pero no pienso perder lo único que todavía puedo llamar mío: mi vida. Y tú deberías entrar en razón y hacer lo mismo, sobre todo con un hijo en camino…

Tiré los restos del vino al suelo sucio, cogí a Tot de la correa y me encaminé hacia la puerta. Jety me siguió hasta el oscuro callejón.

—Voy a hacerlo porque es mi deber —dijo—. Y quiero hacerlo contigo. Será como en los viejos tiempos. Tú y yo trabajando en un caso importante. Sé que lo echas de menos. Eres un gran Buscador de Misterios. El mejor.

Mi corazón era un nudo de orgullo y duda. Su amabilidad me hería más que todos los insultos de Nebamón. Podía soportarlos; así es la vida.

—Vete a casa. Abraza a tu esposa. Piensa en el nuevo hijo. Olvida todo esto. Convéncete de que no ha sido más que un mal sueño.

Negó con la cabeza.

—¿Qué clase de hombre sería si lo dejara correr ahora? ¿Qué clase de padre sería para mis hijos? Se lo debo. No quiero que crezcan en un mundo en el que cada noche secuestran adolescentes en las calles y los matan. Y no me creo ni por un momento que tú desees eso. Sé que aún estás por la labor. Me doy cuenta.

Sabía que eso me afectaría.

—Buenas noches, Jety. Te felicito a ti y a tu esposa. Gracias por el vino…

Me di la vuelta a toda prisa y continué caminando, a sabiendas de que me estaba siguiendo con la mirada.

4

Dormí mal. Tal vez era el vino picado. Tal vez era la expresión de Jety cuando le dejé en la oscura callejuela. Me atormentaba. Pero me asediaban otras preocupaciones más inmediatas. Por lo general, era el primero en despertar en casa, pero la luz y los ruidos de la calle, al otro lado de las paredes, me advirtieron de que era tarde. El espacio contiguo al mío estaba vacío pero todavía tibio. Apoyé un momento la mano encima, con el deseo de que Tanefert continuara tendida. Algunos días daba la impresión de que apenas nos veíamos. De repente experimenté en mi fuero interno una profunda tristeza surgida de la nada. Me levanté a toda prisa del lecho para huir de ella. Me masajeé la cara con las manos para persuadirla de que volviera a la vida, y me preparé para afrontar otro día.

Mis tres hijas (Sejmet, Thuyu y Nechmet) intercambiaron una veloz mirada de complicidad cuando entré en la habitación.

—¡Buenos días, padre! —saludaron, obviamente divertidas por mi retraso. Subí a Amenmose, mi hijo de cinco años, sobre mi regazo, y se acomodó satisfecho contra el hueco de mi brazo. Las chicas estaban disfrutando de los lujos descubiertos en la bolsa de comida de Najt.

—Buenos días, bellas damas.

Rieron de mi torpe intento paternal de bromear. Tanefert me dio un beso en la frente. Llevaba su pelo negro, veteado de plata, sujeto en la nuca y, como siempre, estaba alegre, pero distinguí el cansancio y la preocupación en su rostro.

—Sed amables con vuestro padre, muchachas.

Dejó delante de mí un cuenco de leche. Ofrecí un poco a Amenmose, quien negó con la cabeza, así que me lo bebí yo.

Las chicas me miraron mientras comían sus bollos.

—Te pareces a Tot cuando está de mal humor —rió de repente Thuyu, incapaz de continuar soportando el silencio.

—¿Sabes lo que hacen los babuinos cuando están de mal humor? —pregunté.

—Ponen mala cara —dijo Nechmet, la más pequeña, proclive a tales arrebatos.

—Pelean. Es horrible —dijo Sejmet, de veintiún años, la mayor, y también la más prudente en opinión del resto de la familia.

Negué con la cabeza.

—Lloran —contesté.

Las chicas se mostraron sorprendidas.

—¿Qué pasa? ¿Nunca habéis visto llorar a un babuino?

—No, enséñanoslo —me retó Thuyu.

Fruncí el ceño en una parodia exagerada de un babuino deprimido.

—No existe diferencia. Siempre tienes la misma cara —dijo Nechmet.

—Si no vas con cuidado se te quedará así —advirtió Sejmet.

—Es verdad, no veo ninguna diferencia —añadió Tanefert al pasar por mi lado—. Dejad a vuestro padre en paz y continuad con lo vuestro.

Las chicas me dieron ruidosos besos de despedida y se fueron a sus ocupaciones mientras Amenmose y yo nos quedábamos sentados juntos, contentos por el silencio que se había hecho en la casa.

—Padre… —dijo en tono serio.

—Sí —contesté, al tiempo que me preguntaba qué profunda conversación sobre la mortalidad o la vida estaba a punto de empezar.

—¿Sabes que el abuelo murió?

Mi padre había muerto hacía casi un año, plácidamente, en casa. Fue lo que llamamos una buena muerte. Los niños se habían obsesionado con su traslado al Otro Mundo y con los acontecimientos posteriores, preocupados por su resurrección en el más allá. Observaron todos los ritos según la tradición, aprendieron acerca de sus espíritus
ka, ba
y
aj
, y dibujaron los jeroglíficos de cada uno: los dos brazos humanos extendidos hacia arriba del
ka
, la fuerza vital; el ave con cabeza humana del
ba
, la parte intrínseca de cada persona, capaz de adoptar cualquier forma que desea, así como de viajar entre los mundos de los vivos y los muertos; y el ibis del
aj
, nuestra parte inmortal que regresa a las estrellas después de morir. Por supuesto, no les había contado que los elevados precios del embalsamador, junto con los de los sacerdotes, que se encargaban de dirigir los ritos habituales, y el sepelio en sí, se habían llevado todos nuestros escasos ahorros y habíamos tenido que pedir un préstamo con una tasa de interés alarmante para completar y amueblar la humilde tumba donde descansaba ahora el cuerpo de mi padre, al lado del de mi madre, tal como él había deseado. Si mi carrera no estuviera de capa caída, podríamos habernos permitido una tumba mucho mejor para él, y ojalá hubiera podido ser así.

—¿Qué está haciendo ahora?

—Bueno, estará terminando de desayunar y pensando en lo que va a hacer hoy. Es probable que vaya a pescar. Hay mucho tiempo para pescar en el más allá…

Mi padre me había llevado a pescar en su barca de juncos durante toda mi infancia, y le había gustado hacer lo mismo con mi hijo. Ambos se pasaban horas sentados en un derroche de paciencia. La paciencia no era una de las virtudes de mi hijo, pero nunca había sido más feliz, por lo visto, que cuando estaba en la barca con su abuelo. Juntos contemplaban la bulliciosa vida del río, con su población de barcas y pescadores, hileras de mujeres pobres con vestidos de brillantes colores lavando ropa junto a la orilla, animales que pastaban y bajaban la cabeza para beber, y bandadas de pájaros que volaban hacia sus refugios en los cañaverales y que se lanzaban en picado para capturar peces. Echaba de menos las excursiones, y echaba de menos a mi padre.

—¿Podemos ir a pescar?

Su expresión era seria y esperanzada.

—Hoy no. Pronto.

Saltó de mi regazo.

—¿Por qué no? —preguntó, con sus pequeños puños apretados y la cara tensa de repente a causa de la ira.

—Porque hoy tengo que ir a trabajar. Iremos pronto, te lo prometo.

—¡Siempre dices lo mismo, pero nunca lo hacemos! —gritó.

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