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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino del Caos

 

Egipto, Tebas, 1320 a. C. El reino de Egipto está al borde del caos. Al anciano faraón Ay, que subió al trono tras la prematura muerte de Tutankamón, no le queda mucho tiempo de vida.

Su joven esposa Anjesenamón, hija de Akenatón y de Nefertiti, y que no ha tenido descendencia, sabe que debe actuar rápido si quiere conservar el derecho al trono y aun su propia vida. Por eso decide enviar en secreto una propuesta al mayor enemigo de Egipto: el rey de los hititas. Anjesenamón encomienda la delicada misión a Rai Rahotep, el célebre 'buscador de misterios', un miembro del cuerpo policial que siempre se ha mostrado leal a la dinastía reinante.

A Rahotep sus superiores lo han apartado de un caso que parece una guerra entre bandas por el control del opio, y que se ha saldado con la muerte de su mejor amigo. No olvidará su promesa de vengarlo, ni siquiera cuando acepte la petición de la reina.

Nick Drake

El Reino del Caos

Rahotep - 3

ePUB v1.0

libra_861010
20.09.12

Título original:
The Book of Chaos

Nick Drake, 2011.

Traducción: Eduardo García Murillo

Ilustraciones: Neil Gower

Diseño/retoque portada: Más gráfica

Editor original: libra_861010 (v1.0)

ePub base v2.0

Lista de personajes

Rahotep
: «Buscador de Misterios», detective de los medjay (fuerza de policía) de Tebas

S
US FAMILIARES Y AMIGOS

Tanefert
: su esposa

Sejmet, Thuyu, Nechmet
: sus hijas

Amenmose
: su hijo pequeño

Tot
: su babuino

Jety
: compañero de los medjay

Najt
: noble, Enviado Real a Todas las Tierras Extranjeras

Minmose
: criado de Najt

L
A FAMILIA REAL

Anjesenamón
: reina, unos veinticinco años de edad, hija de Ajnatón y Nefertiti

Ay
: rey

E
L PALACIO Y OTRAS AUTORIDADES

Simut
: comandante de la guardia de palacio

Nebamón
: jefe de los medjay de Tebas

Panehesy
: sargento de los medjay de Tebas

Jay
: escriba jefe

L
OS HITITAS

Hattusa
: embajador

Shubiluliuma I
: rey

Arnuwanda
: hijo mayor del rey y príncipe heredero

Zannanza
: príncipe, cuarto hijo del rey

Tawananna
: reina

Sálvame del dios que roba almas. Que se regodea en la corrupción. Que vive en la podredumbre. Que se encuentra al mando de la oscuridad. Que se halla inmerso en las tinieblas. Aquel de quien los que se cuentan entre los muertos tienen miedo.

¿Quién es?

Es Seth.

El Libro de los Muertos
,

Conjuro 17

P
RIMERA
P
ARTE

Te decapitarán con un cuchillo, te arrancarán la piel de la cara de cuajo. Aquel que mora en su tierra te cortará la cabeza. Te romperán los huesos. Te amputarán los miembros.

El Libro de los Muertos
,

Conjuro 39

1

Año cuarto del reinado del rey Ay, Padre del Dios, Benefactor

Tebas, Egipto

Contemplé las cinco cabezas cortadas que reposaban sobre el polvo, en la encrucijada olvidada de los dioses, a la hora oscura que precede al alba.

Hacía frío, y me ceñí al cuerpo mi viejo manto de lana siria. Era una noche sin luna. En la ciudad solo habitaban las sombras. Puertas y ventanas estaban cerradas. Ninguna de las personas que, ya antes del amanecer, se encaminaban a una nueva y larga jornada de trabajo, se detuvo a observar la escena. Nadie osaría acercarse a un cuadro como este. Sobre todo en estos tiempos oscuros. La vieja frase acudió a mi mente de manera espontánea: «La Tierra se halla sumida en la oscuridad como en la muerte…». Solo los perros callejeros de Tebas aullaban de un distrito a otro de la ciudad, desde las barriadas pobres hasta las zonas residenciales, como si quisieran dar voz a los espíritus
ka
de los muchachos nubios asesinados, ansiosos por alimentarse mientras volaban entre este mundo y el otro.

Bajo las últimas estrellas que brillaban en el océano de los cielos, unos cuantos agentes de los medjay de la ciudad paseaban de un lado a otro a la luz parpadeante de las antorchas mientras conversaban despreocupadamente y sus sombras oscilantes se proyectaban en los muros de adobe de las viviendas cercanas. Algunos me saludaron con un movimiento de cabeza; otros ni eso. Ya habían pisoteado con sus sandalias toda la escena del crimen; su descuido habría destruido cualquier prueba que hubiera podido quedar. Tampoco importaba mucho, porque la investigación sería superficial, en el mejor de los casos. Este tipo de matanzas se había convertido en algo habitual, y las bandas que las cometían con impunidad parecían controlar los barrios pobres. Traficaban con opio, oro y seres humanos, raptaban y vendían chicas y chicos jóvenes para el mercado de la prostitución. Entre sus víctimas se incluían incluso agentes de los medjay, a quienes torturaban con métodos muy imaginativos, para acabar decapitándolos y desmembrándolos por negarse a aprovechar la excelente oportunidad de corromperse. Las bandas rivales se exterminaban mutuamente en baños de sangre con el objetivo de saldar cuentas, junto con sus vocingleras novias. Adolescentes de ambos sexos, hijos de burócratas importantes, eran secuestrados y brutalmente asesinados después de que el rescate hubiera sido pagado. Pese a toda la seguridad y los altos muros que el oro podía comprar, nadie se sentía a salvo en Tebas.

Sin embargo, estas víctimas decapitadas no eran más que niños de la calle, muchachos nubios, con tatuajes y el pelo recogido en trenzas, que llevaban los pequeños amuletos en forma de punta de flecha colgados en collares de cuero para indicar su pertenencia a una banda. Se encargarían de la venta de opio a pequeña escala en representación de sus hermanos mayores. Procedían de los barrios más pobres y deprimidos. Analfabetos, sin empleo ni perspectivas, vulnerables a la estúpida mística de las bandas al margen de la ley. Todos exhibían las heridas de antiguas escaramuzas callejeras: cicatrices de cuchilladas en las mejillas, ojeras oscuras y hundidas, nariz deforme y roma, orejas mutiladas por las peleas. Ninguno contaba más de dieciséis años, y casi todos eran más jóvenes. Ahora, su rostro infantil mostraba la vacía expresión de decepción propia de quien ha muerto hace poco.

Las cabezas de los muchachos estaban dispuestas en una pulcra hilera a los pies de los cadáveres, colocados uno al lado del otro, para que parecieran amigos inocentes que soñaban juntos. Les habían atado las manos y los pies polvorientos con cuerda barata, pero cuando los examiné me quedé desconcertado, porque los nudos eran obra de un experto. Además, cuando se decapita a un hombre, la sangre salta a chorro describiendo un arco desde la herida del cuello, pero, a juzgar por la ausencia de manchas de sangre en el polvo de la calle, estos chicos habían sido ejecutados en otro lugar y después los habían tirado aquí a modo de advertencia, tal vez de una banda a otra.

Me agaché para examinar las heridas con más detalle: los músculos del cuello y la columna vertebral de cada muchacho habían sido cercenados de una sola y firme cuchillada, lo cual sugería una pericia no solo experta, sino ejemplar. Además, el asesino debía de haber utilizado una hoja de gran calidad, tal vez una cimitarra
khopesh
ceremonial, o una larga hoja de sílex amarillo de carnicero, afilada como una navaja para destripar ganado. Los cuchillos poseen el poder de proteger y castigar. Los guardianes del Otro Mundo portan cuchillos, como también los dioses menores de tan funesto lugar, con su aterrador rostro y la cabeza vuelta hacia atrás. Y eso fue lo que hizo el asesino. Pude imaginar su técnica excelente, y el orgullo desacostumbrado que sentía por su destreza. No parecía obra de los habituales verdugos de estas brutales bandas.

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