El embajador había conseguido alojamiento para él en el palacio de la embajada hitita en la ciudad, y al despedirse de nosotros acordamos reunirnos de nuevo en los muelles al cabo de dos días. Nos instalamos en la casa del «contacto» de Najt, Paser, un mercader egipcio. Inteligente y vivaz, de facciones marcadas, un aspecto físico muy cuidado y los modales desenvueltos y excelentes de un hombre de negocios con éxito, cuya determinación subrayaba su encanto, nos recibió con hospitalaria cordialidad y trató a Najt con lisonjera y respetuosa atención. Hablaba egipcio con un acento curioso, como si, pese a su soltura, no fuera un nativo auténtico. Por otra parte, parecía muy complacido por hablar un idioma que sin duda amaba. Había vivido lejos de Egipto casi toda su vida, se había criado en Ugarit y había heredado de su padre una importante empresa comercial. Imaginé que era un hombre muy capaz de conseguir lo que deseaba de la forma más agradable posible, y en caso contrario, mediante otros métodos.
Nos recibió en el patio de su mansión. Las puertas de madera se cerraron al punto a nuestra espalda, y el ruido de la ciudad murió de repente, sustituido por el lujo del silencio.
—Sanos y salvos —dijo con una sonrisa algo enigmática.
Los criados nos condujeron a nuestros aposentos. Najt tenía un amplio dormitorio, Simut y yo compartíamos otro contiguo, y los guardias dormirían en jergones situados en los pasadizos y bajo el tejado que cubría un lado del patio. Disfrutamos del placer de un baño después de un viaje largo y difícil. Me lavé con agua clara y fresca, y después de que el barbero de Paser nos hubiera atendido a los dos, parecíamos hombres nuevos en el bronce pulido de su espejo.
Vestido con lino limpio, bajé la escalera para esperar a Najt y Paser. Mientras recorría el pasadizo que conducía a la sala de recepciones, me fijé en una cámara con muchas tinajas de vino apiladas en hileras a la fresca sombra, pues el vino era el negocio de Paser, tal como había explicado, y mi intención era interrogarle sobre las famosas cosechas de Ugarit. Entré con sigilo y examiné los tapones de las tinajas en busca de marcas. Por lo general, constan en ellas la indicación del año de reinado, el nombre de la propiedad, el tipo de vino, el nombre del viticultor y la calidad del contenido. Pero algunos no tenían marcas. Tal vez no habían sido inspeccionadas todavía. Oí que Najt y Paser murmuraban en voz baja en la cámara contigua. Picado por la curiosidad, sintiéndome como un espía, agucé el oído.
—Necesitaré tu informe de inmediato —dijo Najt.
—Oh, no te va a gustar —contestó Paser—. Nuestro antiguo amigo ha vuelto a sus viejos trucos.
—Tal como yo temía. Creo que deberíamos comunicar esta información a mis hombres.
—Supongo que son de absoluta confianza.
—Por supuesto.
Entonces oí que Simut bajaba la escalera. Me iba a sorprender escuchando. De modo que salí de la bodega y me reuní con él cuando llegó al pie de la escalera. Entramos en la cámara juntos y nos pusimos firmes. Los dos hombres estaban sentados en bancos bajos, uno frente al otro.
—Señores, haced el favor de reuniros con nosotros —dijo Najt.
—Creo que ha llegado el momento de tomar un vaso de algo —añadió Paser.
—Rahotep es un experto en vinos —dijo Najt.
—¿De veras? —preguntó Paser—. Entonces, tal vez te interesará nuestro vino de Ugarit. Puede ser bastante bueno.
—Eso me han dicho —contesté—. De hecho, me tomé la libertad de echar un vistazo a tu bodega.
Paser miró a Najt. Se acercó a una bandeja dispuesta con jarras y vasos.
—Puedes mirar todo cuanto te interese —dijo con desenvoltura, y me ofreció una copa de plata maravillosamente cincelada. Olfateé el vino con detenimiento, le di vueltas para liberar más el olor. Paser me estaba observando. Tomé un pequeño sorbo.
—Es aceptable, pero ¿puedo ser sincero?
Paser asintió.
—Carece de profundidad y de sutileza. Sospecho que está hecho a partir de diferentes tipos de uva.
Najt parecía alarmado por mi franqueza, pero Paser se sintió muy complacido.
—Tienes razón. Es un vino mediocre. Para fiestas y festejos, en el mejor de los casos. Has superado la primera prueba. Ahora, cata este.
Me sirvió de una jarra diferente. Esta vez me quedé asombrado. Era un vino de profunda melancolía y complejidad; armonizaba dolor y belleza en su oscura intensidad.
—Este es absolutamente sublime —dije atónito—. ¿De dónde es?
Paser sonrió.
—También es un vino de la tierra, ¡pero muy especial! Vamos, debéis de estar hambrientos —dijo, y ordenó a los criados que trajeran bandejas de comida. Paser se sentó a mi lado mientras comíamos—. Los vinos egipcios son excelentes, por supuesto, sobre todo los de los oasis de Jarga y Dajla. Pero los de Ugarit son los mejores del mundo, y también los más viejos, claro está. Y pese a la constante situación de conflicto en esta zona, existe una numerosa clientela de Menfis y Tebas que paga de buen grado los elevados precios derivados de la rareza de este vino, así como de su delicada sofisticación.
—De ahí tu negocio floreciente. Supongo que la bodega de esta casa es para tu uso privado…
—En realidad es mi biblioteca de vinos, podríamos decir. El principal almacén está junto a los muelles. Mañana tendré que atender en él mis negocios mundanos. Entretanto, espero que os sintáis a gusto en casa.
Decidí arriesgarme.
—Me interesaría muchísimo visitar tus almacenes antes de partir. ¿Sería posible?
Paser se volvió hacia Najt, quien meditó y después asintió.
—Mañana trabajaré en mi habitación. Por lo tanto, puedo prescindir de Rahotep un rato por la mañana —dijo Najt—. Pero ahora ha llegado el momento de hablar de cosas serias. Haz el favor de despedir a los criados y tomar medidas para que estemos solos y nadie nos moleste.
Una vez dadas las órdenes pertinentes, Paser empezó a hablar.
—El enviado real me ha pedido que os informe sobre la situación actual en la ciudad y en el reino. Pero para ello debo hacer una digresión. La historia es importante, señores…
—Por desgracia, soy un ignorante en historia… —repuse.
—Sé breve, por favor —interrumpió Najt, y Paser asintió.
—Hemos de remontarnos hasta el reinado del rey Ajnatón. En aquel tiempo, el rey de Amurru se llamaba Abdi-Ashirta. Era un notorio pendenciero, concentrado tan solo en provocar calamidades y fricciones con sus vecinos. En particular codiciaba el territorio de Biblos, al sur, de modo que lo atacó en repetidas ocasiones y se enemistó con el rey de dicho territorio, Rib-Hada, quien era un servidor leal de Egipto. Rib-Hada escribió muchas cartas lastimeras de protesta al rey Ajnatón, pero no obtuvo ninguna respuesta. Por fin, Ajnatón, preocupado al parecer por cualquier debilitamiento de la autoridad egipcia en la zona, convocó a Abdi-Ashirta a su corte. Llegó, pero lo que dijo no debió de complacer a Ajnatón, pues fue encarcelado y al final ejecutado.
—¿Y todo volvió a la normalidad? —pregunté.
—Bueno, Biblos se sintió lealmente agradecida por la paz, Rib-Hada dejó de escribir cartas de queja y, lo más importante, se confirmó la autoridad de Egipto. La calma regresó al Levante. Durante un tiempo…
—Pero la historia no acaba ahí, ¿verdad?
—No, por desgracia. El conflicto es el estado normal de la situación en esta parte del mundo. Abdi-Ashirta tenía un hijo. Se llamaba Aziru. Resultó que este hijo era un pendenciero todavía más dedicado y capacitado que su padre. Cuando alcanzó la mayoría de edad, recogió el relevo de su padre y continuó apoderándose de pedazos de Biblos, tomó el control de varios pueblos cercanos y de la ciudad de Sumur. Su ambición era extender las fronteras de Amurru arriba y abajo de la costa. Egipto recibió más cartas de Rib-Hada que contenían funestas advertencias de peligro y destrucción, así como súplicas de armas y protección, que jamás llegaron. Después, Aziru orquestó un golpe de estado en Biblos, Rib-Hada fue exiliado de su propia ciudad, y por último asesinado por su propio hermano.
—Y ese fue el final de Rib-Hada —dijo Najt con calma—. Pero solo fue el principio de la vergonzosa carrera de Aziru de Amurru.
—Supongo que, si mi padre fuera ejecutado, solo pensaría en la venganza —dije.
Najt me miró con el ceño fruncido.
—Debería haber pensado en la reconciliación y en el debido respeto de un vasallo a su rey —dijo tirante.
—¿Qué sucedió a continuación? —pregunté.
—Ajnatón convocó a Aziru a la corte. Pero esta vez, preocupado por su supervivencia, se negó a ir. A cambio envió una carta diciendo que solo acudiría a ver al rey si le garantizaban la vida.
—No quería acabar como su padre… —intervino Simut.
—Muy sensato, desde su punto de vista —apunté.
Una vez más, Najt pareció irritarse.
—Aziru recibió garantías y al final fue a Egipto. Estuvo retenido un año en la corte —explicó Paser.
—Fue entonces cuando le conocí —dijo Najt en voz baja, como si efectuara un movimiento inesperado en una partida de
senet
.
—¿Y qué impresión te llevaste de ese infame alborotador? —pregunté.
—Ambicioso, voluble, avaricioso, sumamente presuntuoso y, percibí, desprovisto por completo de empatía humana. Sin embargo, también me quedé sorprendido por su inteligencia estratégica. Era más brillante que su padre. Más astuto, desde un punto de vista político.
—¿Estaría en lo cierto si pensara que le ofrecieron un acuerdo al que no pudo negarse? —aventuré.
—Dejaron que Aziru regresara a Amurru con la condición de que continuara siendo leal a Egipto y nos enviara informes de espionaje sobre los hititas y los movimientos de sus divisiones, su política, etcétera. A cambio se le permitió cierta libertad de acción para continuar su política expansionista, pero solo dentro de unos límites pactados. Además, con el fin de incentivar su lealtad, le ofrecieron fondos para emplear a exploradores y espías. Parecía un buen acuerdo —dijo Najt.
Miró a Paser.
—Supongo que, a juzgar por tu expresión, ya no hace lo que le ordenaron —dije.
Najt señaló con la cabeza a Paser para que continuara su narración.
—En primer lugar, empezó a quedarse con una pequeña parte de todos los artículos que atravesaban Ugarit camino de Egipto. Una especie de impuesto extraoficial, el cual, teniendo en cuenta la escala del comercio que pasa por esta ciudad cada día, se convirtió enseguida en una bonita cantidad. Su estrategia era evidente: estaba enriqueciendo su erario, acumulando una especie de fondo de financiación. Esto por sí solo ya suponía una preocupación para Egipto. También nos angustiaba su relación con los hititas. Recibimos insinuaciones de que estaba forjando una nueva alianza con nuestros enemigos. Y después, hace poco, dejaron de llegar informes. Se esfumó. Perdimos su pista por completo.
Se hizo el silencio en la sala.
—Amurru es el principal país tapón entre Egipto y los hititas, por eso, desde un punto de vista estratégico, hemos hecho grandes esfuerzos para influir en lo que no podíamos controlar abiertamente. Pero nuestra situación aquí ya no puede considerarse segura. Recientes informes de espionaje sugieren que Aziru está en Hattusa. Sospecho que está negociando con nuestros enemigos. Es probable que haya cambiado de aliados —dijo Najt con cautela.
—Porque, sobre todo, el enemigo de su enemigo es su amigo —insinué.
—Exacto —contestó Najt, al tiempo que me lanzaba una mirada.
Todos meditamos sobre las implicaciones de aquella revelación.
—A ver si lo he entendido bien —dije—. Estamos a punto de entrar en la capital de nuestros enemigos, con una propuesta matrimonial muy secreta de la cual depende el futuro de Egipto, y es posible que Aziru el traidor se nos haya adelantado para prepararnos una cálida bienvenida.
—Eso parece —admitió Najt.
Simut y yo intercambiamos una mirada. Esa era una noticia muy mala.
—¿Continúo? —preguntó Paser a Najt.
—Por favor.
Paser volvió a llenar nuestras copas.
—Tengo informes no confirmados de una serie de ataques a pueblos y ciudades muy alejados de las fronteras de Ugarit. Estos ataques son notables por su naturaleza en apariencia aleatoria y la extrema barbarie de su violencia.
—Los
apiru
—dije.
Paser pareció sorprenderse.
—Exacto. Al parecer, los
apiru
, que fueron exterminados hace años, se han reconstituido hace poco, bajo un nuevo liderazgo y un nuevo nombre —explicó Paser.
Simut y yo nos miramos, ambos recordábamos el miedo del capitán. Najt se quedó desconcertado.
—¿Cómo se llaman ahora? —pregunté.
—El Ejército del Caos.
Contemplé mi copa de vino.
—¿De qué clase de ejército estamos hablando? —preguntó Simut.
—Estamos hablando de aldeas enteras pasadas a cuchillo. Estamos hablando de torturas, de niños obligados a ejecutar a sus padres y a arrancar los ojos a sus hermanos. Estamos hablando de familias quemadas vivas en sus casas. Estamos hablando de hombres jóvenes arrastrados por caballos al galope hasta quedar desmembrados… Y en cuanto al destino de las jóvenes, no pienso describirlo.
Nos quedamos en silencio, con la comida sin tocar delante de nosotros.
—Eso no me parecen informes no confirmados. Suena a relato de testigos presenciales —dije.
—Por consiguiente, no tenemos una sino dos zonas de preocupación creciente —continuó Paser—. En primer lugar, la presencia desestabilizadora de Aziru en la capital hitita. Y en segundo, la amenaza del Ejército del Caos en cuanto a la seguridad del viaje de regreso y, a largo plazo, en cuanto a la seguridad de la región.
—Pero ¿y si existe una relación entre Aziru y el Ejército del Caos? —dije—. Nos has dicho que tiene un historial de ambiciones expansionistas. ¿No sería beneficioso para Aziru fomentar esos ataques, para después enviar a sus tropas para ofrecer «seguridad» a las ciudades devastadas y así ocuparlas de una manera legítima?
Najt y Paser intercambiaron una mirada.
—Eso es justo lo que tememos —confesó Paser—. Si estás en lo cierto, sería el peor de todos los mundos posibles.
El sol de la mañana iluminaba las concurridas calles cuando Paser y yo nos dirigimos hacia su almacén cercano a los muelles. Tras la conversación de la noche anterior, mis pensamientos eran tan sombríos como glorioso el día. Estaba convencido de que existía una relación entre el Ejército del Caos y la banda de Tebas. No obstante, ¿cómo era posible que una banda de bárbaros itinerantes, que operaba en los yermos del Levante, tuviera poder o presencia en una ciudad tan alejada? Y en tal caso, ¿cuál era el papel de Aziru en el misterio? Paser, sin embargo, parecía decidido a no hablar de tales asuntos. Quería hablar de vino.