—Encantadores —gruñó Lara.
—Permítanme que les presente a los demás que trabajarán con nosotros —dijo LaPorta, y empezó a andar hacia el hombre que sostenía el soldador por arco—. No tenemos mucho tiempo, de manera que necesitamos tenerlo todo preparado esta noche.
El hombre les vio venir, dejó el soldador y se limpió las manos en una toalla de color rojizo. Al aproximarse, Lara vio que el hombre había estado soldando una chapa de acero de trece milímetros en lo que le pareció a ella como una cuna o alguna especie de base de una montura.
—Éste es Satoshi Kakudate —empezó LaPorta, presentando a Lara y Akira. El hombre hizo una reverencia; Akira devolvió el saludo—. Es uno de nuestros miembros más activos. En la vida real es mecánico de la filial japonesa de General Motors. Él es el responsable de garantizar que lo que ensamblamos; no se separará hasta que apretemos el interruptor.
—Haré todo lo que pueda —dijo Kakudate en un inglés impecable.
—¿En qué está usted trabajando ahora? —preguntó Lara.
—En una estructura en la que podamos colocar el resto de componentes —explicó—. Me han dicho que pueden usarse materiales pesados como el cemento, así que lo he hecho resistente.
Una voz con un sutil acento sureño habló tras ellos:
—¡Tan resistente que el armazón será probablemente lo único que sobrevivirá a la explosión!
Todos se dieron la vuelta para ver la fuente de la voz y se encontraron frente a un hombre alto, perfectamente en forma, de unos cincuenta años.
—¡Diablos!, en caso de un ataque nuclear, me escondería bajo cualquiera de los edificios de Satoshi —extendió la mano y antes de que LaPorta pudiese presentarlo dijo:
—Soy Charles Brooks.
Xue presentó a Lara y Akira, y luego dijo:
—Charles es banquero…
—Eso es bastante cruel, Victor —dijo Brooks—. ¿No puedes presentarme como cualquier otro tipo de criminal? —sonrió—. Además, ahora estoy retirado.
—Sí —Xue empezó de nuevo—. Charles se ha retirado de la banca y ahora trabaja para expiar todos los pecados que ha cometido en su carrera.
Todos se echaron a reír.
—No parece que eso sea una renta vitalicia —dijo Lara, señalando con la cabeza el humeante bidón—, más bien algo sacado de
Macbeth
.
—Bueno, es algo más parecido a un recipiente para hacer brebajes de brujas —dijo él—. Estoy aquí a causa de una modesta experiencia en el campo militar…
—Charles fue un boina verde —interrumpió Xue—. Esta apenas modesta experiencia adquirida es tan valiosa que han conseguido mantenerle en la reserva durante mucho más tiempo del preciso, aunque ya no sea un jovencito.
—Gracias por ese voto de confianza —dijo Brooks con un sarcasmo burlón.
—Lo cierto es, señorita Blackwood, que este recipiente supone un montón de trabajo duro y problemas. Estoy usando esto como un gran caldero doble para mezclar el C-4 de manera que tengamos un cilindro uniforme de explosivos. De otra forma, si sólo rellenásemos el armazón del tubo de cobre, se producirían arrugas y vacíos y otras irregularidades que interrumpirían una buena combustión en la onda de detonación. El dispositivo aún funcionaría pero, probablemente, no nos proporcionaría tanta explosión considerando nuestro esfuerzo.
Hizo una pausa para dejar que la información que les había dado calase. Luego miró a Lara y Akira.
—Podrían ayudarme en uno de esos vertidos ahora.
—Por supuesto —dijeron casi al unísono.
—¿Los necesita a ambos? Necesito ayuda para descargar la furgoneta —preguntó Xue.
Brooks negó con la cabeza.
—Charles y Akira son nuestros dos tipos militares —dijo Xue—. ¿Por qué no dejamos que se conozcan mejor?
—Claro —Lara se mostró de acuerdo a regañadientes. Ella también quería ver el proceso de vaciado de los explosivos, pero cedió a la lógica de Xue. Si se produjese cualquier tipo de asalto físico de última hora, los dos soldados necesitarían estar en la misma longitud de onda.
LaPorta los acompañó de regreso a la furgoneta. Se detuvieron al llegar a su ordenador. —Casi he terminado con el diseño de la bobina y la sincronización del circuito. Satoshi y yo necesitamos ayuda para soldar las bobinas en el torno y los componentes electrónicos—. Miró a Lara.
—Será un placer —dijo ella.
—Excelente —repuso Xue—. Tengo que marcharme para ir a buscar los condensadores y guiar el contenedor de armas que el doctor Al-Bitar nos ha conseguido.
Lara y Victor llegaron a la furgoneta, éste abrió la puerta lateral, entró y empezó a alargarle cajas a Lara.
En pocos minutos habían terminado.
—¿Quiere llevarle ésta a Satoshi, por favor?
Xue le indicó una caja alta y estrecha con el logotipo de DuPont en ella. Lara miró atentamente la etiqueta al agacharse a recogerla.
—Tela balística Kevlar —leyó—. ¿Este material no es el que se usa en los chalecos antibalas?
—Exactamente.
—¿Y para qué lo necesitamos? —preguntó mientras alzaba la caja y se la colocaba sin problemas sobre el hombro.
—Estoy seguro de que se da cuenta de que gramo a gramo, este material es más fuerte que el acero.
—Cierto.
—Y también sabe que el cemento por sí sólo es quebradizo, y por esa razón en la construcción pesada se usan barras de acero para reforzarlo.
—Lara asintió.
—Pues bien, no podemos usar armadura en el revestimiento estructural de cemento alrededor de nuestro dispositivo porque toda esa cosa tiene que ser un aislante.
—¡Ah! —exclamó Lara—. Pero el Kevlar es un tejido sintético que se ablanda, de forma que creo adivinar que si colocamos una fina cobertura de cemento alrededor del dispositivo y luego la envolvemos con el Kevlar, la explosión pulveriza el cemento que mantiene el calor alejado y el Kevlar ayuda a contener la explosión lo suficiente, de manera que se pueda obtener el máximo EMP de la detonación.
—Creo que tienes futuro en el diseño de armas —dijo Xue mientras se dirigía a la furgoneta, ahora vacía, y se sentaba al volante.
—Creo que me pasaré a ese campo —sonrió ella.
—Sabia elección —dijo Xue al poner en marcha el motor—. No tardaré mucho.
Lara asintió, dio media vuelta y llevó la caja de tejido Kevlar a Brooks y Sugawara. Al acercarse, Lara vio que estaban concentrados, vaciando el C-4 fundido en un tubo de cobre largo y brillante de unas seis pulgadas de diámetro. En silencio, dejó la caja apoyada en una mesa de trabajo donde estaba segura de que ellos la verían y luego fue hacia donde Satoshi, Kakudate y John LaPorta batallaban con un rollo gigante de cable para acercarlo a un torno.
—¿Puedo ayudarles? —preguntó al llegar junto a ellos. Entonces vio que el rollo, del tamaño de una mesilla, era de cable de cobre AWG de calibre doce con un revestimiento esmaltado. Una barra de acero de 2,5 cm recorría el centro del rollo que los hombres intentaban alzar a un andamio que les permitiría hacerlo girar.
—Con mucho gusto —respondió Kakudate con rapidez.
Lara era más alta que los dos hombres, al menos les pasaba una cabeza y, ciertamente, era veinte años más joven. Asió un extremo de la barra de acero y los dos hombres mayores el otro. Juntos, alzaron con facilidad el rollo y lo colocaron en el soporte. Satoshi se dirigió hacia el torno que ya tenía un cilindro de plexiglás de cuatro pies de largo atado en su portabrocas.
—Gracias —dijo LaPorta bajito.
—¡Gracias por estar aquí! —contestó ella.
—Es lo correcto —replicó LaPorta. Se inclinó hacia el rollo y encontró el extremo suelto del cable y se lo alargó.
—¿Quiere llevar esto hacia Satoshi? Formará parte de los bobinados estátor. Ayude a Satoshi a enrollar el cable de forma que los bobinados queden uniformes, y yo procuraré que el rollo gire de manera continua y no se enganche.
—Por supuesto.
El trabajo se hizo deprisa, interrumpido sólo por la llegada al área exterior del almacén de un contenedor de carga aérea. Brooks y Sugawara vertieron el C-4 dentro de cuatro núcleos de la armadura de cobre; Kakudate, Lara y LaPorta enrollaron cuatro bobinas estátor, dividiendo a su vez cada una de ellas en tres, separadas para maximizar la salida. Utilizando bloques de aislante Lexan que Kakudate había torneado, ensamblaron la armadura rellena de explosivo de manera que pasara de forma coaxial por la tubería de plexiglás, justo debajo del punto medio de los bobinados. El armazón relleno de explosivo era más largo que los bobinados estátor de plexiglás, y sobresalía mucho por el extremo donde empezaría la detonación y sólo un poco por el otro extremo.
—Eso sirve para tener la onda de encendido determinada de manera correcta —explicó Brooks—. Modelaré el C-4 de forma adecuada e insertaré el detonador después de que el cemento se endurezca.
Xue regresó poco después de las nueve de la noche con un gran camión de condensadores, precisamente, cuando se preparaban para hacer las fundas aislantes.
—Veo que he calculado mal el tiempo —dijo, mientras le apremiaban para que se uniese a ellos en la sucia tarea de mezclar cemento—. ¡Debería haber tardado más!
Las bombas-e ensambladas estaban cubiertas por encima y por debajo para aislarlas del cemento, y luego las bajaron a un bidón de plástico de productos químicos. LaPorta y Kakudate agujerearon los lados y ensartaron cables de cobre aislados, de 13 mm de diámetro, a través de ellos y ataron cada uno al extremo libre de un bobinado estátor. Los cables estaban correctamente etiquetados, los agujeros fueron sellados con sencilla masilla y, hacia medianoche, ya habían vaciado el último cemento.
Los siete estaban cubiertos por una fina pátina gris de polvo de cemento veteado por el sudor. Se reunieron alrededor de un montón de cajas de agua embotellada. A su lado había cajas de comida de máquinas expendedoras: barritas de granola, cecina, barritas de caramelo, patatas fritas y galletitas de queso.
—Victor, esto no es el desayuno de los campeones de donde yo vengo —bromeó Lara mientras engullía su cuarta barrita de granola y bebía agua.
—Haré llegar tus protestas al chef —replicó él.
El grupo reunido rió, con cansancio, mientras daba buena cuenta del tentempié. Sugawara estaba tranquilamente a su lado, ella sintió su calor corporal, pero esta vez le costó preocuparse por ello. Después de dormir de cualquier manera en el 747 de los Países Bajos, y de todo el trabajo que acababan de terminar, sintió que el cansancio recorría su mente, su cuerpo y sus emociones. Igual que toda la gente que estaba viendo, pensó.
—Allí hay una ducha —Xue señaló hacia el grupo de tiendas en el extremo más alejado del almacén—. No sé cómo estará el agua caliente, pero os aconsejo a todos que os frotéis bien para sacaros el polvo del cemento. Puede ser un molesto irritante —hizo una pausa—. Hay un montón de toallas y otros productos de aseo en las bolsas de la compra que hay al lado de la puerta.
Luego se dirigió a Lara y Akira.
—Puesto que no habéis podido llevar equipaje como los demás, os he comprado un surtido de sudaderas, camisetas, pantalones de chándal y cosas de ésas. Espero que os vayan bien. Están en el coche.
Señaló hacia el camión aún cargado con condensadores gigantescos. Cada uno tenía dos electrodos que sobresalían por la parte de arriba, apoyados por aislantes de cerámica blanca almenada que parecían orejas de alguna criatura extraña de dibujos animados.
Akira y Lara fueron hasta la camioneta mientras los demás se dispersaban, lentamente, hacia las tiendas y la ducha. Caminaron en silencio, uno junto al otro, sólo separados por la fatiga y el pudor.
—Estoy totalmente destrozada —dijo Lara mientras se limpiaba el polvo de la cara.
—Pues sí —Sugawara asintió con la cabeza—. Nos hará bien dormir. Estoy tan cansado que todo me parece demasiado brillante.
De pronto, las luces del techo se apagaron una tras otra y sólo quedó una hilera de fluorescentes que todavía alumbraban el rincón más alejado, donde estaban las tiendas.
—¡Bien, han parecido demasiado brillantes sólo un momento! —la risa fácil de Akira hizo sonreír a Lara.
Ella se acercó a él y estrechó su mano. Él respondió con un cálido y confortable apretón que le pareció a Lara mucho más confortable que cualquiera que le hubiesen dado jamás.
Con timidez, miró rápidamente encima de su hombro y se sintió aliviada al ver que todos ya estaban en su tienda o en la ducha. Todos excepto John LaPorta, que había sacado la tela de plástico con la que había protegido su ordenador del polvo de cemento y estaba allí sentado, absorto en lo que fuese que aparecía en su pantalla.
—¿Cómo está tu hombro?
—Es como una especie de dolor sordo que siempre está ahí, como un dolor de cabeza que no quiere desaparecer —se encogió de hombros—. Molesta pero no mucho.
—Mmmm…; Bien.
Cuando llegaron al camión, Sugawara subió y bajó las bolsas de la compra. Le dio a Lara la que llevaba su nombre y regresaron hacia las tiendas.
—¿Quieres compartir una tienda? —ofreció Sugawara.
—Mmm…, pero no esta noche. No sé cómo estás tú, pero no me veo capaz de soportar las miraditas y los guiños que nos lanzarían.
Sugawara asintió con la cabeza.
—Pues sí, tienes razón. Hizo una pausa mientras se acercaban a las tiendas —pero pensé que debía preguntarlo.
—Eres muy amable. Es mejor que nos concentremos en nuestra misión. Si tenemos éxito, entonces veremos qué pasa.
—¡Pero sí lo tendremos! —la voz de Sugawara era de incredulidad. Se detuvo—. Por supuesto que tendremos éxito. Lo conseguiremos.
Lara siguió andando y vieron que cada tienda tenía trozos de papel pegados con sus nombres. Miraron en cada tienda y localizaron la suya.
—Me gustaría tener la misma fe que tú tienes. Suelo ver las cosas de forma distinta después de haber dormido un poco —dijo ella cuando llegó a su tienda.
Lo miró allí, de pie. Aquel hombre guapo y valiente que se movía con tal gracia natural que, a pesar de su herida, parecía un muchacho desconcertado conmovió su corazón.
—Buenas noches —dijo y le lanzó un beso.
La mañana amaneció eléctrica.
Lo primero que llegó a Lara a través de la oscuridad del sueño y los alcanzó, como el sol después de la niebla, fue el ruido de los chasquidos y crujidos del alto voltaje. En los espacios entre las descargas eléctricas llegó el zumbido de un pequeño motor. Se dio la vuelta y miró el reloj. Eran las 6:17 de la mañana.