—Glenn —dije y se giró de golpe, casi resbalándose del váter.
—¡Por Dios bendito! —maldijo, echándome una mirada de enfado antes de volver a mirar por la ventana—. ¿Qué haces aquí?
—Buenos días a ti también —dije educadamente, deseando darle una bofetada y preguntarle por qué no me había defendido el día anterior para que pudiese seguir trabajando. El servicio apestaba a cloro y no tenía ninguna división; al menos el servicio de señoras tenía compartimentos.
Su cuello se puso tenso y le reconocí el mérito por no apartar la vista de Trent ni un instante.
—Rachel —me advirtió—, vete a casa. No sé cómo has averiguado que el señor Kalamack estaba aquí, pero si te acercas a él, te entregaré yo mismo a la SI.
—Oye, lo siento —dije—. Cometí un error. Debí quedarme quieta hasta que me dijeses que podía entrar en el escenario del crimen, pero Trent me ha pedido que nos reunamos aquí, así que puedes irte al cuerno.
Glenn bajó los prismáticos y me miró con la expresión desencajada.
—Palabra de honor —le dije levantando la mano sarcásticamente.
Su mirada se quedó perdida, pensativamente.
—Ya no es tu misión, sal de aquí antes de que te mande arrestar.
—Al menos podrían haberme dejado asistir al interrogatorio de Trent en la AFI ayer —le dije dando un paso hacia delante agresivamente—. ¿Por qué les has dejado echarme? ¡Era mi misión!
Apoyó la mano sobre su transmisor en la cadera, junto a su arma. Sus ojos marrones tenían una expresión de enfado por un incidente del pasado que no tenía nada que ver conmigo.
—Estabas echando a perder el caso que estaba instruyendo contra él. Te dije que no entrases y no me hiciste caso.
—Te he dicho que lo siento. Y no tendrías ningún caso si no llega a ser por mí —le recriminé. Frustrada me puse una mano en la cadera y levanté la otra con un gesto de rabia que detuve en seco cuando entró alguien. Era un hombre de aspecto desaliñado con un abrigo desaliñado. Se detuvo unos segundos y miró a Glenn de arriba abajo y a su caro traje negro, de pie sobre el váter y luego a mí con mis pantalones y mi chaqueta de cuero.
—Eh, volveré luego —dijo y salió apresuradamente.
Me volví hacia Glenn y tuve que inclinar la cabeza en un ángulo extraño para mirarlo a la cara.
—Ya no puedo seguir trabajando para la AFI gracias a ti. Te informo de mi reunión con Trent por cortesía de un profesional a otro, así que mantente al margen y no te entrometas.
—Rachel…
Entorné los ojos.
—No juegues conmigo, Glenn. Ha sido Trent quien me ha llamado.
Las finas arrugas alrededor de sus ojos se hicieron más profundas. Podía ver cómo sus pensamientos pugnaban entre ellos. No tenía por qué haberme molestado en contarle nada, salvo porque probablemente habría llamado a todo el mundo desde a su padre hasta a los artificieros al verme acercarme a Trent.
—¿Te ha quedado claro? —le pregunté beligerantemente y se bajó del váter.
—Si descubro que me has mentido…
—Sí, sí, sí —dije girándome para marcharme.
Glenn alargó la mano para tocarme. Noté que su mano se acercaba y me aparté rápidamente, dándome la vuelta. Moví la cabeza en un gesto de advertencia. Sus ojos estaban abiertos como platos por lo rápido que me había movido.
—Creo que no lo entiendes, ¿verdad? —dije—. No soy humana. Este es un asunto inframundano que te viene demasiado grande. —Le dejé ese pensamiento para que no durmiese por las noches y me marché caminando despacio hacia la calle soleada, confiando en que me vigilase sin entrometerse.
Caminé balanceando los brazos en un intento por diluir el resto de la adrenalina. Noté una especie de picor al sentir los ojos de Jonathan clavados en mí. Lo ignoré e intenté detenerme donde Quen se había ocultado al girar hacia el puente de cemento. Al otro lado de los estanques gemelos estaba Trent, sentado sobre su manta. Seguía con el libro entre las manos, pero sabía que yo estaba allí. Me iba a hacer esperar, cosa que no me importaba nada. No estaba lista para encontrarme con él todavía.
En las profundas sombras bajo el puente corría una ancha lengua de aguas rápidas que conectaba ambos estanques. Puse un pie en el puente y un remolino morado entre la corriente se estremeció.
—Hola, holita —dije deteniéndome justo antes de la mitad del puente. Sí, sonaba ridículo, pero era el saludo tradicional de los troles. Si tenía suerte, Sharps seguiría siendo el dueño del puente.
—Hola, holita —contestó el oscuro remolino de agua, elevándose con una serie de ondas hasta dibujar una cara arrugada y empapada. En su rostro azulado crecían algas y tenía las uñas blancas por el mortero que arañaba de la base del puente para complementar su dieta.
—Sharps —dije sinceramente encantada al reconocerlo por su ojo blanco consecuencia de una antigua pelea—, ¿cómo van esas corrientes de agua?
—Agente Morgan —dijo con tono cansado—, ¿no podría esperar hasta el anochecer? Le prometo que me iré esta noche, pero ahora el sol brilla demasiado.
Le sonreí.
—Llámame Rachel, dejé la SI y por mí no te muevas de donde estás.
—¿Ah, sí? —El remolino de agua se hundió hasta que solo sobresalía la boca y su ojo bueno—. Me alegro. Es una buena chica, no como el hechicero que tienen ahora que viene a mediodía con porras eléctricas y campanas.
Hice un gesto de lástima. Los troles tenían una piel extremadamente sensible que los obligaba a ocultarse del sol la mayor parte del tiempo. Solían destruir cualquier puente bajo el que se instalaban, por lo que la SI continuamente los echaba, pero era una batalla perdida. En cuanto uno se iba, otro ocupaba su lugar y entonces surgían peleas cuando el trol anterior quería recuperar su hogar.
—Oye, Sharps —dije—, quizá podrías ayudarme.
—Cualquier cosa que esté en mi mano. —Un bracito morado surgió del agua para coger un granito de mortero de debajo del puente.
Miré a Trent y advertí que estaba levantándose para acercarse a mí.
—¿Ha estado alguien merodeando por tu puente esta mañana? ¿Alguien que pudiese haber dejado algún hechizo o encantamiento?
El remolino de agua aceitosa se trasladó al otro lado del puente, hacia una zona entre sol y sombra donde lo perdí de vista.
—Seis niños estuvieron tirando piedras desde el puente, un perro se meó en un pilar, tres humanos adultos, dos paseantes, un hombre lobo y cinco brujos. Antes del amanecer vinieron dos vampiros. Alguien recibió un mordisco. Olí la sangre que cayó en la esquina sudoeste.
Miré sin ver nada.
—Pero nadie dejó nada, ¿no?
—Solo la sangre —susurró sonando como las burbujas contra las rocas.
Trent se había levantado y se estaba sacudiendo los pantalones. Se me aceleró el pulso y me coloqué bien la camisa debajo de la chaqueta.
—Gracias, Sharps. Vigilaré tu puente si quieres ir a nadar un poco.
—¿De verdad? —dijo con tono de incredulidad y esperanzado—. ¿Haría eso por mí, agente Morgan? Es una mujer estupenda. —La mancha de agua morada vaciló—. ¿No dejará que nadie se quede con mi puente?
—No. Puede que me tenga que marchar apresuradamente, pero me quedaré tanto como pueda.
—Una mujer estupenda —repitió el trol. Me incliné hacia delante para observar un sorprendentemente largo lazo morado deslizarse bajo el puente y fluir entre las rocas, hacia el estanque de aguas más profundas en la parte baja. Trent y yo tendríamos más que suficiente privacidad, pero sabía que el instinto territorial de los trol era tan fuerte que Sharps no me quitaría ojo de encima. Me sentí injustificadamente segura teniendo a Glenn a un lado desde los servicios de caballeros y a Sharps en el agua por el otro.
Di la espalda al sol y a los ojos de Glenn y me apoyé contra la barandilla del puente para ver a Trent acercarse por la hierba hasta mí. Sobre la manta dejó colocados artísticamente dos vasos de vino, una botella metida en hielo y un cuenco de fresas fuera de temporada que hacían pensar que estuviésemos en junio y no en septiembre. Caminaba con paso premeditado y seguro en la superficie, pero notaba que en el fondo estaba cargado de nerviosismo, dejando entrever lo joven que era en realidad. Se había cubierto su pelo rubio con un sombrero ligero contra el sol para proporcionar sombra a su cara. Era la primera vez que lo veía con otra cosa que no fuese un traje de hombre de negocios y ahora resultaría fácil olvidar que era un asesino y un capo de los fármacos ilegales. Su confianza labrada en las salas de juntas seguía ahí, pero su delgada cintura, sus anchos hombros y suave rostro le hacían parecer más bien un joven papá especialmente en forma.
Su atuendo informal acentuaba su juventud en lugar de ocultarla, como hacían sus trajes de Armani. Bajo los puños de su bonita camisa asomaban unos pelillos rubios y por un momento pensé que probablemente fuesen tan suaves y finos como el claro cabello que el viento movía sobre sus orejas. Arrugaba sus ojos verdes al acercarse. Entornaba los ojos por efecto del reflejo del sol o por preocupación. Yo diría que por lo segundo, ya que traía las manos a la espalda para que no pudiese estrecharle la mano.
Trent caminó con paso más lento al poner el pie sobre el puente. Sus expresivas cejas estaban oblicuas y me recordó su expresión de miedo cuando Algaliarept se convirtió en mí. Había solo una razón por la cual el demonio podría haber hecho eso: Trent me tenía miedo, bien por creer erróneamente que yo había enviado a Algaliarept para atacarle, o por haber logrado colarme en su oficina tres veces en tres semanas, o porque sabía qué era.
—Por nada de eso —dijo haciendo rechinar los zapatos al detenerse. Una sensación de frío me invadió.
—¿Cómo has dicho? —tartamudeé, irguiéndome y apartándome de la barandilla.
—No me das miedo.
Me quedé mirándolo fijamente mientras su voz se fundía con el murmullo del agua que nos rodeaba.
—Ni tampoco puedo leerte la mente, solo interpreto tu rostro.
Empecé a respirar con un suave jadeo y cerré la boca. ¿Cómo podía haber perdido el control tan rápido?
—Ya veo que te has encargado del trol —dijo.
—Y del detective Glenn también —dije asegurándome de que no se me había escapado ningún rizo de la trenza—. No nos molestará a menos que hagas algo estúpido.
Su mirada se tensó ante el insulto. No se movió, manteniendo un metro y medio entre nosotros.
—¿Dónde está tu pixie? —me preguntó.
Me puse derecha, irritada ante su comentario.
—Se llama Jenks y está en otro sitio. No sabe que estoy aquí y preferiría dejarlo así porque es un bocazas.
Trent se relajó visiblemente. Se colocó frente a mí al otro lado del estrecho puente. Me había costado mucho esquivar a Jenks esta tarde hasta que finalmente intervino Ivy para llevárselo a una misión inexistente. En realidad creo que iba a por dónuts.
Sharps estaba jugando con los patos. Tiraba de ellos para dejarlos subir de nuevo a la superficie y ver cómo se iban volando y graznando. Trent apartó la vista del trol, se apoyó en la barandilla y cruzó los tobillos, imitando mi postura a la perfección. Éramos dos personas que se habían encontrado por casualidad y que compartían unas palabras bajo el sol de la tarde. Sí, claaaaaro.
—Si llega a saberse —dijo posando la vista en los distantes servicios a mis espaldas—, haré públicos los informes sobre el campamento de mi padre. Tú y todos los demás mocosos seréis localizados y tratados como leprosos. Eso si no os incineran directamente por miedo a que algo mute y dé origen a otra Revelación.
Se me quedaron las rodillas flojas y sin fuerzas. Yo tenía razón. El padre de Trent me había hecho algo, había curado lo que fuese que no me funcionaba bien. Y la amenaza de Trent no era banal. En el mejor de los casos supondría un viaje sin retorno a la Antártida. Recorrí el interior de mi boca con la lengua buscando algo de saliva para tragar.
—¿Cómo lo has sabido? —le pregunté, pensando que mi secreto era más mortífero que el suyo.
Con los ojos clavados en mí, se subió la manga de la camisa para mostrar un atractivo brazo musculoso. Tenía el vello rubio por el sol y su piel estaba bien bronceada. Una cicatriz afeaba su tersa piel. Levanté los ojos hasta cruzarme con los suyos viendo en ellos un viejo rencor.
—¿Eras tú? —tartamudeé—. ¿Fuiste tú a quien arrojé contra un árbol?
Con movimientos cortos y abruptos, volvió a bajarse la manga para ocultar la cicatriz.
—Nunca te perdoné que me hicieras llorar delante de mi padre.
En sus ojos vi una cólera encendida de rescoldos que creía apagados hace mucho tiempo.
—Fue culpa tuya. ¡Te dije que dejases de molestarla! —exclamé sin importarme que mi voz se elevase por encima del rumor del agua—. Jasmin estaba enferma. Lloró hasta quedarse dormida durante tres semanas por tu culpa.
Trent se irguió con un movimiento brusco.
—¿Recuerdas su nombre? —exclamó—. Anótalo, ¡rápido!
Me quedé mirándolo con expresión incrédula.
—¿Por qué te importa ahora su nombre? Ya lo estaba pasando bastante mal sin que tú te metieses con ella.
—¡Su nombre! —dijo Trent palpándose los bolsillos hasta encontrar un bolígrafo—. ¿Cómo se llamaba?
Lo miré con el ceño fruncido y me recogí un rizo detrás de la oreja.
—No voy a decírtelo —dije, avergonzada por haber vuelto a olvidarlo.
Trent apretó los labios y guardó el bolígrafo.
—Lo has olvidado ya, ¿verdad?
—De todas formas, ¿por qué te importa? Lo único que hiciste fue fastidiarla.
Parecía enfadado y se caló el sombrero más sobre los ojos.
—Yo tenía catorce años, unos difíciles catorce años, señorita Morgan. La molestaba porque me gustaba. La próxima vez que recuerdes su nombre, te agradecería que me lo anotases y me lo hicieses llegar. Ponían bloqueadores de la memoria a largo plazo en el agua del campamento y me gustaría saber si…
Su voz se detuvo y aprecié una emoción cruzar sus ojos. Me estaba especializando en interpretarlos.
—Quieres saber si sobrevivió —acabé la frase por él y supe que había acertado cuando miró hacia otro lado—. ¿Por qué estabas tú allí? —pregunté casi temiéndome que me lo contase.
—Mi padre era el dueño del campamento. ¿En qué otro sitio iba a pasar los veranos?
La cadencia de su voz y la ligera tensión en su frente me indicaban que había algo más. Un estremecimiento de satisfacción me alentó. Había descubierto su gesto revelador de cuando mentía. Ahora solo debía averiguar cuál era cuando decía la verdad y ya nunca podría volver a engañarme.