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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (46 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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No me sorprendía que citase a Sherlock Holmes. La neurosis y la naturaleza hosca del detective de ficción encajaban bien con la personalidad de Ivy.

—Bueno, si quieres contemplar también lo improbable —musité—, puedes añadir a los demonios a las posibilidades.

—¿Demonios? —dijo Ivy deteniendo su tamborileo.

Negué con la cabeza fastidiada.

—Trent no es un demonio. Solo lo he dicho porque los demonios vienen de siempre jamás y también pueden manipular las líneas luminosas.

—Se me había olvidado eso —dijo en voz muy baja y el suave susurro me provocó un escalofrío por la columna vertebral. Pero estaba abstraída en sus pensamientos y no tenía ni idea de lo espeluznante que se estaba poniendo—. Que las brujas y los demonios estabais relacionados, quiero decir. —Eso me ofendió y solté un resoplido. Ivy se encogió de hombros—. Lo siento, no sabía que ese era un tema sensible.

—No lo es —dije en tensión, aunque sí que lo fuese. Había habido una oleada de controversia hacía más o menos una década cuando una humana metió las narices en la genealogía de los inframundanos y consiguió los pocos mapas genéticos que habían sobrevivido a la Revelación. Su teoría era que, como los brujos podían manipular las líneas luminosas, nuestro origen estaba en siempre jamás, junto con el de los demonios. Los brujos no están emparentados con los demonios, pero para vergüenza nuestra, la ciencia nos obligó a admitir en público que habíamos evolucionado en paralelo en siempre jamás. Encontró financiación para ese desagradable chismorreo y la mujer fue entonces más allá de su teoría original, usando las tasas de mutación del ARN para datar exactamente el momento de nuestra migración en masa hacia este lado de las líneas luminosas hacía unos cinco mil años. La mitología de los brujos afirmaba que el alzamiento de los brujos había forzado la migración, dejando a los elfos luchando en una guerra perdida ya que estos eran incapaces de abandonar sus amados campos y bosques para que fuesen despojados de sus recursos naturales y contaminados. Parecía una teoría viable y para cuando los elfos se rindieron y siguieron su ejemplo hacía apenas dos mil años, ya habían perdido toda su historia.

El hecho de que los humanos desarrollasen la capacidad de realizar magia de líneas luminosas en esa época se atribuyó a la costumbre de los elfos de usar su magia para mezclarse con los humanos y evitar la extinción que habían comenzado los demonios y que terminó por ellos la Revelación.

Pensé en Nick y me hundí. Menos mal que los brujos eran tan diferentes de los humanos que ni siquiera la magia podía salvar las distancias. ¿Quién sabe qué podría hacer un ignorante híbrido entre brujo y humano con capacidad para usar las líneas luminosas? Ya era baslante malo que los elfos hubiesen metido a los humanos en la familia de la magia de líneas luminosas. La destreza de los elfos para la magia de líneas luminosas había pasado al genoma humano como si fuese propia, eso bastaba para dejarte sorprendido.

¿
Elfos
?, pensé de repente quedándome helada. La respuesta había estado frente a mis narices todo el tiempo.

—Ay, Dios mío —susurré.

Ivy levantó la cabeza y dejó de mover las piernas al ver mi expresión.

—¡Es un elfo! —susurré y la emoción por el descubrimiento me salía a borbotones acelerándome el pulso—. No se extinguieron tras la Revelación. Es un elfo. ¡Trent es un puñetero elfo!

—Eh, espera un momento —me advirtió Ivy—. Han desaparecido y si alguno estuviese vivo, Jenks lo sabría. Lo habría olido.

Negué con la cabeza a la vez que me acercaba al pasillo en busca de cotillas alados.

—No si los elfos se escondieron durante toda una generación de pixies y hadas. La Revelación casi acabó con ellos y no creo que a los supervivientes les costase mucho ocultarse hasta que el último pixie o hada que sabía a qué olían muriese. Solo viven unos veinte años, más o menos, me refiero a los pixies. —Mis palabras se atropellaban entre sí, aceleradas por salir—. Y ya sabes que a Trent no les gustan ni los pixies ni las hadas. Es casi una fobia, ¡todo encaja! ¡No me lo puedo creer! ¡Lo hemos descubierto!

—Rachel —dijo Ivy con tono paternalista revolviéndose sobre la encimera—, no seas estúpida. No es un elfo.

Me crucé de brazos y apreté los labios en un gesto de frustración.

—Duerme hasta mediodía y a medianoche —dije— y está más activo al amanecer y al anochecer, igual que los elfos. Posee unos reflejos casi de vampiro. Le gusta la soledad, pero es muy bueno manipulando a la gente. Dios mío, Ivy, ¡ese hombre intentó darme caza a lomos de un caballo bajo la luna llena como si fuese una presa! —Gesticulaba con los brazos al hablar—. Tú has visto sus jardines y ese bosque artificial que tiene. ¡Es un elfo! Y también lo son Quen y Jonathan.

Ivy negó con la cabeza.

—Murieron, todos. Y ¿de qué les serviría dejar que todo el mundo, incluidos los inframundanos, piense que han desaparecido cuando no lo han hecho? Ya sabes el dineral que se dedica a las especies en peligro de extinción, especialmente si son inteligentes.

—No lo sé —dije exasperada por su incredulidad—. A los humanos nunca les gustó su costumbre de robar niños para sustituirlos por los suyos con malformaciones. Eso bastaría para que yo mantuviese la boca cerrada y la cabeza gacha hasta que todo el mundo pensase que estaba muerta.

Ivy emitió un sonido gutural de incredulidad, pero notaba que sus dudas empezaban a flaquear.

—Sabe manipular las líneas luminosas —insistí—, tú misma lo has dicho. Si eliminamos lo imposible, lo que nos queda, por muy improbable que sea, es la verdad. No es ni humano ni brujo. —Cerré los ojos y recordé haber mordido a ambos, a Jonathan y a Trent cuando era un visón e intentaba escapar—. No puede ser. Su sangre sabía a canela y a vino.

—Es un elfo —dijo Ivy con un tono sorprendentemente monótono. Abrí los ojos y vi su cara iluminada—. ¿Por qué no me habías dicho antes que sabía a canela? —dijo deslizándose del mostrador sin hacer ruido al tocar el suelo con sus botines negros.

El instinto de conservación me hizo dar un paso atrás antes de que se diese cuenta de que me había movido.

—Creía que podría ser por las drogas que me dio para atontarme —dije. No me hacía gracia que la mención de la sangre la hubiese puesto en movimiento. El marrón de sus ojos se hacía cada vez más pequeño en oposición a sus pupilas dilatadas. Estaba segura de que era por haber descubierto la ascendencia de Trent y no por tenerme en su cocina, con el corazón palpitando desbocado y las palmas de las manos sudorosas. Pero aun así… no me gustaba.

La cabeza me daba vueltas y le dediqué una mirada de advertencia a la vez que interponía la isla central entre ambas. Muy bien, ahora sabía el secreto de Trent. Si se lo decía eso me aseguraría sin duda una reunión con él, pero ¿cómo se le dice a un asesino en serie que sabes su secreto sin acabar muerta?

—No vas a decirle que lo sabes —dijo Ivy echándome una mirada compungida antes de apoyarse contra el mostrador en una descarada demostración de que sabía mantener las distancias.

—Tengo que hablar con Trent. Él hablará conmigo si le menciono esto. No me pasará nada, todavía tengo algo para chantajearlo.

—Edden te lanzará a la cara un pleito por acoso si te atreves tan siquiera a llamarlo —me advirtió Ivy.

Mis ojos se posaron en la bolsa de galletas con su pequeño dibujo de un roble y un cartel de madera. Me moví lentamente y me acerqué el paquete para sacar una figura con todos sus miembros intactos. Los ojos de Ivy se fijaron en el celofán y luego se elevaron hasta mí. Casi pude ver sus pensamientos coincidir con los míos. Me dedicó una de sus escasas sonrisas sinceras, dejando entrever solo un ínfimo brillo de sus dientes al mismo tiempo que una mirada maliciosa, aunque casi tímida, le devolvió la vida a sus ojos.

Me recorrió un escalofrío que me tensó las entrañas.

—Creo que ya sé cómo atraer su atención —dije dándole un mordisco a la cabeza de la galleta cubierta de chocolate y limpiándome las migas de los labios. Pero en el fondo de mi mente un nuevo interrogante empezó a preocuparme, despertado por la constante preocupación de Nick. ¿La emoción que sentía era por la anticipación ante una futura conversación con Trent… o era por esa breve visión de sus dientes blancos?

23.

El clamor del motor diésel del autobús me resultó odioso cuando arrancó de nuevo e intentó ganar velocidad en la cuesta arriba. Me quedé en la acera llena de malas hierbas esperando a que pasase antes de cruzar la calle. El suave rugido de los coches hacía de sonido de fondo reconfortante para el sonido de pájaros, insectos y el ocasional graznido de un pato. Me giré al notar que alguien me miraba.

Era un hombre lobo con el pelo negro hasta los hombros y un cuerpo trabajado que dejaba traslucir que corría tanto sobre dos piernas como a cuatro patas. Desvió su atención de mí hacia el parque y se hundió un poco más en el árbol contra el que se apoyaba, mientras se ajustaba su gastada chaqueta de piel. Se me alteró el paso al reconocerlo de la universidad, pero apartó la mirada y se caló el sombrero hasta los ojos, ignorándome. Quería algo, pero era obvio que sabía que estaba ocupada y no parecía importarle esperar.

Los solitarios eran así, y a juzgar por su aspecto seguro de sí mismo y reservado me imaginé que eso es lo que era. Probablemente tenía una misión para mí y no quería llamar a mi puerta. Se sentiría más cómodo esperando a abordarme en un momento menos ocupado. Ya me había pasado antes. Los lobos solían pensar que las personas que vivían en suelo consagrado eran misteriosas y esotéricas.

Aprecié su profesionalidad y avancé en dirección opuesta al autobús, notando el sol de mediodía cálido sobre los hombros. Me gustaba Eden Park, especialmente esta esquina poco frecuentada. Nick trabajaba en el museo de arte al final de la calle, limpiando las piezas expuestas, y ocasionalmente quedábamos para tomar mi almuerzo y su cena al aire libre, con vistas a Cincinnati. Pero mi lugar favorito era el extremo orientado hacia el otro lado, con vistas al río y a los Hollows.

Mi padre me traía aquí los sábados por la mañana para comer dónuts y echar las migas a los patos. Me entristecí al recordar una ocasión en la que me trajo después de una de sus pocas discusiones con mi madre. Era de noche y contemplamos las luces tintineantes de los Hollows al otro lado del río. El mundo parecía seguir girando a nuestro alrededor mientras que nosotros estábamos atrapados en una burbuja de tiempo, suspendida en el borde del presente, negándose a caer para dejar paso a la siguiente. Suspiré y me encogí más en mi chaqueta corta de piel y me fijé en donde iba pisando.

La noche anterior le había enviado una bolsa de galletas a Trent por mensajería especial con una tarjeta que simplemente decía: «Lo sé». El papel de celofán y las galletas estaban cuajados de una insultante mezcla de propaganda élfica y de magia que ni los más enardecidos tiempos posteriores a la Revelación pudieron erradicar. Como era de esperar, me despertó el teléfono esa misma mañana. Luego volvió a sonar cuando el contestador colgó. Y otra vez, y otra y otra más. Las ocho de la mañana era una hora indecente para una bruja. Solo había dormido cuatro horas, pero Jenks no podía contestar al teléfono y despertar a Ivy no era una buena idea. El mensaje decía que Trent me invitaba a su jardín para tomar el té. Ni hablar. Le dije a Jonathan que me reuniría con Trent en Eden Park a las cuatro, en el puente de Twin Lake. Era un nombre demasiado pomposo para un puente peatonal de hormigón, pero conocía al trol que vivía debajo y pensaba que podría recurrir a él si fuese necesario. El sonido del agua cayendo por los rápidos artificiales distorsionaría cualquier hechizo para escucharnos. Y lo que era aun mejor, con el fútbol del domingo, el parque estaría casi desierto, proporcionándonos la privacidad necesaria para hablar, pero con la gente suficiente como para descartar cualquier acción estúpida que Trent pudiese estar tentado de realizar, como matarme directamente.

Levanté la vista al pasar por delante del coche camuflado de Glenn, aparcado en la acera. Probablemente lo habían asignado para tener a Trent vigilado. Bien, eso significaba que no tendría que reducir a quienquiera que Edden hubiese asignado para seguir a Trent para que pudiésemos hablar sin interrupciones.

Le había dejado claro que no llevaría ningún amuleto encima, aparte de mi anillo para el meñique. Tampoco un gran bolso. Solo llevaba mi poco usado carné de conducir y mi bonobús. La razón para tan escasos efectos personales era doble; no solo podría correr más rápido si Trent intentaba hacerme algo, sino que no le daría la oportunidad de acusarme de colarle ningún amuleto.

Me empezaban a doler las pantorrillas por el paso rápido. Recorrí con la vista el gran parque y lo encontré tan vacío de gente como esperaba. Me había pasado de la primera parada para echar un buen vistazo antes de bajarme; por no mencionar que era imposible hacer una entrada elegante bajándose del autobús, incluso a pesar de vestir pantalones de cuero con chaqueta a juego y top de cuello halter rojo.

Caminé más despacio y contemplé el estanque de agua, verde por el sulfato de cobre y la frondosa hierba. Los árboles estaban moteados de color al no estar todavía afectados por las heladas. La manta roja de Trent destacaba como una pincelada de color sobre el suelo. Estaba solo y hacía ver que leía. Me pregunté dónde estaría Glenn. Si no estaba entre los pocos árboles grandes o en los diminutos apartamentos al otro lado de la calle, probablemente se escondería en los servicios.

Caminé balanceando los brazos y saludé a Jonathan al otro lado del parque, de pie junto a la limusina Gray Ghost a pleno sol. Obviamente disgustado, levantó la muñeca y habló hacia su reloj. Se me hizo un nudo en el estómago al imaginar que Quen me estaría observando desde los árboles. Me impuse un paso sosegado y entré en los servicios públicos sin hacer ruido con mis botas de vampiresa.

Para ser unos servicios públicos eran elegantes y recordaban otros tiempos más lujosos. La hiedra cubría la piedra de la fachada y el tejado de madera. Las persianas y puertas metálicas se prestaban tanto a la permanencia de la estructura como las plantas que la ahogaban. Como esperaba, encontré a Glenn dentro del servicio de caballeros. Estaba de pie sobre el váter, dándome la espalda y observando con unos prismáticos a Trent a través de la ventana rota.

Tenía el puente en su campo de visión y me sentí mejor sabiendo que me estaría vigilando.

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