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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (21 page)

—Cuando salga. No hay prisa. La señorita Morgan y yo estaremos aquí varias horas.

—Sí, señor —respondió ella volviendo a su trabajo.

¿Horas?, pensé. Y no me gustó que no me dejase hablar con Rose. Quería averiguar cuál era su código de vestimenta. La AFI tampoco podía tener tanta información ya que era la SI la que tenía la jurisdicción inicial de los crímenes.

—Mi despacho está por aquí —dijo Glenn señalando hacia el bloque de despachos con paredes y puertas que rodeaban el espacio central dividido en cubículos. Los pocos empleados que había en sus mesas levantaron la vista de sus papeles mientras Glenn prácticamente me empujaba hacia delante. Me estaba dando la impresión de que no quería que nadie supiese que yo estaba allí.

—Qué bonito —dije sarcásticamente cuando me hizo pasar a su despacho. La habitación color blanco hueso estaba casi desierta y la suciedad era patente en las esquinas. Un monitor nuevo de ordenador reposaba en el escritorio casi vacío. Tenía unos altavoces antiguos y una silla fea detrás del escritorio. Me pregunté si habría alguna silla decente en todo el edificio. El escritorio estaba laminado en blanco, pero la mugre incrustada desde hacía años lo hacía parecer casi gris. No había nada en la papelera de alambre junto a él.

—Cuidado con los cables del teléfono —dijo Glenn pasando junto a mí para dejar caer su bolsa con la rata en el archivador. Se quitó la chaqueta y cuidadosamente la colocó en una percha de madera que luego colgó de un perchero de pie. Observando la fea habitación me pregunté cómo sería su apartamento.

Los dos cables del teléfono salían de una roseta de detrás de una alargada mesa y recorrían el suelo hasta su escritorio. Tener los cables así colgando tenía que ir en contra de las normas de seguridad laboral, pero si a él no le importaba que alguien tirase su teléfono de su escritorio al tropezar con ellos, ¿por qué iba a preocuparme a mí?

—¿Por qué no pones el escritorio aquí? —le pregunté señalando a la mesa cubierta de papeles que estaba en el emplazamiento lógico del escritorio.

Glenn estaba encorvado sobre el teclado y levantó la vista.

—Porque entonces le daría la espalda a la puerta y no vería la planta central.

—Oh.

No había ningún adorno de ningún tipo, nada que fuese remotamente personal. La única repisa contenía solo carpetas rebosantes de papeles. No parecía que llevase allí mucho tiempo. Había huellas rectangulares más claras en las paredes donde antes colgaban cuadros. Lo único que había ahora en las paredes, aparte de su título de detective, era un polvoriento tablón de anuncios que colgaba justo encima de la mesa alargada con cientos de notas adhesivas pinchadas. Estaban descoloridas y rizadas y contenían mensajes crípticos que probablemente solo Glenn podría descifrar.

—¿Qué son todas esas notas? —pregunté mientras él comprobaba que las persianas de la ventana que daba al resto de la oficina estaban cerradas.

—Anotaciones de un antiguo caso en el que estoy trabajando. —Tenía un tono de preocupación en la voz. Regresó a su teclado y escribió una línea de letras—. ¿Por qué no te sientas?

Me quedé de pie en medio del despacho, mirándolo fijamente.

—¿Dónde? —le pregunté finalmente.

Glenn levantó la vista y se puso rojo al darse cuenta de que estaba sobre la única silla.

—Vuelvo enseguida. —Rodeó el escritorio y se detuvo torpemente frente a mí hasta que me quité de su camino. Tras esquivarme, salió del despacho.

Pensando que su despacho era lo peor de la inhóspita burocracia de la AFI que hubiese visto hasta el momento, me quité el sombrero y la chaqueta para colgarlos en el gancho que había detrás de la puerta. Aburrida, me acerqué hasta el escritorio. Una pantalla de bienvenida con un mensaje parpadeante esperaba una respuesta. Un traqueteo precedió a Glenn, que llegaba empujando una silla giratoria de ruedas hacia su despacho. Me dedicó una mirada de disculpa y la colocó junto a la suya. Dejé el bolso sobre el vacío escritorio y me senté junto a él, inclinándome para ver mejor. Lo observé escribir las tres contraseñas: «delfín», «tulipán» y «Mónica». ¿Una antigua novia?, me pregunté. Aparecían como asteriscos en la pantalla, pero como escribía con dos dedos no era muy difícil seguirlo.

—Muy bien —dijo acercándose una libreta con una lista de nombres y números de identificaciones. Miré el primero y luego de nuevo a la pantalla. Con una dolorosa lentitud frunció el ceño y empezó a teclearlos. Pulsación. Pausa. Pulsación, pausa.

—Oh, por favor, dame eso —dije tirando del teclado. Pulsando las teclas con ritmo alegre introduje el primero y luego cogí el ratón y pulsé el botón de «Todos» para que el único límite de la búsqueda fuesen las entradas de los últimos doce meses.

Una pregunta apareció en la pantalla y titubeé.

—¿Qué impresora? —pregunté.

Glenn no dijo nada y me giré para verlo recostado en el respaldo de la silla con los brazos cruzados.

—Apuesto a que también le quitas el mando a tu novio —dijo volviendo a tirar de teclado hacia sí y recuperando el ratón.

—Claro, es mi tele —dije acaloradamente—. Perdona. —Bueno, en realidad era la tele de Ivy. La mía se perdió en un gran baño de agua salada. Lo cual no estaba del todo mal, porque habría parecido de juguete al lado de la de Ivy.

Glenn emitió un ruidito desde el fondo de su garganta. Lentamente tecleó el siguiente nombre, comprobándolo en la lista antes de pasar al siguiente. Esperé impacientemente. Mis ojos se posaron en la arrugada bolsa en el archivador. Un absurdo deseo de sacar la rata me invadió. Por eso dijo que estaríamos aquí durante horas. Sería más rápido recortar las letras y pegarlas en un papel.

—Esa no es la misma impresora —dije advirtiendo que la había cambiado.

—No sabía que querías verlos todos —dijo con voz preocupada mientras elegía las letras del teclado—. Estoy enviando el resto a la impresora del sótano. —Lentamente tecleó la última fila de números y pulsó «enter»—. No quiero quejas por ocupar tanto tiempo la impresora de esta planta —añadió.

Me esforcé por ocultar una sonrisita. ¿No quería quejas? ¿Cuántos documentos podrían ser?

Glenn se levantó y levanté la vista.

—Voy a recogerlo. Quédate aquí hasta que vuelva.

Asentí y él se marchó. Girando mi silla de lado a lado esperé mientras oía las charlas de fondo. Sonreí. No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos la camaradería de mis colegas cazarrecompensas de la SI. Sabía que si salía del despacho de Glenn, las conversaciones se detendrían y las miradas se volverían frías, pero si me quedaba aquí escuchando, podría fingir que alguien se paraba a decirme hola, o a preguntarme mi opinión sobre un caso difícil o a contarme un chiste verde para verme reír.

Suspiré y me levanté para sacar la rata de Glenn de la bolsa. Dejé al horrible animal con ojos pequeños y brillantes sobre el archivador desde donde vigilaría a Glenn. Un raspeo en la puerta me hizo girarme de golpe.

—Ah, hola —dije al ver que no era Glenn.

—Señora. —El fornido agente de la AFI miró primero mi pantalón de cuero y luego mi pase de visitante. Me giré para que pudiese verlo mejor. El pase, no el pantalón.

—Soy Rachel —dije—. Estoy ayudando al detective Glenn. Ha ido a recoger unos listados.

—¿Rachel Morgan? —dijo—. Creía que eras una vieja arpía.

Abrí la boca desencajada de rabia y luego la cerré al entenderlo. La última vez que me vio probablemente sí que parecía una vieja arpía.

—Aquello era un disfraz —dije arrugando la bolsa y tirándola—. Así es como soy en realidad.

Volvió a mirarme de arriba abajo.

—Vale. —Se giró y se marchó y entonces respiré aliviada.

Ya se había marchado cuando Glenn entró dando grandes pasos con un aspecto verdaderamente preocupado. Tenía un buen montón de papeles en la mano y admití que al fin y al cabo la recopilación de información de la AFI debía de estar a la par con la de la SI. Se quedó de pie en el centro de la habitación durante un momento y luego empujó los papeles de la mesa alargada contra la pared y hacia la esquina.

—Este es el primer listado —dijo dejando los informes en el espacio que había dejado despejado—. Vuelvo enseguida con los del sótano.

Me detuve a mitad de camino cuando iba a cogerlo. ¿El primero? Creía que eso era todo. Tomé aire para preguntarle, pero ya se había ido. El grosor del informe era impresionante. Acerqué rodando la silla a la mesa y me puse a un lado para no darle la espalda a la puerta. Me senté con las piernas cruzadas y me coloqué el tocho de papeles sobre el regazo.

Reconocí la foto de la primera víctima porque la SI la había facilitado a los periódicos. Era una atractiva mujer mayor con una sonrisa maternal. A juzgar por el maquillaje y las joyas se diría que habían sacado la foto de un ambiente profesional, como en una de esas poses de los aniversarios y cosas así. Le faltaban tres meses para jubilarse de una empresa de seguridad que diseñaba cajas fuertes resistentes a la magia. Murió a consecuencia de las «complicaciones sufridas tras la violación». Todo esto eran ya noticias sabidas. Pasé al informe del forense y mi mirada recayó en la foto. Se me encogieron las tripas y cerré de golpe el informe. Me entró frío de pronto y tuve que mirar hacia fuera a través de la puerta, hacia la oficina. Sonó un teléfono y alguien lo cogió. Inspiré de nuevo y contuve la respiración. Me obligué a respirar reteniendo el aire un momento para no hiperventilar.

Supongo que de alguna manera poco precisa podría considerarse violación. Las entrañas de la mujer habían sido arrancadas por entre las piernas y le colgaban hasta las rodillas. Me pregunté cuánto tiempo habría permanecido con vida durante ese suplicio y luego desee no haberlo pensado siquiera. Con el estómago del revés, me prometí a mí misma no mirar más fotos.

Con los dedos temblorosos intenté concentrarme en el informe. La AFI había sido sorprendentemente exhaustiva, dejándome únicamente con una pregunta por contestar. Estirándome alcancé el teléfono inalámbrico de encima del escritorio. Mientras marcaba el número de su familiar más cercano, advertí que me dolía la mandíbula por haberla tenido apretada demasiado rato. Contestó un hombre mayor.

—No —le aseguré cuando intentó colgarme—, no llamo de un servicio de citas. Encantamientos Vampíricos es una agencia de cazarrecompensas independiente. Estoy cooperando con la AFI para identificar a la persona que atacó a su mujer. —La imagen de la mujer tirada, retorcida y rota en la mesa de autopsias apareció en mi mente. La aparté de allí para ocultarla donde probablemente se quedaría hasta que intentase dormir. Ojalá su marido no hubiera visto la foto. Recé porque no hubiese sido él quien encontró el cadáver.

—Siento molestarle, señor Graylin —dije con mi mejor tono profesional—. Tengo solo una pregunta. ¿Es posible que su esposa hablase en algún momento antes de su muerte con el señor Trent Kalamack?

—¿El concejal? —dijo él con un tono de estupefacción—. ¿Es sospechoso?

—Dios me libre —mentí—. Estoy siguiendo una pista que tenemos acerca de un acosador que pudiera estar abriéndose camino hacia él.

—Oh. —Hubo un momento de silencio y luego continuó—. Sí. De hecho hablamos con él.

Una descarga de adrenalina me hizo erguirme.

—Lo conocimos en una representación la pasada primavera —dijo el hombre—. Lo recuerdo porque era
Los Piratas de Penzance
y a mí me parecía que el cabecilla de los piratas se parecía al señor Kalamack. Luego cenamos en la Torre Carew y nos reímos juntos de ello. No estará en peligro, ¿verdad?

—No —dije con el corazón saltándome en el pecho—. Le rogaría que fuese discreto en cuanto a esta línea de investigación hasta que demostremos que es falsa. Siento mucho lo de su esposa, señor Graylin, era una mujer encantadora.

—Gracias, la echo mucho de menos. —Colgó el teléfono tras un incómodo silencio.

Dejé el teléfono en la mesa y esperé tres latidos antes de susurrar un triunfante: «¡Sí!». Cuando me daba una vuelta en la silla giratoria me encontré a Glenn en el marco de la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —me preguntó dejando otro montón de papeles delante de mí.

—Nada. —Sonreí abiertamente sin dejar de balancearme atrás y adelante en la silla.

Se acercó a su escritorio y pulsó un botón en la base del teléfono. Frunció el ceño al ver el último número marcado en una diminuta pantalla.

—No he dicho que puedas llamar a esa gente. —Se enfadó y se puso rígido—. El pobre hombre está intentando superar esto. Lo último que necesita es que vengas tú a desenterrarlo todo de nuevo.

—Solo le hice una pregunta. —Con las piernas cruzadas di vueltas en la silla sin dejar de sonreír.

Glenn miró hacia atrás a la oficina.

—Eres una invitada aquí —dijo violentamente—, si no eres capaz de jugar con mis reglas… —Se detuvo—. ¿Por qué sigues sonriendo?

—El señor y la señora Graylin cenaron con Trent un mes antes de que fuese atacada.

El detective se irguió en toda su estatura y dio un paso atrás entornando los ojos.

—¿Te importa si llamo al siguiente? —le pregunte. Miró al teléfono junto a mi mano y hacia atrás, a la oficina central. Con una forzada naturalidad entrecerró la puerta.

—Pero habla bajito.

Satisfecha conmigo misma, me acerqué más el tocho de papeles. Glenn volvió a sentarse delante del ordenador y se puso a teclear con irritante lentitud.

Mi estado de ánimo se templó enseguida al ojear el informe del forense, aunque esta vez me salté la parte de la foto. Aparentemente el hombre había sido devorado vivo, empezando por las extremidades hacia el tronco. Sabían que había permanecido vivo por el patrón de desgarro de las heridas. Y estaban bastante seguros de que había sido devorado por la ausencia de partes del cuerpo.

Intenté ignorar la imagen mental que me facilitaba mi imaginación y llamé al número de contacto. No hubo respuesta, ni siquiera un contestador. Entonces llamé a su antiguo puesto de trabajo, pensando que había encontrado un patrón al ver el nombre: Seguridad Seary. La mujer que contestó fue muy amable, pero no sabía nada salvo que la esposa del señor Seary estaba en un balneario intentando aprender a conciliar el sueño de nuevo. Sin embargo miró en los archivos, y me dijo que habían sido contratados para instalar una caja fuerte en la mansión Kalamack.

—Seguridad… —murmuré mientras pinchaba el informe del señor Seary al tablón de anuncios encima de las notas adhesivas de Glenn para separarlo del resto—. Oye, Glenn, ¿tienes más notas adhesivas de estas?

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