Revolvió en el cajón de su escritorio y me lanzó un paquete seguido de un bolígrafo. Garabateé el nombre de la empresa del señor Seary y lo pegué a su informe. Tras un momento de reflexión, hice lo mismo con el de la mujer, escribiendo «diseñadora de cajas fuertes» en la nota. Añadí una segunda nota con «Habló con T» rodeado por un círculo de tinta negra.
Un raspeo en el pasillo me hizo levantar la vista del tercer informe. Esbocé una sonrisa evasiva al reconocer al poli obeso, con una bolsa de patatas fritas en la mano. Respondió a nuestros gestos con la cabeza y se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Glenn te ha puesto a hacerle de secretaria? —preguntó con un acento sureño muy, muy cerrado.
—No —contesté sonriéndole dulcemente—. Trent Kalamack es el asesino de brujos y estoy simplemente dedicando un momento a atar los cabos.
Gruñó y miró a Glenn, quien le devolvió la mirada cansada, acompañada de un encogimiento de hombros.
—Rachel —dijo—, este es el agente Dunlop. Dunlop, esta es la señorita Morgan.
—Encantada —dije sin ofrecerle la mano por miedo a recuperarla cubierta de aceite de las patatas.
Sin pillar la indirecta, el hombre entró dejando caer miguitas en el suelo embaldosado.
—¿Qué has encontrado? —dijo acercándose para curiosear los gruesos informes pinchados en el tablón encima de las descoloridas notas de Glenn.
—Es demasiado pronto para saberlo. —Lo aparté de mi espacio vital empujándolo con un dedo en la tripa—. Disculpa.
Se echó hacia atrás pero no se marchó. En vez de eso se acercó a ver qué estaba haciendo Glenn. ¡Que Dios me libre de los polis durante sus descansos! Ambos hablaron acerca de las sospechas de Glenn sobre la doctora Anders con altibajos en la voz que resultaban relajantes.
Sacudía las miguitas de patatas de mis papeles cuando se me aceleró el pulso al ver que la tercera víctima trabajaba en el hipódromo de carreras de la ciudad, en el departamento de control meteorológico. Era un campo de trabajo muy difícil, cargado de magia de líneas luminosas. El hombre había muerto aplastado mientras trabajaba hasta tarde para provocar un chaparrón que empapara la pista para la carrera del día siguiente. No se había descubierto cuál había sido el arma del crimen. No había nada en los establos lo bastante pesado. Tampoco miré la foto. Fue en este punto cuando los medios se dieron cuenta de que las tres muertes estaban conectadas, a pesar de lo distintos que habían sido los métodos de los asesinatos y nombraron al monstruo sádico «el cazador de brujos».
Una rápida llamada de teléfono me puso al habla con su hermana, quien me dijo que por supuesto que conocía a Trent Kalamack. El concejal llamaba con frecuencia a su hermano para preguntarle por el estado de la pista, pero ella no sabía si había hablado con el señor Kalamack antes de morir o no y que estaba harta de la muerte de su hermano y que si yo sabía cuánto tardaban en llegar los cheques de la aseguradora.
Finalmente pude colar mis condolencias entre su parloteo y le colgué. Cada uno reaccionaba de forma diferente ante la muerte, pero esto resultaba ofensivo.
—¿Conocía al señor Kalamack? —me preguntó Glenn.
—Sí. —Pinché el informe al tablón y le pegué una nota con las palabras «Mantenimiento meteorológico».
—Y su trabajo es importante porque…
—Se necesita un mogollón de magia de líneas luminosas para manipular el tiempo. Trent cría caballos de carreras. Podría muy bien haber estado por allí y hablado con él sin que nadie le diese importancia. —Añadí una segunda nota con «Conocía a T».
El bueno de Dunlop el poli hizo un ruido que demostraba interés y se acercó lentamente. Esta vez se quedó a un respetuoso metro de distancia.
—¿Has terminado con este? —me preguntó señalando el primer informe.
—Por ahora sí —dije y tiró de él, desclavándolo del tablón. Algunas de las notas de Glenn salieron revoloteando y cayeron detrás de la mesa. Glenn apretó la mandíbula.
Me pareció que era la primera vez que alguien me tomaba en serio y me erguí en la silla. El hombre con sobrepeso volvió de nuevo lentamente junto a Glenn, haciendo ruidos al encontrar las fotos. Dejó caer el informe sobre el escritorio de Glenn y oí el crujir de las miguitas de patatas. Entró otro agente y parecía que se estaba formando una reunión improvisada al concentrarse todos alrededor del monitor de Glenn. Les di la espalda y cogí el siguiente informe.
La cuarta víctima había sido encontrada a principios de agosto. Los informes decían que la causa de la muerte había sido una grave pérdida de sangre. Lo que no decían era que el hombre había sido destripado y descuartizado como si lo hubiesen atacado unos animales salvajes. Lo había encontrado su jefe en el sótano de su empresa. Aún estaba con vida e intentaba colocarse las entrañas donde deberían estar. Le resultaba más difícil de lo normal, teniendo en cuenta que solo tenía un brazo, el otro le colgaba de la piel de la axila.
—Aquí tiene, señora —dijo una voz sobre mi hombro y di un respingo. Con el corazón latiéndome con fuerza me quedé mirando al joven agente de la AFI.
—Perdón —me dijo entregándome un montón de papeles—. El detective Glenn me pidió que le subiese esto cuando hubiese terminado la impresora. No quería asustarla. —Sus ojos se posaron en el informe que tenía en la mano—. Es horrible, ¿verdad?
—Gracias —dije aceptando los informes. Me temblaban los dedos al marcar el número del jefe de la víctima, al no tener ningún familiar cercano.
—Jim's —contestó una voz cansada al tercer tono.
Se me heló el saludo en la garganta. Reconocí su voz. Era el presentador de las peleas ilegales de ratas de Cincinnati. El corazón me dio un vuelco y colgué, sin acertar con el botón al primer intento. Me quedé mirando fijamente la pared. La habitación se había quedado en silencio.
—¿Glenn? —dije con la garganta tensa. Me giré y me lo encontré rodeado por tres agentes que me miraban.
—¿Sí?
Me temblaban las manos cuando le tendí el informe en el estrecho despacho.
—¿Te importaría examinar las fotos de la escena del crimen por mí?
Lo cogió con expresión vacía. Me volví hacia la pared con las notas adhesivas y le oí pasar las páginas. Arrastró los pies.
—¿Qué quieres que busque? —me preguntó. Tragué saliva.
—¿Jaulas con ratas? —le pregunté.
—Oh, Dios mío —susurró alguien—, ¿cómo lo ha sabido?
Volví a tragar. Parecía que no podía parar.
—Gracias.
Con movimientos lentos y deliberados cogí el informe y lo clavé al tablón. Mi letra era temblorosa al escribir: «Acceso a T» en una nota que pegué al informe. Decía que era portero de una discoteca, pero si había sido alumno de la doctora Anders, era un experto en líneas luminosas y era más probable que fuese el jefe de seguridad de las peleas de ratas de Jim.
Alargué el brazo a por el quinto informe con un mal presentimiento. Era Trent… sabía que era Trent… pero el horror ante lo que había hecho suprimía toda la alegría que pudiese producirme. Advertí que los hombres a mis espaldas me observaban mientras ojeaba el informe y recordaba que la quinta víctima había sido encontrada hacía tres semanas y que había muerto de la misma forma que la primera. Una llamada a su llorosa madre me indicó que había conocido a Trent en una librería especializada el mes pasado. Lo recordaba porque su hija estaba interesada en las antologías para coleccionistas de cuentos de hadas anteriores a la Revelación. Tras confirmar que su hija trabajaba para una empresa de seguridad, le di mis condolencias y colgué.
Los murmullos de fondo de los excitados hombres acrecentaron mi estado de embotamiento. Cuidadosamente escribí una gran «T» cerciorándome de que las líneas estaban nítidas y derechas. Pegué la nota junto a la foto de la identificación del trabajo de la mujer. Era joven, con el pelo liso y rubio hasta los hombros y con una bonita cara ovalada. Recién salida de la universidad. El recuerdo de la foto que había visto de la primera mujer sobre la mesa del forense volvió a mi mente. Noté que se me bajaba la sangre a los pies. Me levanté sintiéndome helada y mareada.
Las conversaciones de los hombres cesaron como si hubiese sonado una campana.
—¿Dónde está el servicio de señoras? —susurré con la boca seca.
—A la izquierda y al fondo.
No tuve tiempo de darle las gracias. Taconeando lentamente salí del despacho. No miré ni a izquierda ni a la derecha sino que caminé más rápido al ver la puerta al fondo de la sala. La empujé a la carrera y llegué al servicio justo a tiempo. Con violentas arcadas eché el desayuno. Las lágrimas me recorrían las mejillas y el sabor de la sal se mezcló con el amargo regusto del vómito. ¿Cómo podía alguien hacerle eso a otra persona? No estaba preparada para esto. Era bruja, maldita sea, no forense. La SI no entrenaba a sus cazarrecompensas para enfrentarse a esto. Los cazarrecompensas eran cazarrecompensas, no investigadores de asesinatos. Entregábamos a nuestros objetivos con vida, incluso a los muertos.
Mi estómago estaba ya vacío y cuando las arcadas infructuosas finalmente cesaron, me quedé donde estaba, sentada en el suelo del cuarto de baño de la AFI con la frente reposando contra la fría porcelana e intentando no echarme a llorar. De pronto me di cuenta de alguien me estaba sujetando el pelo y que llevaba allí un rato.
—Se te pasará —susurró Rose casi para sí misma—. Te lo prometo. Mañana o pasado, cerrarás los ojos y habrá desaparecido.
Levanté la vista. Rose apartó la mano y dio un paso atrás. Tras la puerta que sujetaba abierta había una hilera de lavabos y espejos.
—¿En serio? —dije totalmente abatida.
Sonrió levemente.
—Eso dicen. Yo sigo esperando. Creo que como todos.
Me sentía una idiota, me levanté torpemente y tiré de la cadena. Me sacudí la ropa y me alegré de que la AFI mantuviese sus servicios más limpios que el mío. Rose se había acercado a uno de los lavabos, dándome un momento para recomponerme. Salí del cubículo sintiéndome avergonzada y estúpida. Glenn no me va a permitir olvidar esto jamás.
—¿Mejor? —me preguntó Rose mientras se secaba las manos y asentí con la cabeza. Estaba a punto de romper a llorar de nuevo al comprobar que no me había llamado novata, ni me estaba haciendo sentir incapaz, ni débil—. Toma —dijo sacando mi bolso de un lavabo y dándomelo—. He pensado que quizá querrías tener tu maquillaje. —Volví a asentir.
—Gracias, Rose.
Ella me sonrió y las arrugas de su cara la hicieron parecer aun más reconfortante.
—No te preocupes. Es un caso terrible.
Se giró para marcharse.
—¿Cómo lo aguantas? —le espeté—. ¿Cómo evitas venirte abajo? Es… lo que les ha pasado es horrible. ¿Cómo puede una persona hacerle eso a otra?
Rose respiró lentamente.
—Lloras, te enfadas y luego haces algo al respecto.
La observé mientras se marchaba, oyendo el rápido taconeo de sus zapatos antes de que se cerrase la puerta. Sí, eso puedo hacerlo.
Necesité más valor del que me gustaría admitir para salir del servicio de señoras. Me preguntaba si todo el mundo sabría que me había derrumbado. Rose había sido inesperadamente amable y comprensiva, pero estaba segura de que los agentes de la AFI lo usarían en mi contra. ¿La brujita mona es demasiado blanda para jugar con los mayores? Glenn me lo recordaría de por vida.
Eché un vistazo rápido y nervioso por encima de las oficinas abiertas. Con pasos vacilantes avancé por la oficina y no vi caras de burlas, sino mesas vacías. Todo el mundo estaba de pie fuera del despacho de Glenn, curioseando dentro desde donde se oían grandes voces.
—Perdón —murmuré apretándome el bolso contra mí y abriéndome paso a empujones entre los agentes uniformados. Me detuve justo en el umbral de la puerta y me encontré con la habitación llena de gente con armas y esposas discutiendo.
—Morgan. —El hombre que había estado comiendo patatas fritas me agarró del brazo y tiró de mí hacia dentro—. ¿Estás mejor?
Me llevé una mano al pecho, tropezando por la abrupta entrada.
—Sí —dije titubeante.
—Me alegro. He llamado al último por ti. —Dunlop me miró a los ojos. Los suyos eran marrones y parecía que podía ver a través de su alma de lo sinceros que eran—. Espero que no te importe. Me moría de curiosidad. —Se pasó la mano por el bigote limpiándolo de grasa mientras sus ojos se posaban en los seis informes clavados sobre las notas de Glenn. Recorrí la habitación con la mirada. Cada uno de los hombres y mujeres me devolvió la mirada al notar que yo los miraba a ellos. Me reconocieron y volvieron a sus conversaciones. Todos sabían que había echado la papilla, pero ante la ausencia de comentarios, parecía que había roto el hielo de una forma un poco retorcida. Quizás al desmoronarme les había demostrado que era tan humana como ellos, más o menos.
Glenn estaba sentado junio a su escritorio, con los brazos cruzados y sin decir nada, escuchando los distintos argumentos. Me dedicó una mirada irónica con las cejas arqueadas. Al parecer, la mitad de la habitación quería arrestar a Trent, pero la otra mitad se sentía demasiado intimidada por su poder político y querían más pruebas. Había menos tensión en la habitación de lo que yo creía al oírlos gritarse los unos a los otros. Daba la impresión de que a los humanos les gustaba hacer las cosas en reuniones escandalosas.
Puse el bolso en el suelo, junto a la mesa, y me senté para leer el último informe. El periódico había dicho que la última víctima era un antiguo nadador olímpico. Había muerto en su bañera, ahogado. Trabajaba para una cadena de televisión local como el hombre del tiempo estrella, pero había asistido a clases de manipulación de líneas luminosas. La nota que tenía pegada decía que su hermano no sabía si había hablado con Trent o no. Quité el informe del tablón y me obligué a revisarlo, prestando más atención a las conversaciones a mi alrededor que a lo que leía.
—Se está riendo de nosotros —dijo una mujer morena curtida en la calle que discutía con un agente delgado y nervioso. Todo el mundo excepto Glenn y yo estaba de pie y me sentía como si estuviese en el fondo de un pozo.
—El señor Kalamack no es el cazador de brujos —protestó el hombre con una voz nasal—. Regala más a Cincinnati que Papá Noel.
—Eso encaja con el perfil —lo interrumpió Dunlop—. Has visto los informes. Quienquiera que haya hecho esto está loco. Doble personalidad, probablemente esquizofrénico.