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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (26 page)

—Me ha estado asediando todo este tiempo —susurré, sintiendo los primeros síntomas de miedo verdadero.

Las arrugas alrededor de los ojos de Nick se marcaron.

—No. No persigue solo tu sangre, aunque implique un intercambio. Pero para ser sincero, os complementáis la una a la otra como ninguna otra pareja de vampiro y heredero que conozca. —Un gesto de una emoción desconocida creció y desapareció en su mirada—. Es una oportunidad para alcanzar la grandeza… si estás dispuesta a renunciar a tus sueños y a unirte a los de ella. Siempre estarás en segundo plano, pero detrás de una vampiresa destinada a controlar Cincinnati. —Nick dejó de acariciarme el pelo—. Si he cometido un error —dijo lentamente sin mirarme—, y deseas ser su heredera, no hay problema. Os llevo a ti y a tu cepillo de dientes a casa y me marcho para dejaros que acabéis lo que interrumpí. —Empezó a mover la mano de nuevo—. Lo único que lamento es no haber sido capaz de apartarte de ella.

Paseé la mirada sobre el batiburrillo de muebles de Nick mientras oía el tráfico que rugía fuera de su apartamento. Era tan diferente a la iglesia de Ivy, con sus amplios espacios y sus habitaciones aireadas. Lo único que yo quería era ser su amiga. Ivy necesitaba una desesperadamente. Se sentía infeliz consigo misma y deseaba ser algo más, algo limpio y puro, algo íntegro e inmaculado. Albergaba la esperanza de que algún día encontraría un hechizo para ayudarla. No podía dejarla y destruir lo único que le daba fuerzas. Que Dios me perdone si me estoy volviendo loca, pero admiro su indomable voluntad y fe en que algún día encontrará lo que busca.

A pesar de la amenaza potencial que representaba, de su compulsiva necesidad de organización y de su estricta adhesión a las estructuras, era la primera persona con la que había compartido piso que no se quejaba de mis despistes; como acabar con el agua caliente para la ducha, u olvidarme de apagar la calefacción antes de abrir las ventanas. He perdido a muchas amigas por pequeñas discusiones como esas. No quería estar sola de nuevo. Lo malo era que Nick tenía razón. Hacíamos muy buena pareja. Y ahora tenía un nuevo temor. No era consciente de la amenaza que representaba mi cicatriz de vampiro hasta que ella me lo dijo. Marcada para el placer y sin reclamar. Pasar de vampiro en vampiro hasta que les suplicase que me desangrasen. Recordé las oleadas de euforia y lo difícil que había sido decir que no y entendí lo fácilmente que la predicción de Ivy podría convertirse en realidad. Aunque ella no me había mordido, estaba segura de que el rumor en las calles era que yo ya era mercancía reclamada y que no debían acercarse. Maldición. ¿Cómo había podido llegar a esta situación?

—¿Quieres que te lleve de vuelta? —susurró Nick, apretándome contra él.

Moví el hombro para adaptarme a su cuerpo. Si fuese lista, le pediría ayuda para traerme mis cosas de la iglesia esta misma noche, pero lo que salió de mi boca fue un débil:

—Todavía no. Pero la voy a llamar para asegurarme de que está bien. No quiero ser su heredera, pero no puedo dejarla sola. Le he dicho que no y creo que lo respetará.

—¿Y qué pasa si no lo hace?

Me achuché más fuerte contra él.

—No lo sé… quizá tenga que ponerle un cascabel.

Soltó una risita, pero creo que advertí un resto de dolor en ella. Sentí como su buen humor se desvanecía. Su pecho movía mi cabeza al respirar. Lo que había pasado me disgustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Ya no estás bajo ninguna amenaza de muerte —me susurró—. ¿Por qué no te vas?

Me quedé inmóvil escuchando sus latidos.

—No tengo dinero para hacerlo —protesté en voz baja. Ya habíamos hablado de esto antes.

—Te dije que podías venir a vivir conmigo.

Sonreí, aunque él no podía verlo, y froté mi mejilla contra su camisa de algodón. Su apartamento era pequeño, pero no era por eso por lo que siempre había limitado mis visitas nocturnas a los fines de semana. Él tenía su propia vida y yo le estorbaría si tenía que verme más que en pequeñas dosis.

—Nos iría bien durante una semana y luego acabaríamos odiándonos —le dije sabiendo por experiencia que era verdad—. Y yo soy lo único que evita que vuelva a ser una vampiresa practicante.

—Pues deja que vuelva a serlo. Es una vampiresa.

Suspiré sin encontrar las fuerzas para enfadarme.

—Pero es que ella no quiere serlo. Tendré más cuidado. No me pasará nada. —Adopté un tono de confianza y persuasión, pero dudaba si intentaba convencerle a él o a mí.

—Rachel… —Nick espiró y el aire movió el pelo de mi cabeza. Esperé y casi podía escucharlo pensar si debía decir algo más o no—. Mientras más tiempo te quedes con ella —dijo finalmente—, más difícil te resultará resistirte a la euforia inducida por los vampiros. El demonio que te atacó la pasada primavera te inoculó más saliva en tu cuerpo que un maestro vampiro. Si las brujas pudiesen ser convertidas, ya serías uno de ellos. Tal y como están las cosas, creo que Ivy podría embelesarte simplemente con decir tu nombre. Y ni siquiera está muerta todavía. Estás haciendo racionalizaciones inciertas para permanecer en una situación de inseguridad. Si crees que alguna vez querrás marcharte, deberías irte ahora. Créeme, sé lo bien que te hace sentir una cicatriz de vampiro cuando las ansias de un vampiro entra en acción. Sé lo profunda que llega a ser la mentira y lo potente que es la atracción.

Me senté derecha y me llevé una mano al cuello.

—¿Lo sabes?

Hizo un gesto avergonzado.

—Fui al instituto en los Hollows. ¿No creerías que había pasado por aquello sin que me mordiesen al menos una vez?

Arqueé las cejas al ver su mirada casi de culpabilidad.

—¿Tienes un mordisco de vampiro? ¿Dónde?

No quiso mirarme a los ojos.

—Fue un rollete de verano y ella no estaba muerta, así que no contraje el virus. Tampoco es que me inoculase mucha saliva, así que normalmente permanece tranquila a menos que me encuentre rodeado de muchas feromonas de vampiro. Es una trampa, lo sabías, ¿no?

Volví a acurrucarme contra él, asintiendo. Nick estaba a salvo. Su cicatriz era antigua y se la había hecho una vampiresa viva recién salida de la adolescencia. La mía era reciente y estaba adornada con tantas neurotoxinas que Piscary pudo despertarla simplemente con su mirada. Nick permaneció inmóvil y me pregunté si su cicatriz se había despertado al entrar en la iglesia, eso explicaría por qué no había dicho nada y se había quedado simplemente observando. ¿Cuánto placer le proporcionaría su cicatriz?, me pregunté, incapaz de culparlo.

—¿Dónde está… tú cicatriz de vampiro? —le pregunté lentamente.

Nick me apretó más cerca de sí.

—¿Y a ti qué te importa, bruja? —dijo juguetonamente.

De pronto tomé consciencia de que me apretaba contra él con sus brazos, rodeándome para evitar que me cayese. Miré el reloj. Tenía que ir a casa de mi madre para recoger mi antiguo material de líneas luminosas para hacer mis deberes. Si no los hacía esta noche, no los haría nunca. Miré a Nick y él me sonrió. Sabía por qué estaba mirando el reloj.

—¿Es esta? —le pregunté. Me revolví en sus rodillas y aparté el cuello de su camisa para dejar al descubierto una leve cicatriz blanca en la parte alta del hombro.

Sonrió abiertamente.

—No sé.


Mmm
—dije—, te apuesto a que lo averiguo. —Mientras él entrelazaba las manos para sujetarme por las caderas, le desabroché el primer botón de la camisa. El ángulo era incómodo, así que me giré para sentarme a horcajadas sobre sus piernas, colocando una rodilla a cada lado. Desplazó sus manos para sujetarme un poquito más abajo. Arqueé las cejas ante nuestra nueva postura y me incliné hacia él. Le pasé los dedos por la nuca y aparté el cuello de la camisa para tocar su cicatriz con mis labios y soltarle un sonoro beso. Nick inspiró con fuerza y se deslizó bajo mi peso para acomodarse en la silla y no tener que sujetarme para que no me cayese.

—No es esa —dijo. Deslizó la mano hacia abajo por la espalda describiendo la línea de mi columna y chocando con el elástico de mi pantalón de chándal.

—Vale —murmuré cuando tiró de la parte de debajo de mi sudadera y metió la mano por dentro, provocándome un cosquilleo en la piel—. Ya sé que no es esta. —Me incliné sobre él y dejé que mi pelo cayese sobre su pecho mientras con la lengua acariciaba las marcas, primero una y después la otra, que le había hecho cuando, siendo un visón, creía que él era una rata dispuesta a matarme. No dijo nada y cuidadosamente rocé las cicatrices con tres meses de antigüedad con los dientes.

—No —dijo con la voz repentinamente forzada—, esas me las hiciste tú.

—Tienes razón —susurré rozando con mis labios su cuello y abriéndome paso hacia su oreja con besitos—.
Mmm
… —gemí—. Supongo que tendré que investigar. ¿Es consciente, señor Sparagmos de que estoy entrenada profesionalmente en el campo de la investigación?

No dijo nada. Con la mano que tenía libre me provocaba una deliciosa sensación al describir un camino por la parte baja de mi espalda, tanteando. Me eché hacia atrás y sus manos siguieron la curva de mi cintura bajo la sudadera con creciente presión. Me alegraba de que fuese casi de noche, una noche tranquila y cálida. Su mirada estaba cargada de ansiosa anticipación. Acercándome de nuevo a él, mi pelo le rozó la cara.

—Cierra los ojos —le susurré. Todo su cuerpo se estremeció e hizo lo que le pedía. Sus caricias se volvieron más insistentes cuando apoyé la frente en el hueco entre su cuello y su hombro. Con los ojos cerrados me lancé a por los botones de su camisa, disfrutando de la creciente expectación que ambos experimentábamos. Me costó soltar el último y tiré de la camisa para sacarla de los vaqueros. Apartó las manos de mí y se retorció para sacarse la camisa del pantalón. Incliné la cabeza y suavemente le mordí el lóbulo de la oreja.

—Ni se te ocurra ayudarme —murmuré con su lóbulo aún entre los dientes. Me estremecí cuando volví a notar sus manos cálidas en mi espalda. Todos los botones estaban desabrochados y acaricié con los labios los imperceptibles cortes del borde de su oreja.

Con un movimiento rápido levantó una mano y tiró de mi cara hacia la suya. Sus labios estaban anhelantes. Un suave gemido me incitó a responder. ¿Había sido él o yo? No lo sé, daba igual. Tenía una mano hundida en mi pelo, sujetándome contra él, mientras sus labios y su lengua curioseaban. Sus movimientos se iban haciendo más agresivos y lo empujé hacia la silla. Me gustaban sus caricias enérgicas. Chocó contra el respaldo con un golpe seco, arrastrándome con él.

Su barba de tres días raspaba y sin despegar sus labios de los míos, me abrazó, acercándome más a él. Con un gruñido por el esfuerzo, se puso en pie conmigo en brazos. Lo rodeé con las piernas mientras me conducía hacia la cama. Noté frío en los labios cuando se apartó y me depositó en la cama con suavidad y retiró los brazos al arrodillarse sobre mí. Levanté la vista para mirarlo. Aún llevaba la camisa puesta, pero estaba abierta y dejaba ver sus marcados músculos, que desaparecían bajo la cintura del pantalón. Me coloqué un brazo maliciosamente por encima de la cabeza y con la otra mano tracé una línea descendiendo por su pecho hasta tirar de sus vaqueros.
Bragueta de botones
, pensé impaciente. Que Dios me ayude, odio las braguetas de botones. Su oscura sonrisa titubeó un instante y casi se estremeció cuando me detuve y pasé las manos atrás, trazando la curva de su espalda basta donde pude alcanzar. Desde luego no era lo suficientemente lejos y tiré de él hacia mí. Dejándose caer hacia delante, Nick apoyó el antebrazo en la cama. Se me escapó un suspiro cuando puse las manos donde quería.

Con una cálida mezcla de suave presión y piel áspera, Nick introdujo su mano bajo mi camiseta. Acaricié con la mano sus hombros, sintiendo sus músculos tensarse y relajarse. Se escabulló un poco más abajo y solté un grito ahogado de sorpresa cuando acarició con la nariz mi diafragma, buscando con los dientes el cuello de mi sudadera. Anticipándose, mi respiración se aceleró y empecé a jadear suavemente mientras él me levantaba la camiseta, empujando con ambas manos hacia arriba en la cintura. Precipitadamente, empujada por una repentina necesidad, dejé de manipular torpemente los botones de su pantalón para ayudarle a quitarme la camiseta. Al sacármela me arañó la nariz y se llevó consigo el amuleto. Solté el aire que había estado conteniendo con un suspiro de alivio. Los dientes de Nick se insinuaban, provocadores, al tirar de mi sujetador deportivo. Me estremecí y arqueé la espalda, animándolo.

Nick enterró su cara en la base de mi cuello. La cicatriz del demonio, que me recorría desde la clavícula hasta la oreja, me produjo una palpitación afilada como un cuchillo y me paralicé con una sensación de miedo y cautela. Nunca antes había notado algo así estando con Nick. No sabía si disfrutarlo o soportar el terror de saber el origen de la cicatriz.

Al percibir mi repentino miedo, Nick fue más despacio y me empujó suavemente una vez y después otra hasta que se detuvo. Con lenta tranquilidad rozó la cicatriz con los labios. No podía moverme mientras las prometedoras oleadas me recorrían el cuerpo, asentándose insistentemente en la parte baja. El corazón me latía con fuerza al comparar la sensación con el éxtasis inducido por las feromonas de vampiro de Ivy y descubrir que eran idénticas. Era demasiado bueno para rechazarlo de plano. Nick vaciló y noté su respiración áspera en mi oído. Lentamente la sensación decaía.

—¿Paro? —susurró con voz ronca por las ansias.

Cerré los ojos y alargué las manos para intentar desabrochar casi frenéticamente los botones del pantalón.

—No —gemí—, pero casi me duele. Ten… cuidado.

Volví a oír su respiración acelerada acompasándose con la mía. Con más insistencia introdujo la mano debajo de mi sujetador y me besó suavemente las cicatrices del cuello. Un suspiro espontáneo se me escapó al desabrochar el último botón. Los labios de Nick se deslizaron como una sombra por debajo de mi barbilla hasta encontrar mi boca. Sus caricias eran suaves e introduje mi lengua en la profundidad de su boca. Él se apartó, raspándome con su barba. Nuestras respiraciones estaban acompasadas. Sus dedos siguieron suavemente acariciando mi cuello, provocando un repentino espasmo por todo mi cuerpo.

Recorrí con las manos la apertura de su camisa hasta llegar a los vaqueros. Con la respiración agitada, tiré de su ropa hasta que pude enganchar el pie y sacarle el pantalón por completo. Hambrienta de él, alargué las manos buscando lo que quería. Nick contuvo la respiración cuando lo agarré. Notaba la tirantez de su piel entre mis dedos. Bajó la cabeza y la hundió entre mis pechos, besándome. Mi sujetador había desaparecido sin haberme dado cuenta. Nick presionó sus labios contra mi piel, insinuantemente y me eché hacia atrás. El corazón me latía con fuerza. La cicatriz enviaba oleadas potentes e insistentes por todo mi cuerpo, aunque los inquisitivos labios de Nick no estaban ni siquiera cerca de ella.

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