—No tienes ni idea de lo que ha sido vivir contigo, Rachel —dijo con un susurro desde detrás de su pelo como si fuese la celosía del confesionario—. Sabía que te asustarías si supieses lo vulnerable que te hacían tus cicatrices. Has sido marcada para el placer y a menos que un vampiro te reclame y te proteja, todos los demás intentarán aprovecharse de ti, tomando lo que quieran y pasándote al siguiente, hasta que no seas nada más que una marioneta suplicando que la desangren. Esperaba que fueses capaz de decir que no. Que si te enseñaba lo suficiente, serías capaz de alejar a un vampiro hambriento. Pero no puedes hacerlo, corazón. Las neurotoxinas se han infiltrado en profundidad. No es culpa tuya. Lo siento… —Respiraba con pequeños jadeos y cada uno de ellos enviaba una promesa de un placer futuro, fluyendo de vuelta para renovar el que exhalaba, alimentándose de los que vinieron antes. Contuve la respiración en intenté encontrar la fuerza de voluntad para decirle que se alejase. Oh, Dios, era incapaz.
La voz de Ivy se hizo más suave y persuasiva.
—Piscary me ha dicho que esta es la única forma de mantenerte. De mantenerte con vida. Tendré cuidado, Rachel. No te pediré nada que no quieras darme. No serás como esas patéticas sombras que viste en Piscary's, sino fuerte y en igualdad. Piscary me demostró cuando te embelesó que no te dolía. —Su voz adoptó el tono de una niña pequeña—. El demonio ya te ha iniciado. El dolor se ha terminado. Nunca volverá a dolerte. Piscary me dijo que responderías, y Dios mío, Rachel, lo has hecho. Es como si un maestro te hubiese iniciado y ahora fueses mía. —El miedo me embargó al percibir su tono duro y posesivo. Ivy volvió la cabeza para echarse el pelo hacia atrás y dejarme ver su cara. Sus ojos negros reflejaban un hambre ancestral, irreprochables en su inocencia.
—Vi lo que te pasó bajo el influjo de Piscary, lo que sentiste con solo un dedo rozándote la piel.
Estaba demasiado asustada y extasiada por las oleadas de sensaciones provenientes de mi cuello, acompasadas con mis palpitaciones, como para poder moverme.
—Imagínate —me susurró— qué sentirás cuando no sea un dedo sino mis dientes… los que se hundan pura y limpiamente en ti.
Solo de pensarlo me sacudió una oleada de calor. Me quedé desencajada bajo su presión. Mi cuerpo se rebelaba contra mis pensamientos injuriosos. Las lágrimas resbalaban por mi cara, cayendo cálidas desde mis mejillas hasta la clavícula. No sabría decir si eran lágrimas de miedo o de anhelo.
—No llores, Rachel —me dijo ladeando la cabeza para rozar con sus labios mi cuello acompañando sus palabras. Casi me desmayo por el doloroso deseo—. Yo tampoco quería que las cosas fuesen así —susurró—, pero por ti, rompería mi ayuno.
Sus dientes rozaron mi cuello, burlonamente. Oí un suave gemido y me horroricé al darme cuenta de que provenía de mí. Mi cuerpo lo pedía a voces, pero mi alma gritaba que no. Aparecieron en mi mente las complacientes y dóciles caras de Piscary's. Sueños perdidos. Vidas malgastadas. Una existencia dedicada a satisfacer las necesidades de otro. Intenté alejarlas de mí, pero fracasé. Mi voluntad era un lazo de algodón que se deshacía al más mínimo tirón.
—Ivy —protesté oyendo mi propio susurro—, espera. —No podía decirle que no, pero podía decirle que esperase.
Ella me oyó y se apartó para mirarme. Estaba sumergida en una neblina de anticipación y éxtasis. Un terror paralizante me atenazó.
—No —dije jadeando y luchando contra el subidón inducido por las feromonas. Lo había dicho. De alguna forma había logrado decirlo.
Una expresión extrañada y dolida se reflejó en su cara y un aire de consciencia volvió a sus ojos negros.
—¿No? —dijo como si fuese un niño dolido.
Cerré los ojos acunada por el éxtasis que fluía de mi cuello mientras sus uñas continuaban recorriendo mis cicatrices donde lo habían dejado sus labios.
—No… —logré repetir sintiéndome irreal y desconectada mientras intentaba empujarla débilmente—. No.
Ivy aumentó la presión contra mi hombro y abrí los ojos de par en par.
—Creo que no es eso lo que quieres decir —me espetó.
—¡Ivy! —chillé cuando me apretó contra ella. La adrenalina corría a raudales por mis venas seguida de un fuerte dolor como castigo por mi osadía. Aterrorizada, hallé las fuerzas para mantenerla alejada de mi cuello. Ivy tiraba de mí cada vez con más energía. Sus labios desnudaron sus dientes. Mis músculos empezaban a temblar. Lentamente me acercaba más a ella. Su alma estaba ausente de sus ojos. Su hambre brillaba como un dios. Me temblaban los brazos, a punto de ceder. Que Dios me ayude, pensé desesperadamente buscando con los ojos la cruz integrada en el techo. Ivy sufrió una sacudida a la vez que un golpe metálico reverberó en el aire. Luego se irguió. El ansia en su mirada fluctuó. Arqueó las cejas desconcertada y su atención flaqueó. Contuve la respiración y noté que su presión sobre mí disminuía. Sus dedos se deslizaron hasta soltarme y se derrumbó a mis pies con un suspiro. Detrás de ella apareció Nick con mi caldero grande para hechizos.
—Nick —susurré. Las lágrimas me nublaban la vista. Respiré hondo, alargué los brazos hacia él y me desmayé en cuanto me tocó una mano.
Hacia calor y el ambiente estaba cargado. Olía a café frío, de Starbucks, con dos azucarillos y sin nata. Abrí los ojos y me encontré una maraña de pelo rojo tapándome la vista. Me lo aparté con un dolorido brazo. Todo estaba en silencio salvo por el lejano ruido del tráfico y el familiar zumbido del despertador de Nick rompiendo la tranquilidad. No me sorprendió descubrir que estaba en su dormitorio, segura en mi lado ocasional de la cama, de cara a la puerta y a la ventana. El destartalado aparador de Nick, al que le faltaba el tirador, nunca me había parecido tan bonito. La luz que se colaba por entre las cortinas echadas era aún débil. Suponía que era casi hora del anochecer. Miré el reloj que señalaba las 05:35. Sabía que estaba en hora. A Nick le gustaban los aparatitos y el reloj recibía una señal de Colorado cada medianoche para ponerse en hora con el reloj atómico de allí. Su reloj de pulsera hacía lo mismo. Ignoraba por qué alguien necesitaba tanta precisión. Yo ni siquiera llevaba reloj.
La colcha de ganchillo dorada y azul que la madre de Nick le había tejido estaba apretujada bajo mi barbilla y olía ligeramente a jabón de lavar. Reconocí un amuleto contra el dolor en la mesita de noche… justo al lado de una aguja digital. Nick había pensado en todo. Si hubiera podido invocarlo, lo habría hecho.
Me senté en la cama buscándolo con la vista. Sabía por el olor a café que probablemente estaría cerca. La colcha me rodeó cuando puse los pies en el suelo. Mis músculos protestaron y eché mano del amuleto. Me dolían las costillas y la espalda. Con la cabeza gacha me pinché en el dedo y extraje tres gotas de sangre para invocar el amuleto. Incluso antes de deslizarme el cordón alrededor de cuello ya me relajé, sintiendo un alivio inmediato. No eran más que dolores musculares y cardenales, nada que no sanara.
Entorné los ojos en la penumbra artificial. Una abandonada taza de café dirigió mi vista hacia un montón de ropa en una silla que se movía con ritmo lento y se convertía en Nick, dormido con sus largas piernas despatarradas frente a él. Sonreí al ver sus grandes pies cubiertos solo con los calcetines, ya que no permitía zapatos en su moqueta. Me senté y me contenté con no hacer nada durante un momento. El día de Nick había empezado seis horas antes que el mío y ya le había aparecido una barba que oscurecía su alargada cara relajada por el sueño. Tenía la barbilla apoyada sobre el pecho y su pelo corto y negro le caía sobre los ojos, ocultándolos. Los abrió al detectar una instintiva parte de él que lo estaba mirando. Sonreí más ampliamente cuando se estiró en la silla, dejando escapar un suspiro.
—Hola, Ray-ray —dijo derramando su voz cálida como un charco de agua marrón alrededor de mis tobillos—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. —Estaba avergonzada de que hubiese visto lo que había pasado, avergonzada de que me hubiese salvado y sinceramente contenta de que hubiera llegado a tiempo de hacerlo. Se levantó y se sentó junto a mí. Su peso me hizo deslizarme hacia él. Emití un sonido de alivio y satisfacción al caer contra él. Me rodeó y me abrazó de lado. Apoyé la cabeza contra su hombro, aspirando profundamente el olor a libros antiguos y a azufre. Lentamente mis pulsaciones se hicieron perceptibles mientras estaba allí sentada sin hacer nada más, recobrando las fuerzas simplemente gracias a su presencia.
—¿Seguro que estás bien? —me preguntó hundiendo su mano en mi pelo. Me aparté para mirarlo a la cara.
—Sí, gracias. ¿Dónde está Ivy? —No me contestó nada y me asusté—. ¿No te habrá hecho daño, verdad?
Dejó caer la mano de mi pelo.
—Está en el suelo donde la dejé.
—¡Nick! —protesté, apartándome de él para sentarme derecha—. ¿Cómo has podido dejarla allí así? —Me levanté, busqué mi bolso y me percaté de que no lo había traído. Además seguía descalza—. Llévame a casa —dije sabiendo que el autobús no me pararía.
Nick se había levantado a la vez que yo con expresión de preocupación y la vista baja.
—Mierda —dijo entre dientes—. Lo siento. Creí que le habías dicho que no. —Me miró y apartó la vista con expresión dolorida, decepcionada y roja de vergüenza—. Oh, mierda, mierda, mierda —masculló—. Lo siento mucho. Sí, sí, vamos. Te llevo a casa. Quizá no se haya despertado todavía. De verdad lo siento mucho. Creí que habías dicho que no. Oh, Dios, no debí meterme. ¡Creí que le habías dicho que no!
El desasosiego y desconcierto se percibía en su postura encorvada. Alargué el brazo y tiré de él antes de que saliese del cuarto.
—¿Nick? —le dije cuando se detuvo de sopetón—. Le dije que no.
Abrió los ojos aun más y se quedó allí con la boca entreabierta, casi incapaz de parpadear.
—Pero… ¿quieres volver?
Me senté en la cama y lo miré a los ojos.
—Bueno, sí. Es mi amiga. —Hice un gesto de incredulidad—. ¡No puedo creerme que la dejases allí tirada así!
Nick vaciló, con una expresión de gran confusión en sus ojos arrugados.
—Pero vi lo que intentaba hacerte —dijo—. Casi te muerde, ¿y tú quieres volver?
Mis hombros se hundieron abatidos y bajé la vista hacia la fea moqueta manchada.
—Fue culpa mía —dije en voz baja—. Estábamos entrenando y estaba enfadada. —Levanté la vista—. No con ella, sino con Edden. Entonces se puso chulita y me cabreó, así que salté sobre ella y la pillé desprevenida… aterricé sobre su espalda, le tiré del pelo hacia atrás y le eché el aliento en el cuello.
Nick apretó los labios y se sentó lentamente en el borde de la silla y apoyó los codos en las rodillas.
—A ver si lo he entendido bien. Decidiste pelearte con ella estando enfadada, esperaste a que ambas estuvieseis emocionalmente cargadas, ¿y entonces saltaste sobre ella? —Resopló enérgicamente por la nariz—. ¿Estás segura de que no querías que te mordiese?
Le puse cara de pocos amigos.
—Ya te he dicho que no ha sido culpa suya. —No quería discutir con él, así que me levanté y aparté sus brazos para hacerme hueco en su regazo. Soltó un gruñido de extrañeza y luego me rodeó con sus brazos cuando me senté. Hundí la cabeza entre su mejilla y su hombro, aspirando su masculino aroma. El recuerdo de la euforia inducida por la saliva de vampiro pasó fugazmente por mí. Yo no quería que me mordiese… no quería…, pero no podía apartar la insistente sensación de que una parte de mí, impulsada por el placer, quizá sí quería. Ya lo sabía. No había sido culpa suya y en cuanto pudiese convencerme a mí misma de ello y levantarme de las rodillas de Nick, iba a llamarla para decírselo.
Me acurruqué y escuché el rugido del tráfico mientras Nick me acariciaba la cabeza. Parecía enormemente aliviado.
—¿Nick? —pregunté—. ¿Qué habrías hecho si yo no le hubiese dicho que no?
Respiró lentamente.
—Dejar el caldero junto a la puerta y marcharme —dijo con una voz que retumbó en mi interior.
Me erguí y él hizo una mueca al cambiar la presión de mi peso sobre sus rodillas.
—¿La habrías dejado rajarme la garganta?
No quiso mirarme a los ojos.
—Ivy no te habría desangrado y dejado tirada a tu suerte —dijo de mala gana—. Incluso en medio del frenesí al que la habías llevado. Oí lo que te ofrecía. No era un rollo de una noche, era un compromiso de por vida.
Mi cicatriz del demonio empezó a cosquillear al oír sus palabras y asustada, intenté alejar esa sensación.
—¿Cuánto tiempo exactamente estuviste escuchando? —le pregunté quedándome helada al pensar que la pesadilla podía ser mucho más que una pérdida de control momentánea de Ivy.
Me apretó con más fuerza y bajó los ojos hasta cruzarse con los míos.
—Lo suficiente como para oírle pedirte que fueses su heredera. No iba a interponerme si era algo que tú querías.
Abrí la boca de par en par y retiré el brazo con el que lo rodeaba.
—¿Te habrías ido y la habrías dejado convertirme en un juguete?
Una expresión de rabia cruzó sus ojos marrones.
—Su heredera, Rachel, no una sombra ni un juguete, ni siquiera su esclava. Hay un mundo de diferencia.
—¿Te habrías marchado? —exclamé sin querer levantarme de sus rodillas por miedo a que el orgullo me hiciese abandonar su apartamento—. ¿No habrías hecho nada?
Nick apretó la mandíbula pero no hizo ningún ademán de tirarme al suelo.
—¡No soy yo el que vive en una iglesia con una vampiresa! —dijo—. No sé qué es lo que quieres. Solo puedo basarme en lo que me cuentas y en lo que veo. Vives con ella. Sales conmigo. ¿Qué se supone que tengo que pensar?
No dije nada y él añadió en voz baja:
—Lo que Ivy quiere no está mal ni es nada raro, es simplemente la fría realidad. Va a necesitar a un heredero de confianza dentro de unos cuarenta años más o menos y tú le gustas. A decir verdad, es una muy buena oferta. Pero será mejor que decidas qué quieres antes de que el tiempo y las feromonas de vampiro tomen esa decisión por ti. —Su voz se iba haciendo entrecortada y vacilante—. No serías un juguete. No con Ivy. Y estarías a salvo con ella, serías intocable para casi cualquiera de las criaturas desagradables que habitan Cincinnati.
Con la mirada perdida mis pensamientos empezaron a arrojar luz sobre algunos de los puntos de fricción aparentemente no relacionados entre Nick e Ivy, viéndolos bajo una nueva perspectiva.