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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (30 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Nick nos había preparado unos sándwiches hace una media hora y habíamos guardado la lasaña en la nevera, aún caliente. Mi sándwich de mortadela no me había sabido a nada. No creo que fuese solo culpa de Nick, quien no le había puesto Ketchup como le pedí porque dijo que no lo encontraba en la nevera. Estúpida manía humana. Me parecería incluso simpática si no me fastidiase tanto.

Ivy seguía sin aparecer y no pensaba comerme la lasaña sola delante de Nick. Quería hablar con ella, pero tendría que esperar hasta que estuviese lista. Es la persona más reservada que conozco. Ni siquiera se reconocía a sí misma sus sentimientos hasta encontrar una razón lógica para justificarlos.

Bob
, el pez, nadaba junto a mí dentro de mi segundo caldero más grande para hechizos. Iba a usarlo como mi espíritu familiar. Necesitaba un animal y los peces eran animales, ¿no? Además, Jenks saldría disparado si se me ocurriese siquiera mencionar traerme un gatito e Ivy le había dado sus búhos a su hermana cuando uno casi murió despedazado tras cazar a la hija pequeña de Jenks. Jezebel estaba bien, el búho quizá volviera a volar algún día.

Me sentía deprimida y continué machacando las hojas para convertirlas en una pulpa. La magia terrenal era más poderosa cuando se hacía entre la puesta del sol y la medianoche, pero hoy me costaba concentrarme y ya era más de la una. Mis pensamientos seguían dándole vueltas a esa foto en el campamento de «Pide un deseo». Se me escapó un fuerte suspiro.

Nick me miró desde el otro lado de la isla, sentado en un taburete mientras se acababa el último sándwich de mortadela.

—Déjalo ya, Rachel —dijo sonriendo para suavizar sus palabras. Obviamente sabía qué estaba pensando—. No creo que te hayan manipulado, y aunque lo hubiesen hecho, ¿cómo iba nadie a poder demostrarlo?

Dejé la mano del mortero apoyada en el vaso y lo aparté.

—Mi padre murió por mí —dije—. Si no llega a ser por mí y mi maldita enfermedad en la sangre, él todavía estaría aquí. Lo sé.

Su alargada cara se puso triste.

—En su mente seguro que pensaba que era culpa suya que estuvieses enferma.

Por supuesto, eso me hizo sentirme mucho mejor y me hundí allí mismo.

—Puede que solo fuesen amigos, como dijo tu madre —sugirió Nick.

—Y puede que el padre de Trent intentase chantajear a mi padre para que hiciese algo ilegal y murió porque no quiso hacerlo. —Al menos se había llevado al padre de Trent con él.

Nick estiró su alargado brazo para coger la foto que seguía en la encimera donde la había dejado caer.

—No lo sé —dijo con voz suave mientras la miraba—, a mí me parece que eran amigos.

Me sequé las manos en los vaqueros y me incliné para coger la foto. Arrugué los ojos escudriñando la cara de mi padre. Oculté mis emociones y le devolví la foto.

—No me curé gracias a remedios naturales y hechizos. Me manipularon. —Era la primera vez que lo decía en voz alta y se me hizo un nudo en el estómago.

—Pero estás viva —dijo Nick.

Me di la vuelta y medí seis vasos de agua de manantial que repiqueteó con fuerza al verterla en mi caldero de cobre grande.

—¿Y qué pasa si alguien se entera? —pregunté, incapaz de mirarlo—. Me detendrían y me confinarían a una isla helada como si tuviese la lepra por miedo a que lo que me haya hecho pueda mutar hacia otra cosa e iniciar otra plaga.

—Oh, Rachel… —Nick se bajó del taburete. Me afané ansiosa en secar innecesariamente el vaso de medir. Nick se acercó a mí por detrás y me dio un abrazo antes de darme la vuelta para mirarme a la cara—. No eres ninguna plaga a punto de estallar —me dijo con tono zalamero mirándome a los ojos—. Si el padre de Trent curó tu enfermedad de la sangre, pues muy bien. Pero fue solo eso, te curó. No va a pasar nada, ¿vale? Yo sigo aquí. —Sonrió—. Vivito y coleando.

Me sorbí la nariz y no me gustó comprobar que me molestaba tanto la idea.

—No quiero deberle nada.

—Y no se lo debes. Esto fue algo entre tu padre y el de Trent y eso suponiendo que de verdad pasase. —Noté sus manos cálidas en mi cintura Mis pies estaban entre los suyos; entrelacé los dedos tras su espalda y apoyé mi peso contra él—. Solo porque tu padre y el de Trent se conociesen no quiere decir nada —dijo.

Vale
, pensé sarcásticamente. Nos soltamos a la vez y nos apartamos como a regañadientes. Mientras Nick metía la cabeza en la despensa, comprobé mi receta para el medio de transferencia. El texto que tenía para vincular a un familiar estaba en latín, pero conocía los nombres científicos de las plantas lo suficiente como para seguirlo. Esperaba que Nick me ayudase con los ensalmos.

—Gracias por hacerme compañía —dije sabiendo que mañana tenía turno de media jornada en la universidad y el turno de noche en el museo. Si no se iba pronto no podría dormir nada antes de irse a trabajar.

Nick miró hacia el pasillo oscuro desde su taburete con una bolsa de patatas Iritas en la mano.

—Me gustaría estar aquí, cuando vuelva Ivy. ¿Por qué no pasas la noche en mi casa?

Curvé los labios con una sonrisa.

—Estaré bien. No volverá a casa hasta que se haya calmado. Pero si te vas a quedar un rato, ¿por qué no me dibujas unos pentagramas?

El crujido de la bolsa de plástico cesó. Nick miró el papel negro y la tiza plateada sospechosamente apilados en la encimera y luego me miró a mí. Un brillo de regocijo iluminó sus ojos y terminó de enrollar los bordes de la bolsa.

—No pienso hacerte los deberes, Ray-ray.

—Ya sé cómo son —protesté mientras echaba en el caldero los pelos que me había recortado y lo removía con la cuchara de cerámica hasta que se hundieron—. Te prometo que los copiaré yo sola luego, pero si no los entrego mañana, me suspenderá y Edden me deducirá el precio de la matrícula de mis honorarios. No es justo, Nick. ¡La profe me tiene manía!

Nick se comió una patata con aire escéptico.

—¿Te los sabes? —Asentí y se limpió la mano en el vaquero antes de acercarse mi libro de clase—. A ver —me retó, inclinando el libro para que no pudiese verlo—, ¿cómo es un pentagrama de protección?

Dejé escapar el aire con un resoplido de alivio y añadí la decocción de sanícula que había preparado antes.

—Es la estrella estándar con dos líneas entrelazadas en el círculo exterior.

—Vale… ¿y la de la adivinación?

—Con lunas llenas en las puntas y una banda de Moebius en el centro indicando equilibrio.

El brillo de regocijo en los ojos de Nick se tornó en sorpresa.

—¿Invocación? —me espetó.

Sonreí y vertí el geranio salvaje machacado en la cocción. Los trocitos verdes se quedaron flotando como si el agua fuese gel. Bien.

—¿Cuál? ¿El de invocación de un poder interno o el de una entidad física?

—Ambos.

—El del poder interno tiene bellotas y hojas de roble en las puntas de en medio y el de una entidad física lleva una cadena celta uniendo las puntas. —Ufana ante su evidente sorpresa, ajusté el fuego bajo el caldero y rebusqué entre los cubiertos una aguja digital.

—Vale, estoy impresionado. —Dejó caer el libro y cogió un puñado de patatas.

—¿Los vas a copiar por mí? —le pregunté encantada.

—¿Me prometes que luego los harás tú sola?

—Trato hecho —dije alegremente. Ya había terminado los trabajos cortos. Ahora lo único que tenía que hacer era convertir a
Bob
en mi familiar. Chupado. Miré a
Bob
y sentí vergüenza. Sí, chupado.

—Gracias —le dije en voz baja a Nick, quien estiraba mi papel de dibujo negro doblando las puntas contra la encimera.

—Los haré chapuceros para que parezca que los has hecho tú —dijo.

Lo miré con las cejas arqueadas.

—Muchas gracias —repetí con tono seco y él sonrió. Había terminado con la poción y me pinché en el dedo para sacar tres gotas de sangre. El olor a secuoya ascendió al gotear en el caldero. El hechizo estaba listo. Por ahora todo marchaba bien.

—Las brujas terrenales no usan pentagramas —dijo Nick mientras le sacaba punta a una tiza frotándola contra un trozo de papel—. ¿Cómo es que te los sabes?

Limpié mi espejo adivinatorio con una bufanda de terciopelo que le había cogido prestada a Ivy y con cuidado de no tocarlo con mi dedo sangrante. Me recorrió un escalofrío al tocar su fría superficie. Odiaba adivinar el futuro, me ponía los pelos de punta.

—Por los tarros de gelatina —le contesté. Nick levantó la vista y su mirada perdida me hizo sentirme bien sin saber por qué—. Ya sabes, ¿esos tarros de gelatina que puedes usar como vasos para el zumo cuando se acaba? Tenían pentagramas en el fondo y sus usos escritos en el lateral. Ese año me alimenté a base de sándwiches de mantequilla de cacahuete y gelatina. —Me puse melancólica al recordar a mi padre preguntándome mientras comía tostadas.

Nick se remangó y empezó a dibujar.

—Y yo creía que era un niño malo por hurgar en el fondo de la caja de cereales buscando mi juguete.

Había terminado el trabajo preparatorio y estaba lista para emplearme a fondo con el hechizo. Era hora de crear un círculo.

—¿Dentro o fuera? —le pregunté y Nick levantó la vista de mis deberes parpadeando. Al verlo tan confuso añadí—. Estoy lista para hacer el círculo, ¿quieres quedarte dentro o fuera?

Titubeó.

—¿Quieres que me aparte?

—Solo si quieres quedarte fuera del círculo.

Su mirada se tornó incrédula.

—¿Vas a rodear toda la isla?

—¿Algún problema?

—Noooo. —Nick arrastró su taburete más cerca—. Debe ser que las brujas sois capaces de controlar más poder de las líneas luminosas que los humanos. Yo no puedo hacer un círculo de más de un metro de diámetro.

Sonreí.

—No lo sé. Le preguntaría a la doctora Anders si no me hiciese sentir como una idiota. Creo que depende. Mi madre tampoco puede hacer un círculo de más de un metro. Entonces… ¿dentro o fuera?

—¿Dentro?

Resoplé aliviada.

—Bien, esperaba que dijeses eso.

Me incliné sobre la encimera y le pasé mi libro de hechizos.

—Necesito que me ayudes a traducir esto.

—¿Quieres que te haga los deberes y que te ayude también a vincularte con tu familiar? —protestó. Hice una mueca.

—El único hechizo que he encontrado en los libros está en latín.

Nick me miró incrédulo.

—Rachel, yo suelo dormir de noche.

Miré el reloj de encima del fregadero.

—Tan solo es la una y media.

Con un suspiro, Nick se acercó el libro. Sabía que no iba a ser capaz de resistirse una vez empezase y seguro que su fastidio se volvía interés antes de terminar el primer párrafo.

—Oye, esto es latín antiguo.

Me incliné sobre la encimera hasta que mi sombra recayó sobre las letras.

—Entiendo los nombres de las plantas y estoy segura de haber hecho el medio de transferencia bien, como se hace siempre, pero tengo dudas con el ensalmo.

Ya no me estaba escuchando. Arrugó el ceño mientras recorría el texto con su alargado dedo.

—Necesitas modificar el círculo pura extraer y reunir poder.

—Gracias —dije contenta de que me ayudase. No me importaba ingeniármelas con la mayoría de las cosas, pero la hechicería era una ciencia exacta. Y la mera idea de tener que necesitar un familiar me hacía sentirme incómoda. La mayoría de las brujas tenían uno, pero las brujas de líneas luminosas los necesitaban por una cuestión de seguridad. Dividir el aura ayudaba a evitar que un demonio te atrajese hacia siempre jamás. Pobre
Bob
.

Nick volvió a dibujar los pentagramas y levantó la vista cuando saqué el saco de nueve kilos de sal de debajo de la encimera y lo coloqué con un golpe seco encima. Sumamente consciente de sus ojos clavados en mí, arañé un puñado del montón apelmazado. Ante la insistencia de Ivy había dado por perdido el depósito del alquiler y había grabado un círculo poco profundo en el linóleo. Ivy me ayudó. En realidad lo había hecho casi todo ella, usando un compás de cuerda y una tiza para asegurarse de que el círculo era perfecto. Yo me senté en la encimera y la dejé hacer, sabiendo que se mosquearía si me metía por medio. El resultado era un círculo absolutamente perfecto. Incluso había cogido una brújula para marcar el Norte con pintura de uñas negra e indicarme así dónde empezar el círculo.

Ahora, mirando al suelo en busca del punto negro, espolvoreé la sal con cuidado avanzando en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la isla hasta llegar al punto de inicio. Añadí los artilugios para la protección y la adivinación, puse las velas verdes en los lugares apropiados, luego las encendí con la llama que había usado para hacer el medio de transferencia.

Nick me observaba de reojo. Me gustaba que aceptase que yo fuese una bruja. Cuando nos conocimos me preocupaba que al ser uno de los pocos humanos que practicaba las artes negras, finalmente tuviese que darle una paliza y entregarlo a las autoridades. Pero Nick había estudiado Demonología para mejorar su latín y aprobar una asignatura de desarrollo del lenguaje, no para invocar demonios. Y la rareza de encontrar un humano que aceptase la magia con semejante naturalidad era un verdadero aliciente.

—Última oportunidad para salir —dije al cerrar la llave del gas y al trasladarlo todo a la isla central.

Nick emitió un ruido desde lo más profundo de su garganta y dejó a un lado su pentagrama perfecto para empezar con el siguiente. Envidié sus líneas fluidas y rectas. Aparté mi parafernalia a un lado para dejar un hueco libre en la encimera frente a él. El recuerdo de haber sido castigada por usar sin querer una línea luminosa y lanzar al matón del campamento contra un árbol volvió a mi mente. Creía que era estúpido que mi aversión a las líneas luminosas radicase en un incidente de la infancia, pero sabía que era algo más que eso. No confiaba en la magia de líneas luminosas. Era demasiado fácil perder de vista el lado de la magia en el que uno estaba.

Con la brujería terrenal era fácil. Si había que sacrificar a una cabra, apuesto lo que quieras a que se trata de magia negra. La magia de líneas luminosas requería también un coste de muerte, pero era una muerte más nebulosa, que se tomaba del alma y era más difícil de cuantificar y más fácil de desdeñar… hasta que era demasiado tarde. El coste de la magia blanca de líneas luminosas era insignificante y equivalía a arrancar hierbas para usarlas en los hechizos. Pero el poder directo proveniente de las líneas luminosas era seductor. Requería tener una voluntad fuerte para mantenerse dentro de unos límites autoimpuestos y seguir siendo una bruja blanca de líneas luminosas. Las fronteras que parecían tan razonables y prudentes, a veces resultaban absurdas o apocadas cuando la fuerza de una línea luminosa te atravesaba. Había visto a muchos amigos pasar de arrancar hierbas a sacrificar cabras sin darse ni cuenta de que habían dado el paso hacia las artes negras. Y nunca te escuchaban con la excusa de que era porque estabas celosa o porque eras una loca. Al final tenías que llevarlos a rastras hasta el calabozo de la SI por ponerle un hechizo negro a un poli que les había parado por exceso de velocidad. Quizá por eso no conservaba las amistades.

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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