—Oh, Dios, ha vuelto —dijo Nick en voz baja cuando el demonio reapareció fuera del círculo y contuve una risita, sabiendo que sonaría histérica. ¿Qué tipo de vida llevaba para que ver a un demonio me pareciese algo gracioso?
El demonio se plantó delante de nosotros y sacó de un diminuto bolsillo del chaleco una cajita de algo que probablemente no fuese rapé y esnifó un pellizco de un polvo negro por ambas ventanas de la nariz.
—Has hecho un buen círculo —dijo entre refinados estornudos—. Tan bueno como los de tu padre.
Abrí los ojos de par en par y me acerqué hasta el borde del círculo.
—¿Qué sabes tú de mi padre?
—Reputación, Rachel Mariana Morgan —dijo con una sonrisa bobalicona—, estrictamente su reputación. No entraba en mi campo de conocimientos cuando estaba vivo. Ahora que está muerto, me interesa. Me especializo en secretos. Al parecer, igual que Nick Sparagmos. —Guardó la cajita y retiró la silla de Ivy frente al ordenador—. Y ahora bien —dijo frívolamente mientras movía el ratón y abría Internet—, por muy divertido que esto resulte, ¿podemos ir al grano? Tu círculo es seguro. No voy a matarte ahora. —Puso una mirada taimada—. Quizá luego.
Seguí su mirada hacia el reloj sobre el fregadero. Era la una y cuarenta. Esperaba que Ivy no se encontrase con esto. Un vampiro no muerto podría sobrevivir al ataque de un demonio, pero uno vivo tendría tantas posibilidades como yo. Cogí aire para decirle que se fuese porque yo no lo había llamado, pero un pensamiento me detuvo en seco. Sabía el apellido de Nick. Lo había dicho dos veces.
—Sabe tu apellido —dije volviéndome hacia Nick—. ¿Por qué sabe tu apellido?
Nick abrió la boca y miró de reojo al demonio.
—Ah…
—¿Por qué sabe tu apellido? —exigí con las manos en las caderas. Estaba cansada de tener miedo y Nick era una válvula de escape conveniente—. Lo has estado llamando, ¿no?
—Bueno… —dijo sonrojándose.
—¡Eres un Idiota! —le grité—. Te dije que no lo llamases. ¡Me prometiste que no lo harías!
—No —dijo poniéndome las manos sobre los hombros—. No lo hice. Me dijiste que no debía hacerlo, pero pasó sin querer. Ni siquiera quería llamarlo la primera vez.
—¿La primera vez? —exclamé—. ¿Cuántas veces lo has hecho?
Nick se rascó la barba de la mejilla.
—A ver, estaba dibujando pentagramas… para practicar. No pensaba hacer nada. Apareció creyendo que intentaba llamarlo para ofrecerle información en pago de mi deuda. Gracias a Dios estaba en un círculo. —Nick miró los papeles empapados con las líneas plateadas de tiza—. Igual que el aristócrata ha aparecido esta noche.
Ambos nos volvimos a la vez hacia el demonio y este se encogió de hombros. Parecía más que dispuesto a esperar a que terminásemos nuestra discusión. Estaba más interesado en la lista de favoritos de Ivy, por el momento.
—Es una cosa, no una persona —dije—, y no voy a dejar que le eches la culpa al demonio.
—Qué amable por tu parte, Rachel Mariana Morgan —dijo el demonio y fruncí el ceño.
Nick empezaba a enfadarse. Con un repentino impulso le aparté el pelo de la sien izquierda. Me quedé sin respiración al verle dos líneas que atravesaban su cicatriz del demonio en lugar de solo una.
—¡Nick! —dije con un lamento—. ¿Sabes qué pasa cuando tienes muchas de esas?
Dio un paso atrás molesto y se echó el pelo castaño hacia delante para ocultarla.
—¡Puede arrastrarte hasta siempre jamás! —le grité, deseando soltarle un buen sopapo. Yo solo tenía una línea atravesando mi cicatriz y no podía dormir de preocupación por las noches.
Nick no dijo nada y me miraba con ojos sin remordimientos. Maldita sea, ni siquiera intentaba justificarse.
—¡Dime algo! —exclamé.
—Rachel —dijo—, no va a pasar nada, he tenido mucho cuidado.
—Pero le debes dos favores —protesté—. Si no los cumples le pertenecerás.
Sonrió confiado y maldije su creencia de que la letra escrita albergaba todas las respuestas y que no corría ningún peligro si seguía las reglas.
—No pasa nada —dijo volviendo a cogerme por los hombros—, solo he aceptado un contrato de prueba.
—Contrato de prueba… —tartamudeé atónita—. Nick, esto no es como lo de los veinte CD por un céntimo si compras tres más. ¡Intenta quedarse con tu alma!
El demonio soltó una risita y lo miré de reojo.
—Eso no va a suceder —dijo Nick, de modo tranquilizador—. Puedo llamarlo cuando quiera, igual que si le hubiese dado mi alma, pero al cabo de tres años, puedo romper el trato sin compromisos ni ataduras.
—Si el trato parece demasiado bueno, es que no has leído la letra pequeña.
Seguía sonriendo seguro de sí mismo en lugar de expresar el terror que debería estar sintiendo.
—He leído la letra pequeña. —Levantó un dedo para tocar mis labios y detener mi exabrupto—. Entera. Me contesta pequeñas preguntas gratis y las preguntas más importantes, las pago a crédito.
Cerré los ojos.
—Nick, ¿sabes que tu aura tiene un borde negro? Pareces un espectro bajo mi segunda visión.
—Tú también, amor —me susurró Nick acercándome a él.
Conmocionada no hice nada cuando me rodeó con sus brazos. ¿Mi aura estaba tan manchada como la suya? Yo no había hecho nada salvo dejar que me salvase la vida.
—Tiene todas las respuestas, Rachel —susurró Nick y noté mi pelo moverse con su respiración—, no puedo evitarlo.
El demonio se aclaró la garganta y me aparté de Nick.
—Nick Sparagmos es mi mejor estudiante desde Benjamín Franklin —dijo el demonio haciendo que sonase perfectamente razonable con su acento mientras tocaba la pantalla de Ivy para dejarla azul. Sin embargo no me engañaba. Un demonio no se dejaba influir por la pena, la culpabilidad o los remordimientos. Si hubiese encontrado una forma de entrar en mi círculo, nos habría matado a ambos por osar llamarlo desde siempre jamás… hubiese sido de forma intencionada o no.
—Aunque Atila podría haber llegado lejos si hubiese sido capaz de ver más allá de las aplicaciones militares —continuó diciendo mirándose las uñas—. Y es difícil superar a Leonardo di ser Piero da Vinci, por su indiscutible inteligencia.
—Engreído —mascullé y el demonio inclinó la cabeza graciosamente. Era más que evidente que si Nick tenía al demonio a su disposición durante tres años, haría lo que fuese por mantenerlo allí. Que era precisamente con lo que el demonio contaba.
—Mmm, Rachel —dijo Nick agarrándome por el codo—, ya que está aquí, deberías proporcionarle un nombre de invocación para que no aparezca cada vez que cierres un círculo y dibujes un pentagrama. Así es como supo mi nombre, se lo di a cambio de su nombre para invocarlo.
—Ya sé tu nombre, Rachel Mariana Morgan —dijo el demonio—. Lo que quiero es un secreto.
Se me hizo un nudo en el estómago.
—Claro —dije desganadamente buscando algo. Tenía unos pocos secretos. Mis ojos se posaron en la foto de mi padre y el de Trent y en silencio se la mostré a través de la lámina transparente de siempre jamás.
—¿Qué secreto hay en eso? —se mofó el demonio—. Dos hombres delante de un autobús. —Luego parpadeó. Observé fascinada cómo las rajas horizontales de sus pupilas se ensanchaban hasta que sus ojos se volvieron casi completamente negros. Se levantó y alargó la mano para cogerla. Masculló una maldición cuando sus dedos chocaron contra la barrera. Olía a ámbar quemado.
Me dio un vuelco al corazón ante su repentino interés. Quizá fuese suficiente para pagar por completo mi deuda…
—¿Te interesa? —le tenté—. Cancela mi deuda y te digo quiénes son los dos.
El demonio se echó hacia atrás riéndose.
—Oh, ¿te crees que es tan importante? —se burló. Pero sus ojos siguieron la foto cuando la dejé sobre la encimera detrás de mí. Sin previo aviso, cambió de forma. El borrón rojo de siempre jamás se fundió y fluyó. Me quedé mirándolo fijamente y horrorizada comprobé que adoptaba mi cara. Incluso tenía mis pecas. Era como mirarme al espejo y se me pusieron los pelos de punta al ver cómo mi imagen se movía ajena a mi voluntad. Nick se quedó pálido y con la cara desencajada nos miraba al demonio y a mí.
—Sé quiénes son esos dos hombres —dijo el demonio con mi voz—. Uno es tu padre, el otro es el padre de Trenton Aloysius Kalamack. Pero ¿el autobús del campamento? —Sus ojos se quedaron fijos en mí con taimado interés—. Rachel Mariana Morgan, la verdad es que me has ofrecido un buen secreto.
¿Sabía el segundo nombre de Trent? Entonces había sido el mismo demonio el que nos había atacado a ambos. Alguien nos quería ver a los dos muertos. Por un instante estuve tentada de preguntarle al demonio quién había sido, pero luego bajé la vista. Podía averiguarlo por mí misma y así no me jugaría mi alma.
—Vale por haberme llevado a través de las líneas luminosas y para dejarme en paz para siempre —dije y el demonio se rió. Me pregunté si mis dientes eran realmente tan grandes cuando abrió mi boca.
—Oh, eres un encanto —dijo con mi voz y su acento—. Esa foto es suficiente quizá para comprar un nombre de invocación, pero si quieres cancelar tu deuda necesito algo más. Algo que pudiese suponer tu muerte si se susurra en los oídos adecuados.
La idea de poder librarme de él por completo me llenó de una osadía temeraria.
—¿Y si te digo por qué estaba yo allí, en ese campamento? —Nick se movió nerviosamente junto a mí, pero si me libraba para siempre del demonio, merecería la pena.
El demonio se rió por lo bajo.
—No te hagas ilusiones, eso no puede valer tu alma.
—Entonces, te diré por qué estaba allí si puedo llamarte sin peligro incluso sin un círculo —le solté, pensando que no quería liquidar mi deuda simplemente para poder tener otro cara a cara conmigo más adelante.
Ante eso el demonio volvió a reírse, revolviéndome el estómago al transformar su apariencia grotescamente en el caballero inglés sin dejar de regocijarse.
—¿Una promesa de seguridad sin círculo? —dijo frotándose los ojos cuando pudo hablar de nuevo—. No hay nada en este apestoso mundo de Dios que valga eso.
Tragué saliva. Mi secreto era bueno y lo único que quería era librarme del demonio; pero no creería lo que valía si no se lo contaba primero.
—Tuve una rara enfermedad en la sangre —dije antes de que pudiese cambiar de idea—. Creo que el padre de Trent me curó con una terapia genética ilegal.
El demonio se rió con satisfacción.
—A ti y a varios miles de mocosos más. —Ondeando las colas de su chaqueta se paseó hasta el borde del círculo. Yo retrocedí hasta la encimera con el corazón en la boca—. Será mejor que empieces a tomártelo en serio o voy a perder mi buen… —se sobresaltó al ver mi libro abierto con el hechizo para vincular a un familiar— humor —terminó de decir, dejando que la palabra se apagase—. ¿De dónde…? —vaciló y luego parpadeó posando sus ojos rasgados de cabra primero sobre mí y luego sobre Nick. No pude sentirme más sorprendida cuando soltó un ligero suspiro de incredulidad—. Oh —dijo con tono conmocionado—, maldita sea mil veces.
Nick alargó el brazo por detrás de mí, cerró el libro y lo cubrió con las hojas negras. De pronto me sentí diez veces más nerviosa. Miré a mi alrededor hacia las velas transparentes y al pentagrama hecho con sal. ¿Qué rayos estaba haciendo?
El demonio se retiró con aire reflexivo y se quedó balanceándose sobre los talones. Con la enguantada mano blanca en la barbilla me miró con intensidad renovada, dándome la sensación de que podía ver a través de mí con la misma facilidad que yo podía ver a través de esas velas verdes que había encendido sin saber para qué eran. Su rápido cambio de la ira a la sorpresa y hacia una insidiosa reflexión me llegó al alma e hizo que me estremeciese.
—Bueno, no voy a ser malo —rectificó con el ceño fruncido mirando el reloj de pulsera lleno de opciones que había aparecido en su muñeca en el instante de mirarla. El reloj era idéntico al de Nick—. ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Os mato o no os mato? ¿Mantengo la tradición o apuesto por el progreso? Creo que lo único que se sostendría en un juicio es si os dejo decidir. —Sonrió y un irrefrenable escalofrío me sacudió—. Y todos queremos que esto sea legal, muy, muy legal.
Asustada me deslicé junto a la encimera para apretarme contra Nick. ¿Desde cuándo les importaba a los demonios lo que era legal?
—No te mataré si me invocas sin un círculo —dijo el demonio de sopetón, dando un seco taconazo sobre el linóleo al balancearse, dejando entrever su excitación en sus movimientos impulsivos—. Si tengo razón, os lo concederé de todas formas. Lo sabremos muy pronto. —Sonrió perversamente—. Lo estoy deseando. De todas formas, ya eres mía.
Di un respingo cuando Nick me cogió por el codo.
—Nunca he oído hablar de una promesa de seguridad sin un círculo —me susurró con los ojos entornados—. Nunca.
—Eso es porque solo se le concede a los muertos vivientes, Nick Sparagmos.
La desagradable sensación en la boca del estómago empezó a avanzar hacia arriba, tensándome todos los músculos a su paso. ¿No había nada en este apestoso mundo de Dios que valiese una invocación sin riesgos pero me lo ofrecía a cambio de absolverme de mi deuda? Oh, esto tenía que ser bueno. Había pasado algo por alto. Lo sabía. Con decisión aparté mis sentimientos a un lado. Había hecho malos tratos antes y había sobrevivido.
—Vale —dije con voz temblorosa—, ya he terminado contigo. Quiero que te largues derechito a siempre jamás sin entretenerte por el camino. El demonio se miró a la muñeca de nuevo.
—Qué ama más dura —dijo elegantemente abriendo con grandes gestos el congelador para sacar una caja de patatas fritas para el microondas—. Pero teniendo en cuenta que tú estás dentro del círculo y yo aquí fuera, me iré cuando me dé la real gana. —Sus enguantadas manos blancas se cubrieron de una bruma roja, que al disolverse dejó ver las patatas humeantes. Al abrir la nevera frunció el ceño—. ¿No hay Ketchup?
Las dos de la mañana, pensé mirando el reloj. ¿Por qué era eso tan importante?
—Nick —susurré. Me entró frío—. Quítale las pilas a tu reloj. Ahora.
—¿Qué?
El reloj de encima del fregadero tenía las dos menos cinco. No estaba segura de si estaba bien en hora.
—¡Tú hazlo! —le grité—. Está conectado con el reloj atómico de Colorado. Te envía una señal a medianoche hora de allí para poner a cero todos los relojes. La señal romperá el círculo, igual que una línea de teléfono o de gas activa.