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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (32 page)

Bob
no quería entrar en el caldero de hechizos. Intentar atrapar su escurridizo cuerpo en un recipiente redondo era casi imposible. Había sido fácil sacarlo de la bañera. Simplemente la vacié hasta que se quedó varado. Pero ahora, tras un momento de frustrantes capturas fallidas, estaba dispuesta a vaciar el recipiente por el suelo. Finalmente lo atrapé. Salpicando agua por la encimera lo eché en el caldero. Miré dentro y vi cómo sus agallas bombeaban el líquido color ámbar.

—Vale —dije deseando que estuviese bien—. Ya está ungido. ¿Y ahora?

—Solo un ensalmo. Y cuando el medio de transferencia se haga transparente, ya puedes recuperar el aura que te haya dejado tu familiar.

—Un ensalmo —dije pensando que la magia de líneas luminosas era una estupidez. La magia terrenal no necesitaba ensalmos. La magia terrenal era precisa y bella por su simplicidad. Miré de reojo las velas que parecían no estar allí y reprimí un escalofrío.

—Aquí está. Lo leeré por ti. —Nick se levantó con el libro y le hice un hueco junto a
Bob
. Me acerqué a él, inclinándome sobre el libro. Olía bien, masculinamente bien. Choqué intencionadamente contra él y noté una corriente cálida que probablemente fuese su aura. Estaba demasiado concentrado, descifrando el texto como para darse cuenta. Suspiré y puse toda mi atención en el libro. Nick se aclaró la garganta. Sus cejas se juntaron y sus labios se movían al susurrar las palabras que sonaban oscuras y peligrosas. Pillaba una de cada tres. Cuando acabó me dedicó una de sus medias sonrisas.

—Fíjate —dijo—, rima.

Suspiré dejando caer los hombros.

—¿Tengo que decirlo en latín?

—Creo que no. El único motivo por el que estas cosas riman es para que el brujo las recuerde. Lo que cuenta es la intención de las palabras, más que las palabras en sí. —Se volvió a inclinar sobre el libro—. Déjame un momento para traducirlo. Creo que puedo hacerlo manteniendo la rima. El latín es muy libre en su interpretación.

—Vale. —Nerviosa y temblorosa me recogí el pelo detrás de la oreja y miré al caldero de hechizos. No parecía muy contento.

—«
Pars tibi, totum mihi. Vinctus vinculis, prece factis
» —Nick levantó la vista—. Ah, «Parte para ti, y para mí todo. Unidos por un vínculo, ese es mi ruego».

Lo repetí obedientemente, sintiéndome idiota. Ensalmos, ¿existía algo más manido? Lo siguiente sería ponerme a la pata coja con un puñado de plumas bajo la luna llena.

El dedo de Nick seguía el texto.

—«
Luna servato, luxsanata. Chaos statutum, pejes minutum
» —Arrugó el ceño—. Yo diría: «Bajo la seguridad de la luna, la luz sana. Caos decretado, en vano sea nombrado».

Repetí sus palabras pensando que las brujas de líneas luminosas tenían una importante falta de imaginación.

—«
Mentem tegens, malum ferens. Semper servís, dum duret mundus
». Ah, yo diría: «Reclamo protección, portador de valor. Vinculados antes de que las palabras renazcan».

—Oh, Nick —me quejé—, ¿estás seguro de que lo estás traduciendo bien? Suena fatal.

Suspiró.

—A ver ahora. —Se lo pensó un momento—. También podría traducirlo como: «Al abrigo de la mente, portador de dolor. Cautivos hasta que las palabras mueran».

Podía vivir con eso y lo dije, sin sentir nada. Ambos miramos a
Bob
y esperamos a que el líquido ambarino se volviese transparente. Me palpitaba la sien, pero, aparte de eso, no pasó nada.

—Creo que lo he hecho mal —dije raspando el suelo con la zapatilla.

—Oh, mierda —dijo Nick y levanté la vista para encontrármelo mirando por encima de mi hombro hacia la puerta de la cocina. Tragó saliva y su nuez subió arriba y abajo.

Se me erizó el pelo de la nuca y la cicatriz de demonio palpitó. Se me cortó la respiración y me giré, pensando que Ivy debía de haber llegado a casa. Pero no era Ivy. Era un demonio.

16.

—¡Nick! —grité dando un traspié hacia atrás. El demonio sonrió burlonamente. Parecía un aristócrata británico, pero lo reconocí. Era el que bajo la apariencia de Ivy me había rajado la garganta la primavera pasada. Choqué de espaldas contra la encimera. Tenía que salir corriendo. ¡Tenía que salir de allí! ¡Me mataría! Corrí frenéticamente para interponer la encimera entre nosotros y golpeé el caldero con el hechizo.

—¡Cuidado con la poción! —gritó Nick alargando el brazo hacia el caldero, que se volcó.

Di un grito ahogado sin decir nada y aparté la vista del demonio lo suficiente como para ver que el líquido salpicaba. El agua con mi aura se derramó sobre la encimera, formando un charco color ámbar.
Bob
se salió del recipiente dando coletazos.

—¡Rachel! —exclamó Nick—. ¡Coge el pez! Tiene tu aura y puede romper el círculo.

Estoy dentro de un círculo, pensé, intentando controlar mi pánico. El demonio no. No puede hacerme daño.

—¡Rachel!

El grito de Nick me hizo apartar la vista del sonriente demonio. Nick estaba intentando desesperadamente atrapar a
Bob
, que se retorcía en la encimera, a la vez que intentaba evitar que el agua derramada llegase al borde. Me quedé helada. Apostaría a que el agua con el aura bastaría para romper el círculo. Me lancé a por el rollo de papel de cocina. Mientras Nick intentaba atrapar torpemente a Bob, corrí como loca alrededor de la encimera soltando metros de papel blanco para que absorbiese los riachuelos antes de que formasen charcos en el suelo que pudiesen llegar hasta el círculo. El corazón me latía como loco mientras frenéticamente intentaba alternar mi atención entre el agua y el demonio, que seguía de pie en la puerta, mirándonos con expresión desconcertada y divertida.

—Te pillé —masculló Nick resoplando ásperamente cuando por fin atrapó al pez.

—¡No lo metas en agua salada! —le advertí cuando Nick lo sostenía sobre la cubeta de disoluciones—. Toma dije empujando el recipiente original de
Bob
. Nick dejó caer dentro a
Bob
. El agua normal chapoteó y la sequé. El pez se estremeció y se hundió hasta el fondo abriendo y cerrando las agallas.

Se hizo el silencio enmarcado por el murmullo de nuestras respiraciones agitadas y el tictac del reloj de encima del fregadero. Nuestras miradas se cruzaron por encima del recipiente. Como uno solo, ambos nos volvimos hacia el demonio. Parecía bastante agradable bajo la forma de un hombre joven con bigote, elegante y pulcro. Estaba vestido como un hombre de negocios del siglo dieciocho, con un traje de terciopelo verde con remates de encaje y las uñas largas. Llevaba unas gafas redondas sobre su fina nariz. El cristal era ahumado para ocultar sus ojos rojos. Aunque fuese capaz de variar su forma a voluntad, convirtiéndose en cualquier cosa desde en mi compañera de piso hasta en un roquero punk, sus ojos siempre permanecían igual a menos que hiciese un esfuerzo por adoptar todas las habilidades de quienquiera que fuese a quien imitase. Por eso el mordisco que me dio estaba cargado de saliva de vampiro. Un temblor me sacudió al recordar que sus pupilas eran alargadas como las de una cabra.

El miedo me produjo un nudo en el estómago y odiaba estar asustada. Obligué a mis manos a soltar mis codos. Me erguí y le hice un gesto con la cabeza.

—¿No has pensado nunca actualizar tu vestuario? —me mofé de él. Estaba segura dentro del círculo. Estaba segura dentro del círculo. Se me cortó la respiración cuando una bruma rojiza de siempre jamás lo rodeó. Las ropas del demonio se transformaron en un traje moderno que podría llevar un ejecutivo de la lista Forbes.

—Esto resulta tan… vulgar —dijo con un resonante acento inglés, perfecto para el teatro—. Pero no quiero que se diga que no me adapto. —Se quitó las gafas e inspiré produciendo un silbido. Me quedé absorta mirando sus extraños ojos. Di un respingo cuando Nick me tocó en el brazo. Parecía receloso, pero ni la mitad de asustado de lo que me gustaría verlo, y sentí una oleada de vergüenza por mi reacción de pánico de antes. Pero, maldita sea, los demonios me daban un miedo de muerte. Nadie se arriesgaba a invocar a un demonio desde la Revelación. Excepto quienquiera que hubiese llamado a este para acabar conmigo la primavera pasada. Y luego estaba también el que atacó a Trent Kalamack. Quizá invocar a los demonios fuese más corriente de lo que yo estaba dispuesta a admitir.

Odiaba que el respeto que sentía Nick hacia ellos careciese de cierto terror. Le fascinaban y me daba miedo de que su búsqueda de conocimientos lo condujese algún día a tomar una decisión estúpida, y que finalmente se lo comiese el tigre.

El demonio sonrió mostrando sus dientes anchos y planos mientras contemplaba su atuendo. Produjo un sonido de reflexión profunda y la lana desapareció para convertirse en una camiseta negra remetida dentro de unos pantalones de cuero con una cadena dorada a modo de cinturón alrededor de unas estrechas caderas. Apareció una chaqueta de cuero negra y el demonio se estiró con un gesto sensual mostrando todas las curvas de su nuevo y atractivo torso musculoso al estirar la camiseta pegada sobre su pecho. El pelo corto rubio le creció al sacudir la cabeza y se hizo más alto. Me quedé pálida. Se había convertido en Kist, devolviéndome mi antiguo miedo hacia él. El demonio parecía disfrutar de lo lindo transformándose en lo que más miedo me daba. No dejaría que me acobardase, no lo dejaría.

—Oh, esto no está nada mal —dijo el demonio cambiando su acento por el de un seductor chico malo, a juego con su nuevo aspecto—. Te da miedo la gente más guapa, Rachel Mariana Morgan. Prefiero ser este. —Se pasó la lengua por los labios sugerentemente y me lanzó una mirada al cuello, deteniéndose en la cicatriz que me hizo mientras estaba tirada en el suelo del sótano de la biblioteca de la universidad, sumida en una neblina producida por el éxtasis de la saliva de vampiro, mientras me mataba.

El recuerdo me aceleró el corazón. Levanté la mano para taparme el cuello. La intensidad de su mirada me presionaba la piel y me producía un cosquilleo.

—Para —le pedí asustada mientras despertaba mi cicatriz y un hormigueo de sensaciones me recorrían como metal fundido desde el cuello hasta la ingle. Inspiré con un silbido por la nariz—. ¡He dicho que pares!

Los azules ojos de Kist se abrieron de par en par y se volvieron rojos. Al ver mi determinación, la silueta del demonio se hizo borrosa.

—Este ya no te da miedo —dijo alterando su voz para hacerla más grave y volver a cargarla de acento inglés—. Es una pena. Me gustaba mucho sentirme joven y cargado de testosterona, pero ya sé lo que te da miedo. Pero mantengamos el secreto, ¿eh? No hace falta que Nick Sparagmos lo sepa. Todavía no. Puede que quiera comprarme la información más adelante.

La respiración de Nick sonaba áspera junto a mí mientras el demonio se quitaba la gorra de motorista, que inmediatamente desapareció en la bruma de siempre jamás y volvió a cambiar, retomando su anterior forma de aristócrata británico con encajes y terciopelo verde. Me sonrió por encima de sus redondas gafas ahumadas.

—Este me servirá mientras tanto —dijo.

Di un respingo cuando Nick me tocó.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó—. Nadie te ha llamado.

El demonio no dijo nada y contempló la cocina con manifiesta curiosidad. Demostrando una agilidad de depredador, comenzó a rodear la iluminada habitación. Sus brillantes botas de hebilla no hacían ruido sobre el linóleo.

—Sé que eres nueva en todo esto —reflexionó en voz alta mientras le daba golpecitos a la copa de brandy del
señor pez
sobre el alféizar y el este se estremeció—, pero normalmente el que invoca está fuera del círculo y el invocado dentro. —Se giró sobre un talón y la cola de su chaqueta revoloteó tras él—. Te ofrezco eso gratis, Rachel Mariana Morgan, por haberme hecho reír. No me reía desde la Revelación. Todos nos reímos entonces.

Mi pulso se había normalizado, pero me notaba las rodillas flojas. Quería sentarme, pero no me atrevía.

—¿Cómo puedes estar aquí? —le pregunté—. Este es suelo consagrado.

La personificación de la gracia británica abrió mi nevera. Haciendo un ruidito de desaprobación, hurgó entre las sobras y sacó una fiambrera medio vacía de glaseado de caramelo.

—Oh, sí, me gusta esta modalidad. Estar fuera es siempre mucho más interesante. Creo que te contestaré a esa pregunta gratis también. —Derrochando encanto del viejo continente, tiró de la tapa del glaseado. La tapa de plástico azul desapareció en una mancha de siempre jamás y el demonio introdujo en la fiambrera la cuchara dorada que había ocupado su lugar—. Esto no es suelo consagrado —dijo plantado en mi cocina con su traje de caballero mientras se comía el glaseado—. La cocina fue añadida después de que el santuario fuese bendecido. Podríais santificar todo el edificio, pero entonces conectarías tu dormitorio con la línea luminosa del cementerio. Ooohh, ¿no sería eso maravilloso?

Una sensación de repugnancia me revolvió el estómago por lo que eso pudiese significar. Con las cejas arqueadas me miró por encima de sus gafas ahumadas, arrojando repentinamente una tremenda cantidad de rabia por sus ojos rojos.

—Será mejor que tengas algo que merezca la pena ser oído o voy a estar bien cabreado.

Me erguí al comprenderlo. El demonio creía que yo lo había invocado con una oferta de información para pagar mi deuda con él. Se me disparó de nuevo el pulso a toda velocidad cuando la fiambrera con el glaseado desapareció de la mano del demonio y este se acercó al círculo.

—¡No lo hagas! —le solté cuando dio un golpecito en la lámina de siempre jamás que nos separaba. La cara del demonio perdió la gracia y con una expresión terriblemente seria dirigió su atención a la unión de la lámina con el suelo. Me aferré al brazo de Nick mientras el demonio mascullaba algo acerca de descuartizar a los invocadores miembro a miembro y sobre lo poco considerado que era interrumpir a alguien durante la cena o una velada de tele. La adrenalina se me disparó cuando el demonio se disolvió en una bruma rojiza y se coló a través de las tablas del suelo. Me apreté más contra Nick y mis rodillas amenazaron con ceder.

—Está comprobando si hay alguna tubería —dije—. No hay ninguna tubería. He mirado. —El miedo me provocaba dolor en los hombros mientras esperaba a que el demonio ascendiese a través del suelo junto a mis pies y me matase—. ¡He mirado! —afirmé, intentando convencerme a mí misma. Sabía que el círculo atravesaba rocas y raíces y que la parte de arriba llegaba hasta el desván, pero mientras no hubiese un conducto abierto, como un cable de teléfono o una tubería de gas, el círculo sería seguro. Incluso un ordenador portátil podría romper el círculo si estuviese conectado a la red y entrase un Correo electrónico.

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