—Estoy ocupada esta noche. Tengo que hacer una presentación mañana y tengo que preparar una estadística de fracasos y éxitos actualizada. —Se ruborizó rejuveneciendo varios años.
—¿Para quién? —le pregunté al volver a sentir la sensación de frío en la boca del estómago.
—Para el señor Kalamack.
Cerré los ojos intentando reunir fuerzas.
—¿Doctora Anders? —dije mientras oía a Nick apoyarse de un pie al otro junto mí—. Trent Kalamack es quien está matando a los brujos de líneas luminosas.
La mujer regresó de inmediato a su habitual semblante de desdén.
—No sea insensata, señorita Morgan. El señor Kalamack no es más asesino que yo.
—Llámeme Rachel —le dije creyendo que deberíamos llamarnos por nuestros nombres de pila a estas alturas—. Y Kalamack sí es el cazador de brujos. He visto los informes hablo con todas las víctimas en el mes anterior a sus muertes.
La doctora Anders abrió el cajón inferior de su mesa y sacó un elegante bolso negro.
—Yo hablé con él la primavera pasada en la graduación y sigo viva. Está interesado en mis investigaciones. Si puedo despertar su interés, me patrocinará y podré hacer lo que realmente quiero. Llevo trabajando seis años en esto y no voy a perder mi oportunidad de conseguir un patrocinador por una absurda coincidencia.
Me senté en el borde de la silla, preguntándome cómo podía pasar tan rápido de odiarla a preocuparme por ella.
—Por favor, doctora Anders —dije levantando la vista hacia Nick—. Sé que piensa que soy una fracasada atolondrada, pero no lo haga. He visto los informes de la gente a la que ha matado. Todos murieron aterrorizados y Trent habló con todos ellos.
—Eh, ¿Rachel? —me interrumpió Nick—. Eso no lo sabes con seguridad.
Me giré hacia él.
—¡Gracias por la colaboración!
La doctora Anders se levantó con el bolso en la mano.
—Tráigame el libro y lo miraré este fin de semana.
—¡No! —protesté viendo que estaba acabando con la conversación—. La matará sin pestañear. —Me rechinaron los dientes cuando señaló hacia la puerta—. Al menos déjeme ir con usted —dije al levantarme—. He realizado trabajos de acompañamiento a humanos en los Hollows. Sé pasar desapercibida y cubrirle las espaldas.
La mujer entornó los ojos.
—Soy doctora en magia de líneas luminosas, ¿cree que puede protegerme mejor que yo misma?
Cogí aire para protestar y luego lo solté.
—Tiene razón —dije pensando que sería más fácil seguirla sin que ella lo supiese—. ¿Podría al menos decirme cuándo se reunirá con él? Me sentiré mejor si puedo llamarla a la hora que se supone que debería volver a casa.
Arqueó una ceja.
—Mañana por la noche a las siete. Cenaremos en el restaurante en la última planta de la Torre Carew. ¿Le parece un lugar lo suficientemente público?
Tendría que pedirle a Ivy dinero prestado si tenía que seguirla hasta allí arriba. Una botellita de agua costaba tres pavos y una corriente ensalada de la casa doce… o eso había oído decir por ahí. Pensé que tampoco tenía ningún vestido lo suficientemente bonito. Pero no iba a dejar que se reuniese con Trent sin vigilancia.
Asentí, me colgué el bolso al hombro y me puse de pie junto a Nick.
—Sí, gracias.
El sol de la tarde casi se había retirado de la cocina y tan solo un último y fino rayo iluminaba el fregadero y la encimera. Estaba sentada en la mesa antigua de Ivy, hojeando sus catálogos y acabándome el café de desayuno. Hacía solo una hora que me había levantado y me había dedicado solo a dar sorbitos a mi taza y a esperar a Ivy. Había preparado una jarra entera con la esperanza de convencerla para que hablase conmigo. No estaba lista todavía. Me había evitado con la excusa de una investigación para su última misión. Ojalá hablase conmigo. ¡Por todos los diablos!, me conformaría con que me escuchase. No me parecía verdad que le diese tanta importancia al incidente. Ya había caído otras veces y lo había superado.
Con un suspiro estiré las piernas bajo la mesa. Pasé la página de una colección de organizadores de armario, ojeándola sin mucho interés. No tenía gran cosa que hacer hoy hasta que Glenn, Jenks y yo fuésemos a vigilar a la doctora Anders por la noche. Nick me había prestado dinero y tenía un vestido de fiesta que no parecía demasiado barato y en el que podía esconder mi pistola de bolas.
Edden se había entusiasmado cuando le dije que iba a seguir a la doctora… hasta que estúpidamente admití que se iba a reunir con Trent. Casi llegamos a las manos, conmocionando a todos los agentes de la planta. Llegados a este punto, me daba igual si Edden me metía en la cárcel. Tendría que esperar a que hiciese algo y para entonces ya tendría lo que necesitaba.
Glenn tampoco estaba contento conmigo. Había utilizado la baza del niñito de papá para convencerlo de que mantuviese la boca cerrada y viniese conmigo. No me importaba hacerlo. Trent estaba matando a gente.
Seguí hojeando el catálogo hasta que mi vista se fijó en una mesa de despacho de roble, de las que tenían los detectives de las películas anteriores a La Revelación. Se me escapó un suspiro de deseo. Era preciosa, con el lustre profundo del que carecía el contrachapado. Tenía toda clase de pequeños compartimentos y uno oculto detrás del último cajón de la izquierda, según la descripción. Quedaría perfecta en el santuario.
Bajé la cabeza con una mueca al pensar en mi patético mobiliario, parte del cual seguía en el almacén. Ivy tenía unos muebles preciosos, de líneas suaves y sólidas. Los cajones nunca se atascaban y los cierres metálicos encajaban perfectamente al cerrarse. Yo quería algo así. Algo duradero. Algo que me trajesen a casa ya montado. Algo que soportase un baño de agua salada si alguna vez volvían a echarme una maldición mortal.
Pero eso no sucedería jamás, pensé apartando el catálogo. Lo de comprar muebles bonitos, no lo de la maldición mortal. Mis ojos se deslizaron del brillante papel hasta mi libro de clase de líneas luminosas. Me quedé mirándolo pensativa. Era capaz de canalizar más poder que la mayoría y mi padre no quería que lo supiese. La doctora Anders pensaba que yo era idiota. Solo había una cosa que pudiese hacer.
Cogí aire y me acerqué el libro. Pasé las páginas hasta el final y busqué los apéndices, deteniéndome en el ensalmo para vincular a un familiar. Era todo ritualístico, con notas que hacían referencia a técnicas que no me sonaban de nada. El ensalmo no estaba en latín y no había que hacer ninguna poción ni usar ninguna planta. Me resultaba tan ajeno como la geometría y no me gustaba sentirme estúpida.
Las páginas hicieron un agradable sonido al pasarlas rápidamente hacia el principio para buscar algo que entendiese. Detuve las páginas metiendo el pulgar al encontrar un ensalmo para cambiar la dirección de objetos en movimiento. Guay, pensé. Era exactamente para lo que había querido comprar una varita.
Me senté derecha en la silla, me crucé de piernas y me incliné sobre el libro. Se suponía que había que usar la energía almacenada de la línea luminosa para manipular objetos pequeños y conectarse directamente con una línea para objetos más grandes o que se movían con rapidez. El único objeto físico que necesitaba era algo que sirviese de punto focal.
Levanté la vista cuando Jenks entró revoloteando por la ventana abierta de la cocina.
—Hola, Rachel —dijo alegremente—, ¿qué haces?
Alcancé el catálogo de muebles y lo superpuse sigilosamente sobre mi libro.
—Nada —dije mirando hacia abajo—. Pareces de buen humor.
—Acabo de venir de casa de tu madre. Ya sabes, es estupenda. —Voló hasta la encimera de la isla central y aterrizó en ella para quedar casi a la altura de mis ojos—. Jax lo está haciendo muy bien. Si a tu madre le parece maja la idea, voy a dejar que pruebe a hacerse un jardín que le permita vivir de él.
—¿«Maja»? —pregunté pasando la página de unas preciosas mesitas para el teléfono. ¿Cómo algo tan pequeño podía costar tanto?
—Sí, ya sabes… guay, ok, que si le gusta, si da el visto bueno.
—Ya sé lo que significa —dije reconociendo que era una de las expresiones favoritas de mi madre y pensando que era raro que se la hubiese pegado a Jenks.
—¿Has hablado ya con Ivy? —me preguntó.
—No.
Mi frustración quedó patente en una sola palabra. Jenks titubeó y luego, entrechocando las alas, voló en picado hasta posarse en mi hombro.
—Lo siento.
Me esforcé por dedicarle una expresión agradable al echar la cabeza hacia atrás y meterme un rizo detrás de la oreja.
—Sí, yo también.
Jenks produjo de pronto un ruido airado con sus alas.
—Y bieeeen, ¿qué escondes debajo del catálogo? ¿Estás mirando las tiendas de ropa de cuero de Ivy?
Apreté la mandíbula.
—No es nada —dije en voz baja.
—¿Estás pensando en comprar muebles? —dijo burlonamente—. No fastidies.
Picada, lo espanté con la mano.
—Sí. Quiero muebles que no sean de contrachapado, perdón, laminado. Al lado de las cosas de Ivy, las mías parecen muebles de camping.
Jenks se rió y el aire de sus alas me echó el pelo hacia la cara.
—Pues cómprate algo bonito la próxima vez que tengas dinero.
—Como si eso fuese a pasar alguna vez —mascullé.
Jenks voló rápidamente bajo la mesa. Como no me fiaba de él, me agaché para ver qué estaba haciendo.
—¡Oye, para! —grité moviendo el pie a la vez al notar que me tiraba del zapato. Salió disparado y cuando volví a incorporarme tras volver a atarme el cordón del zapato, vi que había tirado del catálogo de encima del libro y estaba leyéndolo con los brazos en jarras.
—¡Jenks! —me quejé.
—Creía que no te gustaban las líneas luminosas —dijo ascendiendo para volver a caer donde estaba—. Especialmente ahora que no puedes usarlas sin poner en peligro a Nick.
—Y no me gustan —dije deseando no haberle contado que accidentalmente había convertido a Nick en mi familiar—, pero mira, esta parte es fácil.
Jenks se quedó en silencio y sus alas decayeron mientras leía el encantamiento.
—¿Vas a probarlo?
—No —dije enseguida.
—No le pasará nada a Nick si extraes la energía directamente de la línea. No se enterará nunca. —Jenks se puso de lado para poder vernos a mí y al libro a la vez—. Aquí dice que no tienes por qué usar energía almacenada si puedes extraerla de una línea, ¿lo ves?
—Sí —dije lentamente sin mucho convencimiento.
Jenks sonrió abiertamente.
—Si aprendes a hacer esto podrás vengarte de los Howlers. Todavía tienes las entradas para el partido del domingo, ¿no?
—Si —dije con cautela.
Jenks caminó pavoneándose por la página con las alas rojas por la excitación.
—Podrías obligarles a pagarte y como tendrás el cheque de Edden para pagar el alquiler, podrías comprarte un bonito zapatero de roble o algo así.
—Siií —dije sin más rodeos.
Jenks me miró maliciosamente por debajo de su flequillo rubio.
—A no ser que te dé miedo.
Entorné los ojos.
—¿No te ha dicho nunca nadie que eres un verdadero cabroncete?
Se echó a reír y se elevó dejando caer un rastro brillante de polvo pixie.
—Si me diesen una moneda por cada vez que me lo llaman… —musitó. Revoloteó acercándose y aterrizó en mi hombro—. ¿Es difícil?
Me incliné sobre el libro y me aparté el pelo hacia el otro lado para que él también pudiese leer.
—No y eso es lo que me preocupa. Hay un ensalmo y necesito un punto focal. Tendré que conectarme con una línea luminosa y hay que hacer un gesto… —Arrugué el ceño y di un golpecito en el libro. No podía ser tan fácil.
—¿Vas a probar?
Me vino a la cabeza la idea de que Algaliarept pudiese enterarse de que estaba conectándome con la línea luminosa, pero siendo de día y teniendo un acuerdo, pensé, estaría a salvo.
—Sí.
Me senté más erguida en la silla y me calmé. Con mi segunda visión busqué la línea luminosa. El sol ocultaba cualquier visión de siempre jamás, pero la línea luminosa se veía lo suficientemente clara en mi mente. Parecía una ráfaga de sangre seca colgada sobre las tumbas. Pensé que era realmente fea y con cuidado alargué el brazo para tocarla. Inspiré por la nariz provocando un silbido y me tensé.
—¿Estás bien, Rachel? —me preguntó Jenks tirándose de mi hombro.
Asentí con la cabeza gacha sobre el libro. La energía fluyó a través de mí más rápido que otras veces y las fuerzas se equipararon rápidamente. Era casi como si las veces anteriores hubiesen despejado los canales. Me preocupaba usar demasiada energía e intenté hacer descender parte hacia abajo, para que saliese por los pies. No sirvió de nada, la fuerza entrante simplemente volvía a llenarme por completo.
Me resigné a sufrir la desagradable sensación y mentalmente cerré mi segunda visión y levanté la vista. Jenks me observaba preocupado. Le brindé una sonrisa de ánimo y él hizo un gesto con la cabeza, aparentemente aliviado.
—¿Qué te parece esto? —dijo tras volar hasta mi arsenal de bolas rellenas de agua. La esfera roja era tan grande como su cabeza y obviamente pesaba, pero la levantó sin problemas.
—Me vale perfectamente —coincidí—. Lánzame una e intentaré desviarla.
Pensé que esto era más fácil que machacar plantas y hervir agua. Dije el ensalmo y con la mano dibujé una curva descendente en el aire, imaginándome que estaba escribiendo mi nombre con una bengala el cuatro de julio. Dije la última palabra cuando Jenks lanzó la bola.
—¡Ay! —grité cuando una corriente de fuerza de la línea luminosa me quemó la mano izquierda. Ofuscada, miré a Jenks que se reía de mí—. ¿Qué he hecho mal?
Se acercó volando con la bola roja que había recogido cuando rodó hasta él bajo el brazo.
—Te has olvidado de tu punto focal. Toma, usa esto.
—Ah —dije avergonzada y cogí la bola roja que dejó caer en mi palma—. Probemos de nuevo —dije mientras la acunaba en mi mano recesiva, como decía el libro. Me concentré en su fría y suave superficie, dije el ensalmo y esbocé la figura en el aire con la mano derecha.
Jenks lanzó otra bola con un agudo silbido de las alas que me sobresaltó y dejé escapar un chorro de energía. Esta vez funcionó. Reprimí un grito al notar que la energía de la línea luminosa salía disparada desde mi mano y se dirigía hacia la bola. La alcanzó de lleno y la estrelló contra la pared, dejando una mancha goteante.