—Convenció a Samuel para que la dejase subir con la excusa de que se consiguen mejores propinas —dijo el camarero.
—Sam… —masculló Kist con los dientes apretados. Dejaba entrever sus emociones y para mi sorpresa era la primera vez que reconocía en él pensamientos que no giraban alrededor del sexo o la sangre. Con los labios apretados recorrió la sala con la mirada—. Está bien. Reúne a todo el mundo como si fuese para celebrar un cumpleaños y sácala de allí antes de que los haga estallar. Corta el grifo de acónito e invita a postre a quien quiera.
Su barba rubia de dos días reflejó la luz cuando levantó la cabeza para mirar hacia arriba, como si pudiese ver a través del techo el jaleo de arriba. La música volvía a sonar alto y se filtraba la voz de Jeff Beck.
Loser
. De alguna forma parecía encajar mientras todos balbuceaban la letra. A los clientes más ricos de la planta de abajo no parecía importarles.
—Piscary me arrancará la piel si perdemos nuestra A por un mordisco de lobo —dijo Kist—. Y por muy excitante que eso pueda parecer, me gustaría ser capaz de andar mañana.
La franca admisión de su relación con Piscary me sorprendió, aunque no tenía por qué. Aunque yo siempre igualaba el toma y daca de sangre con el sexo, no siempre era así, especialmente si el intercambio era entre un vampiro vivo y uno no muerto. Ambos tenían pareceres bien distintos, probablemente debido a que uno de ellos tenía alma y el otro no.
La «botella en la que venía la sangre» era importante para la mayoría de los vampiros vivos. Ellos elegían a sus parejas con cuidado, normalmente, aunque no siempre, según sus preferencias sexuales con la feliz esperanza de que el sexo fuese incluido en el paquete. Incluso cuando actuaban impulsados por el hambre, el toma y daca de sangre casi siempre satisfacía una necesidad emocional, una afirmación física de un vínculo emocional, de la misma manera que sucede con el sexo… pero no siempre tenía que ser así.
Los vampiros no muertos eran incluso más meticulosos. Elegían a sus compañeros con el mismo cuidado que un asesino en serie. Buscaban la dominación y la manipulación emocional más que el compromiso. Si eran de un sexo u otro no entraba en la ecuación, aunque los no muertos no rechazarían que se le sumase el sexo, ya que eso les proporcionaba una sensación de dominación aun más intensa, equiparable a la violación, incluso cuando la relación era consentida. Cualquier relación que se desarrollase a partir de tales premisas era eminentemente desigual, aunque el mordido no solía aceptarlo así y pensaba que su maestro era la excepción que confirmaba la regla. Me dejó petrificada que Kist pareciese ansioso por tener otro encuentro con Piscary y me pregunté, mirando al joven vampiro junto a mí, si sería porque Kist recibía una gran cantidad de fuerza y estatus al ser su heredero.
Ajeno a mis pensamientos, Kist frunció el ceño enfadado.
—¿Dónde está Sam? —preguntó.
—En la cocina, señor.
Le entró un tic en el ojo. Kist miró al camarero como diciendo: «¿Y a qué estás esperando?» y el hombre se fue apresuradamente.
Con la botella de agua en la mano, Ivy apareció sigilosamente detrás de Kist, tirando de él para alejarlo más de mí.
—Y tú que creías que era una idiota por especializarme en seguridad en lugar de en gestión de empresas —dijo—. Casi sonabas responsable, Kisten. Ten cuidado o echarás por tierra tu reputación.
Kist sonrió enseñando sus colmillos y haciendo desaparecer su aire de gerente de restaurante agobiado.
—Las ventajas extra son estupendas, Ivy, querida —dijo posándole la mano en él trasero con una familiaridad que ella toleró durante un instante antes de golpearle—. Si alguna vez, necesitas trabajo, ven a verme.
—Que te den, Kist.
Él se rió dejando caer la cabeza un instante antes de volver a dedicarme una mirada maliciosa. Un grupo de camareros subió por las anchas escaleras, dando palmas y cantando una estúpida canción. Resultaba molesto y ridículo, no parecía en absoluto la misión de rescate que realmente era. Arqueé las cejas sorprendida. Kist era bueno en su trabajo.
Casi como si hubiese leído mi mente, Kist se me acercó.
—Soy aun mejor en la cama, querida —me susurró, enviándome con su aliento un delicioso dardo de escalofríos hasta lo más profundo de mi ser. Se apartó de mí, quedando fuera de mi alcance antes de que pudiese empujarlo y sin dejar de sonreír, se marchó. A medio camino hacia la cocina, se volvió para comprobar que seguía mirándolo. Y lo estaba haciendo. Joder, toda mujer en la sala, viva, muerta o a medias, le miraba.
Aparté los ojos de él para toparme con los ojos entrecerrados de Ivy.
—Ya no te da miedo —dijo inexpresivamente.
—No —dije sorprendida al descubrir que era verdad—, creo que es porque no puede hacer nada más que flirtear conmigo.
Ivy apartó la vista.
—Kist puede hacer muchas cosas. Le encanta ser dominado, pero cuando se trata de negocios, puede tumbarte en el suelo con solo mirarte. Piscary no tendría a un idiota como heredero, por muy agradable que sea de desangrar. —Apretó los labios hasta que se le pusieron blancos—. La mesa está lista.
Seguí su mirada hacia la única mesa libre, junto a la pared del fondo y alejada de las ventanas. Glenn y Jenks se unieron a nosotras cuando Kist se marchó y juntos sorteamos las mesas hasta llegar al banco semicircular en el que nos sentamos dando todos la espalda a la pared: inframundana, humano, inframundana. Y esperamos a que viniese el camarero.
Jenks se posó en la baja lámpara de araña y la luz que atravesaba sus alas reflejaba puntos verdes y dorados sobre la mesa. Glenn lo iba asimilando todo en silencio y claramente intentaba no parecer desconcertado ante la visión de los camareros con cicatrices y buena presencia. Tanto los chicos como las chicas eran todos jóvenes, con unas caras sonrientes y complacientes que me estaban poniendo los nervios de punta.
Ivy no dijo nada más acerca de Kist, por lo que le estuve agradecida. Era vergonzoso comprobar lo rápido que actuaban las feromonas de vampiro sobre mí, haciéndome pasar de un «piérdete» a un «ven aquí». Por culpa de la gran cantidad de saliva de vampiro que el demonio me inyectó mientras intentaba matarme, mi resistencia a las feromonas de vampiro era casi nula.
Glenn apoyó los codos con cuidado sobre la mesa.
—No me has contado cómo te fue la clase —me dijo.
Jenks se rió.
—Fue un infierno. Dos horas de críticas y reproches sin descanso.
Me dejó boquiabierta.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Me volví a colar. ¿Qué le hiciste a esa mujer, Rachel? ¿Mataste a su gato?
Me ardía la cara. Saber que Jenks lo había presenciado todo empeoraba más las cosas.
—La tía es una arpía —dije—. Glenn, si quieres lincharla por haber matado a esa gente, adelante. Ya sabe que es sospechosa. La SI estaba allí y casi le da un ataque de nervios. Pero yo no he encontrado nada que se pareciese ni remotamente a un motivo ni a un sentimiento de culpabilidad.
Glenn retiró los brazos de la mesa y se apoyó en el respaldo.
—¿Nada?
Negué con la cabeza.
—Solo que Dan tuvo una entrevista el viernes después de clase. Creo que esa era la gran noticia que iba a contarle a Sara Jane.
—Dejó todas sus clases el viernes por la noche —dijo Jenks—. Pidió el reembolso de toda la matrícula. Debió hacerlo por correo electrónico.
Miré con los ojos entornados al pixie sentado junto a las bombillas.
—¿Cómo lo sabes?
Agitó las alas convirtiéndolas en un borrón y sonrió de oreja a oreja.
—Visité la oficina de secretaría durante el descanso de la clase. ¿Te creías que la única razón por la que te acompañaba era para hacer bonito en tu hombro?
Ivy tamborileó en la mesa con las uñas.
—No pensaréis estar toda la noche hablando de trabajo, ¿verdad?
—¡Pequeña Ivy! —exclamó una voz fuerte y todos levantamos la vista. Un hombre bajito y enjuto con delantal de cocinero se acercaba zigzagueando hasta nosotros desde el otro lado del restaurante, sorteando con soltura las mesas—. ¡Mi querida Ivy! —gritó por encima del ruido—. Qué pronto has vuelto, ¡y con amigos!
Miré a Ivy sorprendida al ver un ligero color sonrosado en sus pálidas mejillas. «¿Pequeña Ivy?».
—«¿Pequeña Ivy?» —dijo Jenks desde lo alto—. ¿A qué viene eso?
Ivy se levantó para darle un embarazoso abrazo al hombre cuando este se detuvo frente a nosotros. La imagen resultaba extraña, ya que él era unos quince centímetros más bajito que ella. El le devolvió el abrazo con una palmadita paternalista en la espalda. Arqueé las cejas sorprendida. ¿Ivy lo había abrazado?
Los ojos negros del cocinero tenían un brillo que parecía de placer. El olor a salsa de tomate y sangre llegó hasta mí. Obviamente era un vampiro practicante. Pero aún no sabría decir si estaba muerto o no.
—Hola, Piscary —dijo Ivy al sentarse, y Jenks y yo intercambiamos una mirada. ¿Este era Piscary? ¿Uno de los vampiros más poderosos de Cincinnati? Nunca había visto a un vampiro con aspecto más inofensivo.
Piscary era de hecho unos tres o cuatro centímetros más bajito que yo y parecía llevar sus menudas proporciones con soltura. Tenía la nariz estrecha, los ojos almendrados separados y unos labios finos que contribuían a darle un aspecto exótico. Sus ojos eran muy oscuros y le brillaban al quitarse el gorro de cocinero y metérselo por el lazo del delantal. Tenía la cabeza rapada al cero y su piel color miel ambarina centelleaba bajo la luz de la lámpara sobre la mesa. La camiseta y los pantalones de color claro que llevaba podrían ser de cualquier tienda, pero lo dudaba. Le daban un aspecto de clase media acomodada y su sonrisa entusiasta reforzaba esa idea en mi mente. Piscary controlaba gran parte de los bajos fondos de Cincinnati, pero al verlo, me pregunté cómo lo hacía.
Mi habitual desconfianza sana hacia los vampiros no muertos se redujo a una cauta prudencia.
—¿Piscary? —pregunté—, ¿el mismo de Pizza Piscary's?
El vampiro sonrió enseñando los dientes. Eran más largos que los de Ivy (era un auténtico no muerto) y parecían muy blancos en contraste con su piel morena.
—Sí, soy el dueño de Pizza Piscary's. —Su voz sonó profunda para un marco tan pequeño y parecía arrastrar la fuerza de la arena y el viento. Los sutiles restos de un acento extranjero me hicieron preguntarme cuánto tiempo hacía que hablaba nuestro idioma.
Ivy se aclaró la garganta, apartando mi atención de sus rápidos ojos oscuros. Por algún motivo la visión de sus dientes no había hecho saltar mi habitual alarma de rodillas temblorosas.
—Piscary —dijo Ivy—, esta es Rachel Morgan y él es Jenks; son mis socios.
Jenks revoloteó hasta el pimentero y Piscary le dedicó una inclinación de cabeza antes de volverse hacia mí.
—Rachel Morgan —dijo lentamente y con atención—, estaba esperando que mi pequeña Ivy te trajese a verme. Creo que le daba miedo que le dijese que no podía volver a jugar contigo. —Sus labios se curvaron formando una sonrisa—. Estoy encantado.
Contuve la respiración cuando me tomó la mano con una gran gentileza que contrastaba con su aspecto. Levantó mis dedos llevándolos cerca de sus labios. Sus oscuros ojos estaban fijos en los míos. Se me aceleró el pulso, pero parecía que mi corazón estuviese en otro sitio. Inhaló el aire por encima de mi mano, como si oliese mi sangre latiendo bajo la piel. Contuve un escalofrío apretando la mandíbula.
Los ojos de Piscary eran del color del hielo negro. Osadamente le devolví la mirada, intrigada por los matices más allá de sus profundidades, fue Piscary quien apartó primero la mirada y rápidamente retiré la mano. Era bueno, realmente bueno. Había usado su aura para cautivarme en lugar de para asustarme. Solo los más ancianos podían hacerlo y no había sentido ni siquiera una punzada en mi cicatriz de demonio. No sabía si tomarlo como una buena o una mala señal.
Piscary se sentó en el banco junto a Ivy riéndose abiertamente ante mi repentino y obvio recelo y tres camareros se esforzaron por arreglárselas con las fuentes redondas. Glenn no parecía demasiado molesto porque Ivy no le hubiese presentado y Jenks mantuvo la boca cerrada. Glenn se apretujó contra mi hombro, empujándome hasta que casi me quedo colgando por el borde para dejarle sitio a Piscary.
—Tenías que haberme avisado que veníais —dijo Piscary—, te habría reservado una mesa.
Ivy se encogió de hombros.
—Esta está bien.
Medio girándose, Piscary miró hacia el bar y gritó:
—¡Traedme una botella roja de la bodega de los Tamwood! —Esbozó una sonrisa maliciosa—. Tu madre no echará en falta una.
Glenn y yo intercambiamos una mirada de preocupación. «¿Una botella roja?».
—Eh, ¿Ivy? —interpuse.
—Oh, Dios mío —se quejó—. Es vino, relájate.
Que me relaje
, pensé,
es más fácil decirlo que hacerlo con el trasero medio fuera del asiento y rodeada de vampiros
.
—¿Habéis pedido ya? —preguntó Piscary a Ivy, pero su sofocante mirada estaba fija en mí—. Tengo un queso nuevo que usa una especie de moho recién descubierta para madurar. Viene directamente de los Alpes.
—Sí —dijo Ivy—. Una extragrande…
—Con todo menos cebolla y pimiento —terminó de decir él, enseñando los dientes en una amplia sonrisa al volverse de ella hacia mí.
Dejé caer los hombros cuando apartó los ojos de mí. No aparentaba ser nada más que un amable cocinero de pizzas y aun así estaba despertando en mí más alarmas que si fuese alto, delgado y se moviese seductoramente vestido con encaje y seda.
—¡Ja! —espetó y reprimí un respingo—. Voy a cocinarte algo de cena, pequeña Ivy.
Ivy sonrió como si tuviese diez años.
—Gracias, Piscary. Me encantaría.
—Claro que sí. Algo especial, algo nuevo. Invita la casa. ¡Será mi mejor creación! —dijo orgullosamente—. Le pondré tu nombre y el de tu sombra.
—Yo no soy su sombra dijo Glenn con tono tenso, los hombros hundidos y la mirada clavada en la mesa.
—No hablaba de ti —dijo Piscary y yo abrí los ojos de par en par.
Ivy se revolvió incómoda.
—Rachel… tampoco es mi… sombra.
Lo dijo con un cierto tono de culpabilidad y por un instante una nube de confusión cruzó la expresión del viejo vampiro.
—¿De verdad? —dijo e Ivy se tensó visiblemente—. Entonces, ¿qué haces con ella, pequeña Ivy?