Sara Jane estaba de pie en el salón con la expresión petrificada.
—No estaba aquí cuando vine y no lo he visto desde entonces —dijo en voz baja.
—Bueno —dijo Glenn cuando el contestador terminó con un chasquido—, no hemos encontrado su coche todavía y su cepillo y maquinilla de afeitar siguen aquí. Dondequiera que esté, no piensa quedarse mucho tiempo. Parece que le ha sucedido algo.
Ella se mordió el labio y se volvió de espaldas. Asombrada por su falta de tacto le dediqué a Glenn una mirada asesina.
—Tienes la sensibilidad de un perro en celo, ¿lo sabías? —le susurré.
Glenn se fijó en los hombros hundidos de Sara Jane.
—Lo siento, señora.
Ella se volvió con una abatida sonrisa.
—Quizá debería llevarme a
Sarcófago
a casa…
—No —rápidamente intenté convencerla—, todavía no. —Le puse la mano en el hombro compasivamente. El olor a lilas de su perfume me trajo a la memoria el sabor calizo de las zanahorias drogadas. Miré a Glenn, convencida de que no se iría para dejarme hablar a solas con ella—. Sara Jane —le pedí titubeante—, lo siento pero tengo que preguntárselo. ¿Sabe si alguien había amenazado a Dan?
—No —dijo levantando la mano hasta el cuello y quedándose su expresión paralizada—, nadie.
—¿Y a usted? —le pregunté—. ¿La han amenazado de alguna manera? ¿De cualquier tipo de manera?
—No, por supuesto que no —dijo rápidamente bajando los ojos y quedándose aun más pálida. No necesitaba un amuleto para saber que mentía y el silencio se hizo incómodo mientras le daba unos instantes para cambiar de opinión. Pero no lo hizo.
—¿He… hemos terminado? —tartamudeó. Asintiendo me coloqué el bolso en el hombro. Sara Jane se dirigió hacia la puerta con el paso rápido y forzado. Glenn y yo la seguimos fuera hasta el rellano de cemento. Hacía demasiado frío para que hubiese bichos, pero había una telaraña rota en la lámpara del porche.
—Gracias por dejarnos echar un vistazo al apartamento —dije mientras ella comprobaba la puerta con dedos temblorosos—. Hablaré con sus compañeros de clase mañana. Quizás alguno de ellos sepa algo. Sea lo que sea, puedo ayudarla —dije intentando que entendiese lo que quería decir por mi tono.
—Sí. Gracias. —Sus ojos vagaron por todas partes evitando los míos y había vuelto a usar su tono de secretaria profesional—. Les agradezco que hayan venido. Ojalá pudiera serles de más ayuda.
—Señora —dijo Glenn a modo de despedida. Los tacones de Sara Jane repiquetearon elegantemente sobre el pavimento al alejarse. Seguí a Glenn hasta su coche y miré hacia atrás para ver a
Sarcófago
sentado en una ventana del piso de arriba, observándonos.
El coche de Sara Jane emitió un alegre pitido antes de que ella metiese el bolso dentro, entrase y se marchase. Yo me quedé de pie junto a mi puerta abierta y observé como sus luces traseras desaparecían al girar la esquina. Glenn me miraba de frente desde el lado del conductor con los brazos apoyados en el techo del coche. Sus ojos marrones no tenían rasgos distintivos bajo el zumbido de la farola.
—Kalamack debe pagarles bien a sus secretarias a juzgar por el coche que tiene —dijo en voz baja.
Me puse tensa.
—Sé con seguridad que lo hace —dije acaloradamente sin gustarme lo que insinuaba—. Es muy buena en su trabajo y aún le queda dinero para enviárselo a su familia y que vivan como auténticos reyes, comparados con los demás empleados de la granja.
Gruñó y abrió su puerta. Yo subí al coche y suspiré mientras me abrochaba el cinturón de seguridad y me acomodaba en el asiento de cuero. Miré por la ventanilla hacia el aparcamiento oscuro, deprimiéndome aun más. Sara Jane no confiaba en mí, pero desde su punto de vista, ¿por qué iba a hacerlo?
—¿No te lo estás tomando como algo personal? —me preguntó Glenn al arrancar el coche.
—¿Crees que porque es una hechicera no se merece nuestra ayuda? —dije con dureza.
—No te embales, eso no es lo que he querido decir. —Glenn me lanzó una rápida mirada mientras daba marcha atrás. Puso la calefacción al máximo antes de meter la marcha y un mechón de pelo me hizo cosquillas en la cara—. Solo digo que actúas como si te jugases algo en el resultado.
Me pasé la mano sobre los ojos.
—Lo siento.
—Está bien —dijo como si lo comprendiese—. Entonces… —titubeó—. ¿Qué es lo que te juegas?
Se incorporó a la circulación y bajo la luz de una farola lo miré, preguntándome si quería ser tan sincera con él.
—Conozco a Sara Jane —dije lentamente.
—Quieres decir que conoces a ese tipo de mujer —dijo Glenn.
—No. La conozco a ella.
El detective de la AFI frunció el ceño.
—Ella no te conoce a ti.
—Ya. —Bajé la ventanilla del todo para librarme del olor de mi perfume. No podía soportarlo más. Mis pensamientos seguían volviendo a los ojos de Ivy, negros y asustados—. Eso es lo que lo hace tan difícil.
Los frenos chirriaron levemente al detenernos en un semáforo. El ceño de Glenn seguía fruncido y su barba y bigote ensombrecían profundamente su cara.
—¿Por qué no hablas en humano, por favor?
Le lancé una rápida sonrisa triste.
—¿Te ha contado tu padre como casi pillamos a Trent Kalamack por traficante y fabricante de fármacos genéticos?
—Sí, eso fue antes de que me transfiriesen a su departamento. Me dijo que el único testigo era un cazarrecompensas de la si que murió en un coche bomba. —El semáforo cambió y avanzamos.
Asentí. Edden le había contado lo básico.
—Déjame que te hable de Trent Kalamack —dije sintiendo el viento contra mi mano—. Cuando me descubrió revolviendo en su oficina buscando alguna prueba para llevarlo a los tribunales, no me entregó a la si sino que me ofreció un trabajo. Cualquier cosa que yo quisiese. —Me entró frío y dirigí la salida de aire hacia mí—. Pagaría para cancelar la amenaza de muerte de la si, me establecería como cazarrecompensas, me proporcionaría un pequeño equipo de empleados, todo… si trabajaba para él. Quería que me uniese al mismo sistema contra el que llevaba toda mi vida profesional luchando. Me ofrecía algo que se parecía a la libertad. La deseaba tanto que casi le digo que sí.
Glenn permanecía en silencio, prudentemente sin decir nada. No existe ningún poli vivo que no haya sido tentado y yo estaba orgullosa de haber superado la prueba.
—Cuando la rechacé, su oferta se convirtió en una amenaza. En aquel momento me había transformado en visón con un hechizo y Kalamack iba a torturarme mental y físicamente hasta lograr que hiciese cualquier cosa para que parase. Si no podía tenerme por voluntad propia, se contentaría con convertirme en una sombra retorcida, ansiosa por complacerle. Estaba indefensa. Igual que lo está Sara Jane. —Tardé un instante en reunir el valor. Nunca había confesado en voz alta que me había sentido… indefensa—. Ella pensaba que yo era un visón, pero me trató con más dignidad como animal que Trent como persona. Tengo que librarla de él antes de que sea demasiado tarde. A menos que encontremos a Dan y lo pongamos a salvo, ella no tendrá ninguna posibilidad.
—El señor Kalamack no es más que un hombre —dijo Glenn.
—¡Por favor! —exclamé con un bufido sarcástico—. Dime, señor detective de la AFI, ¿es humano o inframundano? Su familia lleva gestionando una buena tajada de Cincinnati desde hace dos generaciones y nadie sabe qué es. Jenks no es capaz de decir a qué huele ni tampoco las hadas. Destruye a la gente dándoles exactamente lo que quieren… y disfruta con ello.
Observé los edificios que pasaban sin verlos. Levanté la vista ante el prolongado silencio de Glenn.
—¿De verdad piensas que la desaparición de Dan no tiene nada que ver con los asesinatos del cazador de brujos? —me preguntó finalmente.
—Sí. —Me reacomodé en el asiento, sintiéndome incómoda por haberle contado tanto—. Acepté esta misión únicamente para ayudar a Sara Jane y hacer caer a Trent. ¿Y ahora vas a ir corriendo a chivarte a tu papi?
Las luces de los coches que venían de frente lo iluminaron. Inspiró y dejó salir el aire.
—Si haces cualquier cosa por tu pequeña vendetta que obstaculice que yo demuestre que la doctora Anders es la asesina, te ato a un poste y te planto en medio de una hoguera en una plaza pública —dijo en voz baja con tono amenazante—. Mañana irás a la universidad y me contarás todo lo que puedas averiguar. —La tensión de sus hombros se relajó—. Ten cuidado.
Lo miré y las luces al pasar lo iluminaban con ráfagas que parecían reflejar mi incertidumbre. Parecía que me había entendido. ¡Increíble!
—Me parece bien —dije recostándome. Giré la cabeza al ver que viraba a la izquierda en vez de a la derecha. Le eché una mirada con la sensación de vivir un
déjà vu
—. ¿Adónde vamos? Mi oficina está por el otro lado.
—A Pizza Piscary's —dijo—. No hay ningún motivo para esperar a mañana.
Lo miré sin querer admitir que le había prometido a Ivy que no iría allí sin ella.
—Piscary's no abre hasta medianoche —mentí—. Sirven a inframundanos. Piensa, ¿con qué frecuencia piden los humanos pizza? —Glenn se puso serio al entenderlo y yo empecé a toquetearme el esmalte de las uñas—. No tendrán un hueco al menos hasta las dos para hablar con nosotros.
—¿Te refieres a las dos de la mañana? —preguntó.
Obviamente
, pensé. A esa hora era cuando la mayoría de los inframundanos estaban en su salsa, especialmente los muertos.
—¿Por qué no te vas a casa, duermes un poco y vamos todos mañana?
Negó con la cabeza.
—Irías sin mí esta noche.
Se me escapó un bufido ofendido.
—Yo no trabajo así, Glenn. Además, si lo hiciese irías allí solo después y le he prometido a tu padre que intentaría mantenerte con vida. Te esperaré. Palabra de bruja.
Mentir, sí. Traicionar la confianza de un compañero, aunque no sea bienvenido, no.
Me echó una rápida mirada de desconfianza.
—Está bien. Palabra de bruja.
—Rachel —me llamó Jenks desde mi pendiente—. Échale un ojo a este tío. ¿Está de caza o qué?
Me subí el bolso más en el hombro y entorné los ojos bajo el poco habitual calor de esta tarde de septiembre para mirar al chico en cuestión mientras caminaba a través de la informal sala. La música me llegó rozando el subconsciente. El volumen de su radio estaba demasiado bajo como para oírla bien. Mi primer pensamiento fue que debía de tener calor. Tenía el pelo negro, la ropa negra, las gafas de sol negras y su guardapolvo negro era de cuero. Estaba apoyado contra una máquina expendedora, intentando parecer refinado mientras hablaba con una mujer con un vestido de encaje negro gótico. Pero la estaba pifiando. Nadie puede parece sofisticado con un vaso de cartón en la mano, por muy sexy que fuese su barba de dos días. Y nadie se vestía de gótico salvo los vampiros vivos adolescentes fuera de control y los patéticos aspirantes a vampiros.
Me reí por lo bajo, sintiéndome mucho mejor. Lo grande que era el campus y la aglomeración de jóvenes me tenían los nervios de punta. Yo había asistido a una pequeña escuela universitaria donde completé el habitual programa de dos años seguido de cuatro años de prácticas en la si. Mi madre no se podía permitir el precio de la matrícula de la Universidad de Cincinnati con la pensión de mi padre, aparte de la paga de viudedad.
Me fijé en el recibo amarillento que me había dado Edden. Ponía la hora y el día de las clases y justo abajo en la esquina derecha ponía el precio de todo… los impuestos, tasas de laboratorio y las clases sumaban una cifra total tremenda. Solo esta asignatura costaba casi lo mismo que un cuatrimestre en mi alma máter. Nerviosa guardé el papel en el bolso al notar que un hombre lobo en una esquina me miraba. Ya parecía bastante fuera de lugar sin deambular con el horario de clase en la mano. Ya puestos podría colgarme del cuello un cartel que dijese: «Estudiante de Educación para Adultos». Que Dios me perdone, pero me sentía vieja. Los demás no eran mucho más jóvenes que yo, pero todos sus movimientos gritaban inocencia.
—Esto es ridículo —mascullé dirigiéndome a Jenks al salir de la cafetería.
Ni siquiera sabía por qué el pixie había venido conmigo. Edden debía habérmelo largado para asegurarse de que asistía a clase. Mis bolas de vampiresa resonaron elegantemente al pasearme a través de la pasarela elevada con ventanales que conectaba el edificio de empresariales y arte con el Salón Kantack. Me recorrió una sacudida al darme cuenta de que mis pies llevaban el ritmo de la canción de Takata
Suspiro destrozado
y aunque aún no podía oír realmente la música, la letra se había instalado en lo más profundo de mi cabeza volviéndome loca: «Separa las pistas del polvo, de mis vidas, de mi voluntad. Te quería entonces. Te sigo queriendo».
—Debería estar con Glenn interrogando a los vecinos de Dan —me quejé—. No necesito asistir a estas malditas clases, basta con hablar con los compañeros de Dan.
Mi pendiente se balanceó como un columpio y las alas de Jenks me hicieron cosquillas en el cuello.
—Edden no quiere darle a la doctora Anders ningún motivo para pensar que es sospechosa y yo creo que es una buena idea.
Fruncí el ceño. El sonido de mis pasos quedó amortiguado al entrar en el pasillo con moqueta y empecé a mirar los números ascendentes en las puertas.
—Así que tú crees que es una buena idea, ¿no?
—Sí, pero hay una cosa en la que no ha pensado. —Se rió por lo bajo—. O quizá sí.
Caminé más lento al ver a un grupo esperando frente a una puerta. Probablemente fuese la mía.
—¿Y qué es?
—Bueno —dijo alargando las vocales—, ahora que asistes a esta clase encajas con el perfil.
Una subida de adrenalina me recorrió rápidamente y desapareció.
—Vaya, ¿no me digas? —murmuré. Maldito Edden.
La risa de Jenks sonó como un móvil de campanitas. Me cambié el pesado libro a la otra cadera y busqué a la persona más proclive a contarme los mejores cotilleos. Una mujer joven me miró, o más bien a Jenks, sonriendo brevemente antes de girarse. Vestía vaqueros, como yo, y una chaqueta de ante que parecía cara sobre su camiseta. Informal pero sofisticada. Buena combinación. Dejé caer el bolso sobre la moqueta y me apoyé contra la pared como los demás, a un evasivo metro y medio de distancia.
Disimuladamente miré el libro a los pies de la chica.
Prolongación sin contacto con líneas luminosas
. Experimenté una ligera sensación de alivio. Al menos tenía el libro correcto. Quizá esto no fuese tan malo. Miré el cristal esmerilado de la puerta cerrada al oír una conversación apagada en el interior. Debía de ser la clase anterior que no había terminado todavía.