—¿Ah, sí? —lo cuestionó Ivy con su pálida mano sobre la cadera ladeada—. ¿Acaso allí alguien quería comerte?
La manada de lobos pasó junto a nosotros hacia el interior. Uno de ellos hizo un movimiento brusco y se volvió dos veces para mirarme. Me pregunté entonces si robar aquel pez iba a traerme problemas. La música y la charla se colaron por la puerta y cesaron cuando la gruesa hoja se cerró. Suspiré. Parecía animado. Ahora probablemente tendríamos que esperar para conseguir una mesa.
Le ofrecí a Glenn la mano mientras Ivy abría la puerta. El rechazó mi ayuda y se volvió a guardar bajo la camisa el amuleto antipicor a la vez que se esforzaba por encontrar su orgullo, pisoteado en alguna parte bajo las botas de Ivy. Jenks revoloteó desde mí hasta su hombro y Glenn se sobresaltó.
—Vete a sentarte en otra parte, pixie —dijo entre toses.
—Oh, no —dijo Jenks alegremente—, ¿no sabes que un vampiro no te puede tocar si tienes un pixie en el hombro? Es un hecho bien conocido.
Glenn vaciló y no pude evitar hacer una mueca exasperada. Menudo infeliz.
Entramos en fila detrás de Ivy cuando la manada de lobos era conducida hasta su mesa. El restaurante estaba lleno, algo normal en un día entre semana. Piscary's tenía la mejor pizza de Cincinnati y no hacían reservas. El calor y el ruido me relajaron y me quité la chaqueta. Las vigas rústicas de madera parecían rebajar la altura del techo y la rítmica cadencia de
Rehumanize Yourself
de Sting se filtraba por las anchas escaleras. Más allá había unos amplios ventanales con vistas al negro río y a la ciudad al otro lado. Había un barco de tres pisos, obscenamente caro, atracado en el muelle. Las luces del muelle se reflejaban en el nombre en la proa:
Solar
. Guapos chicos de edad universitaria se movían diligentemente con sus uniformes escasos de tela, unos más sugerentes que otros. La mayoría eran humanos sometidos, ya que el personal vampiro tradicionalmente se encargaba de la parte de arriba, que estaba menos supervisada.
El camarero jefe arqueó las cejas al ver a Glenn. Supe que era el camero jefe porque su camisa estaba solo medio desabrochada y porque lo decía en su chapa.
—¿Mesa para tres? ¿Iluminada o no?
—Iluminada —interpuse antes de que Ivy pudiese decir lo contrario. No quería ir arriba. Parecía que había jaleo.
—Entonces tardará unos quince minutos. Pueden esperar en el bar si lo desean.
Suspiré. Quince minutos. Siempre eran quince minutos. Quince minutitos que se alargaban hasta treinta, luego cuarenta y luego ya no te importaba esperar otros diez con tal de no tener que ir al siguiente restaurante para empezar otra vez de cero.
Ivy sonrió enseñando los dientes. Sus colmillos no eran más grandes que los míos, pero estaban afilados como los de un gato.
—Esperaremos aquí, gracias.
Casi hipnotizado por la sonrisa de Ivy el camarero asintió. Por la camisa abierta dejaba entrever su pecho cruzado por pálidas cicatrices. No era lo que los camareros llevaban en la cadena de restaurantes para toda la familia Denny's, pero ¿quién era yo para quejarme? Poseía un aspecto blando que a mí no me gustaba en los hombres, pero a algunas mujeres sí.
—No tardará mucho —dijo clavando sus ojos en los míos al advertir mi atención sobre él. Entreabrió los labios sugerentemente—. ¿Quieren pedir ya?
Una pizza pasó en una bandeja y separando los ojos de él miré a Ivy y me encogí de hombros. No habíamos venido para cenar pero ¿por qué no? Olía estupendamente.
—Sí —dijo Ivy—. Una extragrande con todo menos pimiento y cebolla.
Glenn apartó su atención de lo que parecía un aquelarre de brujas aplaudiendo la llegada de su comida. Cenar en Piscary's era toda una celebración.
—Dijiste que no íbamos a quedarnos.
Ivy se volvió hacia él con el negro de los ojos creciendo.
—Tengo hambre, ¿te parece bien?
—Claro —murmuró Glenn. Inmediatamente Ivy recobró la compostura.
—A lo mejor podríamos compartir la mesa con alguien. Me muero de hambre —dijo dando golpecitos en el suelo con el pie. Sabía que no se pondría muy vampiresa aquí. Podría desencadenar una reacción en cadena en los vampiros que nos rodeaban y Piscary perdería su calificación A en la LPM.
LPM eran las siglas de Licencia Pública Mixta e implicaba una estricta prohibición de derramamientos de sangre en el local, era una norma estándar para la mayoría de los locales que servían alcohol desde la Revelación. Así se creaba una zona de seguridad que necesitábamos nosotros, los pobres para los que muerto significa muerto de verdad. Si había demasiados vampiros juntos y alguno derramaba sangre, el resto tenía tendencia a perder el control. No había problema si todos eran vampiros, pero a la gente no le gustaba cuando una noche de marcha con sus seres queridos se convertía en una eternidad en el cementerio. O algo peor.
Existían clubes y locales nocturnos sin LPM, pero no estaban tan concurridos ni generaban tanto dinero. A los humanos les gustaban los locales con LPM en los que podían flirtear con la seguridad de que una mala decisión de alguien no convertiría a su cita en un desalmado sediento de sangre y fuera de control. Al menos hasta que llegasen a la privacidad de su dormitorio, donde podrían sobrevivir. Y a los vampiros también les gustaba… era más fácil romper el hielo cuando tu cita no estaba tensa pensando que podrías rajarle el cuello.
Miré a mi alrededor a la sala de planta semiabierta y solo vi inframundanos entre los clientes. Con LPM o sin ella, estaba claro que Glenn llamaba la atención. La música había cesado y nadie había puesto otra moneda. Aparte de las brujas del rincón y de la manada de lobos al fondo, la planta de abajo estaba llena de vampiros vestidos con varios niveles de sensualidad, desde un estilo informal a los de satén y encaje. Buena parte de la sala estaba ocupada por lo que parecía una fiesta del día de los difuntos.
De pronto un cálido aliento en el cuello me hizo dar un respingo y ponerme derecha. Únicamente la mirada molesta de Ivy evitó que le diese una torta a quienquiera que fuese. Me giré y mi agria réplica se esfumó. Estupendo. Kisten. Kist era un vampiro vivo amigo de Ivy que no me gustaba nada. En parte porque era el heredero de Piscary, como una extensión del maestro vampiro para hacer sus trabajos diurnos por él. Tampoco ayudaba el hecho de que Piscary me embelesara contra mi voluntad a través de Kist, algo que en aquel momento yo no sabía que fuese posible. Tampoco ayudaba el hecho de que fuese muy, muy guapo, lo que lo convertía en alguien muy, muy peligroso a mi entender.
Si Ivy era una diva de la oscuridad, entonces Kist era su consorte y que Dios me perdone, pero le iba muy bien el papel. Tenía el pelo rubio corto, los ojos azules y llevaba una barba de dos días, lo suficiente para darle a sus delicados rasgos un aire más duro, convirtiéndolo en un conjunto sexi y que prometía diversión. Vestía de forma más conservadora que de costumbre. Había reemplazado su cuero de motero y las cadenas por una elegante camisa y pantalones de vestir. Sin embargo su actitud de «No me importa nada lo que pienses» seguía igual. Sin las botas de motero era solo un pelín más alto que yo con estos tacones y su mirada de vampiro no muerto de edad indeterminada brillaba en el como una promesa por cumplir. Se movía con confianza felina. Tenía suficientes músculos como para disfrutar recorriéndolos con los dedos, pero no tantos como para interponerse en el camino.
Ivy y él tenían un pasado juntos del que prefería no saber nada, ya que por aquel entonces ella era una vampiresa muy practicante. Siempre me daba la impresión de que si no podía tenerla a ella, se contentaría con su compañera de piso. O con la chica de la casa de al lado, o con la mujer que conoció en el autobús por la mañana…
—Buenas noches, querida —susurró con un falso acento inglés y una expresión divertida en la mirada por haberme sorprendido. Lo aparté empujándolo con un dedo.
—Tú acento es malísimo. Vete hasta que te salga bien. —Pero se me había acelerado el pulso y sentía un débil y agradable cosquilleo en la cicatriz del cuello que hizo saltar todas mis alarmas de proximidad. Maldita sea. Se me había olvidado todo esto.
Kist miró a Ivy como pidiendo permiso y luego juguetonamente se pasó la lengua por los labios al ver que ella fruncía el ceño como respuesta. Yo hice lo mismo, pensando que no necesitaba su ayuda para mantenerlo a raya. Al verlo, Ivy soltó un resoplido de exasperación y se llevó a Glenn al bar, tentando a Jenks a unirse a ellos con la promesa de un ponche con miel. El agente de la AFI me miró por encima del hombro al marcharse, sabiendo que había pasado algo entre nosotros tres pero sin saber qué.
—Al fin solos. —Kist se acercó para pegarse a mí y miró alrededor de la sala. Olía a cuero aunque no lo llevase puesto, al menos que yo pudiese ver.
—¿No se te ha ocurrido una frase hecha mejor que esa? —dije arrepintiéndome de haber echado a Ivy.
—No era una frase hecha.
Sus hombros estaban demasiado cerca de los míos, pero no quería apartarme y hacerle saber que me molestaba. Le eché una mirada furtiva mientras él respiraba con pesada lentitud y observaba a los clientes, incluso mientras olfateaba mi olor para calcular mi estado de inquietud. Unos pendientes de diamantes gemelos brillaban en una de sus orejas y recordé que en la otra tenía solo uno y una cicatriz antigua. Una cadena fabricada con el mismo material que la de Ivy era el único vestigio de su habitual atuendo de chico malo. Me preguntaba qué hacía aquí. Había sitios mejores para un vampiro vivo donde pillar una cita aperitivo.
Sus dedos se movieron impacientemente, atrayendo siempre mi atención hacia él. Sabía que estaba emitiendo feromonas de vampiro para calmarme y relajarme —más aun, para comerme, madre mía—; pero mientras más guapos eran, más a la defensiva me ponían. Se me desencajó la cara al darme cuenta de que mi respiración se había acompasado a la suya.
Me está embelesando de la forma más sutil
, pensé conteniendo la respiración a propósito para romper la sincronización. Entonces lo vi sonreír, agachar la cabeza y pasarse la mano por la barbilla. Normalmente solo los vampiros no muertos podían embelesar a quien no lo deseaba, pero al ser el heredero de Piscary, Kist poseía parte de las habilidades de su maestro, aunque no se atrevería a intentarlo aquí. Al menos no con Ivy observándonos desde la barra con su botella de agua en la mano.
De pronto me di cuenta de que se balanceaba, moviendo las caderas con un ritmo constante y sugerente.
—Para —le dije volviéndome para ponerme frente a él—. Tienes a toda una fila de mujeres observándote en el bar. Ve a molestarlas a ellas.
—Es mucho más divertido molestarte a ti. —Inspiró mi olor profundamente y se inclinó hacia mí—. Sigues oliendo a Ivy, pero no te ha mordido. Dios mío, eres una provocadora.
—Somos amigas —dije ofendida—. No me está cazando.
—Entonces no le importará que lo haga yo.
Me aparté de él enfadada. Me siguió hasta que mi espalda se topó con una de las columnas.
—Deja de moverte —dijo apoyando la mano contra el grueso poste a la altura de mi cabeza, inmovilizándome aunque aún corría el aire entre nosotros—. Quiero decirte algo y no quiero que nadie más lo oiga.
—Como si alguien pudiese oírte con todo este ruido —me burlé a la vez que doblaba los dedos tras la espalda de forma que no me clavase las uñas en la palma si tenía que pegarle.
—Puede que te sorprenda —me murmuró con la mirada penetrante. Clavé mis ojos en los suyos, buscando el más mínimo aumento del negro de sus pupilas sin encontrarlo, a pesar de que su cercanía despertaba un prometedor calor en mi cicatriz. Había vivido el tiempo suficiente con Ivy para saber el aspecto que tenía un vampiro a punto de perder el control. Kist estaba bien, mantenía sus instintos bajo control y su hambre estaba saciada.
Estaba razonablemente a salvo, así que me relajé, liberando la tensión de los hombros. Sus labios rojos por el deseo se entreabrieron con sorpresa al ver que aceptaba su cercanía. Con los ojos brillantes respiró lánguidamente, ladeó la cabeza y se inclinó de forma que sus labios rozaron mi oreja. La luz se reflejaba en la cadena negra que llevaba al cuello y atrajo mi mano. Estaba caliente al tacto y esa sorpresa hizo que mis dedos siguiesen jugueteando con ella cuando debí haberla soltado.
El jaleo de platos y conversaciones pareció alejarse al exhalar Kist un suave e irreconocible susurro. Una sensación deliciosa me embargó, haciendo correr metal fundido por mis venas. No me importaba que fuese porque había despertado mi cicatriz, ¡era tan agradable! Y eso que todavía no me había dicho ni una palabra que pudiese reconocer.
—¿Señor? —dijo una voz vacilante proveniente de detrás de Kist. Él contuvo la respiración y durante tres latidos se mantuvo quieto, sin moverse aunque sus hombros se tensaron en un gesto de enfado. Yo dejé caer la mano de su cuello.
—Alguien te llama —dije mirando por encima de su hombro para ver al camarero jefe revolverse inquieto. Esbocé una sonrisa. Kist estaba a punto de infringir la LPM y habían enviado a alguien para refrenarlo. Las leyes eran algo positivo. Servían para mantenerme con vida cuando hacía algo estúpido.
—¿Qué? —dijo Kist inexpresivamente. Hasta ahora no había oído su voz sin su carga de seductora petulancia y su poder me provocó una sacudida, haciéndolo todo mucho más difícil por lo inesperado.
—Señor, ¿el grupo de lobos de arriba? Están empezando a dar problemas.
Vaya
, pensé,
eso no era lo que yo creía que iba a decir
.
Kist estiró el codo y se apartó de la columna con expresión irritada. Yo respiré con normalidad y una decepción malsana se mezcló con una bocanada inquietantemente pequeña de alivio por parte de mi instinto de conservación.
—Te dije que les dijeses que no nos quedaba acónito —dijo Kist—. Apestaban a él cuando llegaron.
—Y lo hicimos, señor —protestó el camarero dando un paso atrás cuando Kist se separó completamente de mí—, pero obligaron a Tarra a admitir que quedaba un poco dentro y se lo sirvió.
El fastidio de Kist se tornó ira.
—¿Quién le ha encargado a Tarra la parte de arriba? Le dije que trabajase abajo hasta que se le curase del todo el mordisco de lobo.
¿Kist trabajaba en Piscary's? Menuda sorpresa. No creía que tuviese el aplomo suficiente para hacer nada útil.