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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (18 page)

—¿Se despidió? —dije.

El vampiro de aspecto inofensivo miró por encima de su hombro hacia la entrada al entrar un ruidoso grupo de vampiros jóvenes. Parecía que toda la plantilla de camareros salía a su encuentro con fuertes voces y abrazos.

—Dan era uno de mis mejores conductores —dijo—. Voy a echarlo de menos, pero le deseo lo mejor. Me dijo que iba a la universidad para eso. —El menudo vampiro se sacudió la harina del delantal—. Mantenimiento de Equipos de Seguridad, creo que me dijo.

Intercambié miradas con Glenn. Ivy se irguió en el banco. Su habitualmente distante rostro parecía tenso. Una sensación desagradable me recorrió. No quisiera ser yo la que le contase a Sara Jane que la habían dejado. Dan había conseguido un trabajo con futuro y había cortado sus antiguas ataduras, el muy cobarde asqueroso. Apostaría a que ya tenía otra novia. Probablemente se estuviese escondiendo en su casa, riéndose mientras Sara Jane pensaba que estaba muerto en algún callejón y se encargaba de darle de comer a su gato.

Piscary se encogió de hombros y todo su cuerpo se movió con ese leve gesto.

—Si llego a saber que era bueno en el campo de la seguridad, quizá le hubiese hecho una oferta mejor, aunque habría sido difícil ofrecer más que el señor Kalamack. Yo solo soy el humilde dueño de un restaurante.

Al oír el nombre de Trent, me sobresalté.

—¿Kalamack? —exclamé—. ¿Se ha ido a trabajar para Trent Kalamack?

Piscary asintió. Ivy seguía sentada muy tensa en el banco. Su
pizza
permanecía intacta salvo por el primer bocado.

—Sí —me respondió Piscary—, aparentemente su novia trabaja también para el señor Kalamack. Creo que su nombre es… ¿Sara? Quizá deberíais hablar con ella si lo estáis buscando. —Su sonrisa de largos dientes se volvió taimada—. Probablemente haya sido ella la que le ha conseguido el trabajo, ya me entendéis.

Yo sí lo entendía, pero al parecer Sara Jane no. El corazón me dio un vuelco y empecé a sudar. Lo sabía. Trent era el cazador de brujos. Había engatusado a Dan con la promesa de un trabajo y probablemente se lo cargó cuando Dan intentó echarse atrás al darse cuenta de en qué lado de la ley estaba Trent. Era él. Maldita sea, ¡lo sabía!

—Gracias, señor Piscary —dije deseando marcharme para empezar a cocinar unos hechizos esa misma noche. Se me hizo un nudo en el estómago y la mezcla de la deliciosa
pizza
con el sorbo de vino se me agrió por la agitación. Trent Kalamack, pensé amargamente, ya eres mío.

Ivy dejó su copa vacía en la mesa. La miré a los ojos triunfantemente, pero la agradable sensación flaqueó al comprobar que ella solo miraba la copa que se volvió a llenar ella misma. Ivy nunca, nunca bebía más de una copa de vino, preocupada y con razón por la consecuente relajación de sus inhibiciones. Me acordé de cómo se había desmoronado en la cocina cuando le dije que iba de nuevo a por Trent.

—Rachel —dijo Ivy con la mirada fija en el vino—, ya sé lo que estás pensando. Deja que se encargue la AFI, o se lo paso a la SI.

Glenn se puso tenso pero permaneció en silencio. El recuerdo de sus dedos alrededor de mi cuello me facilitó adoptar un tono de voz neutro.

—No me va a pasar nada —dije.

Piscary se levantó situando su calva bajo la lámpara colgante.

—Ven a verme mañana, pequeña Ivy. Tenemos que hablar.

Ivy adoptó la misma expresión de miedo que había visto en ella la noche anterior. Pasaba algo de lo que yo no tenía ni idea y no era nada bueno. Ivy y yo íbamos a tener que hablar también.

La sombra de Piscary recayó sobre mí y levanté la vista. Me quedé helada, estaba demasiado cerca y el olor a sangre superó el ácido aroma de la salsa de tomate. Sus ojos negros se clavaron en los míos, algo en ellos cambió, tan repentina e inesperadamente como una grieta en el hielo.

El anciano vampiro no me tocó en ningún momento, pero un delicioso cosquilleo me recorrió cuando espiró. Abrí los ojos de par en par por la sorpresa. Su susurrante respiración siguió a sus pensamientos a través de mi ser, convirtiéndose en una cálida ola que me empapó como el agua al chocar contra la arena. Sus pensamientos rozaron el fondo de mi alma y rebotaron cuando susurró algo que no había oído jamás.

Me dejó sin respiración y de pronto la cicatriz de mi cuello empezó a palpitar al mismo ritmo que mi pulso. Me quedé horrorizada mientras permanecía sentada inmóvil y sintiendo como la recorrían prometedores regueros de éxtasis. Una repentina necesidad me obligó a abrir los ojos de par en par y se me aceleró la respiración.

La penetrante mirada de Piscary era de complicidad. Inspiré de nuevo y contuve la respiración para controlar el hambre que crecía en mí. No quería sangre. Lo quería a él. Quería que él se abalanzase sobre mi cuello, que me arrojase salvajemente contra la pared y que tirase de mi cabeza hacia atrás para chuparme la sangre, dejando una sensación de éxtasis que era mejor que el sexo. Luché contra mi voluntad, exigiendo una respuesta. Seguía sentada, rígida, incapaz de moverme, con el pulso latiéndome con fuerza.

Su potente mirada descendió hasta mi cuello. Me estremecí ante la sensación y cambié de postura, invitándolo. La atracción fue a más, era tentadoramente insistente. Sus ojos acariciaron mi mordisco del demonio. Cerré los ojos lentamente ante una retorcida promesa punzante. Si llegase a tocarme… no anhelaba más que eso. Mi mano ascendió espontáneamente hasta mi cuello. Repugnancia y gozosa embriaguez luchaban en mi interior, ahogadas por una imperiosa necesidad.

Muéstramelo, Rachel
sonó su voz dentro de mí. Envuelto en ese pensamiento había una obsesión. Una bella, bella obsesión. La sensación de necesidad se tornó anticipación. Lo tendría todo y más… pronto. Afectuosa y complacida, recorrí con una uña desde mi oreja hasta la clavícula, a punto de estremecerme cada vez que tropezaba con cada una de las cicatrices. El murmullo de las conversaciones había desaparecido. Estábamos solos, envueltos en un confuso remolino de expectación. Me había embelesado y no me importaba. Que Dios me perdone, ¡me sentía tan bien!

—¿Rachel? —me susurró Ivy y entonces parpadeé. Tenía la mano apoyada en el cuello. Me notaba el pulso golpeando rítmicamente contra ella. La sala y su bullicio volvieron de golpe a existir con una dolorosa descarga de adrenalina. Piscary estaba arrodillado frente a mí, sujetándome una mano y mirando hacia arriba. Su mirada de negras pupilas era afilada y nítida. Inhalo saboreando mi aliento que fluyó a través de él.

—Sí —dijo cuando retiré mi mano de la suya con el estómago hecho un nudo—. Mi pequeña Ivy ha sido muy descuidada.

Casi jadeando me miré fijamente las rodillas, empujando la repentina sensación de miedo hasta mezclarla con las decrecientes ansias por tocarlo. La cicatriz del demonio de mi cuello palpitó una última vez y se debilitó. Exhalé el aliento que mantenía retenido con un suave sonido que conllevaba un matiz de añoranza y me odié por ello.

Con un suave y grácil movimiento, Piscary se levantó. Me quedé mirándolo y odié que comprendiese perfectamente lo que me había hecho. El poder de Piscary era tan íntimo y certero que la idea de que pudiese oponerme no se le había pasado por la cabeza. A su lado, Kist parecía inofensivo como un niño, incluso cuando tomaba prestadas las habilidades de su maestro. Después de esto, ¿cómo iba a volver a tener miedo de Kisten nunca más?

Los ojos de Glenn estaban abiertos como platos y con expresión de incertidumbre. Me preguntaba si todo el mundo se habría enterado de lo que acababa de pasar. Ivy cogió su copa de vino vacía por el pie y sus nudillos se volvieron blancos por la presión. El anciano vampiro se inclinó hacia ella.

—Esto no funciona, pequeña Ivy. O controlas tú a tu mascota o lo haré yo.

Ivy no contestó. Se quedó sentada con la misma expresión asustada y desesperada.

Aún temblorosa no me encontraba en condiciones de recordarles que yo no era una posesión. Piscary suspiró como si fuese un padre cansado.

Jenks llegó revoloteando erráticamente hasta nuestra mesa, lloriqueando débilmente.

—¿Para qué rayos he venido? —soltó al aterrizar en el salero y empezó a sacudirse de la ropa lo que parecía ser queso en polvo que cayó a la mesa. Y tenía salsa en las alas—. Podría estar en casita en la cama. Los pixies dormimos de noche, ¿lo sabíais? Pero noooo —dijo alargando la vocal—, tenía que ofrecerme voluntario para hacer de niñera. Rachel, dame un poco de tu vino. ¿Sabes lo difícil que es quitar la salsa de tomate de la seda? Mi mujer me va a matar.

Jenks detuvo su arenga al darse cuenta de que nadie le estaba escuchando. Reparó en la angustiada expresión de Ivy y en mis asustados ojos.

—¿Qué demonios pasa aquí? —dijo impetuosamente y Piscary se apartó de la mesa.

—Mañana —le dijo el anciano vampiro a Ivy. Se volvió hacia mí e inclinó la cabeza a modo de despedida.

Jenks nos miró alternativamente a Ivy y a mí.

—¿Me he perdido algo?

9.

—¿Dónde está mi dinero,
Bob
? —susurré mientras echaba el apestoso pienso en la bañera de Ivy. Jenks había enviado el día anterior a su prole al parque más cercano a buscar comida para peces para mí. El bonito pez engulló el pienso de la superficie y fui a lavarme las manos para quitarme el olor a aceite de pescado. Con los dedos chorreando me quedé mirando las toallas rosa de Ivy, perfectamente colocadas. Tras un momento de vacilación me sequé las manos y luego las estiré para que no notase que había usado una.

Me entretuve un momento intentando arreglarme el pelo bajo la gorra de cuero, luego entré en la cocina taconeando con mis botas. Miré el reloj sobre el fregadero. Moviéndome nerviosa me acerqué a la nevera y la abrí para quedarme mirando dentro sin ver nada. ¿Dónde demonios se había metido Glenn?

—Rachel —masculló Ivy desde su ordenador—. Estate quieta. Me das dolor de cabeza.

Cerré la nevera y me apoyé en la encimera.

—Me dijo que estaría aquí a la una.

—Llega tarde, ¿y qué? —dijo Ivy con un dedo en la pantalla mientras anotaba una dirección.

—¿Una hora? —exclamé—. Jolín, me habría dado tiempo a ir a la AFI y volver.

Ivy cambió de página web.

—Si no aparece te presto el dinero para el autobús.

Me giré hacia la ventana que daba al jardín.

—No es por eso por lo que le estoy esperando —dije aunque sí que lo fuese.

—Sí, ya. —Ivy pulsó el botón retráctil de su bolígrafo tan rápido que sonó como un zumbido—. ¿Por qué no preparas algo para desayunar mientras esperas? He comprado gofres para el tostador.

—Claro —dije sintiéndome un poquito culpable. A mí no me tocaba hacer el desayuno, solo la cena… pero teniendo en cuenta la cena de anoche me sentía como si le debiese algo. El trato era que Ivy se encargaba de hacer la compra y yo de cocinar la cena. En un principio el acuerdo era para evitar que saliese a la calle y pudiese toparme con los sicarios en el súper y darle un nuevo significado a la frase «Servicio de limpieza en el pasillo tres». Pero ahora Ivy no quería cocinar y se negaba a renegociar el trato. Menos mal. Tal y como iban las cosas, al final de esta semana no tendría ni para carne enlatada. Y tenía que pagar el alquiler el domingo.

Abrí la puerta del congelador y aparté las cajas medio vacías de helado buscando los gofres. La caja golpeó la encimera con un golpetazo seco.
Ñam, ñam
. Ivy me miró con las cejas arqueadas al ver que peleaba por abrir el cartón húmedo.

—Entoooonceees —dijo alargando las vocales mientras yo hincaba mis uñas rojas en la parte de arriba para rasgar por completo la caja después de romper el abrefácil—, ¿cuándo vienen a recoger el pez?

Mis ojos saltaron rápidamente al señor Pez que nadaba en su copa de brandy en el alféizar de la ventana.

—¿El pez de mi bañera? —añadió Ivy.

—¡Ah! —exclamé ruborizándome—. Bueno…

Su silla crujió al inclinarse hacia delante.

—Rachel, Rachel, Rachel —me sermoneó—, te lo tengo dicho. Tienes que cobrar por adelantado, antes de hacer la misión.

Enfadada porque tenía razón metí dos gofres en el tostador y empujé la palanca hacia abajo. Volvieron a saltar y empujé de nuevo con más fuerza.

—No es culpa mía —dije—. El estúpido pez no había desaparecido y nadie se molestó en decírmelo. Pero pagaré mi alquiler el lunes, lo prometo.

—Hay que pagar el domingo.

Sonaron unos distantes golpes en la puerta principal.

—Ahí está Glenn —dije saliendo de la cocina antes de que Ivy pudiese decir nada más. Repiqueteando con mis botas contra el suelo salí por el pasillo al santuario vacío—. ¡Adelante, Glenn! —grité y mis palabras hicieron eco en el lejano techo. La puerta seguía cerrada, así que la abrí empujándola y me detuve en seco por la sorpresa—. ¡Nick!

—Eh, hola —dijo. Parecía incómodo con toda su altura desgarbada en el ancho escalón de entrada. Tenía la expresión de su alargada cara desencajada inquisitivamente y sus finas cejas estaban arqueadas. Se apartó el flequillo moreno y envidiablemente liso de los ojos—. ¿Quién es Glenn? —preguntó.

Una sonrisa curvó las comisuras de mi boca ante el indicio de celos.

—El hijo de Edden.

La cara de Nick se quedó inexpresiva y sonreí, cogiéndolo del brazo y tirando de él hacia dentro.

—Es detective de la AFI, estamos trabajando juntos.

—Oh.

La cantidad de emociones detrás de esa única expresión valía más que todo un año de citas. Nick pasó hacia el interior, rozándome, sin hacer ruido con sus zapatillas sobre el suelo de madera. Llevaba una camisa de cuadros azules metida por dentro de los pantalones vaqueros. Lo agarré antes de que entrase en el santuario, arrastrándolo hacia el oscuro vestíbulo. La piel de su cuello casi parecía brillar en la penumbra, tan morena y suave que suplicaba que la acariciase con el dedo hasta los hombros.

—¿Dónde está mi beso? —me quejé.

La mirada preocupada de sus ojos desapareció y me dedicó una media sonrisa, rodeándome la cintura con sus largas manos.

—Perdona —dijo—, es que me has lanzado dentro.

—Ah —bromeé—, ¿qué es lo que te preocupa?


Mmm
. —Me recorrió con la mirada de arriba abajo—. Todo. —Con los ojos casi negros en la tenue luz, me apretó más cerca de él, envolviéndome con su olor a libros rancios y aparatos electrónicos nuevos. Ladeé la cabeza para buscar sus labios, sintiendo una cálida sensación en la cintura.
Oh, sí
. Así era como me gustaba empezar el día.

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