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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (42 page)

Sonreí y cerré los ojos, sintiendo el sol otoñal penetrar más profundamente. Mi amiga y yo nos habíamos escapado en una ocasión de nuestra cabaña para dormir en los establos con los caballos. El suave sonido de sus respiraciones era indescriptiblemente reconfortante. Nuestra jefa de cabaña se puso furiosa, pero fue la vez que mejor dormí.

Abrí los ojos de pronto. Probablemente fuese la única noche en la que había dormido ininterrumpidamente. Jasmin también había dormido bien en el establo, y la pobre estaba tan pálida que se notaba que necesitaba el sueño desesperadamente. ¡
Jasmin
!, pensé aferrándome al nombre. Ese era el nombre de la niña morena, Jasmin. El sonido de una comunicación de radio atrajo mi atención del campo y me dejó una sensación más melancólica de lo que hubiese imaginado. Tenía un tumor cerebral no operable. Creo que ni las actividades ilegales del padre de Trent habrían podido curarla.

Mi atención se centró de nuevo en Trent. Sus verdes ojos se clavaban en mí, incluso mientras hablaba con Edden. Me coloqué el sombrero derecho y me metí un mechón de pelo detrás de la oreja. Sin dejar que me pusiese nerviosa, le devolví la mirada. Sus ojos se fijaron entonces en algo detrás de mí y me giré para ver el coche rojo de Sara Jane aparcar junto a los vehículos de la AFI despidiendo serrín a su paso.

La menuda mujer salió disparada de su coche y parecía una persona diferente vestida con vaqueros y una blusa informal. Dio un portazo y se dirigió hacia mí con aire ofendido.

—¡Tú! —me acusó cuando se detuvo acalorada ante mí, y tuve que dar un paso atrás sorprendida—. Esto es cosa tuya, ¿no? —me gritó.

—¿Eh? —alcancé a decir anonadada. Se encaró conmigo y tuve que dar otro paso atrás.

—¡Te pedí ayuda para encontrar a mi novio —chilló con voz aguda y echando fuego por los ojos—, no para que acusases a mi jefe de asesinato! Eres una bruja mala, tan mala que serías capaz de… ¡de despedir a Dios!


Mmm
—tartamudeé echándole una mirada de auxilio a Edden, que venía de vuelta junto con Trent. Di otro paso atrás y me apreté el bolso contra el cuerpo. No había contado con esto.

—Sara Jane —intentó tranquilizarla Trent antes incluso de llegar—, no pasa nada.

Sara Jane se giró hacia él y su pelo rubio reflejó los rayos del sol.

—Señor Kalamack —dijo cambiando la expresión repentinamente hacia el miedo y la preocupación. Con los ojos arrugados se retorció las manos—, lo siento. He venido en cuanto lo he sabido. Yo no quería que viniese aquí. Yo… yo… —Se le llenaron los ojos de lágrimas y emitiendo un sollozo dejó caer la cabeza entre las manos y se echó a llorar. Entreabrí los labios, sorprendida. ¿Estaba preocupada por su trabajo, por su novio o por Trent?

Trent por su parte me echó una mirada sombría, como si fuera culpa mía que se hubiese disgustado. Su mirada se transformó en verdadera compasión al poner una mano sobre los temblorosos hombros de la mujer.

—Sara Jane —dijo de modo tranquilizador agachando la cabeza para intentar mirarla a los ojos—, no pienses ni por un momento que te culpo de esto. Las acusaciones de la señorita Morgan no tienen nada que ver con que fueses a la AFI por lo de Dan. —Su fabulosa voz ascendía y descendía como ondas de seda.

—P-pero ella cree que usted mató a toda esa gente —tartamudeó entre sollozos a la vez que levantaba la cara de entre las manos y se emborronaba la máscara de pestañas, dejando un rastro marrón bajo un ojo.

Edden se balanceaba nerviosamente de un pie a otro. El sonido de la radio de la AFI se elevó por encima de los grillos. Me negaba a sentirme culpable por hacer llorar a Sara Jane. Su jefe estaba lleno de mierda, y mientras antes se enterase, mejor para ella. Trent no había inalado a esa gente con sus propias manos, pero lo había organizado, lo que lo hacía tan culpable como si los hubiese descuartizado él mismo. Me acordé de la foto de la mujer de la armería y me armé de valor.

Trent hizo que Sara Jane levantase la mirada con amables palabras de ánimo. Me maravilló su compasión. Me pregunté cómo sería que una voz así me calmase, me dijese que todo iba bien. Luego me pregunté si Sara Jane tendría alguna oportunidad por remota que fuese de escapar de él manteniendo su vida intacta.

—No saques conclusiones precipitadas —dijo Trent ofreciéndole un pañuelo de tela bordado con sus iniciales—, nadie ha sido acusado de nada y no hay ninguna necesidad de que estés aquí. ¿Por qué no te vas a casa? Este feo asunto acabará en cuanto encontremos el perro callejero que ha señalado el hechizo de la señorita Morgan.

Sara Jane me dedicó una mirada envenenada.

—Sí, señor —dijo con voz áspera.

¿Perro callejero?, pensé debatiéndome entre el deseo de llevármela a almorzar para hablar de mujer a mujer y la imperiosa necesidad de darle una bofetada para que entrase en razón.

Edden se aclaró la garganta.

—Quisiera pedirles a la señorita Gradenko y a usted que se quedasen aquí hasta que sepamos algo más, señor.

La sonrisa profesional de Trent flaqueó.

—¿Nos está arrestando?

—No, señor —dijo con todo el respeto—, solo se lo estoy pidiendo.

—¡Capitán! —gritó uno de los agentes adiestradores de perros desde el rellano de la segunda planta. El corazón me dio un vuelco ante la excitación en la voz del hombre—. Calcetín no ha indicado nada, pero hay una puerta cerrada con llave.

La adrenalina me empezó a bombear con fuerza. Miré hacia Trent, pero su rostro no dejaba entrever nada.

Quen y un hombre bajito se aproximaron acompañados por un agente de la AFI. El hombre más bajo obviamente había sido jinete profesional y ahora trabajaba de entrenador. Su cara era morena y arrugada como el cuero y llevaba un manojo de llaves con él. El manojo tintineó cuando sacó una y se la entregó a Quen. Con el cuerpo en tensión mostrando su habitual y desconcertante aire amenazador, se la entregó a su vez a Edden.

—Gracias —dijo el capitán de la AFI—. Ahora vaya junto a los agentes. —Titubeó y sonrió—. Si no le importa, por favor. —Hizo un gesto con el dedo a un par de agentes que acababan de llegar y señaló hacia Quen. Ambos se acercaron al trote.

Glenn salió de la furgoneta de criminalística con su radio y se acercó a nosotros. Jenks iba con él. El pixie dio tres vueltas alrededor suyo antes de salir disparado por delante.

—Dame la llave —dijo al detenerse entre una nube de polvo pixie entre Edden y yo—, yo se la subo.

Glenn le echó una mirada molesta al pixie y se unió a nosotros.

—Tú no eres de la AFI. La llave, por favor.

Edden dejó escapar un silencioso suspiro. Se notaba que estaba deseando ver qué había en esa habitación pero que estaba haciendo un gran esfuerzo para dejar que su hijo se encargase del asunto. En realidad él no debía estar aquí, pero imagino que acusar a un miembro del ayuntamiento de la ciudad de asesinato le facilitaba una justificación que no habría tenido normalmente.

Jenks hizo entrechocar sus alas enérgicamente cuando el capitán Edden le dio la llave a Glenn. Podía oler el sudor y la ansiedad de Glenn por encima de su colonia. Se había reunido un grupo de gente con el perro y su adiestrador junto a la puerta y aferrándome al bolso, subí las escaleras de la derecha, junto a Glenn.

—Rachel —dijo deteniéndose y agarrándome por el codo—, tú te quedas aquí.

—¡Ni hablar! —exclamé soltándome de su mano. Miré al capitán Edden buscando su apoyo y el achaparrado hombre se encogió de hombros, con aire ofendido al no haber sido invitado tampoco.

La expresión de Glenn se volvió más dura al ver la dirección de mi mirada. Me soltó y dijo:

—Quédate aquí. Quiero que vigiles a Kalamack, observa sus emociones por mí.

—Déjate de rollos —dije, pensando que probablemente fuese una buena idea—. Tu pa… —me mordí la lengua—, tu capitán puede encargarse de eso —intenté corregir.

Frunció el ceño molesto.

—Está bien, es un rollo, pero tú te quedas aquí. Si encontramos a la doctora Anders, quiero que el escenario del crimen esté tan cerrado como…

—¿Como el culo de un hetero en la cárcel? —sugirió Jenks despidiendo un ligero brillo. Aterrizó en mi hombro y lo dejé quedarse.

—Vamos, Glenn —le rogué—, no tocaré nada y me necesitas para comprobar que no hay ningún hechizo mortal.

—Eso puede hacerlo Jenks —dijo—, y él no tiene que pisar el suelo para hacerlo.

Frustrada, ladeé la cadera enfadada. Sabía que debajo de su fachada oficial, Glenn estaba preocupado y excitado al mismo tiempo. Era detective desde hacía muy poco tiempo y me imagino que este era el caso más importante en el que había trabajado. Había polis que se pasaban la vida en el puesto y a los que nunca les asignaban un caso con tantas ramificaciones políticas en potencia. Motivo de más para que yo estuviese allí.

—Pero soy tu asesora inframundana —dije aferrándome a un clavo ardiendo.

Me puso su mano oscura en el hombro y se la aparté.

—Mira —dijo poniéndosele las orejas rojas—, hay que cumplir con el procedimiento. Perdí mi primer caso en los tribunales por culpa de un escenario contaminado y no voy a arriesgarme a perder a Kalamack porque tú estés demasiado impaciente para esperar tu turno. Hay que recoger restos, hacer fotografías, sacar huellas, analizar y todo lo que se me ocurra. Tú entras justo después del médium, ¿lo pillas?

—¿El médium? —pregunté y él frunció el ceño.

—Vale, lo del médium era broma, pero si atraviesas con una sola de tus uñas pintadas ese umbral antes de que te lo diga, te hago salir cagando humo.

¿
Cagando humo
? Debía dé hablar en serio si hasta mezclaba los dichos.

—¿Quieres un traje de EAH? —me preguntó mirando hacia la furgoneta de los perros.

Respiré lentamente ante la sutil amenaza. Un equipo antihechizos; la última vez que intenté detener a Trent, este mató al testigo justo ante nuestras narices.

—No —contesté. Mi tono apagado pareció satisfacerle.

—Está bien —dijo dándose la vuelta y avanzando a grandes zancadas.

Jenks se quedó suspendido en el aire delante de mí, esperando. Sus alas de libélula estaban rojas por la emoción y el sol se reflejaba en los destellos de polvo pixie.

—Cuéntame lo que encuentres, Jenks —le dije, contentándome con que al menos un representante de nuestra pequeña y triste empresa pudiese entrar.

—Por supuesto, Rachel —dijo y luego salió zumbando en pos de Glenn.

Edden se acercó a mí en silencio y me sentí como si fuésemos los dos únicos del instituto que no habían sido invitados a la superfiesta en la piscina y tuviésemos que quedarnos mirando desde el otro lado de la calle. Esperamos junto a un tenso Trent, una indignada Sara Jane y un Quen con los labios apretados mientras que Glenn golpeaba en la puerta anunciando la presencia de la AFI antes de abrir, como si no fuese lo bastante evidente.

Jenks fue el primero en entrar. Salió de nuevo casi inmediatamente volando como dando tumbos hasta que aterrizó en la barandilla. Glenn se asomó y salió rápidamente del oscuro rectángulo.

—Buscadme una mascarilla —le oí mascullar claramente en el silencio.

Se me aceleró la respiración. Había encontrado algo. Y no era un perro.

Tapándose la boca con la mano, una agente de la AFI le dio una mascarilla médica a Glenn. Un nauseabundo hedor nos llegó levemente entre el reconfortante aroma del heno y el estiércol. Arrugué la nariz y miré a Trent para ver su cara inexpresiva. Todo el mundo en el aparcamiento guardaba silencio. Un insecto chilló y otro le contestó. Junto a la puerta de arriba, Calcetín lloriqueaba y tocaba con la pata la pierna de su adiestrador, buscando consuelo. Sentí náuseas. ¿Cómo no habían notado el olor antes? Yo tenía razón, debían haber usado un hechizo para mantener el olor dentro de la habitación.

Glenn se adentró en la habitación. Durante un instante su espalda brilló con los rayos del sol, luego dio otro paso y desapareció, dejando el negro marco de la puerta vacío. Un agente uniformado de la AFI le pasó una linterna desde el umbral, con una mano sobre la boca. Jenks no se atrevía a mirarme. Estaba de espaldas a la puerta, de pie en la barandilla con las alas gachas e inmóviles.

El corazón me martilleaba en el pecho y contuve la respiración cuando la mujer junto a la puerta retrocedió al ver salir a Glenn.

—Es un cadáver —le dijo a otro de los agentes más jóvenes. Aunque lo dijo en voz baja, las palabras nos llegaron con claridad—. Detened al señor Kalamack para interrogarlo. —Tomó aire—. Y a la señorita Gradenko también.

El agente respondió en voz queda y bajó las escaleras en busca de Trent. Lo miré triunfante y luego me puse seria al imaginarme a la doctora Anders muerta en el suelo. A esa imagen superpuse el recuerdo de Trent matando a su investigador jefe de forma limpia y rápida, con una coartada ya lista para ser usada. Esta vez lo había cazado. Me había movido demasiado rápido para que se cubriese las espaldas.

Sara Jane se agarró a Trent. Un miedo verdadero y absoluto dejó pálidas sus mejillas y abrió de par en par sus ojos. Trent no parecía ser consciente de su presencia. Su cara estaba totalmente inexpresiva mientras miraba a Quen. Con las rodillas temblorosas lo vi respirar hondo, como para tranquilizarse.

—¿Señor Kalamack? —dijo la joven agente haciendo un gesto para que la siguiese.

Una rápida emoción cruzó el rostro de Trent cuando la agente de la AFI dijo su nombre. Yo habría dicho que era miedo si creyese que algo podía asustar a ese hombre.

—Señorita Morgan —dijo Trent a modo de despedida mientras ayudaba a Sara Jane a ponerse en marcha. Edden y Quen se fueron con ellos. La redonda cara del capitán reflejaba un gran alivio. Quizá había arriesgado su reputación más de lo que yo pudiese pensar.

Sara Jane se apartó de Trent y se volvió hacia mí.

—Zorra —dijo con su voz aguda e infantil cargada de miedo y odio—, no tienes ni idea de lo que has hecho.

Conmocionada, no pude decir nada. Trent la cogió por el codo con lo que me pareció un gesto de advertencia. Me empezaron a temblar las manos y se me hizo un nudo en el estómago.

Glenn bajaba ya por las escaleras con una toallita desechable entre las manos. Se iba limpiando los dedos conforme se acercaba hacia mí. Señaló la furgoneta de criminalística y luego al rectángulo negro que formaba el marco de la puerta. Dos hombres se pusieron en marcha. Con una tensa calma empujaron una maleta negra rígida hacia delante.

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