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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (55 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Levantó la mano y me acarició la oreja con un dedo, bajando por el cuello y sobre los bordes de mi cicatriz. Se me doblaron las rodillas. Aspiré aire y me erguí. Le aparté el dedo con el dorso de la mano, deseosa de que satisficiese mis necesidades. Él me cogió por la muñeca antes de pudiese bajarla, tirando de mí hacia él. Me giré y le lancé una patada. Él la interceptó y me desequilibró, tirándome. Caí de culo contra el duro suelo de madera. Levanté la vista para mirarlo mientras el resto de vampiros se reía. El rostro de Kist, sin embargo, estaba inexpresivo. No había rabia, ni especulación. Nada.

—Hueles a Ivy —dijo mientras me levantaba con el corazón martilleándome en el pecho—, pero no estás vinculada a ella. —Un escalofrío de satisfacción nubló su estoica expresión—. No ha podido hacerlo.

—¿De qué estás hablando? —le espeté, avergonzada y enfadada mientras me sacudía la ropa.

Kist entornó los ojos.

—Te ha gustado que te toque la cicatriz, ¿verdad? Cuando un vampiro te vincula a él con sangre, solo él puede despertar ese tipo de respuesta. ¿Quién te ha mordido y no se ha molestado en reclamarte? —Su expresión se volvió pensativa y me pareció vislumbrar un brillo de lujuria—. ¿O es que acaso mataste a quien te atacó para evitar que te vinculase? Eres una niña mala.

No dije nada. Le dejé que creyese lo que quisiese y se encogió de hombros.

—Ya que no estás unida a nadie, cualquier vampiro puede despertar ese tipo de reacción. —Arqueó las cejas—. Cualquier vampiro —repitió y un escalofrío me recorrió al pensar que Piscary me estaba esperando—. Vas a tener una mañana muy interesante —añadió.

Su mirada se despejó. Cogió mi bolso de detrás de él y se lo acercó. Los vampiros habían empezado a hablar entre ellos, comentando especulaciones superficiales y enervantes sobre cuánto duraría. Kist sacó primero el cuchillo de carnicero y todos soltaron una carcajada. Recorrí con la vista los destrozos del restaurante mientras Kist dejaba caer sobre la mesa un repiqueteante puñado de amuletos.

—¿Ivy hizo todo esto? —pregunté intentando encontrar una pizca de mi confianza. Mientras más tiempo los entretuviese hablando, más probabilidades tenía de que Nick trajese a la AFI a tiempo. El vampiro al que había golpeado en la entrepierna adoptó una expresión de desdén.

—En cierto modo. —Miró a Kist y creí ver al vampiro rubio apretar la mandíbula—. Tu compañera de piso tiene un buen polvo —dijo Samuel engreídamente y Kist empezó a respirar agitadamente y a revolver violentamente en mi bolso.

—Sí —continuó diciendo Samuel con acento sureño—, Piscary y ella cargaron todo el restaurante de feromonas de vampiro. La cosa acabó con tres peleas y un par de mordiscos. —Se apoyó en una mesa, se cruzó de brazos y sonrió con satisfacción—. Alguien murió y se lo tuvieron que llevar a la cripta temporal de la ciudad. ¿Lo ves? Hemos puesto su foto en la pared y ha ganado un vale para una cena gratis. Tuvimos mucha suerte de ver qué estaba pasando y de sacar a tiempo a todos los no vampiros del local antes de que se armase el follón. Que Dios nos ayude si Piscary's llega a perder su LPM y tenemos que volver a solicitarla. La última vez tardó casi un año. —Samuel cogió un cacahuete de un cuenco, lo tiró hacia arriba, lo atrapó con la boca al caer y sonrió burlonamente mientras lo masticaba.

La cara de Kist estaba roja de rabia.

—Cállate —dijo cerrando mi bolso.

—¿Qué pasa? —dijo Samuel mofándose—. Solo porque tú nunca has provocado tanto a Piscary no quiere decir que la vaya a hacer su heredera.

Kist se tensó. No le había contado a nadie que Piscary ya lo había hecho. Lo miré y su rabia me mantuvo la boca cerrada.

—Te he dicho que te calles —le advirtió Kist. El calor que despedía era casi visible.

Los vampiros a nuestro alrededor se iban retirando poco a poco. Samuel soltó una carcajada, obviamente deseando presionar a Kist todo lo posible.

—Kist está celoso —dijo dirigiéndose a mí con la única intención de irritarlo—. Lo máximo que ha pasado cuando él y Piscary estaban liados ha sido una pelea en el bar. —Sus labios se entreabrieron en una sonrisa maliciosa y miró chulescamente a los otros vampiros—. No te preocupes, tío —le dijo a Kist—, Piscary se cansará de ella en cuanto muera y tú volverás a estar en todo lo alto, o debajo, o en medio si tienes suerte. Quizá te dejen mirar, Ivy podría enseñarte un par de cositas.

Los dedos de Kist temblaron. En el lapso entre un latido y otro se movió, demasiado rápido para seguirlo. Cruzó el círculo, agarró a Samuel por la pechera y lo lanzó contra un grueso poste. La viga de madera crujió y oí como algo chasqueaba en el pecho de Samuel. La cara del hombretón era de sorpresa y conmoción. Tenía los ojos abiertos de par en par y la boca crispada por el dolor que aún no había tenido tiempo de sentir.

—Cállate —dijo Kist en voz baja. Apretó la mandíbula y movió un ojo nerviosamente. Dejó caer a Samuel y le dio un empujón, retorciéndole el brazo en un ángulo antinatural hasta que el vampiro más grande cayó de rodillas. Contuve la respiración cuando oí el chasquido de su hombro al dislocarse.

Los ojos de Samuel parecían salirse de sus cuencas. Abrió la boca con un grito silencioso y se arrodilló con el brazo aún doblado tras de si Kist no le había soltado la muñeca en ningún momento hasta entonces y Samuel boqueó intentando respirar.

Me quedé allí de pie, incapaz de moverme, aterrorizada por lo rápido que había sucedido todo.

Kist estaba de repente frente a mí y di un respingo.

—Toma tu bolso —dijo entregándomelo. Se lo arrebaté de las manos y Kist me hizo un gesto para que caminase delante de él. El círculo se abrió. Los vampiros parecían evidentemente intimidados. Nadie se había movido para ayudar a Samuel. Sus entrecortadas bocanadas de aire, tirado inmóvil en el suelo me llegaron al alma.

—No me toques —le dije al pasar junto a Kist—, y será mejor que nadie revuelva mis cosas mientras no estoy —añadí temblando por dentro. Me detuve un instante para echarle un último vistazo a mis amuletos sobre la mesa y darme cuenta de que allí había solo la mitad de lo que había traído conmigo.

Kist me cogió por el codo y tiró de mí.

—Suéltame —le espeté, aunque la imagen de cómo le había dislocado el hombro a Samuel evitó que me soltase de un tirón.

—Cállate —dijo con una tensión en la voz que me dio qué pensar. Dándole vueltas a la cabeza seguí sus poco sutiles indicaciones sorteando las mesas hasta atravesar unas puertas batientes hacia la cocina. A nuestras espaldas los camareros volvieron a su trabajo, dejando las especulaciones en el aire e ignorando a Samuel.

No pude evitar fijarme en que mi cocina, a pesar de ser más pequeña, era más bonita que la de Piscary's. Kist me condujo a través de la puerta metálica contra incendios. La abrió y encendió la luz de una pequeña habitación blanca con suelo de roble. Las puertas plateadas de un ascensor estaban a un lado. Unas anchas escaleras de caracol hacia abajo ocupaban gran parte de una pared. La escalera era elegante y la modesta lámpara de araña que colgaba encima tintineaba ligeramente por la corriente ascendente. Un reloj de madera del tamaño de una mesa colgaba de la pared frente a la escalera, resonando con fuerza.

—¿Abajo? —dije intentando evitar parecer asustada. Si Nick no encontraba mi nota, no tenía posibilidades de volver a subir por esas escaleras.

La puerta contra incendios chirrió al cerrarse detrás de Kist y noté como cambiaba la presión del aire. La corriente no olía a nada, era casi como el propio vacío.

—Por el ascensor —dijo Kist, inesperadamente suave. Su postura cambió por completo al concentrarse en un pensamiento desconocido para mí. Me había dejado algunos de mis amuletos…

Las puertas del ascensor se abrieron inmediatamente cuando apretó el botón y entré. Kisl entró pegado a mí por detrás y nos giramos para mirar hacia la puerta mientras se cerraba. Con una suave presión en el estómago, el ascensor se puso en marcha hacia abajo. Inmediatamente giré el bolso y lo abrí.

—¡Idiota! —exclamó Kist entre dientes.

Se me escapó un pequeño chillido cuando me empujó, inmovilizándome contra un rincón. El suelo se movió bajo mis pies y me quedé quieta, lista para actuar. Sus dientes estaban a centímetros de mí. Mi cicatriz de demonio palpitaba y contuve la respiración. Había menos feromonas aquí, pero eso no parecía importarme. Si ahora sonaba una musiquita típica de ascensor me pondría a gritar.

—No seas estúpida, ¿te crees que no tiene cámaras aquí?

Empecé a jadear suavemente.

—Apártate de mí.

—Creo que no, querida —susurró provocándome sacudidas hormigueantes por el cuello y haciendo que la circulación me palpitase con fuerza—. Quiero comprobar hasta dónde puede llevarte esa cicatriz tuya del cuello… y cuando acabe, encontrarás un vial en tu bolso.

Me tensé y él se apretó más contra mí. El olor a cuero y seda me asaltaron agradablemente. No podía respirar cuando apartó mi pelo con la nariz.

—Tiene fluido de embalsamar egipcio —dijo y me tensé cuando sus labios rozaron mi cuello con sus palabras. No me atrevía a moverme y, siendo sincera, debo admitir que tampoco quería hacerlo mientras las ráfagas de cosquilleantes promesas fluían desde mi cicatriz—. Tíraselo a los ojos, lo dejará inconsciente.

No podía evitarlo. Mi cuerpo me exigía que hiciese algo. Relajé la tensión de los hombros, cerré los ojos y acaricié con la mano la suave superficie de su espalda. Kist se detuvo, sorprendido, luego deslizó las manos por mis costados hasta agarrarme por la cintura. Bajo la seda, sus músculos se tensaban al paso de mis dedos. Ascendí para jugar con las uñas entre el pelo de su nuca. Los suaves mechones tenían un color uniforme que solo podía haber salido de un bote y entonces me di cuenta de que se teñía el pelo.

—¿Por qué me ayudas? —le pregunté en voz baja, jugueteando con la cadena negra alrededor de su cuello. Los eslabones, calientes por el contacto con su cuerpo, tenían el mismo diseño que las tobilleras de Ivy.

Noté como se movían sus músculos, tensándose de dolor en lugar de por el deseo.

—Me dijo que yo era su heredero —contestó hundiendo su cara en mi pelo para esconder el movimiento de sus labios a la cámara oculta, al menos eso es lo que prefería creer—. Me dijo que estaría con él para siempre y me ha traicionado por Ivy. Ella no se lo merece. —El dolor teñía su voz—. Ella ni siquiera lo ama.

Cerré los ojos. Nunca entendería a los vampiros. Sin saber porqué lo hacía, le acaricié el pelo suavemente con los dedos, tranquilizándolo mientras su respiración me acariciaba la cicatriz del demonio, despertando crecientes oleadas de placer que exigían ser correspondidas. El sentido común me decía que parase, pero estaba dolido y yo también me había sentido traicionada así.

La respiración de Kist vaciló cuando lo rocé con una uña debajo de su oreja. Emitiendo un sonido gutural se apretó más contra mí, dejándome notar claramente su calor bajo la fina tela de su camisa. La tensión se hizo más profunda y peligrosa.

—Dios mío —susurró con un hilo de voz ronca—, Ivy tenía razón. Dejarte libre y sin reclamar sería como follar con un tigre.

—No seas grosero —dije sin aliento mientras su pelo me hacía cosquillas en la cara—. No me gusta ese tipo de lenguaje. —Ya estaba muerta, ¿por qué no disfrutar mis últimos momentos?

—Sí, señora —dijo obedientemente, sorprendiéndome con un tono sumiso a la vez que presionaba a la fuerza sus labios contra los míos. Mi cabeza chocó con la pared del ascensor por la fuerza de su beso. Se lo devolví sin temor.

—No me llames así —mascullé pegada a su boca, a la vez que recordaba que Ivy me había dicho que él era el sometido. Quizá pudiese sobrevivir frente a un vampiro sumiso.

Kist apoyó su peso con más fuerza contra mí y apartó sus labios de los míos. Lo miré a los ojos, a sus impecables ojos azules, y los estudié al comprender que no sabía qué iba a pasar a continuación, pero deseando que, fuese lo que fuese, pasase.

—Déjame hacerlo —dijo con voz gutural, casi con un gruñido. Movía las manos libremente y me sujetó la barbilla para inmovilizarme la cabeza. Vislumbré un diente, luego ya estaba demasiado cerca para ver nada. No sentía nada de miedo cuando volvió a besarme de nuevo, y de pronto me di cuenta de algo. No iba a por mi sangre. Ivy quería sangre, Kist quería sexo. El riesgo de que su deseo cambiase hacia la sangre me catapultó más allá de mis sentidos, hacia una imprudente osadía.

Sus labios eran suaves, húmedos y cálidos en contraste con su rubia barba de tres días, acrecentando mi pasión. Con el corazón acelerado, enganché un pie detrás de su pierna y tiré hacia mí. Al sentirlo, su respiración se convirtió en un suave jadeo. Se me escapó un gemido de satisfacción. Mi lengua encontró la tersura de sus dientes y sus músculos se tensaron bajo mi mano. Retiré la lengua, juguetonamente.

Nuestras bocas se separaron. En sus ojos se reflejaba el fuego, negro y cargado de un ferviente y desvergonzado deseo. Y yo seguía sin sentir miedo.

—Dámelo… —susurró—. No voy a rasgarte la piel si… —Inspiró—. Si me lo das.

—Cállate, Kisten —susurré cerrando los ojos intentando bloquear en lo posible el confuso remolino de tensiones crecientes.

—Sí, señorita Morgan.

Lo dijo con un susurro tan suave que no estaba segura de haberlo oído. El deseo en mi interior iba creciendo, haciéndose irresistible más allá de la cordura. Sabía que no debía hacerlo, pero con el pulso acelerado, recorrí con las uñas su cuello, dejando marcas rojas por la presión. Kisten se estremeció y dejó caer las manos hasta la parte baja de mi espalda, explorándome con firmeza. Un fuego líquido estalló en mi cuello cuando ladeó la cabeza y se lanzó contra mi cicatriz. Su respiración se volvió agitada a la vez que enviaba deliciosas oleadas incesantes por todo mi cuerpo solo con la presión de sus labios.

—No voy a… no voy a… —jadeó y me di cuenta de que estaba a punto de hacer algo más. Sentí una sacudida cuando trazó un camino por mi cuello suavemente con los dientes. Un susurro de palabras irreconocibles cruzó mi mente, despertando mis sentidos—. Di que sí… —me apremió con un tono de urgencia en su voz grave y persuasiva—. Dilo, querida. Por favor… dámelo también.

Me temblaron las rodillas por el frío tacto de sus dientes al rozar mi piel de nuevo, incitantes, provocadores. Me sujetaba con firmeza con las manos en mis hombros. ¿Era esto lo que yo quería? Lágrimas cálidas llenaron mis ojos y tuve que admitir que ya no estaba segura. Mientras que Ivy no me provocaba, Kisten sí. Recé para que no lo notase en la presión de mis dedos aferrados a sus brazos como si fuesen lo único que me mantenía cuerda en estos momentos.

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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