—¿Por eso sobreviví yo también? —pregunté—. ¿Cometiste un error?
—¿Esa pregunta es de tu parte?
Me humedecí los labios.
—No.
Algaliarept cerró el libro.
—Tu sangre es ordinaria, Rachel Mariana Morgan. Sabrosa, con aromas sutiles que no pude entender, pero ordinaria. No jugué contigo, intenté matarte. Si llego a saber que eras capaz de dar el campanazo, habría hecho las cosas de otra forma. —Una sonrisa apareció en sus labios y sentí su mirada derramarse sobre mí como una mancha de aceite—. O puede que no. Tendría que haber sabido que serías como tu padre. Él también dio el campanazo. Una vez. Antes de morir. Espero sinceramente que eso no sea una premonición para ti.
Se me encogió el estómago y Nick me agarró del brazo antes de que tocase su círculo.
—Dijiste que no lo conocías —dije con la voz áspera por la rabia. Me sonrió bobaliconamente.
—¿Es eso otra pregunta?
Con el corazón a punto de salírseme por la boca negué con la cabeza, esperando que me dijese algo más.
El demonio se llevó un dedo a la punta de la nariz.
—Entonces será mejor que Nicholas Gregory Sparagmos me haga otra pregunta antes de que me llame alguien dispuesto a pagar por mis servicios.
—No eres más que un chivato asqueroso, ¿Lo sabías? —dije temblorosa.
La mirada de Algaliarept se posó en mi cuello, trayéndome a la memoria el suelo de aquel sótano donde la vida se me iba derramando.
—Solo cuando tengo un mal día.
Nick se irguió.
—Quiero saber quién te invocó para matar a Rachel y si es la misma persona que está invocándote ahora para matar a brujos de líneas luminosas.
Algaliarept se desplazó hasta casi fuera de mi campo de visión y murmuró.
—Esas son unas preguntas muy caras, las dos sumadas van mucho más allá de nuestro acuerdo. —Volvió a fijar su atención en el libro que llevaba en las manos y pasó una página.
Empecé a preocuparme de verdad cuando Nick cogió aire.
—No —le dije—, no merece la pena.
—¿Qué pides a cambio de las respuestas? —preguntó Nick ignorándome.
—¿Tu alma? —dijo sin darle importancia. Nick negó con la cabeza.
—Pídeme algo razonable, o te mando de vuelta inmediatamente y no podrás hablar más con Rachel.
El demonio sonrió de oreja a oreja.
—Te estás volviendo gallito, aprendiz de hechicero. Ya eres medio mío. —Cerró el libro con un repentino golpe seco—. Dame permiso para llevarme mi libro al otro lado y te diré quién me envió a matar a Rachel Mariana Morgan. Si es la misma persona que me está invocando para matar a los brujos de Trent Aloysius Kalamack, eso me lo reservo. Tu alma no lo vale. La de Rachel Mariana Morgan quizá. Qué pena da ver que los gustos de un joven son demasiado caros para sus posibilidades, ¿verdad?
Fruncí el ceño al darme cuenta de que había admitido que él estaba asesinando a los brujos. Era cuestión de suerte que Trent y yo siguiésemos vivos cuando los demás brujos habían muerto a sus manos. No, no había sido suerte, habían sido Quen y Nick.
—¿Y para qué quieres ese libro? —le pregunté.
—Lo escribí yo —dijo con una voz dura que pareció incrustarse en los recovecos de mi mente. Esto no me estaba gustando nada, nada, nada.
—No se lo des, Nick.
Se giró en la estrechez del círculo chocando conmigo.
—Solo es un libro.
—Es tu libro —dije—, pero es mi pregunta. Ya la averiguaré de otra forma.
Algaliarept se rió mientras apartaba la cortina de la ventana con un enguantado dedo para ver la calle.
—¿Antes de que vuelvan a encargarme que te mate? Eres el tema de conversación a ambos lados de las líneas luminosas. Será mejor que me hagas la pregunta rápido, si me llaman de repente puede que quieras dejar tus asuntos resueltos.
Nick se quedó estupefacto.
—¡Rachel! ¿Eres la siguiente?
—No —protesté deseando poder darle un bofetón a Algaliarept—. Solo lo dice para que le des el libro.
—Usaste las líneas luminosas para encontrar el cuerpo de Dan —dijo Nick secamente—. ¿Y ahora estás trabajando para Trent? Estás en la lista, Rachel. Llévate tu libro, Al. ¿Quién te envió para matar a Rachel?
—¿Al? —repitió el demonio sonriendo—, oh, me gusta. Al. Sí, puedes llamarme Al.
—¿Quién te envió a matar a Rachel? —exigió Nick.
Algaliarept sonrió abiertamente.
—Ptah Ammon Fineas Horton Madison Parker Piscary.
Mis rodillas amenazaron con ceder y me agarré al brazo de Nick.
—¿Piscary? —susurré. ¿El tío de Ivy era el cazador de brujos? ¿Y tenía siete nombres? ¿Tan viejo era?
—Algaliarept, márchate y no vuelvas a molestarnos esta noche —dijo repentinamente Nick.
La sonrisa del demonio me produjo escalofríos.
—Sin promesas —dijo con una mirada lasciva antes de desvanecerse. El libro que llevaba en las manos cayó golpeando la moqueta, seguida por un movimiento en la estantería. Escuché los fuertes latidos de mi corazón, temblorosa. ¿Qué iba a decirle a Ivy? ¿Cómo podría protegerme de Piscary? Ya había estado escondida en una iglesia con anterioridad y no me había gustado nada.
—Espera —dijo Nick tirando de mí antes de que tocase el círculo. Seguí su mirada hacia el montoncito de cenizas—, no se ha ido todavía.
Oí a Algaliarept maldecir y luego las cenizas desaparecieron. Nick suspiró y luego atravesó el círculo con el pie, rompiéndolo.
—Ahora puedes salir.
Puede que esto se le diese mejor de lo que yo creía.
Encorvado y con aspecto preocupado se acercó a apagar la vela para luego sentarse en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza hundida en sus manos.
—Piscary —dijo mirando a la moqueta—, ¿por qué no puedo tener una novia normal que solo tenga que esconderse de su antiguo novio del instituto?
—Eres tú el que anda invocando demonios —dije con las rodillas temblorosas. La noche parecía de pronto mucho más amenazadora. El vestidor parecía más grande ahora que Nick se había ido y yo no quería salir—. Debería volver a mi iglesia —dije pensando que iba a sacar mi vieja cama para ponerla en el santuario y dormir esta noche en el antiguo altar, justo después de llamar a Trent. Me había dicho que se encargaría de él. Espero que quisiera decir que le clavaría una estaca a Piscary. A Piscary le traía la ley sin cuidado, ¿por qué iba a importarme a mí? Analicé mi conciencia sin encontrar ningún remordimiento.
Cogí mi chaqueta y me dirigí hacia la puerta. Quería estar en mi iglesia. Quería envolverme en la manta antihechizos que le había robado a Edden y sentarme en mitad de mi bendita iglesia.
—Tengo que hacer una llamada —dije aturdida deteniéndome en seco en medio del salón.
—¿Trent? —preguntó innecesariamente a la vez que me acercaba el teléfono inalámbrico.
Después de marcar el número cerré el puño para disimular que me temblaban los dedos. Contestó Jonathan con tono airado y desagradable. Me puse muy pesada hasta que accedió a dejarme hablar directamente con Trent. Finalmente oí el
clic
de un teléfono supletorio y oí la voz suave como un río de Trent con un profesional: «Buenas noches, señorita Morgan».
—Es Piscary —dije a modo de saludo. Se produjo un silencio que duró cinco latidos y me pregunté si habría colgado.
—¿Te ha dicho que Piscary lo ha enviado a matar a mis brujos? —preguntó finalmente Trent a la vez que chasqueaba los dedos. Luego oí el distintivo sonido de un bolígrafo sobre el papel y me pregunté si Quen estaría con él. La indiferencia de su voz no ocultaba su preocupación.
—Le pregunté si lo habían enviado para matarte la primavera pasada y quién lo había invocado —dije con el estómago revuelto y dando vueltas por la habitación—. Te sugiero que te quedes en terreno consagrado después del anochecer. Puedes entrar en terreno consagrado, ¿no? —le pregunté sin saber con seguridad cómo les afectaban a los elfos esos asuntos.
—No seas grosera —dijo—, tengo un alma igual que tú. Y gracias, en cuanto confirmes la información te enviaré un mensajero con el resto de tu remuneración.
Di un respingo y miré a Nick.
—¿Confirmarlo? —dije—. ¿Qué quieres decir con que lo confirme? —No pude evitar que me temblase la mano.
—Lo que me acabas de decir es un consejo —dijo Trent—. Solo le pago por eso a mi agente de bolsa. Consígueme pruebas y Jonathan te enviará un cheque.
—¡Acabo de darte la prueba! —exclamé levantándome con el corazón agitado—. Acabo de hablar con ese maldito demonio y me ha dicho que está matando a tus brujos. ¿Qué más pruebas necesitas?
—Más de una persona puede invocar al mismo demonio, señorita Morgan. Si no le has preguntado directamente si ha sido Piscary el que lo ha invocado para asesinar a esos brujos, solo son especulaciones.
Me quedé sin respiración y le di la espalda a Nick.
—Esa pregunta era demasiado cara —dije bajando la voz y pasándome la mano por la trenza—, pero nos atacó a ambos siguiendo las órdenes de Piscary y ha admitido que ha matado a los brujos.
—No es suficiente. Necesito pruebas antes de ir clavando estacas en un maestro vampiro. Y te sugiero que las consigas rápido.
—¡Me vas a timar! —le grité girándome hacia la ventana sintiendo que mi miedo se tornaba en frustración—. Claro, ¿por qué no? Lo Howlers lo han hecho, la AFI también, ¿por qué ibas a ser diferente?
—No te estoy timando —dijo pasando de una voz suave como la seda a una fría como el hierro por la rabia—, pero no pienso pagarte por un trabajo chapucero. Como dijiste, te pago por resultados, no jugada a jugada… ni por especulaciones.
—¡A mí me parece que no me quieres pagar nada! ¡Te estoy diciendo que ha sido Piscary y unos míseros veinte mil dólares no son suficientes para que entre alegremente en la guarida de un vampiro de más de cuatrocientos años y le pregunte si ha estado enviando a un demonio a asesinar a los ciudadanos de Cincinnati!
—Si no quieres hacer el trabajo espero que me devuelvas la fianza.
Le colgué.
El teléfono ardía en mi mano y lo dejé con cuidado sobre el mostrador de la cocina de Nick antes de estamparlo contra algo.
—¿Puedes llevarme a casa, por favor? —le pregunté cargada de tensión.
Nick estaba mirando su estantería, repasando con el dedo los títulos.
—Nick —dije más alto, enfadada y frustrada—, de verdad quiero irme a casa ya.
—Un momento —masculló concentrado en sus libros.
—¡Nick! —exclamé cruzándome de brazos—. Ya elegirás el libro que vas a leer esta noche luego. ¡Quiero irme a casa ya!
Se volvió hacia mí con una mirada enfermiza en su alargado rostro.
—Se lo ha llevado.
—¿El qué?
—Creí que hablaba del libro que tenía en las manos, pero se ha llevado el que usaste para convertirme en tu familiar. Arrugué los labios.
—¿Al escribió el libro para convertir a los humanos en familiares? Por mí puede quedárselo.
—No —dijo demacrado y pálido—, si lo tiene él, ¿cómo vamos a romper el hechizo?
—Oh —dije con la cara desencajada. No había pensado en eso.
El sordo rugido de una moto me hizo levantar la vista del libro que leía. Reconocí la cadencia de la moto de Kist y me llevé las rodillas hasta la barbilla, tiré aun más de las mantas y apagué la lamparita de la mesilla de noche. La oscuridad que se extendía más allá de mi vidriera abierta se volvió un poco menos oscura. Ivy había llegado a casa. Si Kist entraba, iba a tener que fingir que dormía hasta que se marchase. Pero su moto apenas sí se detuvo antes de volver a alejarse por la calle. Miré los números verde fluorescentes de mi despertador. Eran las cuatro de la mañana. Llegaba temprano.
Cerré el libro dejando un dedo dentro para marcar la página y escuché sus pasos acercándose. El fresco aire de antes del amanecer de una noche de septiembre inundaba mi habitación. Si fuese lista me levantaría para cerrar la ventana. Ivy probablemente encendería la calefacción al entrar.
Les estaba muy agradecida a todos los santos porque mi habitación formase parte de la iglesia original y entrase dentro de la cláusula del suelo consagrado, que garantizaba mantener a raya a los vampiros muertos, a los demonios y a las suegras. Estaba a salvo en mi cama hasta que saliese el sol. Aún tendría que preocuparme por Kist, pero no me tocaría mientras a Ivy le quedase un suspiro de vida. Tampoco me tocaría si ella estuviese muerta.
Una sensación incómoda me hizo sacar el dedo del libro y dejarlo en la caja cubierta por una tela que usaba de mesilla de noche. Ivy no había entrado todavía. Era la moto de Kist la que había oído alejarse.
Escuché mis propios latidos y esperé a escuchar las suaves pisadas de Ivy o el sonido de la puerta de la iglesia al cerrarse; pero lo que oí débilmente en el frío silencio de la noche fue a alguien con arcadas.
—Ivy —susurré apartando toda mi ropa de cama. Me levanté tambaleante de la cama. Estaba helada y agarré mi bata. Metí los pies en mis zapatillas peludas rosa y salí al pasillo. Me detuve a medio camino y retrocedí sobre mis pasos hasta mi cómoda de contrachapado. Recorrí con los dedos los bultos de mis perfumes en la penumbra. Elegí uno nuevo que había encontrado entre los demás precisamente ayer y precipitadamente me lo eché encima. Flor de azahar limpia y fresca. Dejé el frasco en su sitio y derramé parte de lo que quedaba sin querer, con un fuerte golpe. Me sentía irreal y desorientada mientras prácticamente echaba a correr por la iglesia vacía, apretándome la bata por el camino. Esperaba que este perfume funcionase mejor que el anterior.
Un nítido entrechocar de alas fue el único aviso que tuve cuando Jenks cayó del techo. Me detuve en seco cuando se quedó suspendido en el aire frente a mí. Brillaba de color negro. Parpadeé pasmada: el puñetero brillaba en color negro.
—No salgas fuera —dijo con el miedo reflejado en su aguda voz—. Sal por atrás, coge un autobús y vete a casa de Nick.
Miré detrás de él hacia la puerta al escuchar que Ivy vomitaba de nuevo, mezclando las desagradables arcadas con fuertes sollozos.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté muy asustada.
—Ivy ha vuelto a caer en el pozo.
Me quedé parada sin entenderlo.
—¿Qué?
—Que ha vuelto a caer en el pozo —me repitió—. Que está tomando zumo rojo, probando el vino, que ha vuelto a ser practicante, Rachel. Y se ha vuelto loca. Vete. Mi familia te está esperando en el muro de atrás. Llévatelos a casa de Nick por mí, yo me quedo para vigilarla y asegurarme de que… —Echó una ojeada a la puerta—. De que no va a ir a buscarte.