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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (48 page)

—Eres tan repulsivo como tu padre —dije asqueada—. Le haces chantaje a la gente poniéndoles una cura al alcance de su mano para convertirlos en tus marionetas. La fortuna de tus padres, señor Kalamack, se construyó sobre la miseria de cientos, quizá miles de personas y tú no eres diferente a ellos.

La barbilla de Trent tembló casi imperceptiblemente y creí ver un brillo centelleando a su alrededor, confundiéndome con el recuerdo de su aura. Debía de ser un truco de elfos.

—No tengo por qué justificar mis acciones ante ti —dijo—. Y además, creo que tú misma te has convertido en una experta en el arte del chantaje. No voy a malgastar mi tiempo peleándonos como niños por quién hirió los sentimientos de quién hace más de una década. Quiero contratar tus servicios.

—¿Contratarme? —dije incapaz de mantener la voz baja y poniéndome las manos en la cadera, con un gesto de incredulidad—. ¿Intentaste matarme en las peleas de ratas y crees que ahora voy a trabajar para ti? ¿Para qué? ¿Para ayudarte a limpiar tu buen nombre? Tú mataste a esos brujos y voy a demostrarlo.

Se rió y su sombrero ocultó su cara al inclinarse hacia delante con una risotada.

—¿Qué te parece tan divertido? —le exigí sintiéndome una tonta.

—Tú. —Sus ojos brillaban—. Nunca estuviste en verdadero peligro en aquel foso para ratas. Únicamente lo hice para restregarte tu precario estado en aquel momento. Pero la verdad es que conseguí una increíble cantidad de contactos mientras estuve allí.

—Hijo de… —apreté los labios con fuerza y cerré el puño.

El regocijo de Trent desapareció e inclinó la cabeza con un gesto de advertencia dando un paso atrás.

—Yo que tú no lo haría —me amenazó—, sinceramente no te lo recomiendo.

Me balanceé hacia atrás despacio. Me temblaban las rodillas por el recuerdo del foso. Me sobrecogió el atroz sentimiento de impotencia, de sentirme atrapada y obligada a matar o a morir. Había sido el juguete de Trent. Que me diera caza a lomos de un caballo no tenía ni punto de comparación con aquello. Al menos, en aquella ocasión me había descubierto robándole.

—Escúchame bien, Trent —le susurré mientras el recuerdo de Quen me obligaba a retroceder hasta que noté el frío hormigón en los riñones—. No voy a trabajar para ti. Voy a acabar contigo. Voy a averiguar cómo vincularte a cada uno de los asesínatos.

—Oh, por favor —dijo y me pregunté como podíamos pasar tan rápido de ser un hombre de negocios de la lista
Fortune
y una hábil cazarrecompensas independiente a ser dos personas discutiendo injusticias del pasado—, ¿sigues con eso? Incluso el capitán Edden se dio cuenta de que el cuerpo de Dan Smather fue colocado en mis establos, por eso ha enviado a su hijo a vigilarme en lugar de presentar cargos contra mí. Y en cuanto a relacionarme con las víctimas, sí, hablé con todas ellas, pero para contratarlas, no para matarlas. Señorita Morgan, tienes muchas cualidades, pero la de detective no es una de ellas. Eres demasiado impaciente, te dejas llevar por tu intuición, algo que parece funcionar hacia delante, no hacia atrás.

Ofendida, puse los brazos en jarras y solté un bufido de incredulidad. ¿Quién se creía que era para darme lecciones?

Trent se metió la mano en el bolsillo de la camisa, sacó un sobre blanco y me lo entregó. Me acerqué con un movimiento pendular y lo cogí para abrirlo. Se me cortó la respiración al ver que contenía veinte billetes de cien dólares nuevecitos.

—Es el diez por ciento por adelantado, el resto al terminar —dijo y me dejó helada aunque intenté aparentar arrogancia. ¿
Veinte mil dólares
?—. Quiero que averigües quién es el responsable de los asesinatos. Llevo tres meses intentando contratar a un brujo de líneas luminosas y todos acaban muertos. Se está convirtiendo en un fastidio. Lo único que necesito es un nombre.

—Puedes irte al infierno, Kalamack —dije dejando caer el sobre cuando no quiso aceptarlo de vuelta. Estaba enfadada y frustrada. Había venido aquí con una información tan valiosa que estaba segura de sacarle una confesión y acababa siendo amenazada, insultada y por último, sobornada.

Trent parecía imperturbable. Se agachó para recoger el sobre y lo golpeó varias veces contra la palma de su mano para quitarle la suciedad antes de guardarlo.

—¿Te das cuenta de que con el pequeño espectáculo que diste ayer te has convertido en la siguiente en la lista del asesino? Encajas en el perfil a la perfección tras demostrar tanta eficacia en el manejo de la magia de líneas luminosas y ahora le añades nuestro pequeño encuentro de hoy.

Maldición. Lo había olvidado. Si Trent no era en realidad el asesino, entonces no tenía nada para evitar que el verdadero criminal viniese a por mí. De pronto el sol parecía no calentar lo suficiente. Me quedé sin aliento y sentí náuseas al darme cuenta de que iba a tener que encontrar al verdadero asesino antes de que él me encontrase a mí.

—Ahora —dijo Trent con una voz más suave que el agua—, acepta el dinero para que pueda decirte lo que he logrado averiguar.

El estómago se me hizo un nudo al sostener su mirada burlona. Iba a hacer exactamente lo que él quería. Me había manipulado para que acabase ayudándole. Maldición, maldición y doble maldición. Crucé hasta su lado del puente y apoyé los codos sobre la gruesa barandilla, dándole la espalda a Glenn. Sharps estaba nadando en las profundidades del estanque y solo por la ausencia de patos sabía que estaba allí. Junto a mí estaba Trent.

—¿Enviaste a Sara Jane a la AFI con la única intención de que Edden me implicase en esto? —pregunté amargamente.

Trent se movió, acercándose tanto que pude oler el aroma a limpio de su loción para después del afeitado. No me gustaba que estuviese tan cerca, pero si me movía, sabría que me molestaba.

—Sí —dijo en voz baja.

En su voz se apreciaba el tono de la verdad que había estado esperando y un rayo de entusiasmo me cortó la respiración. Ahí estaba, ya lo tenía. Ya nunca podría volver a mentirme. Repasé nuestras conversaciones anteriores con una nueva luz y me di cuenta de que, aparte del motivo por el que estaba en el campamento de su padre, nunca lo había hecho. Nunca.

—Sara Jane no lo conocía, ¿verdad? —le pregunté.

—Tuvieron unas pocas citas para conseguir la foto, pero no. Tenía la certeza de que sería asesinado después de aceptar trabajar para mí, aunque intenté protegerlo. Quen está muy disgustado —dijo sin darle mucha importancia y fijando la atención en las ondas que producía Sharps—. El hecho de que el señor Smather apareciese en mis establos significa que el asesino se está volviendo arrogante.

Cerré los ojos un instante por la frustración y me esforcé por reordenar mis pensamientos. Trent no había matado a los brujos, lo había hecho otra persona. Podía aceptar el dinero y ayudarle a resolver su pequeño problema de recursos humanos, o no hacerlo y resolvérselo gratis. Mejor quedarme con el dinero.

—Eres un cabrón, ¿lo sabías?

Al ver que había cambiado de idea, Trent sonrió. Era lo único que podía hacer para no escupirle a la cara. Sus alargadas manos colgaban por el borde de la barandilla. El sol le daba un cálido tono dorado a su bronceado que casi brillaba en contraste con su camisa blanca, mientras que su cara permanecía en la sombra. La brisa movía los mechones de su pelo, haciendo que casi se rozasen con mis propios caprichosos mechones.

Con un movimiento natural, metió la mano en el bolsillo de su camisa y me pasó el sobre, ocultando la acción a los ojos de Glenn con nuestros cuerpos. Me sentí sucia al aceptarlo. Lo oculté fuera de la vista en mi chaqueta y me lo metí por la cintura del pantalón.

—Excelente —dijo con tono cálido y sincero—, me alegro de que trabajemos juntos.

—Vete al infierno, Kalamack.

—Estoy razonablemente convencido de que es un maestro vampiro —dijo apartándose de mí.

—¿Cuál de ellos? —pregunté, asqueada conmigo misma. ¿Por qué estaba haciendo esto?

—No lo sé —admitió tirando al agua un trocito de mortero de la barandilla—. Si lo supiese, ya me habría encargado de él.

—No me cabe la menor duda —dije amargamente—. ¿Por qué no acabas con todos y te lo quitas de encima de una vez?

—No puedo ir por ahí clavando estacas a vampiros aleatoriamente, señorita Morgan —dijo preocupándome al tomarse mi pregunta en serio en lugar de con el sarcasmo con el que la había hecho—. Eso es ilegal, por no mencionar que iniciaría una guerra con los vampiros. Puede que Cincinnati no sobreviviese a algo así. Y además, mis negocios sufrirían entretanto.

Me reí por lo bajo.

—Oh, claro, y no podemos permitir que eso pase, ¿verdad?

Trent suspiró.

—Usar el sarcasmo para ocultar tu miedo te hace parecer muy joven.

—Y darle vueltas al bolígrafo entre los dedos te hace parecer nervioso. —Le devolví el golpe. Estaba bien poder discutir con alguien que no iba a morderme si perdía los nervios.

Movió los ojos con un tic y con los labios apretados hasta dejarlos sin sangre se giró hacia el gran estanque frente a nosotros.

—Te agradecería que mantuvieses a la AFI alejada de esto. Es un asunto inframundano, no humano y no estoy seguro de que la SI sea de fiar tampoco.

Me pareció interesante lo rápido que había caído en el discurso del «ellos» y el «nosotros». Aparentemente yo no era la única que conocía los orígenes de Trent y no me gustaba el grado de intimidad en el que eso nos situaba.

—Creo que se trata de un clan emergente de vampiros que intenta afianzarse eliminándome —dijo—. Es mucho menos arriesgado que acabar con uno de los clanes menos importantes.

No era un alarde, simplemente un dato sin más. Arrugué los labios al pensar que acababa de aceptar dinero de un hombre que jugaba con los bajos fondos como si fuesen un tablero de ajedrez. Por primera vez en mi vida me alegraba de que mi padre estuviese muerto y no pudiese preguntarme por qué lo hacía. La foto de nuestros padres de pie delante del autobús del campamento surgió en mi mente y me recordé a mí misma que no podía confiar en Trent. Mi padre lo hizo y eso le mató.

Trent dejó escapar un suspiro que sonó apesadumbrado y cansado a la vez.

—Los bajos fondos de Cincinnati son muy fluidos. Todos mis contactos habituales han dejado de hablar o están muertos. Estoy dejando de estar al tanto de lo que está pasando. —Me echó una mirada—. Alguien está intentando evitar que aumente mi influencia y sin un brujo de líneas luminosas a mi disposición, he llegado a un punto muerto.

—Pobrecito —me mofé de él—. ¿Por qué no haces magia tú mismo? ¿Acaso tu linaje está demasiado contaminado con pobres genes humanos como para controlar la magia dura?

Los nudillos de sus dedos palidecieron al apretar la barandilla y luego se relajaron.

—Conseguiré un brujo de líneas luminosas. Prefiero contratar a alguien dispuesto a ello que secuestrarlo, pero si todos los brujos con los que hablo acaban muertos, tendré que retener a alguien.

—Sí —dije alargando la palabra cáusticamente—, vosotros los elfos sois famosos por eso, ¿no es así?

Apretó la mandíbula.

—Ten cuidado.

—Siempre lo tengo —dije sabiendo que no era lo suficientemente buena bruja como para tener que preocuparme por que quisiese «retenerme». Vi que el borde de sus orejas iba perdiendo lentamente su tono sonrojado. Entorné los ojos y me pregunté si de verdad eran un poquito puntiagudas o si sería mi imaginación. Era difícil de decir con el sombrero puesto.

—¿No podrías reducir el número de sospechosos? —dije. Veinte mil dólares para escudriñar los bajos fondos de Cincinnati y descubrir quién querría ponerle la zancadilla al señor Kalamack, asesinando a sus potenciales empleados. Sí, parecía una misión facilísima.

—Tengo muchas ideas, señorita Morgan. Muchos enemigos, muchos empleados.

—Y ningún amigo —añadí insidiosamente mientras observaba a Sharps sobresalir del agua como una serpiente, como un monstruo del lago Ness en miniatura. Espiré provocando un sonido suave al imaginar lo que iba a decir Ivy cuando llegase a casa y le contase que estaba trabajando para Trent—. Si averiguo que estás mintiendo, iré a por ti yo misma, Kalamack, y esta vez el demonio no fallará.

Soltó una carcajada burlesca y me volví hacia él.

—No te marques un farol. No fuiste tú quien envió el demonio contra mí la primavera pasada.

La brisa se volvió fría y me acurruqué en mi chaqueta al girarme.

—¿Cómo lo…?

Trent miró a lo lejos, más allá de los estanques.

—Tras escuchar tu conversación con tu novio en mi oficina y ver tu reacción ante el demonio supe que tenía que haber sido otra persona, aunque admito que verte maltrecha y amoratada después de liberar al demonio para que fuese a matar a quien lo había invocado casi me convenció.

No me gustaba que me hubiese escuchado hablando con Nick, ni que hubiese actuado exactamente de la misma forma que yo cuando logré controlar a Algaliarept. Trent arañó el suelo con los zapatos y una cautelosa mirada inquisitiva surgió en sus ojos.

—Tu cicatriz de demonio… —Titubeó y la expresión de emoción angustiada se afianzó—. ¿Fue un accidente? —terminó de decir.

Observé las ondas que Sharps dejaba al desaparecer.

—Me desangró hasta tal punto que… —Me detuve y apreté los labios. ¿Por qué le estaba contando esto?—. Sí, fue un accidente.

—Bien —dijo sin apartar la vista del estanque—, me alegra escucharlo.

Imbécil, pensé, imaginándome que quienquiera que hubiese enviado a Algaliarept a por nosotros habría sufrido un doble y doloroso revés aquella noche.

—Está claro que a alguien no le gustó vernos hablar —dije y entonces me quedé paralizada. La cara se me heló y contuve la respiración. ¿Y si los ataques contra ambos y la reciente ola de violencia estaban relacionados? ¿Quizá yo tenía que haber sido la primera víctima del cazador de brujos?

El corazón me latía con fuerza y me quedé inmóvil, pensando. Todas y cada una de las víctimas había muerto sufriendo su peor pesadilla personal: el nadador, ahogado, el cuidador de ratas, abierto en canal y devorado vivo, dos mujeres, violadas, un hombre que trabajaba con caballos, aplastado. A Algaliarept le pidieron que me matase aterrorizándome, que se tomase el tiempo necesario para averiguar cuál era mi mayor miedo. Maldición. Era la misma persona.

Trent inclinó la cabeza ante mi silencio.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

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