—Nada. —Apoyé todo el peso sobre la barandilla y dejé caer la cabeza entre mis manos, intentando no desmayarme. Glenn llamaría a alguien y se acabaría todo.
Trent se apartó de la barandilla.
—No —dijo y levanté la cabeza—, ya te he visto esa misma mirada dos veces antes, ¿qué pasa?
Tragué saliva.
—Se suponía que debíamos ser las primeras víctimas del cazador de brujos. Intentó matarnos a los dos y desistió cuando le demostramos que podíamos vencer a un demonio y dejé claro que no iba a trabajar para ti. Únicamente los brujos que aceptaron trabajar para ti fueron asesinados, ¿no?
—Todos accedieron a trabajar para mí —dijo en voz baja y tuve que reprimir un escalofrío por el modo en el que sus palabras recorrieron mi espina dorsal—. Nunca se me había ocurrido relacionar ambas cosas.
No se podía acusar a un demonio de asesinato porque no había forma de retenerlo si lo condenaban. Los tribunales hacía tiempo que habían decidido tratar a los demonios como armas, a pesar de que la equiparación no fuese muy exacta. En ellos intervenía la libertad de elección, pero siempre que el pago fuese proporcional con la tarea, un demonio nunca rechazaba un asesinato. Sin embargo, alguien tenía que invocarlo.
—¿Te dijo el demonio en algún momento quién lo había enviado para matarte? —le pregunté. Si fuese así serían los veinte mil dólares ganados con mayor facilidad de mi vida, qué Dios me ayude.
La ira acompañada del miedo se reflejó en la cara de Trent.
—Intentaba salvar la vida, no tener una conversación. Sin embargo tú pareces mantener una relación activa con él. ¿Por qué no le preguntas?
Solté un bufido repentino de incredulidad.
—¿Yo? Ya le debo un favor. No puedes pagarme lo suficiente como para que me eche más tierra encima. Pero te diré una cosa, yo lo llamo y tú le preguntas. Estoy segura de que entre ambos llegaréis a algún acuerdo en cuanto al pago.
Su bronceado rostro se quedó pálido.
—No.
Satisfecha, miré hacia el estanque pequeño.
—No me llames cobarde a menos que sea algo que tú sí harías. Soy temeraria, no estúpida. —Pero entonces vacilé. Nick sí que lo haría.
Una tímida sonrisa, sorprendida y auténtica se esbozó en los labios de Trent.
—Lo estás haciendo de nuevo.
—¿Qué? —dije inexpresivamente.
—Se te ha ocurrido otra idea. Eres muy entretenida, señorita Morgan. Observarte es como mirar a un niño de cinco años.
Insultada, miré al agua. Me pregunté si que Nick preguntase quién lo había mandado para matarme se consideraría una pregunta pequeña o grande que requiriese un pago adicional. Me aparté de la barandilla y decidí caminar hacia el museo para averiguarlo.
—¿Y bien? —me soltó Trent.
Negué con la cabeza.
—Tendré la información que quieres después del anochecer —dije y Trent parpadeó sorprendido.
—¿Vas a invocarlo? —Su repentina y poco disimulada sorpresa me pilló desprevenida y me quedé impasible, pensando que haber logrado sobresaltarlo me hinchaba el ego cuando más lo necesitaba. Lo rápido que supo ocultarla hizo que el sentimiento fuese doblemente satisfactorio—. Acabas de decir que…
—Me pagas por resultados, no jugada a jugada. Ya te informaré cuando averigüe algo.
Su expresión cambió hacia lo que me pareció era una de respeto.
—Te he juzgado mal, señorita Morgan.
—Sí, estoy llena de sorpresas —musité a la vez que me apartaba el pelo de los ojos alborotado por el viento. El sombrero de Trent amenazaba con salir volando hacia el agua y alargué el brazo para cogerlo antes de que saliese despedido de su cabeza. Mis dedos acariciaron el sombrero y luego no había nada. Trent dio un salto hacia atrás. Me quedé boquiabierta y parpadeando, mirando el sitio donde había estado hace un instante. Se había ido. Lo encontré casi un metro y medio más allá, completamente fuera del puente. Había visto a gatos moverse así. Se irguió y parecía asustado, luego enfadado por haber dejado ver sus emociones delante de mí. El sol centelleó sobre su fino pelo. Su sombrero estaba en el agua y se estaba volviendo de un verde nauseabundo.
Me puse en guardia cuando Quen saltó de un árbol cercano y aterrizó suavemente delante de Trent. El hombre se quedó de pie junto a él con los brazos a ambos lados del cuerpo; parecía un samurai moderno con sus vaqueros y camisa negros. No me moví cuando noté un chorro de agua detrás de mí. Olía a sulfato de cobre y a porquería. Noté más que vi a Sharps avecinarse por detrás, frío, húmedo y casi tan grande como el puente bajo el que vivía al haber tragado una gran cantidad de agua para ganar masa corporal. Un lejano estrépito proveniente del servicio me indicó que Glenn estaba de camino.
Mi corazón latía con fuerza y nadie se movía. No debí tocarlo. No tenía que haberlo tocado. Me humedecí los labios y me tiré de la chaqueta, alegrándome de que Quen se hubiese dado cuenta de que no era mi intención hacerle daño a Trent.
—Te llamaré cuando tenga un nombre —dije con voz frágil. Le dediqué una mirada de disculpas a Quen y me giré sobre mis talones para dirigirme a paso ligero hacia la calle, notando mis fuertes pisadas insonoras resonar por mi espina dorsal.
¿Y tú me tienes miedo a mí?, pensé para mis adentros. ¿Por qué?
—Por tercera vez, Rachel, ¿quieres otro trozo de pan o no?
Aparté la vista del punto de luz que se reflejaba en la superficie de mi copa de vino para ver a Nick que esperaba mi respuesta con una expresión curiosa y divertida mientras me ofrecía la cesta del pan. A juzgar por su expresión inquisitiva, supuse que llevaba así un rato.
—
Mmm
, no. No, gracias —dije bajando la vista para ver que la cena que Nick había preparado estaba casi intacta. Le dediqué una sonrisa de disculpa y llené el tenedor con la pasta y la salsa blanca. Era su cena y mi almuerzo, ambos deliciosos y más aun teniendo en cuenta que no había tenido que hacer nada salvo la ensalada. Probablemente sería lo último que comería hoy porque Ivy tenía una cita con Kist y eso significaba que yo iba a cenar un Ben & Jerry's delante de la tele. Me pareció raro que saliese con el vampiro vivo, teniendo en cuenta que era peor que un mono en lo que respectaba al sexo y la sangre, pero ciertamente no era asunto mío.
El plato de Nick estaba vacío y después de dejar el pan en la mesa, se sentó y jugueteó con la punta de su cuchillo haciendo equilibrios encima de la servilleta.
—Sé que no es por mi comida —dijo—, ¿qué te pasa? Apenas has dicho una palabra desde que… llegaste al museo.
Oculté una sonrisita con la servilleta y me limpié la comisura de la boca. Lo había pillado echándose una siesta, sentado con sus larguiruchas piernas en alto y con los pies sobre la mesa de trabajo. El paño del siglo dieciocho que se supone que debía estar restaurando reposaba sobre sus ojos. Si no era un libro, en realidad no le interesaba nada.
—¿Tanto se me nota? —dije antes de meterme el tenedor en la boca.
Una media sonrisa familiar se dibujó en su boca.
—No es propio de ti estar tan callada. ¿Es porque no han arrestado a Kalamack después de que encontrases ese… ese cadáver?
Aparté el plato sonrojándome con un sentimiento de culpabilidad. No le había contado a Nick todavía que me había cambiado de bando en el asunto de «A por Trent». En realidad no lo había hecho, y eso era lo que me fastidiaba. Trent era repugnante.
—Encontraste el cadáver —dijo Nick inclinándose sobre la mesa y agarrándome una mano—, el resto vendrá solo.
Sentí vergüenza y me preocupó que Nick pensase que me había dejado comprar. Debió notar mi angustia, porque me apretó la mano hasta que levanté la mirada.
—¿Qué te pasa, Ray-ray?
Me miraba con ternura y ánimos. La profundidad marrón de sus ojos atrapaba los destellos de la fea lámpara que colgaba del techo de la diminuta cocina comedor. Me fijé en el pequeño mostrador a la altura del pecho que la separaba del salón mientras intentaba decidir cómo abordar el tema. Llevaba meses insistiéndole en que debía dejar tranquilos a los demonios durmientes y ahora, aquí estaba, con la intención de pedirle que invocase a Algaliarept por mí. Estaba segura de que la respuesta iba a costarle más que lo incluido en su «contrato de prueba», y no quería que se arriesgase a tener que pagarlo por mí. Nick tenía una vena caballerosa tan ancha como el río Ohio.
—Dime —insistió agachando la cabeza para intentar mirarme a los ojos.
Me pasé la lengua por los labios y lo miré a los ojos.
—Es por el Gran Al. —No quería arriesgarme a que Algaliarept pensase convenientemente que lo estaba llamando cada vez que dijese su nombre, así que había empezado a referirme al demonio por el apodo relativamente insultante. Nick creía que era divertido; que me preocupase que apareciera sin haberlo invocado, no que lo llamase Al.
Nick deslizó los dedos soltándome la mano y se apartó para coger su copa de vino.
—No empieces —dijo arrugando las cejas con los primeros signos de enfado—. Sé lo que hago y pienso seguir haciéndolo tanto si te gusta como si no.
—En realidad —le interrumpí—, quería saber si podrías preguntarle algo por mí.
La alargada cara de Nick se quedó lívida.
—¿Cómo dices?
Hice una mueca.
—Si no te cuesta nada. Si te va a costar algo, olvídalo. Lo averiguaré de otra forma.
Dejó la copa en la mesa y se inclinó hacia delante.
—¿Quieres que lo llame?
—Es que he hablado con Trent hoy —dije rápidamente para que no me interrumpiese— y hemos llegado a la conclusión de que el demonio que nos atacó la primavera pasada es el mismo que está cometiendo los asesinatos… y que se supone que yo tenía que haber sido la primera víctima del cazador de brujos, pero como rechace la oferta de trabajo de Trent, me dejó escapar. Si descubro quién lo envió para matarnos, entonces tendremos al asesino.
Nick se me quedó mirando boquiabierto. Casi podía ver sus pensamientos ordenándose en su mente: Trent era inocente y ahora estaba trabajando para él para encontrar al verdadero asesino y limpiar su nombre de cualquier sospecha. Me sentí incómoda y jugueteé con el tenedor en el plato.
—¿Cuánto te ha pagado? —preguntó finalmente sin indicarme ninguna pista de sus pensamientos por su tono de voz.
—Un adelanto de dos mil —dije sintiendo el ligero peso del sobre en mi bolsillo ya que aún no había ido a casa—. Dieciocho mil más cuando le diga quién es el cazador de brujos. —¡Eh, podré pagar el alquiler! ¡Yupi!
—¿Veinte mil dólares? —dijo abriendo los ojos como platos bajo la luz fluorescente—. ¿Te va a dar veinte mil dólares por un nombre? ¿No tienes que atraparlo ni nada?
Asentí preguntándome si pensaba que me había vendido. Yo me sentía como si lo hubiera hecho.
Nick se quedó inmóvil durante unos instantes, luego se levantó arañando el suelo de linóleo con la silla.
—Averigüemos cuánto cuesta eso —dijo saliendo de la habitación.
Me quedé parpadeando mirando su silla de estructura metálica y de plástico. El corazón me latía con fuerza.
—¿Nick? —dije al levantarme y detenerme un momento para poner los platos en el fregadero—. ¿No te molesta que trabaje para Trent? A mí sí.
—¿Fue él quien mató a esos brujos? —respondió desde el pasillo hacia su cuarto. Seguí su voz a través del salón para encontrármelo sacando todas las cosas de su vestidor y apilándolas sobre la cama con una rapidez metódica.
—No, no creo que lo hiciese. —Que Dios me ampare si he malinterpretado sus señales.
Nick me pasó un montón de toallas verdes nuevas y esponjosas.
—Entonces, ¿qué problema hay?
—El tío es un traficante de biofármacos y de azufre —dije haciendo malabarismos con las toallas para coger el par de enormes botas de jardinero que me estaba dando. Reconocí que eran las que estaban en nuestro campanario y me pregunté por qué las seguía guardando—. Trent está intentando hacerse con los bajos fondos de Cincinnati y yo estoy trabajando para él. Ese es el problema.
Nick sacó sus sábanas de repuesto y pasó junto a mí para dejarlas sobre la cama.
—No estarías ayudándole si no pensases que no lo hizo —dijo al volver—. ¿Y por veinte mil dólares? Con veinte mil dólares podrás pagarte muchas sesiones de terapia si te equivocas.
Hice una mueca. No me gustaba su filosofía de que el dinero lo arregla todo. Supongo que haber crecido viendo a tu madre luchar por cada dólar marcaba bastante, pero a veces me cuestionaba las prioridades de Nick. Pero esto tenía que averiguarlo en primer lugar para salvar mi propio pellejo y además, ni en broma iba a ayudar a Trent a librarse de toda sospecha gratis.
Me quedé de pie a un lado del pasillo mientras Nick pasaba con una montaña de jerséis. El armario estaba despejado, tampoco es que tuviese gran cosa dentro. Tras dejarlo todo en el suelo, cogió las toallas y las botas de mis brazos y las sumó al montón de la cama antes de volver al vestidor. Arqueé las cejas sorprendida cuando lo vi levantar un trozo cuadrado de moqueta para dejar al descubierto un círculo y un pentagrama grabados en el suelo.
—¿Lo invocas dentro del vestidor? —dije con incredulidad.
Nick levantó la cabeza para mirarme desde donde estaba arrodillado con expresión taimada.
—Encontré el círculo ya hecho cuando me mudé —dijo—. ¿No te parece bonito? Está hecho de plata. Lo he comprobado y es casi el único punto del piso donde no hay conducciones de gas ni de electricidad. Hay otro en la cocina que se puede ver con luz negra, pero es más grande y no soy capaz de hacer un círculo lo suficientemente fuerte como para impedir que entre.
Lo observé mientras quitaba los estantes de los soportes con un golpe seco por debajo y las iba apilando contra la pared del pasillo. Una vez que terminó, salió del vestidor y me ofreció la mano para unirme a él. Me quedé mirándolo, atónita.
—Al dijo que se suponía que era el demonio el que debía estar dentro del círculo, no quien lo invoca —dije.
Nick dejó caer la mano.
—Forma parte del contrato de prueba. En realidad no estoy invocándolo sino solicitando una audiencia con él. Puede rechazarla y no aparecer, aunque eso no ha sucedido desde que me diste la idea de meterme yo dentro del círculo en lugar de a él. Ahora aparece solo para reírse un rato. —Nick volvió a ofrecerme su mano—. Entra, quiero asegurarme de que cabemos los dos.
Miré hacia el trozo de salón que podía ver desde aquí. No quería meterme en un armario con Nick. Bueno, al menos no en estas circunstancias.