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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (56 page)

—¿Necesitas oírme decir que sí? —dije con un suspiro, reconociendo la pasión en mi voz. Prefería morir aquí con Kisten que aterrorizada con Piscary.

El timbre del ascensor nos interrumpió y las puertas se abrieron.

Una corriente de aire fresco se arremolinó en mis tobillos. La realidad volvió a aparecer dolorosamente ante mí. Era demasiado tarde. Me había demorado demasiado.

—¿Tengo ese vial? —le pregunté sin respiración entrelazando los dedos en el pelo corto de su nuca. Seguía apoyando su peso contra mí y el olor a cuero y seda siempre me recordarían a Kist. No quería moverme. No quería salir del ascensor.

Noté los latidos del corazón de Kist y lo oí tragar saliva.

—Está en tu bolso —murmuró.

—Vale. —Apreté la mandíbula y le di un tirón del pelo y echándole la cabeza hacia atrás levanté la rodilla. Kist se apartó de mí. El ascensor tembló cuando chocó contra la pared opuesta. Lo echaría de menos. Maldita sea.

Sin aliento y con el pelo alborotado se irguió y se palpó las costillas.

—Tendrás que moverte más rápido que ahora, bruja. —Se apartó el pelo de los ojos y me hizo un gesto para que saliese del ascensor delante de él.

Con las rodillas flojas y temblorosas, reuní valor y salí del ascensor.

27.

El cuartel de día de Piscary no era como la había imaginado. Salí del ascensor y moví la cabeza de lado a lado, observándolo todo. Los techos eran altos, yo diría que de unos tres metros, y estaban pintados de blanco allí donde no estaban cubiertos por cálidas telas de colores primarios, drapeadas formando pliegues. Unos amplios arcos daban paso a otras salas igualmente espaciosas más allá. Transmitía la suave comodidad de una mansión Playboy mezclada con el estilo de un museo. Dediqué un momento a buscar una línea luminosa y no me sorprendió comprobar que estábamos a demasiada profundidad como para encontrarla.

Mis botas pisaron con cautela la mullida moqueta de color hueso. El mobiliario era elegante, con algunas obras de arte bajo los focos. Había cortinas del techo al suelo a intervalos regulares para dar la impresión de que había ventanas tras ellas. Las estanterías con puertas de cristal llenas de libros se situaban entre las falsas ventanas. Todos los volúmenes parecían anteriores a la Revelación. Me acordé de Nick, a él le encantarían. Deseé desesperadamente que hubiese encontrado la nota. La esperanza de un posible éxito me hizo caminar con más confianza de la que debía. Entre el vial de Kisten y la nota de Nick, quizá pudiese escapar con vida.

Las puertas del ascensor se cerraron. Me giré y me fijé en que no había botón para volver a abrirlas. También faltaba la escalera. Debía llegar a otro sitio. El corazón me dio un vuelco y luego se apaciguó. ¿
Escapar con vida? Quizá
.

—Quítate las botas —dijo Kist.

Ladeé la cabeza con incredulidad.

—¿Cómo dices?

—Están sucias. —Tenía la vista fija en mis pies. Aún estaba sonrojado—. Quítatelas.

Miré la moqueta blanca. Quería que matase a Piscary, ¿y se preocupaba de mis huellas sobre su moqueta? Con una mueca me las quité y las dejé tiradas junto al ascensor. No podía creérmelo, iba a morir descalza.

Pero la moqueta resultaba agradable bajo mis plantas y seguí a Kisten, haciendo un gran esfuerzo por no palpar mi bolso por fuera en busca del vial que me había prometido que estaba allí. Kist volvía a estar tenso. Apretaba la mandíbula y sus maneras volvían a ser hoscas, nada que ver con el vampiro dominante que me había llevado al borde de la capitulación. Parecía celoso y agraviado. Justo lo que cabría esperar de un amante traicionado.

«Déjame hacerlo…», resonaba en mi cabeza, provocándome un inevitable estremecimiento. Me preguntaba si le suplicaría a Piscary de igual modo, sabiendo que pedía sangre. Y me preguntaba si para Kisten, beber sangre era un compromiso pasajero o algo más.

El sonido amortiguado del tráfico llamó mi atención hacia un cuadro de quien parecía ser Piscary con Lindburgh compartiendo una pinta de cerveza en un pub británico. Kisten caminó más despacio para ocultar su cojera y me condujo a un salón subterráneo. Al fondo había un pequeño rincón comedor con baldosas en el suelo, justo delante de lo que a todas luces parecía una ventana con vistas al río desde la segunda planta. Piscary estaba sentado sin hacer nada frente a una mesa metálica de rejilla, justo en el centro del espacio circular embaldosado, rodeado por la moqueta. Sabía que estaba bajo tierra y que solo era una proyección de vídeo, pero realmente parecía una ventana.

El cielo se iba aclarando con el amanecer, creando en el río gris un suave reflejo. Los edificios más altos de Cincinnati eran siluetas oscuras recortadas frente al cielo más claro. Los barcos de palas soltaban humo conforme alimentaban sus calderas, preparándose para la primera oleada de turistas. El tráfico del domingo era escaso y los zumbidos de los coches aislados se perdían entre los cientos de traqueteos, chasquidos y ruidos que formaban el paisaje auditivo de la ciudad. Observé las olas en el agua, movidas por la suave brisa y mi pelo se movió con una ráfaga de aire a la vez que sonaba el suave soplido del viento. Me quedé desconcertada por la riqueza del detalle y busqué por el techo y el suelo hasta encontrar el conducto de ventilación. Una sirena sonó en la distancia.

—¿Te lo has pasado bien, Kist? —preguntó Piscary atrayendo mi atención, puesta en un hombre que corría con su perro por el camino junto al río. El cuello de Kist se puso rojo y agachó la cabeza.

—Quería saber de qué hablaba Ivy —masculló como si fuese un niño al que habían pillado besando a la hija de los vecinos. Piscary sonrió.

—Excitante, ¿verdad? Haberla dejado así, sin reclamar resulta muy divertido hasta que intenta matarte. Pero bueno, dónde dejaríamos la emoción si no, ¿verdad?

Toda la tensión volvió a mis músculos. Piscary parecía relajado, sentado en una de las dos sillas de rejilla metálica junto a la mesa y vestido con uno bata ligera de color azul noche. Tenía el periódico del día doblado en la mano. El color profundo de la bata iba bien con su piel ambarina. Se le veían los pies descalzos a través de la mesa. Eran alargados y huesudos, del mismo tono miel que su cuero cabelludo. Me puse aun más ansiosa ante su aspecto informal de dormitorio. Estupendo, era precisamente lo que necesitaba ahora.

—Bonita ventana —dije, pensando que era mejor que la del sapo de Trent. Ya se podría haber encargado de esto si hubiese actuado cuando le dije que Piscary era el asesino. Los hombres eran todos iguales: toman lo que pueden obtener sin pagar y mienten sobre el resto.

Piscary se movió en su silla y la bata se entreabrió para dejar ver su rodilla. Rápidamente aparté la mirada.

—Gracias —dijo—. Odiaba los amaneceres cuando estaba vivo. Ahora son mi parte favorita del día. —Adopté una mueca de desprecio y él me hizo un gesto señalando la mesa—. ¿Quieres una taza de café?

—¿Café? —repetí—. Habría jurado que iba contra el código de los gángster tomar café con alguien antes de matarlo.

Arqueó sus finas cejas negras. Entendí entonces que quería algo de mí, si no, simplemente habría enviado a Algaliarept a matarme en el autobús.

—Solo —dije—, sin azúcar.

Piscary le hizo a Kist un gesto con la cabeza y este desapareció silenciosamente. Retiré la segunda silla frente a Piscary y me senté con el bolso en el regazo. Miré por la falsa ventana en silencio.

—Me gusta tu guarida —dije con tono sarcástico.

Piscary arqueó una ceja. Ojalá supiese hacer eso, pero ya era demasiado tarde para aprender.

—Originariamente era parte del tren subterráneo —dijo—. Un sucio agujero en el suelo bajo el muelle de alguien. Irónico, ¿verdad? —No dije nada y él añadió—: Esta solía ser la puerta de entrada al mundo libre y ocasionalmente sigue siéndolo. No hay nada como la muerte para liberar a una persona.

Dejé escapar un breve suspiro y me volví hacia la ventana, preguntándome cuánto tiempo tendría que aguantar el sermón del hombre sabio antes de que me matase. Piscary se aclaró la garganta y volví a mirarlo. Asomaba un mechón de pelo negro tras el escote de su bata y sus pantorrillas, visibles a través de la malla metálica de la mesa, eran musculosas. Recordé el deseo ardiente y creciente en el ascensor con Kisten, sabiendo que había sido principalmente por las feromonas de vampiro. Mentiroso. El hecho de que Piscary pudiese hacerme lo mismo y mucho más con un simple sonido me revolvía las tripas.

Era incapaz de controlarme y levanté la mano hacia el cuello como si fuese a apartarme el pelo de los ojos. Quería ocultar mi cicatriz, aunque probablemente Piscary se habría fijado en ella más que en mi nariz en mitad de mi cara.

—No hacía falta que la violases para que viniese a verte —le dije eligiendo estar cabreada en lugar de asustada—. Con una cabeza de caballo muerto en mi cama habría bastado.

—Quería hacerlo —dijo con voz grave cargada de la fuerza del viento—. Aunque prefieras pensar lo contrario, no todo gira en torno a ti, Rachel. Parte sí, pero no todo.

—Llámame «señorita Morgan».

Respondió con un burlón silencio de tres segundos.

—He estado mimando a Ivy. La gente empezaba a murmurar. Era hora de que volviese al redil. Y ha sido un placer… para ambos. —Recordándolo se dibujó en su rostro una sonrisa que dejó entrever un destello de sus colmillos y emitió un suspiro gutural casi subliminal—. Me sorprendió yendo más allá de mi propósito inicial. No había perdido el control de esa forma al menos hacía trescientos años.

Noté un estremecimiento en el estómago cuando un aumento del deseo inducido por el vampiro me recorrió y desapareció. Su potencia me dejó sin aliento y anhelante.

—Cabrón —dije con los ojos abiertos como platos y el pulso acelerado.

—Me halagas —me contestó arqueando las cejas.

—Ha cambiado de idea —dije cuando el deseo desapareció totalmente—. No quiere ser tu heredera. Déjala en paz.

—Es demasiado tarde y sí que quiere. No ejercí ninguna coacción sobre ella cuando tomó su decisión. No hacía falta. Ha sido criada para el puesto y cuando muera, tendrá la complejidad para ser una compañera adecuada, con la suficiente variedad y sofisticación de pensamiento para que no me aburra de ella ni ella de mí. ¿Sabes, Rachel? No es cierto que la falta de sangre sea lo que provoca que un vampiro se vuelva loco y salga al sol. Es el aburrimiento el que conlleva una falta de apetito que conduce a la locura. Trabajar para moldear a Ivy me ha ayudado a mantenerlo a raya. Ahora que está en el buen camino para desarrollar su potencial, va a evitar que me vuelva loco. —Inclinó la cabeza graciosamente—. Y yo haré lo mismo por ella.

Fijó su atención por encima de mi hombro y se me erizó el pelo de la nuca. Era Kisten. El rumor de sus pasos me rozó y reprimí un estremecimiento. El vampiro amoratado y maltratado dejó en silencio frente a mí una taza con su platito y se marchó. No me miró a los ojos en ningún momento. Sus gestos ocultaban un dolor interno. El vapor ascendía un palmo desde la porcelana antes de que la brisa artificial lo disipase. No toqué la taza. El cansancio hacía mella y la adrenalina me hacía sentirme mal. Me acordé de los amuletos en mi bolso. ¿Por qué estaba Piscary esperando tanto?

—¿Kist? —dijo el vampiro no muerto en voz baja—. Dámelo.

Piscary extendió la mano y Kisten dejo caer en ella un papel arrugado. Me quedé desencajada por el pánico. Era mi nota para Nick.

—¿Ha llamado a alguien? —le preguntó Piscary a Kist, y el joven vampiro agachó la cabeza.

—Ha llamado a la AFI. Le colgaron.

Conmocionada miré a Kisten. Me había estado espiando todo el tiempo. Se había escondido entre las sombras mientras le sujetaba el pelo a Ivy cada vez que vomitaba, me había observado preparándole el cacao y nos había escuchado cuando estaba sentada en la cama de Ivy mientras ella revivía su pesadilla. Había tardado una eternidad en llegar hasta aquí en autobús y mientras tanto, Kisten había arrancado mi salvación de la puerta. Nadie iba a venir. Nadie en absoluto.

Sin mirarme a los ojos, Kist se marchó. Se oyó el lejano sonido de una puerta al cerrarse. Miré a Piscary y se me cortó de golpe la respiración. Sus ojos estaban completamente negros. Mierda.

Sus ojos como obsidianas no parpadeaban y me empezaron a sudar las palmas de las manos. Con la tensión contenida de un depredador, se reclinó frente a mí envuelto en su bata azul noche. La falsa brisa movía los pelillos de sus brazos, de aspecto saludable y bronceado. El dobladillo de la bata se sacudía con sus sutiles movimientos. Su pecho ascendía y descendía al respirar, esforzándose por tranquilizar mi subconsciente. Entonces, sentada frente a él, la enormidad de lo que iba a suceder cayó de pronto sobre mí.

Me faltaba la respiración y la contuve. Al ver que adivinaba mi muerte, Piscary parpadeó lentamente y me sonrió con un brillo que me indicaba que ya lo sabía. No sucedería todavía, pero pronto. Cuando ya no pudiese esperar más.

—Es divertido saber que te preocupas tanto por ella —dijo. El poder que rezumaba su voz se aferraba a mi corazón—. Te ha traicionado totalmente. Mi preciosa y peligrosa
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. La envié hace cuatro años para vigilarte y entró en la SI. Compré una iglesia, le dije que se mudase allí y lo hizo. Le pedí que montase una cocina para una bruja y la abasteciese de los libros adecuados. Ella fue más allá y creó un jardín que fuese irresistible.

Me quedé pálida y me temblaban las piernas. ¿Su amistad había sido una mentira? ¿Una farsa para vigilarme? No podía creerlo. Recordé el sonido perdido de su voz pidiéndome que evitase que el sol la matase… No podía creer que su amistad hubiese sido una mentira.

—Le dije que te siguiese cuando abandonaste la SI —dijo Piscary. El negro de sus ojos reflejaba la tensión de una pasión al recordarlo—. Fue nuestra primera discusión y pensé que había encontrado el momento para convertirla en mi heredera. Algo en lo que podría demostrarme su fortaleza y oponerse a mí. Pero se rindió. Durante un tiempo creí que podía haber cometido un error y que carecía de fuerza de voluntad para sobrevivir durante toda la eternidad junto a mí y que tendría que esperar otra generación e intentarlo con una hija nacida de ella y Kisten. Estaba tan decepcionado. Imagina mi satisfacción cuando descubrí que tenía su propio plan y que me estaba utilizando. —Sonrió mostrando una franja de dientes un poco más ancha durante un poco de tiempo más—. Se había aferrado a ti como una forma de escapar al futuro que había preparado para ella. Creyó que encontrarías la forma de mantener su alma cuando muriese. —Negó con la cabeza con un movimiento controlado, reflejando la luz en su lisa calva—. Es imposible, pero ella no quiere creerlo.

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