Si la caída de la noche coincidía con nuestra llegada a una comunidad de los tya nuü, pasábamos la noche bajo techo y con muros que podrían ser de ladrillo de barro, o de madera en los lugares más poblados, o simplemente de cañas y paja en los más pequeños. Podíamos comprar comida decente y algunas veces escoger las golosinas peculiares de la vecindad y alquilar mujeres para cocinar y servirnos. También se podía comprar agua caliente para bañarnos e incluso en algunas ocasiones alquilar una casita-vapor de alguna familia, en donde existiera una. En las comunidades lo suficientemente grandes y por un pago insignificante, Glotón de Sangre y yo, usualmente podíamos encontrar una mujer para cada uno y también, algunas veces, podíamos conseguir una esclava para ser compartida entre nuestros hombres. Sin embargo, muchas noches la oscuridad nos cogió en alguna tierra desierta entre los lugares poblados. Aunque para entonces ya todos nos habíamos acostumbrado a dormir en el suelo y a no temer a la oscuridad que nos rodeaba, aquellas noches eran por supuesto menos agradables. Nuestra cena sólo consistía en frijoles,
atoli
espeso y agua para beber. Pero si bien esto no era realmente una privación, en cambio sí lo era la falta de baño: yéndonos todos a dormir costrudos por la suciedad del día y escocidos por las picaduras de los insectos. No obstante, a veces teníamos la suficiente suerte como para poder acampar junto a un arroyo o un estanque de agua, en donde por lo menos podíamos tomar un baño de agua fría. Y otras veces, también, nuestra comida incluía la carne de algún animal salvaje cazado, por supuesto, por Glotón de Sangre.
A Cózcatl le había dado por cargar el arco y las flechas de Glotón de Sangre y ociosamente disparaba contra los árboles o cactos a lo largo del camino, hasta que llegó a utilizarlos con cierta habilidad. Como tenía la tendencia infantil de disparar sobre cualquier cosa que se moviera, generalmente traía criaturas que eran demasiado pequeñas para poder alimentarnos a todos, un conejo o una ardilla terrestre y cosas por el estilo, pero una vez nos hizo correr a todos en todas direcciones cuando hirió a un
épatl
, zorrillo rayado blancopardusco, con las consecuencias que ya pueden ustedes imaginarse. Sin embargo, un día explorando por delante del grupo encontró a un venado que estaba descansando y le lanzó una flecha y corrió detrás de la bestia hasta que ésta se bamboleó, cayó y murió. Él lo estaba descuartizando torpemente con su pequeño cuchillo de obsidiana cuando lo encontramos y Glotón de Sangre le dijo:
«Ni te tomes la molestia, muchacho. Déjalo para festín de los
cóyotin
y buitres. Mira, has agujereado los intestinos. Así es que todo lo que contenían sus tripas se ha regado dentro de la cavidad de su cuerpo y toda la comida estará completamente infectada. —Cózcatl miró alicaído, pero asintió cuando el viejo guerrero le enseñó—: Cualquiera que sea el animal, trata de dar en el blanco aquí… o aquí… en el corazón o en los pulmones. Eso hará que le des una muerte más piadosa y nos producirá mayor comida». El muchacho aprendió la lección y algunas veces nos brindó un buen manjar con la carne del venado que él había matado limpia y adecuadamente.
En cada parada que hacíamos en la noche, ya sea en una aldea o en la selva, yo dejaba que Glotón de Sangre, Cózcatl y los esclavos hicieran el campamento o los arreglos necesarios para hospedarnos. Lo primero que hacía era sacar mis pinturas y papel de corteza y sentarme a anotar el curso de ese día: un mapa de la ruta haciéndolo lo más perfecto que podía, señalando los límites, la naturaleza del terreno y cosas parecidas; además de una descripción de cualquier paisaje extraordinario que hubiéramos visto o de cualquier otro suceso notorio que nos hubiera ocurrido. Si no me alcanzaba el tiempo para hacer eso antes de que faltara totalmente la luz, lo terminaba temprano a la mañana siguiente mientras que los demás levantaban el campamento. Siempre procuraba asentar la crónica lo más pronto posible, mientras todavía podía recordar cada cosa pertinente. El hecho fue que, en esos años de juventud, esa práctica hizo que mi memoria se ejercitara tan asiduamente que vengo a caer en la cuenta de que ahora en mis años débiles, todavía puedo recordar muchas cosas con claridad… incluyendo un número de ellas que podría desear que desaparecieran o se oscurecieran.
En aquella jornada, como en las siguientes, aumenté mi conocimiento de palabras. Me esforzaba en aprender nuevas palabras de las tierras por las que íbamos viajando y el modo en que ésas se unían, para juntarse como su gente las hablaba. Como ya he dicho, mi náhuatl nativo era el lenguaje común en las rutas comerciales, y en casi todas las pequeñas aldeas los
pochteca
mexica podrían encontrar a alguien que lo hablara adecuadamente. Muchos mercaderes que viajaban se sentían satisfechos de encontrar a esos intérpretes, y hacer todos sus tratos por medio de ellos. Probablemente nadie podría decir cuántas lenguas diferentes se hablaban fuera de las tierras de la Triple Alianza, pero un simple tratante en su carrera podía llegar a traficar con personas que hablaban cada una de ellas. Ese tratante ocupado con todas las cosas concernientes al comercio, rara vez se inclinaba a molestarse en aprender cualquier lengua extranjera, dejándolas todas a un lado.
Yo me sentía tan interesado que me tomé ese trabajo, porque consideraba que el conocimiento de las palabras era una ocupación más importante que el comercio. También parecía que poseía un don especial, por la facilidad con que aprendía nuevos lenguajes sin mucha dificultad… posiblemente porque había estado estudiando palabras toda mi vida, quizá por la temprana revelación de diferentes dialectos y acentos del náhuatl hablado en Xaltocan, en Texcoco, en Tenochtitlan y aun el conciso de Texcala. Los doce esclavos de nuestro grupo hablaban sus diversas lenguas nativas, además de fragmentos de náhuatl que habían aprendido durante su cautividad. Y así fue como empecé mi aprendizaje de nuevas palabras, con ellos, señalando a lo largo de nuestras jornadas, tal o cual objeto. No quiero pretender que llegué a dominar cada una de esas lenguas extranjeras que encontré durante esa expedición. No hasta después de muchos otros viajes, podría decir esto. Pero aprendí lo suficiente del lenguaje de los tya nuü, de los tzapoteca, de los chiapa y maya, de tal manera que por lo menos podía entenderme en casi todos los lugares que pasamos y a nuestro regreso todavía más. Esta habilidad para comunicarme, también me facilitó el aprender las costumbres locales y sus maneras, y conforme a éstas, ser aceptado más hospitalariamente por cada pueblo. Además de hacer mi viaje más agradable y prolífero en experiencias, esa mutua aceptación me procuró mejores tratos comerciales, más que si hubiera sido el usual «sordomudo» mercader tratando de ajustar sus ventas por medio de un intérprete.
Les ofrezco un ejemplo. Cuando nosotros cruzamos la orilla de una sierra, nuestro esclavo llamado Cuatro, que ordinariamente era muy lerdo, empezó a demostrar una viveza que no le caracterizaba, una cierta clase de alegre agitación. Le pregunté con lo que había aprendido de su lenguaje y me contestó que su aldea natal de Ynochixtlan no estaba lejos, delante de nosotros. Él la había dejado algunos años atrás para ir en busca de fortuna fuera de su mundo, pero habiendo sido capturado por bandidos había sido vendido a un noble Chalca, siendo revendido varias veces más, hasta que finalmente vino a ser incluido en una ofrenda de tributo a Tenochtitlan y así había venido a dar al grupo de esclavos en donde Glotón de Sangre lo había encontrado.
Yo hubiera llegado a saber todo esto muy pronto, aun sin conocer nada de su lenguaje. Porque al llegar a Ynochixtlan, nos encontramos con el padre, la madre y los dos hermanos de Cuatro que habían venido a recibir y saludar con lágrimas y sonrisas, al que habían perdido hacía ya tiempo. Ellos y el
tecutli
de la aldea, o
chagóola
, que es como llaman en aquellos lugares a un pequeño gobernante, me suplicaron que les vendiera al hombre. Yo les expresé que estaba de acuerdo con sus sentimientos y con buena disposición para llegar a un acuerdo, pero les hice notar que Cuatro era el más grande de nuestros cargadores y el único que podía con el pesado saco de ruda obsidiana. Ante eso, el
chagóola
me propuso comprar al hombre y a la obsidiana, innegablemente útil para su pueblo que no tenía roca para construir sus aperos. Él sugirió como un trato justo, una cantidad de chales tejidos que eran el único producto de la aldea.
Admiré debidamente los chales que me enseñó, ya que eran bellos y prácticos. Sin embargo, tuve que decir a los aldeanos que yo estaba sólo en la tercera parte de mi camino para terminar mi jornada, que todavía no estaba buscando hacer tratos, por lo que no me interesaba adquirir nuevas mercancías que tendría que cargar todo el camino hacia el sur y luego de regreso a casa otra vez. Yo podría haber dejado ese argumento fuera, pues había determinado en mi interior, dejar a Cuatro en su familia aun teniéndolo que perder, pero para mi agradable sorpresa, su madre y su padre se pusieron a mi lado.
«
Chagóola
—dijeron ellos respetuosamente al hombre que era la cabeza de la aldea—. Mira al joven mercader. Tiene una cara bondadosa y es simpático. Él no quiere dejar que nuestro hijo se vaya otra vez. Pero nuestro hijo es legalmente de su propiedad y seguro que él pagó un alto precio por un hijo como el de nosotros. ¿Vas a estar regateando sobre el precio de libertad de uno de tu propia gente?».
No tuve necesidad de decir más. Simplemente me quedé allí mirando bondadosa y simpáticamente, mientras la familia vociferante de Cuatro hacía que su líder reconociera su mezquino ajuste de precio. Finalmente, con la cara enrojecida de vergüenza, estuvo de acuerdo en abrir el tesoro del pueblo y me pagó con moneda corriente en lugar de mercancías. Por el hombre y su carga me dio semillas de cacao, pedacitos de estaño y cobre, mucho menos difíciles de cargar y más fáciles de negociar que los pedazos de obsidiana. En suma, recibí un precio justo por los pedazos de roca y
dos
veces el precio de lo que había pagado por el esclavo. Cuando el cambio fue hecho y Cuatro volvió a ser otra vez un ciudadano libre de Ynochixtlan, toda la aldea se regocijó y declaró un día de fiesta e insistieron en darnos alojamiento allí aquella noche y un verdadero festín que incluía
chocólatl
y
octli
, todo eso completamente gratis.
La celebración continuaba cuando nosotros, los viajeros, nos retiramos a las chozas que nos habían asignado. Ya estando desvestidos para dormir, Glotón de Sangre eructó y me dijo:
«Yo siempre pensé que era rebajarse mucho reconocer que la forma de hablar de los extranjeros fuera un lenguaje humano. Y pensaba que eras un necio en perder tu tiempo, Mixtli, cuando tomabas tus pinturas para aprender nuevas palabras de los bárbaros. Pero en estos momentos tengo que admitir…». Él tuvo otro ventrudo eructo y se quedó dormido.
Quizás sea del interés de usted, en su calidad de intérprete, joven señorito Molina, saber que cuando usted aprendió el náhuatl probablemente aprendió la más fácil de todas las lenguas nativas. No quiero decir con esto que le dé escasa importancia a sus conocimientos, usted habla el náhuatl admirablemente para ser un extranjero, pero si alguna vez quiere ensayar con otros de nuestros lenguajes, los encontrará considerablemente más difíciles. Para citar nada más uno, por ejemplo, usted sabe que casi siempre en nuestro náhuatl los acentos caen sobre la penúltima parte de la palabra, como parece serlo también en español. Ésta pudiera ser una de las razones por las cuales yo no encontré su español insuperable, si bien en otros aspectos es muy diferente del náhuatl. Por contraste, nuestros vecinos más cercanos con diferente lenguaje, los purémpecha, acentúan casi siempre cada una de sus palabras en la tercera parte antes de la última. Ustedes lo habrán observado porque todavía quedan lugares llamados: Pátzkuearo, Kerétaro y otros. El lenguaje de los otomí se habla más al norte de aquí y es todavía más difícil porque ellos acentúan sus palabras
en donde sea
. Debo decir que de todos los lenguajes que he escuchado, incluyendo el de ustedes, el otomite es el más difícil de aprender. Solamente como una ilustración, ésta tiene diferentes palabras para la risa de un hombre y la de una mujer.
Toda mi vida he tenido que soportar el ser llamado por diferentes nombres. Entonces, cuando llegué a ser mercader viajero y era llamado en diferentes lenguajes, adquirí más nombres todavía, porque naturalmente Nube Oscura se decía diferente en todas partes. La gente tzapoteca, por ejemplo, traducían mi nombre náhuatl de Tliléctic-Mixtli a Zaa Nayázú o Nube Que Es Oscura. Aun después de que hube enseñado a la muchacha Zyanya a hablar con soltura el náhuatl como cualquier mujer mexica, ella siempre me llamaba Zaa. Podía con facilidad pronunciar la palabra Mixtli, pero invariablemente me llamaba Zaa y hacía de su sonido un encarecimiento que viniendo de sus labios era el nombre que más me gustaba de todos los que siempre he llevado…
Pero de eso hablaré a su tiempo.
Veo que usted, Fray Toribio, hace pequeñas anotaciones después de que ya ha escrito, tratando de indicar la forma en que el sonido se levanta y vuelve a descender en ese nombre de Zaa Nayázú. Sí, el sonido sube y baja, casi como una canción y no sé cómo se las arreglará para hacerlo notar en su escritura, tanto como en la nuestra.
Sólo el lenguaje de los tzapoteca se habla así y es el más melodioso de todos los lenguajes Del Único Mundo, así también como los hombres tzapoteca son los más bellos y sus mujeres las más sublimes. Asimismo debo decir que la palabra tzapoteca es como los otros pueblos los llaman por la fruta del
tzapote
que crece abundantemente en sus tierras. El nombre que ellos se dan es más evocativo de las cumbres en que casi todos viven: Be’n zaa, la Gente Nube.
Ellos llaman a su lenguaje lóochi. Comparado con el náhuatl tiene sólo un tronco de unos cuantos sonidos y éstos están compuestos en palabras mucho más cortas que las del náhuatl. Pero esos pocos sonidos tienen una infinidad de significados, de acuerdo a la forma en que ellos hablen: llanamente o cantando hacia arriba o vocalizando hacia abajo. El efecto musical que producen no es solamente un sonido dulce, sino que éste es indispensable para la comprensión de las palabras. En verdad, el canto es una de las partes más importantes de su lenguaje, ya que un tzapotécatl puede componer con sonido
hablado
y transmitir su significado, hasta el tamaño de un simple mensaje por lo menos, zumbando o silbando solamente su melodía.