«Serpiente de Obsidiana hizo eso —continuó el Señor Maestro— para que su gente creyera que ellos habían sido y siempre serían los verdaderos guardianes del arte y la ciencia, y por lo tanto hacerles creer que su destino era imponer su civilización a cualquier otro pueblo inferior. Sin embargo, ni los mexica podían ignorar la evidencia de que habían existido mucho tiempo antes de su llegada aquí otras civilizaciones avanzadas y civilizadas así es que tuvieron que urdir fantásticas leyendas para ajustarse a esa evidencia».
Póyec y yo pensamos en eso y el muchacho sugirió: «¿Quiere usted decir cosas como Teotihuacan? ¿El Lugar En Donde Los Dioses Se Reunieron?».
«Ése es un buen ejemplo, joven Póyectzin. Esa ciudad se está cayendo, está desierta y las hierbas crecen entre sus ruinas en este momento, pero obviamente un día fue una ciudad mucho más grande y populosa de lo que Tenochtitlan jamás llegara a ser».
Yo dije: «A nosotros nos enseñaron, Señor Maestro, que había sido construida por los dioses cuando ellos se reunieron y decidieron crear la tierra, la gente y las cosas vivientes…».
«Por supuesto que les enseñaron eso. Ninguna cosa grandiosa que no haya sido hecha por los mexica, puede atribuirse a otros hombres. —Arrojó una voluta de humo por sus narices y continuó—. Aunque Serpiente de Obsidiana borró todo el pasado histórico de los mexica, no pudo quemar las bibliotecas de Texcoco ni de otras ciudades. Nosotros todavía tenemos archivos que nos dicen
cómo
era este valle mucho tiempo antes de la llegada de los aztecamexica. Serpiente de Obsidiana no podía cambiar toda la historia de El Único Mundo».
«¿Y hasta dónde llegan esas historias inalteradas?», pregunté.
«No lo suficientemente lejos. Nosotros no pretendemos tener una información que data desde la Primera Pareja. Ustedes conocen las leyendas. Esos dos fueron los primeros habitantes de la tierra y después todos los demás dioses y luego la raza de los gigantes. —Neltitica dio dos chupadas meditativas a su
poquíetl
—. Esa leyenda acerca de los gigantes quizá sea verdad. Todavía se conserva en Texcoco un hueso muy antiguo descubierto por un agricultor cuando cavaba, yo lo he visto, y los cirujanos
tíciltin
dicen que definitivamente es un hueso humano de la cadera. Y es tan grande como mi estatura».
El pequeño Póyec dijo riéndose impertinentemente: «No me importaría conocer a un hombre con una cadera así».
«Bien, dioses y gigantes son cosas para ser ponderadas por los sacerdotes. A mí me interesa la historia de los hombres, especialmente la de los primeros hombres de este valle, los hombres que construyeron ciudades como Teotihuacan y Tolan. Porque todo lo que tenemos lo heredamos de ellos. Todo lo que sabemos lo aprendimos de ellos. —Dio una última chupada y quitó del agujero los residuos quemados de su
picíetl
, caña—. Quizá nunca lleguemos a saber por qué desaparecieron o cuándo, pero las vigas chamuscadas de sus edificios en ruinas sugieren que fueron asaltados por merodeadores que les hicieron huir. Probablemente los salvajes chichimeca, la Gente Perro. Lo poco que hemos podido leer en los murales que se conservan, en tallas esculpidas y en su escritura-pintada, ni siquiera nos dicen el nombre de ese pueblo desaparecido. Sin embargo, sus cosas están ejecutadas con tanto arte, que nosotros, con respeto, nos referimos a sus constructores como los tolteca: los Maestros Artistas, y por muchas gavillas de años hemos estado tratando de igualar sus conocimientos».
«Pero —dijo Póyec— si los tolteca se fueron hace tanto tiempo, no veo cómo pudimos aprender de ellos».
«Porque unos cuantos individuos pudieron sobrevivir, aun cuando la masa de ellos, como nación, desapareció. Debió de haber algunos supervivientes que se internaron en los altos riscos y en lo profundo de las florestas. Esos tolteca que no murieron debieron de sufrir en su escondrijo, aun conservando parte de sus libros y de sus conocimientos, con la esperanza de que su cultura pasara a sus hijos y a los hijos de sus hijos, cuando se mezclaron en matrimonio con otras tribus. Desafortunadamente, los únicos pueblos que había en aquel entonces eran totalmente primitivos: los insensibles otomi, los frívolos purémpecha y, por supuesto, los por siempre presentes, la Gente Perro».
«
Ayya
—dijo el joven Póyec—. Los otomi todavía no aprendían el arte de escribir. En cuanto a los chichimeca, por aquellos días todavía comían su propio excremento».
«Sin embargo, aun dentro de los bárbaros pudo haber un puñado de especímenes extraordinarios —dijo Neltitica—. Debemos suponer que los tolteca escogieron cuidadosamente a sus compañeras y que sus hijos y nietos hicieron lo mismo, y así se pudo mantener por lo menos un poco de sangre superior. Cada recuerdo de los antiguos conocimientos tolteca, transmitidos de padres a hijos, debió de haber sido un sagrado depósito de familia. Hasta que, finalmente, empezaron a llegar a este valle otros pueblos del norte, también primitivos, pero capaces de reconocer, apreciar y utilizar ese tesoro de conocimientos. Pueblos nuevos deseosos de mantener vivo el rescoldo por tanto tiempo bien guardado, para convertirlo nuevamente en flama».
El Señor Maestro hizo una pausa para poner una nueva caña en el agujero de su
picíetl
. Muchos hombres fumaban el
poquíetl
porque decían que el fumar les conservaba sus pulmones limpios y saludables. Yo también tuve ese hábito cuando fui más viejo y para mí fue una gran ayuda para la meditación, pero Neltitica fumaba más que cualquier hombre, más que todos los que yo conocí en mi vida. Quizá por ser tan adicto a eso, logró conservar una sabiduría excepcional y una vida larga.
Él continuó: «Los primeros que llegaron del norte fueron los chulhua. Los acolhua, mis antepasados y los suyos, Póyectzin. Después de ellos todos los demás que se han asentado en el lago: los tecpaneca, los cochimilca y demás. Entonces como ahora se llamaban a sí mismos por diferentes nombres y sólo los dioses saben de dónde vinieron originalmente, pero todos esos emigrantes llegaron aquí hablando uno u otro dialecto del lenguaje náhuatl. Una vez establecidos en este lago, empezaron a aprender de los descendientes de los desaparecidos tolteca, lo que éstos recordaban de sus artes y oficios».
«Esto no pudo haber sido hecho en un solo día —dije—. O en una gavilla de años».
«No, y quizá no en pocas gavillas de años —dijo Neltitica—. Pero durante la mayor parte de este largo aprendizaje, tomado de esos tenues retazos de información, ensayado con errores y hecho Por imitación, la mayoría de los pueblos se comprometieron a compartir este aprendizaje y el más rápido en aprender era cumplimentado por todos los demás. Afortunadamente, esos culhua, acolhua, tecpaneca y todos los demás se podían comunicar en un lenguaje común, así es que todos trabajaron juntos. Mientras tanto, fueron echando gradualmente a los pueblos inferiores lejos de esta región. Los purémpecha se fueron hacia el oeste; los otomi y los chichimeca, hacia el norte. Las naciones que hablaban náhuatl se quedaron y crecieron en conocimientos y perfección dentro de una misma paz. Cuando estos pueblos alcanzaron un cierto grado de civilización, dejaron de ayudarse mutuamente y empezaron a competir entre ellos por la supremacía. Fue entonces cuando llegaron los todavía primitivos azteca».
El Señor Maestro me miró.
«Los azteca o mexica se asentaron en medio de una sociedad que ya estaba bien desarrollada; sin embargo, esa sociedad se encontraba entonces dividida en facciones rivales. Los mexica se las ingeniaron para poder sobrevivir hasta que Cóxcox, el gobernante de los culhua, condescendió en nombrar a uno de sus nobles, llamado Acamapichtli, como el primer Uey-Tlatoani de los azteca. Acamapichtli introdujo a los mexica en el arte de conocer las palabras, y después en todos aquellos conocimientos que ya habían sido salvados y compartidos por todas las naciones asentadas aquí desde hacía muchos años. Los mexica estaban ávidos de aprender y ya sabemos qué uso dieron a ese aprendizaje. Instigaron a las facciones rivales de estas tierras a luchar entre ellas, asegurándoles su lealtad primero a unas y luego a otras, hasta que finalmente consiguieron la supremacía en conocimientos militares, por encima de todas las demás naciones».
El pequeño Póyec de Texcoco me lanzó una mirada como si yo tuviese la culpa de la agresividad de mis ancestros, pero Neltitica siguió hablando desapasionadamente como un historiador destacado:
«Todos sabemos cómo han crecido y prosperado los mexica desde entonces. Han dejado atrás en riqueza e influencia a todas esas otras naciones que una vez los consideraron insignificantes. Su Tenochtitlan es la ciudad más rica y opulenta que se ha construido desde los días de los tolteca. Aunque se hablan incontables lenguas en Él Único Mundo, los ejércitos, mercaderes y exploradores mexica, que han llegado muy lejos, hacen de nuestro náhuatl una segunda lengua entre todos los pueblos desde los desiertos del norte hasta las selvas del sur».
Él debió de ver mi sonrisa de satisfacción porque concluyó:
«Pienso que esas adquisiciones deberían ser suficientes para que los mexica se sintieran satisfechos, pero no, han seguido insistiendo en conseguir más honores. Volvieron a escribir sus libros tratando de persuadirse, y de convencer a los demás, de que siempre han sido la nación más notable de esta región. Los mexica se pueden engañar a sí mismos y puede ser que defrauden a los historiadores de las próximas generaciones, pero creo que he demostrado ampliamente que los usurpadores mexica
no
son los grandes tolteca reencarnados».
La primera Señora de Tolan me invitó a tomar
chocólatl
en sus habitaciones y acudí ansioso, pues una pregunta bullía en mi mente. Cuando llegué, su hijo el Príncipe Heredero estaba allí y guardé silencio mientras discutían pequeños detalles concernientes al funcionamiento del palacio. En cuanto hicieron una pausa en su coloquio, intrépidamente dejé caer la pregunta.
«Usted nació en Tolan, mi señora, que una vez fue una ciudad tolteca. ¿Entonces es usted una toltécatl?».
Ambos, ella y Ixtlil-Xóchitl me miraron sorprendidos; después ella sonrió: «Cualquier persona en Tolan, Cabeza Inclinada; cualquier persona en cualquier parte, se sentiría orgullosa de poder proclamar que tiene tan sólo una gota de sangre tolteca. Pero honestamente,
ayya
, yo no puedo. Durante todo el tiempo que podemos recordar, Tolan siempre ha sido parte del territorio de los tecpaneca, así es que yo vengo de estirpe tecpaneca, si bien sospecho que hace mucho tiempo en nuestra familia hubo uno o dos otomi antes de que esa raza saliera del valle».
Dije decepcionado: «¿Entonces
no
hay ninguna huella de los tolteca en Tolan?».
«En la gente, ¿quién puede decirlo con certeza? En el lugar, sí. Están las pirámides, las terrazas empedradas y las amplias plazas amuralladas. Las pirámides han sido deslavadas por la erosión, las terrazas están sumidas y agrietadas y las paredes se han caído en algunos lugares. Sin embargo, los exquisitos patrones en donde sus piedras habían estado asentadas, son todavía discernibles, como también, aquí y allá, los bajorrelieves tallados y los fragmentos de sus pinturas. Sus muchas e impresionantes estatuas son las que están menos deterioradas».
«¿De los dioses?», pregunté.
«No, no lo creo, porque todas tienen la misma cara. Son del mismo tamaño y forma, esculpidas de manera simple y natural, no en el estilo complejo de nuestro tiempo. Son columnas cilíndricas, como si alguna vez hubieran soportado algún techo imponente. Estas columnas están esculpidas en forma de seres humanos, parados; si puedes imaginarlos casi tres veces más altos que cualquier otro».
«Quizá sean los retratos de los gigantes que vivieron en la tierra después de los dioses», sugerí, recordando el monstruoso hueso de la cadera del que me había hablado Neltitica.
«No, yo creo que representan a los mismos tolteca, sólo que en proporciones mayores a su tamaño real. Sus rostros no son severos, ni brutales, ni arrogantes, como se podría esperar de los dioses o de los gigantes. Tienen una expresión de sosegada vigilancia. Muchas de sus columnas yacen derrumbadas y esparcidas alrededor, abajo en la tierra, pero otras todavía están en lo alto de las pirámides, mirando a través de la campiña como si esperaran paciente y tranquilamente».
«¿Y qué supone usted que están esperando?».
«Quizá el regreso de los tolteca. —Había sido Ixtlil-Xóchitl quien contestó, añadiendo una risa seca—: Emergiendo de donde han estado escondidos durante todas estas gavillas de años. Regresando con poder y furia a conquistarnos a nosotros los intrusos; a rescatar estas tierras que una vez fueron de ellos».
«No, mi hijo —dijo la Señora de Tolan—. Ellos nunca fueron un pueblo guerrero, ni lo querían ser, y eso fue su ruina. Si alguna vez pudieran regresar, lo harían en paz».
Ella sorbió su
chocólatl
e hizo una mueca; se le había acabado la espuma. Tomó de una mesa colocada a su lado el batidor de grandes y pequeños anillos de madera, que se entremezclaban sueltos y ligeramente colgantes en su base cóncava, tallado hábilmente en una sola pieza alargada de cedro aromático. Lo metió en su taza, y agarrando el palo entre las dos manos lo frotó vigorosamente, haciendo girar los anillos del batidor, hasta que el líquido rojizo se esponjó, quedando otra vez espumoso. Después de otro sorbo, lamió la espuma de su labio superior y me dijo:
«Ve alguna vez a la ciudad de Tenochtitlan, Cabeza Inclinada, y contempla los murales que quedaron allí. Solamente uno de ellos muestra a un guerrero, y éste solamente está jugando a la guerra. Su espada no tiene filo, sólo un penacho de plumas en la punta y sus flechas están guarnecidas por bolitas de hule, como las que se usan para enseñar a los muchachos el tiro al arco».
«Sí, mi señora, yo he utilizado esas flechas cuando practicaba los juegos de guerra».
«Al ver otros murales, suponemos que los tolteca nunca ofrecieron sacrificios humanos a sus dioses, sino solamente mariposas, flores, codornices y cosas semejantes. Los tolteca fueron un pueblo pacífico porque sus dioses eran bondadosos. Uno de ellos fue, y es, ese Quetzacóatl que todavía es adorado por todas las naciones cercanas y lejanas. El concepto que los tolteca tenían de la Serpiente Emplumada nos dice mucho acerca de
ellos
. ¿Quién sino un sabio y benévolo pueblo nos hubiera podido legar un dios que mezcla tan armoniosamente el señorío y la belleza? La más pavorosa y más graciosa de todas las criaturas, la víbora, cubierta no de escamas duras, sino del suave y bello plumaje del pájaro
quetzaltótotl
».