«¡Tú no eres una muchacha! —dije severamente—. Estás muy lejos de ser una hembra, mucho más lejos que el vil Chimali que te hirió por detrás como sólo lo hubiera hecho un marica. Ha habido muchos guerreros que han sufrido ese mismo tipo de herida en combate, Cózcatl, y han seguido siendo guerreros de gran hombría, fuerza y ferocidad. Algunos han llegado a ser más fuertes y han tenido fama, aun después de eso, como héroes famosos».
Él persistió: «¿Entonces por qué el físico, por qué usted amo, me miran con esas caras tan largas?».
«Bien —dije y pensé acerca de ello hasta donde mi cabeza todavía dolorida me lo permitía—. Es que eso significa que tú nunca podrás ser padre».
«¡Oh! —exclamó él y para mi sorpresa parecía muy contento—. Eso no tiene importancia. A mí nunca me ha gustado ser un niño, difícilmente me gustaría tener otros. Pero… ¿eso también significa que yo nunca podré ser un esposo?».
«No…, no necesariamente —dije con incertidumbre—. Tú solamente tendrás que encontrar o buscar la esposa adecuada para eso. Una mujer comprensiva. Aquella que pueda aceptar la clase de placer que como esposo tú podrás darle. Y tú le diste placer a esa señora que no debes nombrar, en Texcoco, ¿no es así?».
«Ella dijo eso. —Él empezó a sonreír otra vez—. Gracias por devolverme la confianza, mi amo. Puesto que soy un esclavo y no puedo ser más que un esclavo, me
gustaría
tener alguna esposa algún día».
«Desde este momento, Cózcatl, tú ya no eres un esclavo y yo ya no soy más tu amo».
Su sonrisa desapareció y un gesto de alarma se reflejó en su rostro. «¿Qué ha pasado?».
«Nada, excepto que ahora tú eres mi amigo y yo soy tu amigo».
Él dijo con voz trémula: «Pero un esclavo sin amo, no vale nada amo. Es como una cosa desarraigada y desamparada».
Yo le dije: «No cuando él tiene un amigo con quien compartir su vida y sus bienes. Tengo ahora una pequeña fortuna, Cózcatl, tú la has visto. Y tengo planes para acrecentarla en cuanto tú estés en condiciones de viajar. Iremos hacia el sur, a tierras extranjeras, como
pochteca
. ¿Qué piensas de eso? Los dos prosperaremos juntos y tú nunca serás pobre, o una cosa desarraigada y desamparada. Acabo de pedir al Venerado Orador autorización para nuestra empresa. También Je he pedido un papel oficial en el que diga que Cózcatl no es más un esclavo sino el socio y amigo de Tliléctic-Mixtli».
De nuevo sonrió y lloró al mismo tiempo. Dejó caer una de sus pequeñas manos sobre mi brazo, la primera vez que él me tocaba sin una orden o sin permiso, y dijo: «Los amigos no necesitan papeles en los que se digan que lo son».
La comunidad de mercaderes de Tenochtitlan no hacía muchos años antes que había construido el edificio que servía como depósito de mercancías en donde se acumulaban las de todos sus miembros, un vestíbulo o sala para sus reuniones, oficinas contables, bibliotecas de archivo y cosas semejantes. La Casa de los Pochteca estaba situada no lejos de El Corazón del Único Mundo y, aunque era más pequeña que un palacio, lo parecía en sus aposentos. Había una cocina y un comedor en donde se servían bebidas a los miembros de la comunidad y a mercaderes visitantes; arriba había alcobas para que durmieran esos visitantes que venían desde muy lejos para pasar una noche o más. Había muchos sirvientes, uno de ellos me introdujo altaneramente el día en que fui admitido para mi cita y me guió hacia una habitación lujosa en donde tres ancianos
pochteca
estaban sentados, esperando para entrevistarme. Yo había ido preparado a esa augusta junta para ser recibido con deferencia como era lo adecuado, pero no para ser intimidado por ellos. Después de decir
Mixpatzinco
y de hacer el gesto usual de besar la tierra a los examinadores, me enderecé y sin mirar atrás, desabroché el adorno que sostenía mi manto y me senté. Ninguno de los dos, ni el manto ni yo caímos sobre el piso. El sirviente, a pesar de la sorpresa que le causó el gesto de ese arrogante plebeyo, se las arregló de alguna forma para que simultáneamente pudiera coger mi manto y deslizar bajo de mí una
icpali
.
Uno de los hombres me devolvió el saludo y ordenó al sirviente que trajera
chocólatl
para todos. Después los tres se sentaron y me miraron por un tiempo, como queriendo tomarme la medida con sus ojos. Los hombres llevaban mantos sencillos, sin ningún adorno, ya que la tradición
pochteca
era pasar desapercibidos, sin ostentación, incluso guardando secreto acerca de la riqueza y la posición social. Sin embargo, la falta de ostentación en el vestir no llegaba a disimular su posición, ya que los tres hombres estaban cebados en la gordura que da la buena comida y el fácil vivir. Dos de ellos fumaban
poquíetin
en un tubo de oro con agujeros.
«Usted llega con excelentes recomendaciones», dijo agriamente uno de los viejos, como si sintiera no poder rehusar mi candidatura inmediatamente.
«Sin embargo, usted debe de tener un capital adecuado —dijo otro—. ¿A cuánto asciende éste?».
Le alargué la lista que había hecho de las diversas mercancías y monedas de cambio que poseía. Mientras nosotros sorbíamos nuestro
chocólatl
, en esa ocasión aromático por la fragancia de la flor de magnolia, ellos se pasaron la lista de una mano a otra.
«Estimable», dijo uno.
«Pero no opulento», dijo otro.
«¿Cuántos años tiene?», me preguntó el tercero.
«Veintiuno, mis señores».
«Es demasiado joven».
«Pero eso no es ningún impedimento, espero —dije—. El gran Nezahualcóyotl tenía solamente dieciséis años cuando llegó a ser el Venerado Orador de Texcoco».
«Suponiendo que usted no aspira al trono, joven Mixtli, ¿cuáles son sus planes?».
«Bien, mis señores, creo que la ropa más fina; los mantos, las faldas y blusas bordadas, serían muy difíciles de ofrecer a la gente de cualquier otra nación. Los venderé a los
pípiltin
aquí en la ciudad, quienes pagarán los precios adecuados. Después invertiré la ganancia en géneros más sencillos y prácticos: en cobertores de pelo de conejo, en cosméticos y preparaciones medicinales; los productos que sólo se consiguen aquí. Los llevaré al sur y los cambiaré por cosas que solamente pueden conseguirse en aquellas naciones».
«Eso es lo que todos hemos estado haciendo durante años —dijo uno de los hombres, no muy impresionado—. Usted no ha mencionado los gastos de viaje. Por ejemplo, parte de sus inversiones serán para alquilar un grupo de
tamémime
».
«No tengo pensado alquilar cargadores», dije.
«¿De verdad? ¿Tiene usted suficientes acompañantes como para transportar y hacer el trabajo ellos mismos? Usted está pensando en una economía tonta, joven. Usted pagaría a los
tamemi
alquilados por día. Si lleva amigas tendrá que compartir con ellos todas sus ganancias».
Yo dije: «Solamente vendrán conmigo otros dos amigos para compartir esta aventura».
«¿Tres hombres? —dijo el más viejo burlándose. Le dio un pequeño golpe a mi lista—. Simplemente con el bulto de obsidiana cargado entre usted y sus dos amigos, les dará un colapso antes de llegar al final del camino-puente que va hacia el sur».
Pacientemente les expliqué: «Yo no intento cargar nada ni alquilar ningún cargador, porque compraré esclavos para ese trabajo».
Los tres movieron sus cabezas con conmiseración. «Por el precio de un esclavo magro, usted podrá pagar toda una tropa de
tamémime
».
«Y además —yo les hice notar—, hay que darles calzado, comida y ropa. Todo el camino hacia el sur y también de regreso».
«¿Entonces sus esclavos van a ir sin comer, desnudos y sin sandalias? Realmente joven…».
«Si he dispuesto que las mercancías sean acarreadas por esclavos, es porque después puedo venderlos. Seguro que darán buenos precios por ellos en esas tierras de donde nosotros hemos capturado o enrolado muchos de sus trabajadores nativos».
Los ancianos me miraron con sorpresa, ésa era una idea nueva para ellos. Sin embargo uno de ellos dijo: «Y ahí estará usted, en lo más profundo de las selvas del sur, sin cargadores ni esclavos que le ayuden a traer sus adquisiciones a casa».
Yo dije: «Pienso traer sólo esas mercancías que no den trabajo en acarrearse, que puedan colocarse en pequeños bultos o su peso sea ligero. No haré lo que muchos
poohteca
, traer jade, conchas de tortuga o pieles pesadas de animales. Los mercaderes viajeros han traído todo lo que se les ofrece, simplemente porque han tenido los cargadores a quienes pagar y alimentar y deben regresar igualmente cargados como fueron. Yo conseguiré solamente cosas como los colorantes rojos y las más raras plumas. Esto requerirá un viaje más largo y más tiempo para encontrar esas cosas especiales, pero aun yo solo puedo regresar a casa cargando una bolsa completa del precioso colorante o un bulto compacto de plumas de
quetzal tótotl
y este solo cargamento me recompensará toda mi inversión miles de veces».
Los tres se miraron entre ellos y luego se volvieron a mí, con un respeto quizás envidioso. Uno de ellos concedió: «Usted ha pensado bastante en esta empresa».
Yo dije: «Bueno, soy joven. Tengo fuerza para una jornada dura y cuento con todo el tiempo disponible».
Uno de ellos se rió secamente: «Ah, entonces usted piensa que nosotros siempre hemos sido viejos, obesos y sedentarios. —Arrojó a un lado su manto y me enseñó cuatro cicatrices fruncidas sobre su costado derecho—. Las flechas de los huíchol cuando me aventuré dentro de sus montañas al noroeste, tratando de comprar sus talismanes Ojo-de-Dios».
Otro dejó caer su manto sobre el suelo para mostrarme que sólo tenía un pie. «Una serpiente
nauyaka
en las selvas de Chiapa. Su veneno mata antes de que uno pueda respirar diez veces. Tuve que amputármelo inmediatamente, con mi
maquáhuitl
y por mi propia mano».
El tercer hombre se inclinó de tal manera que yo pudiera ver la parte alta de su cabeza. Lo que había tomado por un total crecimiento de pelo blanco, en realidad sólo era una franja alrededor de su cabeza, en el centro había una cicatriz roja y sinuosa. «Yo fue hacia el desierto del norte, buscando el
péyotl
, cacto, que hace soñar y que crece allí. En mi camino pasé a través de la Gente Perro, los chichimeca; a través de la Gente-Perro-Salvaje, los teochichimeca, y aun a través de la Gente-Perro-Rabioso, los zacachichimeca. Sin embargo, al final caí entre los yaki y toda la gente-perro comparada con esos bárbaros no son más que simples conejos. Pude escapar con vida, pero un yaki salvaje en estos momentos está luciendo un cinturón con mi pelo y festonado con los cabellos de otros muchos hombres».
Con humildad les dije: «Mis señores, estoy maravillado de sus aventuras y asombrado de su valor, y sólo espero que algún día pueda yo estar a la altura de las hazañas de los
pochteca
. Me sentiré muy honrado con ser contado como el más pequeño dentro de su sociedad y estaré muy agradecido de poder participar de sus conocimientos y experiencias tan difícilmente ganados».
Los tres hombres intercambiaron otra mirada. Uno de ellos murmuró: «¿Qué piensan ustedes?». Y los otros dos movieron sus cabezas afirmativamente. El anciano escalpado me dijo:
«Su primera jornada mercantil será la prueba real y necesaria para su aceptación. Ahora sepa esto: no todos los
pochteca
regresan de su primera correría. Nosotros haremos todo lo posible por prepararlo adecuadamente. Lo demás quedará en sus manos. Pero si usted sobrevive, con o sin ganancia, quedará formalmente iniciado dentro de nuestra sociedad».
Dije: «Gracias, mis señores. Haré cualquier cosa que ustedes sugieran y tomaré en cuenta la menor observación que deseen hacerme. Si ustedes desaprueban mi plan concebido…».
«No, no —dijo uno de ellos—. Es recomendablemente audaz y original. Deje que parte de la mercancía transporte al otro resto. Je, je».
«Nosotros solamente enmendaremos su plan en su extensión —dijo otro—. Usted tiene razón; su mercancía de lujo debe ser vendida aquí en donde los nobles pueden pagarla bien, pero no debe perder el tiempo vendiéndola pieza por pieza».
«No, no pierda su tiempo —dijo el tercero—. A través de una larga experiencia y después de consultar a adivinos y refraneros, hemos encontrado que la mejor fecha auspiciada para emprender una expedición es el día Uno-Serpiente. Hoy es Cinco-Gasa, así es que, déjeme ver, el día Uno-Serpiente estará en el calendario exactamente dentro de veintitrés días. Éste será el único Uno-Serpiente en este año durante la estación seca, la cual, créame, es la única adecuada para viajar hacia el sur».
El primer hombre volvió a hablar. «Traiga aquí con nosotros todo su surtido de ricos géneros y ropa. Calcularemos su valor y le daremos a cambio lo justo en la mercancía más adecuada. Algodones sencillos, cobertores y otros géneros, como usted mencionó. Nosotros podemos disponer de la mercancía lujosa localmente y con suficiente tiempo. Sólo le deduciremos una pequeña fracción a cambio, como su contribución inicial para nuestro dios Yacatecutli y para mantener las facilidades que proporciona la sociedad».
Quizá dudé un momento. Él levantó sus oscuras cejas y dijo: «Joven Mixtli, usted tendrá otros gravámenes que sostener. Todos los hemos tenido. No tema un engaño en la competencia comercial de sus colegas. A menos de que cada uno de nosotros sea escrupulosamente honesto, no tendremos ganancias e incluso no podremos sobrevivir. Nuestra filosofía es así de simple. Y sepa también esto, usted debe ser igualmente honesto en sus tratos con el salvaje más ignorante en las más lejanas tierras. Porque, a cualquier parte que usted viaje, algún otro
pochtécatl
ya ha estado antes o llegará después. Solamente si cada uno de los tratos comerciales son justos, puede el siguiente
pochtécatl
ser aceptado en esa comunidad… o dejarlo salir con vida».
Me acerqué al viejo Glotón de Sangre con cierta precaución, casi esperando que él eruptara alguna maldición por la proposición de llegar a ser «la niñera» de un inexperimentado perdido en niebla
pochtécatl
y de un muchachito convaleciente. Para mi sorpresa y alegría, él se mostró entusiasmado.
«¿Yo? ¿Tu única escolta armada? ¿Confiaríais vuestras vidas y fortuna en este viejo saco de huesos y aire? —Pestañeó varias veces, resopló e hizo un ruido armonioso con su mano puesta en la nariz—. ¿Cómo puedo declinar este voto de confianza?».