Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner
Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico
—Esta es la prueba más importante que hemos oído hasta aquí —dijo el Rey, frotándose las manos—; de modo que el jurado…
—Si alguno de ellos es capaz de explicarla —dijo Alicia (había aumentado tanto de tamaño en los últimos minutos que no le daba ningún miedo interrumpirle)— le doy seis peniques.
Yo
creo que todo eso no tiene ni pizca de sentido.
Los jurados escribieron en sus pizarras: «
Ella
cree que todo eso no tiene ni pizca de sentido»; pero ninguno trató de explicar el contenido del papel.
—Si no tiene sentido —dijo el Rey—, eso nos ahorra un sinfín de quebraderos de cabeza, ya que no hace falta que se lo busquemos. Sin embargo, no sé —prosiguió, extendiendo los versos sobre su rodilla, y mirándolos por encima—; me parece notar en ellos cierto sentido, a pesar de todo: «…
Dijo que no sé nadar
…». No sabes nadar, ¿a que no? —añadió, volviéndose hacia la Jota. La Jota negó abrumada con la cabeza (desde luego, ni sabía ni
podía
, ya que era enteramente de cartulina).
—Hasta aquí, bien —dijo el Rey, y siguió murmurando versos para sí—: «
Lo cual sabemos que es verdad
…», naturalmente, se refiere al jurado; «…
si ella siguiese insistiendo
», debe de ser la Reina; «¿
qué sería entonces de ti
?», ¡en efecto, en efecto! «
Yo le di a ella una, ellos le dieron a él dos
…» desde luego, eso es lo que ha debido hacer con las tartas…
—Pero continúa diciendo: «
Y todas volvieron de él a ti
» —dijo Alicia.
—¡Pues claro, y ahí están! —dijo el Rey triunfalmente, señalando las tartas de la mesa—. Nada más evidente que
eso
. Y sigue: «
Antes de tener ella su ataque
». Tú nunca has tenido ataques, ¿verdad, querida? —preguntó a la Reina.
—¡Jamás! —dijo la Reina furiosa, arrojando un tintero al Lagarto mientras hablaba (el infortunado Bill había dejado de escribir en su pizarra con el dedo al comprobar que no hacía ninguna señal; pero ahora se puso a escribir otra vez, apresuradamente, utilizando la tinta que le goteaba por la cara, mientras duraba).
—Entonces no es a ti a quien
ataca
esa frase —dijo el Rey paseando la mirada por la sala con una sonrisa. Había un silencio mortal.
[3]
—¡He hecho un juego de palabras! —añadió el Rey irritado, y todo el mundo se echó a reír.
—Que el jurado considere su veredicto —dijo el Rey, por vigésima vez lo menos en ese día.
—¡No, no! —dijo la Reina—. Primero, la sentencia; el veredicto después.
—¡Qué tontería! —exclamó Alicia en voz alta—. ¡Dictar primero la sentencia!
—¡Calla la boca! —dijo la Reina, poniéndose congestionada.
—¡No quiero! —dijo Alicia.
—¡Qué le corten la cabeza! —gritó la Reina a voz en cuello. Nadie se movió.
—¿A quién podéis importar? —dijo Alicia (había alcanzado ya su estatura normal)—. ¡No sois más que una baraja!
Al oír esto, todas las cartas volaron por los aires, y se precipitaron sobre ella; Alicia profirió un gritito, mitad de miedo, mitad de indignación; braceó tratando de rechazarlas, y se encontró con que estaba tumbada en la orilla del río, con la cabeza en el regazo de su hermana, que le apartaba dulcemente unas hojas de árbol que le habían caído en la cara.
—¡Despierta, Alicia, cariño! —le decía su hermana— ¡Vamos, lo que has podido dormir!
—¡Oh, he tenido un sueño curiosísimo! —dijo Alicia.
Y le contó a su hermana, tal como las recordaba, todas estas extrañas Aventuras suyas que acabáis de leer; y cuando hubo terminado, su hermana le dio un beso, y dijo: «Desde luego, ha sido un sueño muy curioso, cariño; pero ahora corre a merendar; se te está haciendo tarde». Así que se levantó Alicia, y echó a correr, pensando mientras corría, con razón, lo maravilloso que había sido ese sueño.
Pero su hermana se quedó sentada, tal como ella la había dejado, con la cabeza apoyada en la mano, observando la puesta de sol, y pensando en la pequeña Alicia y todas sus maravillosas Aventuras, hasta que se puso a soñar también en cierto modo; y su sueño fue éste:
Primero soñó con la propia Alicita: otra vez sus manos diminutas estuvieron entrelazadas sobre su rodilla, y sus ojos vivos y anhelantes estuvieron fijos en los de ella…; incluso volvió a oír las entonaciones de su voz, y a ver aquel característico gesto de cabeza para echarse hacia atrás el pelo ondulante que siempre le caía sobre los ojos…, y mientras la oía, o le parecía oírla, todo el lugar en torno suyo se pobló de las extrañas criaturas que había soñado su hermanita.
[4]
La yerba alta susurró a sus pies al pasar corriendo el Conejo Blanco, el asustado Ratón cruzó chapoteando el charco vecino… oyó el tintineo de las tazas de té que producían la Liebre de Marzo y sus amigos en su merienda interminable, y la voz estridente de la Reina que ordenaba decapitar a sus infelices invitados…; otra vez el bebé-cerdito estornudó sobre las rodillas de la Duquesa, mientras las fuentes y las bandejas se hacían añicos a su alrededor…, y otra vez el alarido del Grifo, el chirrido del pizarrín del Lagarto, y la voz de los Conejillos de Indias al ser sofocados, llenaron el aire y se mezclaron con el sollozo lejano de la desventurada Falsa Tortuga.
Así que siguió sentada, con los ojos cerrados, y medio convencida de que estaba en el País de las Maravillas; aunque sabía que no tenía más que abrirlos otra vez, para que todo volviese a ser insulsa realidad: la yerba susurraría por el viento tan sólo, y el agua chapotearía con el balanceo de las cañas…, el tintineo de las tazas se convertiría en el tañido de los cencerros de las ovejas, y los gritos estridentes de la Reina en las voces del pastorcillo… Y el estornudo del bebé, el alarido del Grifo y demás ruidos extraños se transformarían (lo sabía) en el clamor confuso del ajetreado corral de la granja, mientras que el mugido del ganado, a lo lejos, sustituiría a los hondos sollozos de la Falsa Tortuga.
Por último, imaginó cómo esta misma hermanita, con el tiempo, se convertiría en mujer, y cómo conservaría en sus años maduros el corazón sencillo y adorable de su niñez; y cómo reuniría a su alrededor a otros niños, y haría que
sus
ojos brillasen y mirasen anhelantes al contarles muchos cuentos extraños, quizá su antiguo sueño del País de las Maravillas, y cómo sentiría con todos ellos sus sencillas tribulaciones, y encontraría placer en todas sus sencillas alegrías, recordando su propia niñez, y los días felices del verano.
Como el problema de ajedrez expuesto en la página siguiente ha desconcertado a algunos de mis lectores, quizá convenga decir que está correctamente resuelto en lo que se refiere a las
jugadas
. Quizá no se cumple la
alternancia
de jugadas rojas y blancas con todo el rigor que debiera, y el «enroque» de las tres Reinas es meramente una forma de decir que han entrado en palacio; pero el «jaque» del Caball[er]o Blanco en la jugada 6, la captura del Caball[er]o Rojo en la 7, y el «jaque mate» final al Rey Rojo las encontrará, cualquiera que se tome la molestia de colocar las piezas y efectuar los movimientos como se indica, estrictamente conformes con las reglas del juego.
[1]
Los neologismos, en el poema «Jerigóndor», han suscitado alguna controversia respecto a su pronunciación, de modo que convendrá que dé alguna orientación sobre esto también: Pronunciad «
slithy
» como si fuesen dos palabras: «
Sly y the
»; haced áspera la «ge» en «
gyre
» y en «
gimble
»; y pronunciad «
rath
» de forma que rime con «
bath
».
Navidad
, 1896.
ROJAS
BLANCAS
Juega Peón Blanco (Alicia), y gana en once jugadas
.
1. | 1. |
2. | 2. |
3. | 3. |
4. | 4. |
5. | 5. |
6. | 6. |
7. | 7. |
8. | 8. |
9. | 9. |
10. | 10. |
11. |
¡Niña de frente pura y despejada
y ojos soñadores de prodigios!
Aunque el tiempo huya, y a ti y a mí
nos separe media vida,
tu sonrisa encantada saludará, sin duda,
el regalo de este cuento.
No he visto tu rostro luminoso,
ni he oído tu risa argentina:
ni una sola vez pensarás en mí,
después, en tu joven vida.
[2]
Pero basta con que ahora quieras
escuchar mi cuento de maravillas.
Un cuento empezado en otra época,
cuando brillaban soles veraniegos:
sencillo carillón que acompasaba
el ritmo manso de los remos,
y cuyo eco aún suena en la memoria
aunque los años envidiosos nos digan que
olvidemos.
¡Ven, escucha, antes de que la voz del miedo,
cargada de amargas nuevas,
llame al lecho no deseado
a una melancólica joven!
Sólo somos niños grandes, cariño,
inquietos al ver cercana la hora de ese sueño.
Fuera está el frío, la nieve cegadora,
la hosca locura del viento tormentoso;
dentro, el rojo resplandor de nuestro fuego,
el cobijo dichoso de la infancia.
Te prenderán las mágicas palabras;
no escucharás la furia de los vientos.
Y, aunque la sombra de un suspiro
recorra temblorosa este relato,
pues se han ido «los días felices del verano»
[3]
,
y ha muerto todo el esplendor estival,
no rozará, con su soplo doloroso,
el mágico encanto
[4]
de este cuento.