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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Alicia ANOTADA (17 page)

BOOK: Alicia ANOTADA
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CAPÍTULO I

La Casa del Espejo

Una cosa era segura: la gatita
blanca
no tenía nada que ver con aquello; toda la culpa había sido de la gatita negra. Porque durante el último cuarto de hora, la vieja gata había estado lavándole la cara a la gatita blanca (la cual lo había soportado muy bien, ésa es la verdad); así que, como veis, no
pudo
tener parte alguna en el desaguisado.

La forma que tenía Dinah de lavarles la cara a sus hijitas era la siguiente: primero, sujetaba a la pobre criatura por la oreja con una zarpa, y luego le frotaba con la otra toda la cara a la contra, empezando por el hocico; y justo en aquel preciso momento, como digo, se encontraba atareada con la gatita blanca, que estaba tumbada, quietecita, y tratando de ronronear… sin duda porque comprendía que era lo único que podía hacer.

Pero la gatita negra había quedado arreglada a primera hora de la tarde; y mientras Alicia estaba acurrucada en un ángulo del gran sillón, medio hablando consigo misma, medio dormida, la gatita había estado disfrutando lo indecible con el ovillo de lana que Alicia acababa de devanar, haciéndolo rodar de aquí para allá, hasta deshacerlo del todo; y allí había quedado, desparramado sobre la alfombra del hogar, hecho una maraña de nudos y líos, mientras la gatita, en medio, se perseguía su propia cola.

—¡Oh, mala, más que mala! —gritó Alicia, cogiendo a la pequeñuela y dándole un besito para hacerle comprender que había caído en desgracia. ¡La verdad es que Dinah te debía haber enseñado a portarte mejor! ¡Era tu
obligación
, Dinah, lo sabes muy bien!, añadió, mirando con reproche a la vieja gata, y con el tono más enfadado que le fue posible poner; luego volvió a encaramarse en la butaca, llevándose consigo a la gatita y la lana, y empezó a ovillar otra vez. Pero no avanzaba mucho, ya que no paraba de hablar, unas veces a la gatita, otras a sí misma. Kitty estaba sumisamente sentada en su rodilla, haciendo como que observaba devanar a Alicia; de cuando en cuando alargaba una zarpa y tocaba el ovillo, como dando a entender que le encantaría ayudar si pudiese.

—¿Sabes qué día es mañana, Kitty? —empezó Alicia—. Lo habrías adivinado si te hubieras asomado a la ventana conmigo; pero como Dinah te estaba arreglando, no has podido: he estado viendo cómo los chicos recogían leña para la hoguera… ¡hace falta un montón de leña, Kitty! Pero hacía tanto frío, y nevaba tanto, que han tenido que dejarlo. No importa, Kitty, mañana iremos a ver la hoguera»
[1]
, y Alicia le enrolló dos o tres vueltas de lana alrededor del cuello para ver qué tal le sentaba: esto dio pie a una pequeña pelea en la que el ovillo rodó por el suelo, dejando yardas y yardas de lana desenrollada otra vez.

—Mira, Kitty, me tienes muy enfadada —prosiguió Alicia en cuanto estuvieron de nuevo cómodamente instaladas—; al ver la travesura que has hecho, he estado a punto de abrir la ventana y echarte a la nieve. ¡Y te lo habrías tenido merecido, mi precioso diablillo! ¿Qué dices a eso? ¡Ahora no me interrumpas! —prosiguió, levantándole el dedo—. Voy a decirte todas tus faltas. Primera: has gritado dos veces cuando Dinah te lavaba la cara esta mañana. Ahora no lo niegues, Kitty: ¡te he oído! ¿Qué es lo que dices? —haciendo como que hablaba la gatita—. ¿Que te ha metido la zarpa en el ojo? Bueno, pues ha sido culpa tuya, por tener los ojos abiertos…; si los hubieses mantenido fuertemente cerrados, nada te habría pasado. ¡Ahora déjate de excusas y atiende! Segunda: ¡has apartado a Campanilla
[2]
arrastrándola por la cola cuando yo acababa de ponerle el platito de leche! ¿Que tenías sed? ¿Y acaso no la tenía ella también? Y tercera: ¡has deshecho el ovillo cuando yo no miraba!

«Esas son tus tres faltas, Kitty, y todavía no has sido castigada por ninguna de ellas. Sabrás que te estoy reservando todos los castigos para el miércoles de la semana que viene… ¿Y si ellos me reservasen a mí todos
mis
castigos? —prosiguió, hablando más para sí que para la gatita—. ¿Qué me
harían
al final del año? Me meterían en la cárcel, supongo, cuando llegara el día. O… vamos a ver: supongamos que cada castigo fuese quedarme sin cenar; entonces cuando llegase el día fatal, tendría que quedarme sin cincuenta cenas seguidas! Bueno, tampoco me importaría… mucho. ¡Preferiría mil veces quedarme sin esas cenas, a tomármelas de una vez!

«¿Oyes la nieve contra los cristales de la ventana, Kitty? ¡Qué delicada y suave suena! Exactamente como si alguien besase la ventana desde fuera. Me pregunto si
amará
la nieve a los árboles y los campos, que los besa con tanta dulzura. Luego los arropa confortablemente con una colcha preciosa; y dice, quizá: "Ahora dormid, queridos míos, hasta que llegue otra vez el verano". Y al despertar en verano, Kitty, se visten todos de verde, y se ponen a bailar cada vez que sopla el viento… ¡ay, qué precioso! —exclamó Alicia soltando el ovillo de lana para palmotear—. ¡Cómo me
gustaría
que fuera ya! Desde luego, los bosques parecen dormidos en otoño, cuando las hojas se vuelven de color marrón.

«Kitty, ¿sabes jugar al ajedrez? Vamos, no te sonrías, cariño; te lo estoy preguntando en serio. Porque, cuando estábamos jugando hace un momento, tú mirabas exactamente como si lo comprendieses; y cuando dije: "¡Jaque!", ronroneaste. Bueno,
fue
un jaque precioso, Kitty; y la verdad es que podía haber ganado, si no llega a ser por ese asqueroso Caballero que llegó escurriéndose
[3]
entre mis piezas. Kitty, cariño, hagamos como que…» —y aquí me habría gustado poderos contar la mitad de las cosas que solía decir Alicia cuando empezaba con su frase predilecta: «Hagamos como que…». Precisamente el día anterior había tenido una larga discusión con su hermana sólo porque Alicia había empezado: «Hagamos como que éramos reyes y reinas»; y su hermana, a quien le gustaba ser muy exacta, había replicado que no podían, porque sólo eran dos, y Alicia se había visto obligada a decir finalmente: «Bueno,

serás una sola, y yo
seré
todos los demás». Una vez llegó a asustar de verdad a su vieja nodriza gritándole de repente en el oído: «¡Hagamos como que yo era una hiena hambrienta, y tú eras un hueso!».

Pero esto nos aleja de lo que Alicia le estaba diciendo a la gatita: «¡Hagamos como que tú eras la Reina Roja, Kitty! Creo que si te incorporas y cruzas los brazos, serás exactamente igual que ella. ¡Venga, vamos a probar, cariño!». Y cogió la Reina Roja de la mesa y la colocó delante de la gatita como modelo, para que la imitase; sin embargo, la prueba no tuvo éxito; sobre todo, según dijo Alicia, porque la gatita no consintió en cruzar los brazos correctamente. Así que, en castigo, la levantó y la puso ante el Espejo para que viese lo enfurruñada que estaba: «… Y si no te portas bien desde ahora mismo», añadió, «te meteré en la Casa del Espejo. ¿Te gustaría
eso
?».

—Veamos: si prestas atención, Kitty, y no hablas tanto, te contaré todo lo que pienso sobre la Casa del Espejo. Primero está la habitación que puedes ver a través del espejo: es exactamente igual que nuestro salón, sólo que las cosas están para el otro lado.
[4]
Subida a una silla puedo verlo todo…, todo menos el trozo que queda exactamente detrás de la chimenea. ¡Ah! ¡Cómo me gustaría poder ver
ese
trozo! Me encantaría saber si encienden el fuego en invierno; no se puede saber, a menos que nuestro fuego haga humo; entonces el humo sube por la otra habitación también… pero puede que sólo estén disimulando, para hacer como que tienen fuego. En cambio, los libros son como los nuestros, sólo que con las palabras al revés; lo sé porque he puesto uno de los libros delante del espejo, y ellos han puesto otro también en la otra habitación.

«¿Te gustaría vivir en la Casa del Espejo, Kitty? No sé si te darían leche allí. Tal vez la leche del Espejo no sea buena de beber…
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¡Mira, Kitty!, ahí está el corredor. Se puede ver un poquitín de corredor de la Casa del Espejo, si dejamos abierta de par en par la puerta de nuestro salón: como ves, es muy parecido al nuestro; pero debes tener en cuenta que más allá puede ser completamente distinto. ¡Oh, Kitty, qué maravilloso sería si consiguiéramos entrar en la Casa del Espejo! ¡Estoy segura de que tiene cosas preciosas! Hagamos como que había una manera de entrar en esa casa, Kitty. Hagamos como que el espejo se volvía tenue como la gasa, y que podíamos atravesarlo. ¡Mira, pero si se está convirtiendo en una especie de niebla! Será bastante fácil pasar…»

A todo esto, Alicia estaba sobre el revellín
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, aunque no sabía cómo había subido allí. Y a decir verdad, el espejo
empezaba
a deshacerse como si fuese una bruma brillante y plateada.

Un momento después, Alicia atravesaba el cristal, y saltaba ágilmente a la habitación del Espejo. Lo primerísimo que hizo fue mirar si estaba encendido el fuego en la chimenea; y comprobó con satisfacción que había un auténtico fuego, ardiendo tan animadamente como el que había dejado atrás. «Así estaré tan calentita aquí como en la otra habitación», pensó; «más, en realidad, porque aquí no habrá nadie que me regañe y me haga separarme del fuego; ¡ay, qué divertido va a ser cuando me vean aquí a través del espejo, y no me puedan regañar!».

A continuación empezó a mirar alrededor suyo, y comprobó que lo que podía verse desde la otra habitación era bastante corriente y moliente, pero que el resto no podía ser más distinto. Por ejemplo, los cuadros de la pared cercana a la chimenea parecían tener vida; y el mismo reloj de la repisa (como sabéis, en el Espejo
[7]
sólo puede verse la parte de atrás) tenía cara de viejecito, y le sonreía.

«Esta habitación no la tienen tan ordenada como la otra», pensó Alicia para sí, al descubrir varias de las piezas de ajedrez en el hogar, entre la ceniza; pero un momento después, con una exclamación de sorpresa, se puso a gatas para observarlas con atención. ¡Las piezas deambulaban de aquí para allá, por parejas!

—Ahí están el Rey Rojo y la Reina Roja —dijo Alicia en un susurro, por temor a asustarles—; y allá, el Rey Blanco y la Reina Blanca, sentados en el borde de la paleta; y ahí van dos Torres, paseando del brazo…
[8]
; no creo que puedan oírme —prosiguió, acercando la cabeza—; y estoy casi segura de que no me pueden ver. Es como si, en cierto modo, me estuviese volviendo invisible…

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