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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Alicia ANOTADA (18 page)

BOOK: Alicia ANOTADA
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En ese momento, alguien empezó a berrear encima de la mesa, detrás de Alicia, haciéndole volver la cabeza a tiempo de ver cómo rodaba uno de los Peones Blancos y empezaba a patalear; se puso a observarlo con curiosidad, para ver qué sucedía a continuación.

—¡Es la voz de mi hijita! —exclamó la Reina Blanca, abalanzándose por delante del Rey con tal violencia que lo derribó entre las cenizas—. ¡Mi preciosa Lily! ¡Mi gatita imperial! —y trató de trepar desesperadamente por la pantalla de la chimenea.

—¡Tontería imperial! —dijo el Rey, frotándose la nariz, en la que se había hecho daño al caer. Tenía derecho a enfadarse un
poco
con la Reina, ya que había quedado cubierto de ceniza de pies a cabeza.

Alicia se sintió deseosa de ayudar; y dado que la pobre Lily chillaba casi como si fuera a darle un ataque, cogió apresuradamente a la Reina y la colocó sobre la mesa, junto a su escandalosa hijita.

La Reina se sentó jadeando: el rápido viaje por los aires le había cortado el aliento, y durante un minuto o dos no pudo hacer otra cosa que tener abrazada a su pequeña Lily en silencio. Tan pronto como recobró un poco el aliento, le gritó al Rey Blanco, que estaba sentado entre las cenizas: «¡Ten cuidado con el volcán!».

—¿Qué volcán? —preguntó el Rey, mirando con inquietud hacia el hogar, como si pensase que era donde más probablemente podía surgir uno.

—Me ha lanzado… hacia… arriba… —jadeó la Reina, que aún estaba un poco sin aliento—. ¡Procura subir… de manera normal… no vueles!

Alicia observó al Rey Blanco mientras subía afanosamente barra tras barra; hasta que le dijo por fin:

—¡Bah!, a este paso vas a tardar horas en llegar a la mesa. Será mucho mejor que te ayude, ¿no? —pero el Rey no pareció enterarse de la pregunta: estaba claro que no la oía ni la veía.

Así que Alicia lo cogió muy suavemente, y lo levantó más despacio que a la Reina para no cortarle el aliento; pero antes de ponerlo sobre la mesa consideró que convenía desempolvarlo un poco, ya que estaba cubierto de ceniza.

Después contó que en su vida había visto una cara como la que puso el Rey, cuando se encontró suspendido en el aire por una mano invisible, y fue desempolvado: estaba demasiado estupefacto para gritar; pero la boca y los ojos se le iban poniendo cada vez más abiertos, cada vez más redondos, hasta que la mano de Alicia lo agitó de tal modo, a causa de la risa, que casi se le cayó al suelo.

—¡Oh,
por favor
, no pongas esa cara, cariño! —exclamó, olvidando completamente que el Rey no la podía oír—. ¡Me das tanta risa que apenas te puedo sostener! ¡Y no abras la boca de ese modo! Se te va a llenar toda de ceniza… ¡Hala, ya está, creo que has quedado bastante limpio! —añadió mientras le alisaba el pelo y lo colocaba en la mesa junto a la Reina.

El Rey se cayó inmediatamente de espaldas, y se quedó inmóvil; y Alicia se alarmó un poco ante lo que había hecho, y dio una vuelta por la habitación para ver si encontraba agua para rociarlo. Pero sólo descubrió un frasco de tinta; y cuando volvía con él, vio que el Rey había vuelto en sí, y que él y la Reina hablaban atemorizados, en voz baja…, tan baja, que Alicia apenas oía lo que decían.

El Rey estaba diciendo: ¡Te aseguro, querida, que se me han helado hasta las puntas de los bigotes!

A lo que replicó la Reina: Tú no tienes bigotes.

—¡Jamás,
jamás
se me olvidará —prosiguió el Rey— el horror de ese momento!

—Pues se te olvidará —dijo la Reina—, si no lo anotas.

Alicia observó con gran interés cómo el Rey se sacaba del bolsillo un enorme cuaderno de notas, y empezaba a escribir. De pronto, se le ocurrió una idea: le cogió el extremo del lápiz, que le sobresalía un poco por encima del hombro, y empezó a escribir por él.

El pobre Rey parecía perplejo y desdichado, y durante un rato forcejeó con el lápiz sin decir nada; pero Alicia era mucho más fuerte que él, y jadeó finalmente: «¡Querida! Verdaderamente,
necesito
conseguir un lápiz más delgado. Éste no lo puedo manejar lo que se dice nada; escribe toda clase de cosas que yo no quiero…».

—¿Qué clase de cosas? —dijo la Reina, echando un vistazo al cuaderno (en el que Alicia había puesto: «
El Caballo Blanco se desliza por el atizador. Guarda el equilibrio muy mal
»
[9]
—. ¡Eso no es una anotación de tus sentimientos!

Había un libro junto a Alicia, en la mesa; y mientras permanecía sentada observando al Rey Blanco (pues aún estaba un poco preocupada por él, y tenía preparado el frasco de tinta para echárselo encima, en caso de que volviera a desmayarse), pasaba las hojas para ver si encontraba algún trozo que poder leer: «… Porque está todo en una lengua que no entiendo», se dijo.

Estaba así
[10]
:

Durante un rato, estuvo contemplando esto perpleja; pero al final se le ocurrió una brillante idea. «¡Ah, ya sé!, ¡es un libro del Espejo, naturalmente! Si lo pongo delante de un espejo, las palabras se verán otra vez al derecho.»

Y éste es el poema que leyó Alicia
[11]
:

JERIGÓNDOR

Cocillaba el día y las tovas
[12]
agilimosas
[13]

giroscopaban
[14]
y barrenaban
[15]
en el larde.

Todos debirables
[16]
estaban los burgovos,

y silbramaban
[17]
las alecas
[18]
rastas
[19]

«¡Cuídate, hijo mío, del Jerigóndor
[20]

que sus dientes muerden y sus garras agarran!

¡Cuídate del pájaro Jubjub
[21]
, y huye

del frumioso
[22]
zumbabadanas!»
[23]

Echó mano a su espada vorpal
[24]
;

buscó largo tiempo al manxomo
[25]
enemigo,

descansó junto al árbol Tumtum
[26]
,

y permaneció tiempo y tiempo meditando.

Y, estando sumido en irribumdos
[27]
pensamientos,

surgió, con ojos de fuego,

bafeando
[28]
, el Jerigóndor del túlgido bosque,

y burbulló
[29]
al llegar!

¡Zis, zas! ¡Zis, zas! ¡Una y otra vez

tajó y hendió la hoja vorpal!

Cayó sin vida, y con su cabeza,

emprendió galofante
[30]
su regreso.

«¿Has matado al Jerigóndor?
[31]

Ven a mis brazos, sonrillante chiquillo
[32]
,

¡Ah, frazoso día! ¡Calós!
[33]
¡Calay!»,

mientras él resorreía
[34]
de gozo.

Cocillaba el día, las tovas agilimosas

giroscopaban y barrenaban en el larde.

Todos debirables estaban los burgovos,

y silbramaban las alecas rastas.

—Parece muy bonita —dijo al terminar—, ¡pero resulta un poco difícil de comprender! —como veis, no le gustaba confesar, ni siquiera a sí misma, que no había entendido ni jota—. En cierto modo, parece llenarme la cabeza de ideas…, ¡sólo que no sé exactamente cuáles son! Sin embargo,
alguien
mata
algo
: en todo caso, eso está claro…
[35]

«¡Ay!», pensó Alicia, dando un brinco de repente, «si no me doy prisa, me tocará regresar a través del Espejo antes de haber visto el resto de la casa! ¡Echemos primero una mirada al jardín!». Salió al instante de la habitación, y corrió escaleras abajo… aunque no era correr exactamente, sino una nueva forma de bajar rápida y fácil, como Alicia se dijo a sí misma. Tan sólo puso las puntas de los dedos en el pasamano de la barandilla, y descendió flotando suavemente sin tocar siquiera los peldaños con los pies: luego cruzó flotando el vestíbulo, y habría salido directamente por la puerta de la misma manera, si no llega a agarrarse a la jamba. Empezaba a sentirse un poco mareada de tanto flotar en el aire; y se alegró de andar otra vez de manera natural.

CAPÍTULO II

El Jardín de las Flores Vivas

«Vería el jardín muchísimo mejor —se dijo Alicia—, si pudiese subir a lo alto de aquella colina: aquí hay un sendero que va derecho a ella… bueno, no; precisamente derecho no va…» (añadió, después de caminar unas cuantas yardas por el sendero y pasar varias revueltas); «aunque supongo que llegará al final. ¡Pero qué manera tan rara de retorcerse! ¡Parece más un sacacorchos que un sendero! Bueno, después de
esta
curva toma ya la dirección de la colina, supongo… no, ¡no va hacia allí! ¡Vuelve directamente a la casa! En fin, probaré en la otra dirección».

Y así lo hizo: anduvo de un lado para otro, probó curva tras curva, pero, hiciera lo que hiciese, siempre regresaba a la casa. Por cierto que, una de las veces, al torcer por una revuelta más deprisa de lo normal, chocó con ella antes de poder detenerse.

—Es inútil que hablemos del asunto —dijo Alicia, mirando hacia la casa y haciendo como que hablaba con ella—.
No
voy a volver a entrar todavía. Sé que me tocaría cruzar otra vez el Espejo, regresar a la vieja habitación, ¡y eso sería poner punto final a todas mis aventuras!

Así que, volviéndole decididamente la espalda a la casa, emprendió de nuevo la marcha por el sendero, dispuesta a seguir en línea recta hasta la colina. Durante unos minutos todo fue bien; y se estaba diciendo: «Esta vez lo
voy
a conseguir…», cuando el sendero, súbitamente, se retorció y se sacudió (según lo describió ella más tarde), y un momento después se encontró con que entraba por la puerta.

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