—Idiotas —murmuró Naroin. Golpeó el follaje que flanqueaba el sendero utilizando una corta vara que había tallado poco después de llegar a la isla. No era un bastón de combate, pero la pequeña y nudosa marinera parecía más cómoda con la vara en las manos—. Nunca lo conseguirán, y no estoy dispuesta a ahogarme con ellas.
Maia empezaba a cansarse del temperamento impaciente de Naroin. Sin embargo, no quería quedarse sola.
Demasiados pensamientos sombríos la asaltaban cuando la soledad presionaba.
—¿Cómo puedes estar segura? Estoy de acuerdo en que tu plan habría sido mejor, pero…
—¡Sangradoras! —Naroin descargó su vara y las hojas volaron—. Incluso un puñado de piojos congelados vería que esa almadía es un error. Pongamos que consiguen bajarla, y que el mar no la aplasta inmediatamente. Las atraparán de nuevo, como si fueran melones a la deriva. Si las piratas no aprovechan la oportunidad para enviarlas al fondo sobre la marcha.
—Pero no hemos visto una vela desde que nos abandonaron. ¿Cómo podrían saber las saqueadoras dónde y cuándo encontrarlas a menos…?
Maia se detuvo. Miró a Naroin.
—¿No querrás decir…?
La contramaestre apretó los labios.
—No lo diré.
—No tienes que hacerlo. ¡Es vil!
Naroin se encogió de hombros.
—Tú harías lo mismo, si fueras una de ellas. El problema es que no hay manera de distinguir cuál es. O tal vez sean dos. No conocía a ninguna de esas vars antes de que me contrataran en la bahía de Artemisa. No puedo fiarme de ninguna de ellas.
—¿Ni siquiera de mí?
Naroin se volvió y miró directamente a Maia. Su inspección fue larga y molesta. Tras cinco segundos, una lenta sonrisa se formó en su rostro.
—Sigues sorprendiéndome, muchacha. Pero apostaría mi desaparecido barrilito de vino dulce a tu favor, a pesar de que no seas una var. Maia dio un respingo.
—Ya te lo he dicho antes. Ésa era mi gemela.
—Mm. Eso recuerdo de los días del
.Wotan
. Al menos, es lo que las dos dijisteis. Admito que no fue dulzura típica de hermanas clónicas lo que vi cuando te abandonó aquí.
Maia consiguió no dar un segundo respingo. El comentario fue como abrir una vieja herida. El recuerdo seguía siendo intenso: la cara tiznada de hollín de Leie, mirándola a través de la bruma del dolor, murmurando en voz baja y urgente sobre la necesidad de lo que estaba a punto de hacer.
.Me alegra que estés viva, Maia. De verdad, es un milagro. Pero ahora mismo tenerte cerca es una molestia
.
.A mis asociadas no les hace mucha gracia la gente que se parece, si sabes a lo que me refiero. Aunque me crean, habría recelos. Mis planes se vendrían abajo. No puedo permitirme que estropees las cosas ahora mismo .
Notó algo húmedo y pegajoso deslizarse por su cara, y una sensación de quemazón recorrió su cuero cabelludo. En aquel momento, Maia estaba casi delirando, frenética por hablar a su hermana viva, incapaz de comprender por qué tenía la boca amordazada. Sólo mucho más tarde, cuando tuvo oportunidad de lavarse en uno de los diminutos arroyos de la isla, comprendió lo que había hecho Leie. Usando brea de carbón y otros productos químicos de la sala de máquinas del
.Intrépido
, Leie había oscurecido la piel y el cabello de Maia, alterando su apariencia de forma improvisada pero efectiva.
.Esto no engañará a nadie durante mucho tiempo
—murmuró Leie, examinando su trabajo—.
.¡Maia, estáte quieta! Como decía, es una suerte que tu capitán decidiera huir hacia nuestra base. Nadie tendrá oportunidad de mirarte de cerca antes de que desembarquemos al primer grupo de prisioneras
.
Por las observaciones de Leie, Maia supuso que la base de las saqueadoras se encontraba en aquel mismo archipiélago de colmillos diabólicos. Al parecer, las piratas planeaban dividir a sus cautivas, dejando a algunas en islas aisladas. Las primeras en ser abandonadas serían las menos peligrosas para los planes de las piratas: las miembros de la tripulación del
.Manitú
. Mientras examinaba a las heridas, Leie había conseguido incluir a Maia en ese grupo.
.Nunca creerías las cosas que me han pasado desde que aquella tormenta nos separó. Mientras tú seguías a tu amiga contramaestre, llevando la pacífica vida de una marinera, yo he visto y hecho cosas…
—Leie sacudió la cabeza, como si no fuera capaz de explicarse—.
.No te gustaría estar en el lugar adonde llevamos a las rads y a su pervertida criatura del espacio, así que he dispuesto que te suelten donde vayas a estar más cómoda. Quédate quietecita hasta que yo lo arregle todo, ¿me oyes? En verano te llevaré a alguna ciudad. Pensaremos un modo para que me ayudes con mi plan
.
Los ojos de Leie estaban llenos de aquel antiguo entusiasmo, ahora aumentado por una nueva y feroz determinación. A través de una bruma de dolor, heridas y contusiones, Maia se preguntó qué aventuras habían cambiado tanto a su hermana.
Entonces captó la importancia de las palabras de Leie. ¡Su hermana y las saqueadoras iban a abandonarla en tierra, y a marcharse con Renna! Y con Kiel y Thalla y los hombres del
.Manitú
también. Fue entonces cuando Maia empezó a debatirse contra sus ataduras, gruñendo para decirle a Leie que tenía que hablar.
.Vamos, vamos. No pasará nada. Ahora, Maia, si no te calmas, voy a tener que… Ah, demonios, tendría que haberlo esperado. Siempre has sido una cabezota
.
Maia captó el aroma de fuertes hierbas y alcohol cuando Leie le puso un pañuelo empapado sobre la nariz.
Una sensación asfixiante y pegajosa se extendió por sus fosas nasales, dándoles ganas de toser y vomitar. Los acontecimientos se volvieron más vagos a partir de entonces, pero siguió teniendo una clara imagen de su hermana inclinándose hacia delante y besándola en la frente.
.Buenas noches
—murmuró Leie. La siguió la oscuridad.
El recuerdo del dolor y la traición todavía hería a Maia, oscureciendo y confundiendo su alegría natural de saber que Leie todavía vivía. Pero ésa era otra cuestión. Atormentaba su mente sólo un hecho. Un hombre inocente e indefenso estaba cautivo en alguna de aquellas otras islas, sin una amiga en el mundo.
.Excepto yo. ¡Tengo que encontrar a Renna!
A través del oscuro túnel de sus pensamientos, siguió a Naroin por un sendero que daba al mar, y caminó en silencio hasta el lugar donde las saqueadoras habían dejado suficiente comida y suministros hasta su siguiente visita. Colgadizos y tiendas improvisadas componían un círculo irregular, apartado de los árboles. Una tripulante que se había roto un tobillo en la batalla se ocupaba de una hoguera. Alzó la cabeza tristemente y saludó sin decir palabra. Luego volvió a remover las lentejas que preparaba en un cazo humeante.
Naroin regresó a su pasatiempo principal: usar trozos afilados de calcedonia para pelar una rama de árbol y convertida en un arco primitivo. No era un arma legal. Pero claro, tampoco era legal que las saqueadoras las hubieran abandonado allí. Tras la captura del
.Manitú
tendría que haber seguido la «división de la carg»., y luego la tripulación y las pasajeras habrían podido marcharse.
La naturaleza especial de aquel «cargament». hacía eso difícil, sobre todo cuando lo buscaban ansiosamente todas las fuerzas políticas del planeta. Cuando Maia vio por última vez al capitán Poulandres, con las manos atadas en el alcázar de su propio barco, el hombre amenazaba con provocar un escándalo; estaba a punto de estallar de furia en una plena ira veraniega. Las saqueadoras lo ignoraron. Evidentemente, Poulandres no tenía ni idea de en qué problema se hallaba metido.
—Son para cazar —dijo Naroin, refiriéndose al arco y las finas flechas.
Nadie había visto ningún bicho más grande que un conejo de matorral en la isla, pero ninguna se quejó. De todas formas, las autoridades estaban muy lejos.
Maia se tendió en la manta que había colocado bajo un burdo colgadizo, sobre un lecho de hierba y hojas. De sus tres posesiones, siempre llevaba consigo la ropa y el sextante del capitán Pegyul. El último artículo, un delgado libro de poemas, se lo había encontrado encima cuando el bote del barco conducía a las cautivas a la isla.
Durante la subida en el crujiente montacargas, había conseguido concentrarse en una página elegida al azar.
¿He sido llamada? ¿Cuál es el propósito
de tu gran corazón? ¿Quién va a ser
atraída por tu pasión? ¡Safo, nombra
a tu enemiga!
Pues quienes ahora huyen pronto perseguirán;
quien malgasta tus dones pronto no tendrá ninguno;
y quien no te ama, haga lo que haga
acabará amándote pronto.
.Un regalo de Leie, dedujo. Siempre había sido la más locuaz de las dos, mientras que Maia era la que se sentía atraída por cosas visuales, pautas y acertijos. Podía ser considerado como una ofrenda de paz, o una promesa, o sólo como un acto impulsivo sin más significado que una palmadita amistosa en la cabeza.
Buscó más poemas, intentando apreciarlos. Pero el regalo, por buena que fuera su intención, estaba teñido del mareante olor dulzón dejado por la droga de la inconsciencia. Leie podía haber tenido buenos motivos para actuar de aquella forma. Sin embargo, en el corazón de Maia su comportamiento se mezclaba con la emboscada de Tizbe Beller, las pragmáticas traiciones de Kiel y Thalla, y la horrible traición de las sureñas de Baltha. La lista invitaba a la desesperación, así que desistió de pensar en el tema.
Maia volvió su atención hacia el forro del libro, hecho de un grueso material sintético para proteger las páginas de papel de la humedad durante los viajes largos. Había descubierto otro uso para ese forro. Al desplegarlo y sujetar con piedras las esquinas, obtuvo una superficie plana que llenó de finas líneas perpendiculares. Entre ellas, con un trozo de carbón cogido de la hoguera, Maia marcó filas de pequeños puntos, separados por muchos espacios vacíos. Mojando un trapo con saliva, borró la antigua pauta y dibujó una versión diferente.
.Es más que una simple cuestión de formas, pensó, intentando volver a capturar sus reflexiones de la noche anterior, junto al fuego. Entonces todo le había parecido muy claro.
.Hay otro nivel aparte de pensar cómo muta un grupo de puntos individuales y se mueve a través del tablero .
.Hay algún tipo de relación entre el número de puntos vivientes por zona, la densidad, y cualquiera que sea la regla de la pieza vecina que se emplee. Si cambias el número de vecinas necesarias para la supervivencia, también cambias…
Era una pugna. A veces los conceptos llegaban como burbujas brillantes que parpadeaban en los límites de la visión, de la comprensión. Pero la lastraba su falta de vocabulario. Las nociones con las que luchaba necesitaban más que la simple álgebra que le habían enseñado a regañadientes en la Casa Lamai. Cada vez lamentaba más y más que la hubieran privado de esto, posiblemente su único talento, apartándola de las matemáticas y otras abstracciones por el método simple de hacer que parecieran aburridas.
.Se vuelve aún más hermoso si dejas que las reglas incluyan células más allá de las vecinas inmediatas, pensó, intentando concentrarse. Experimentar mentalmente era un proceso salvaje, difícil de mantener durante mucho tiempo. Sin embargo, había conseguido imaginar brevemente un tablero del Juego de la Vida en tres dimensiones, cuyos productos eran estructuras de complejo esplendor, no sólo filas cristalinas en marcha, sino formas que se curvaban en pautas retorcidas y fugaces, imposibles de visualizar salvo breves instantes cada vez.
Maia cerró el libro y se tumbó, cubriéndose los ojos con un brazo, dejándose llevar por una oleada a caballo entre la pura abstracción y los recuerdos de su indefensión. Los sonidos cercanos de Naroin pasando la piedra sobre la madera le recordaron algo sucedido hacía mucho tiempo. Le recordaron a Leie, gruñendo y apoyando un aparato contra una gran puerta adornada. También entonces hubo sonidos de madera y metal rozando la roca.
.Ahora me toca a mí intentarlo
—había dicho Leie, un lejano año antes, en las profundidades de la bodega de la Casa Lamatia—
.¡Tus modos sutiles no funcionaron, así que intentaré hacerlo a mi manera!
Maia recordó las serpientes entrelazadas. Filas de misteriosos símbolos. Un nudo de piedra en forma de estrella que
.debía
girar en el sentido de las agujas del reloj, si aquel acertijo tenía algún sentido…
Hubo un rumor de pasos. Ruido real, no recordado. Una sombra ocultó el sol. Maia alzó el brazo y vio una figura esbelta que bloqueaba una porción del cielo.
—He encontrado algo en las ruinas —dijo una voz, aguda y joven. Podría haber sido la de una muchacha, pero de vez en cuando se cascaba, adquiriendo brevemente un tono una octava más bajo—. Tendrías que venir, Maia.
Nunca he visto nada parecido.
Ella se sentó en el suelo, cubriéndose los ojos. Un joven delgado la observaba. «La broma pesada de las saqueadora»., lo había llamado Naroin, y las otras estuvieron de acuerdo. El joven Brod era un chico bastante agradable. Tenía casi su misma edad, aunque a los cinco años los muchachos recién salidos de sus clanes maternos eran infantiles, casi sin terminar de formar. Aquél no debería estar allí.
Oficialmente, Brod era un rehén que las piratas habían tomado para asegurarse la cooperación de los marineros del barco que habían contratado, el
.Intrépido
. Pero sin duda Naroin tenía razón. El joven alférez había sido dejado en parte como una broma que mostraba el retorcido sentido del humor de alguien.
—¡Disfrutad de la próxima nevada de gloria! —se burló una saqueadora con su pañuelo rojo cuando alzaron la última carga, dejando a las prisioneras «poco peligrosa». solas en aquella isla solitaria.
Maia se levantó lentamente, suspirando porque el joven la había escogido para ser su amiga, cuando ella habría preferido la soledad.
.Necesito el ejercicio
, se dijo.
—Guíame —comentó en voz alta.
La ansiosa sonrisa de cachorrillo del muchacho era dulce e inofensiva, propia del invierno. Ella sentía lástima por el chico. Cuando la espectral escarcha cubriera de nuevo árboles y hierba, las rudas marineras sin duda decidirían desquitarse de sus frustraciones con él. Aunque por casualidad él fuera capaz, eso no aliviaría la tensión. No había ni una pizca de ovop entre los suministros.