Maia lo miró, preguntándose si se daba cuenta siquiera de que estaba hablando en un dialecto alienígena. La mayoría de las palabras no tenían sentido para ella. Reforzaban su impresión de que el universo era enorme, insondablemente extraño, y de que estaría eternamente fuera de su alcance.
—Todo lo que puedo hacer es hablar por mí mismo —continuó Renna en voz baja.
Se detuvo, contemplando el mar cubierto de luz y sombras, y luego se volvió y le apretó de nuevo la mano, brevemente. Su rostro se arrugó de forma sorprendente en los bordes de los ojos, y sonrió.
—Ahora mismo soy feliz, Maia. Por estar aquí, vivo, y respirando aire de este cielo infinito.
Maia se alegró enormemente cuando la charla derivó hacia otros temas. Respondiendo a las preguntas de Renna, intentó explicar algunas de las misteriosas actividades de los marinos del
.Manitú
: subir a los palos, desplegar las velas, desprender acumulaciones de sal, engrasar poleas, atar cabos y desatarlos, ejecutar cada una de las interminables acciones necesarias para mantener un barco en buen estado. Renna se maravilló por los múltiples detalles y habló admirado de «artes perdidas, conservadas y maravillosamente mejorada»..
Hablaron de sus historias personales, Maia relató alguna de las divertidas peripecias que Leie y ella solían correr, como jóvenes traviesas en Puerto Sanger, y descubrió que, al recordar, un punzante calor anulaba gran parte del dolor. Por su parte, Renna le habló brevemente de su captura mientras visitaba una Casa de Placer en Caria, a instancias de una venerable consejera de Estado en la que había confiado.
—¿Se llamaba Odo? —preguntó ella, y Renna parpadeó.
—¿Cómo lo sabes?
Maia sonrió.
—¿Recuerdas el mensaje que enviaste desde tu celda? ¿El que yo intercepté? Hablabas en él de no fiarse de alguien llamado Odo. ¿Tengo razón?
Renna suspiró.
—Sí. Que te sirva de lección. Nunca dejes que tus gónadas se antepongan a pensar con claridad.
—Te tomaré la palabra —dijo Maia secamente. Renna asintió, y luego la miró, captó su expresión y entonces los dos se echaron a reír.
Continuaron contando historias. Las de Renna se referían a los lejanos y fascinantes mundos del Gran Phylum de la Humanidad, mientras que Maia narró la historia de su conquista definitiva, con ayuda de Leie, de la parte más secreta y oculta de la Casa Lamatia, al resolver el enigma de una extraña cerradura de combinación. Renna pareció impresionado con la hazaña, y declaró sentirse honrado cuando ella le dijo que era la primera vez que se lo contaba a alguien.
—¿Sabes? Con tu talento para reconocer paut…
Un grito los interrumpió desde el cobertizo del radar. Dos grumetes escalaron el mástil, y se aferraron a una jarcia superior para otear en la distancia. Uno soltó un grito y señaló. Pronto, toda la tripulación del barco se asomó a la borda, protegiéndose los ojos y mirando hacia el mar con expectación. .
—¿Qué pasa? —preguntó Renna. Maia sólo pudo sacudir la cabeza, tan perpleja como él. Un murmullo recorrió la multitud, seguido por un súbito silencio. Encogiendo los ojos contra los reflejos, Maia finalmente vio aparecer un objeto por delante, al sur.
Abrió la boca.
—¡Creo que es… un árbol granflor!
Tenía toda la apariencia de una isla pequeña. Una isla cubierta de mástiles coronados por estandartes rotos, como si legiones enteras hubieran luchado por reclamarla y conservado un diminuto trozo de tierra seca en mitad del océano. Sólo que aquella isla se movía, flotando en ángulo con el firme progreso del barco. Mientras se acercaban, Maia vio que los mástiles eran como finos troncos de árboles. Los penachos harapientos no eran banderas después de todo, sino los restos de brillantes pétalos iridiscentes.
—Vi un clip sobre ellas hace mucho tiempo —explicó Maia—. La granflor vive a base de pequeñas criaturas marinas, ya sabes, de las que sólo tienen una célula. Por debajo de la superficie, extiende láminas muy finas para capturarlas. Por eso Poulandres ordenó que nos desviáramos en vez de acercarnos para verla mejor. No estaría bien hacerle daño sólo por satisfacer la curiosidad.
—Esa cosa ya parece bastante dañada —comentó Renna, advirtiendo las flores marchitas. Sin embargo, parecía tan absorto como Maia en aquellos fragmentos restantes, cuya luminosidad azul, amarilla y escarlata parecía independiente de la luz reflejada, al titilar sobre las aguas—. ¿Qué son eso? ¿
Pájaros
picoteando la planta? ¿Está muerta?
En efecto, bandadas de criaturas voladoras (algunas de alas más anchas que las vergas del
.Manitú
) se concentraban sobre la isla flotante como enanos sobre una bestia moribunda, atacando las porciones brillantemente coloreadas. .
—Ahora recuerdo —replicó Maia—. La están
.ayudando
. Así es como se reproduce la granflor. Los pájaros llevan su polen en las alas hasta el árbol siguiente, y al siguiente.
Mientras seguían contemplando, un pequeño destacamento de formas oscuras se separó de la nube de pájaros y se acercó al
.Manitú
. A una brusca orden del capitán los tripulantes se agacharon bajo cubierta, para resurgir armados con hondas y catapultas de muñeca, que dispararon para mantener a las bestias voladoras apartadas de las velas. Los pájaros sólo causaron pequeños daños con sus estrechas mandíbulas llenas de dientes afilados, antes de perder su apetito por la lona y marcharse volando… aunque eso fue después de que uno intentara morder el brillante pelo dorado de uno de los grumetes de cubierta. Un acontecimiento que todo el mundo menos la pobre víctima pareció encontrar divertido.
La granflor pasó flotando a un centenar escaso de metros de distancia. Su laberinto de color podía verse ahora extendiéndose bajo la superficie del agua, en tentáculos que flotaban hasta muy lejos. Bancos de brillantes peces corrían entre las frondas en movimiento, en contrapunto al frenético comer de los pájaros. Maia chasqueó los dedos.
—Lástima que no hayamos visto una a finales de verano, cuando las flores están en pleno apogeo. Lo creas o no, los árboles las usan como velas, para impedir que los vientos las lleven a la costa durante la estación de las tormentas. Ahora supongo que las corrientes son suficientes, así que las velas se caen.
Se volvió hacia Renna.
—¿Es eso un ejemplo de lo que querías decir con… adaptación? Debe ser una forma de vida original de Stratos, o habrías visto cosas así antes, ¿no?
Renna había estado contemplando la pintoresca isla flotante con su cohorte de carroñeros mientras ésta permanecía a flote tras la estela del
.Manitú
.
—Es demasiado maravillosa para que me la haya perdido, en cualquiera de los sectores en los que he estado. Es nativa, desde luego. Ni siquiera Lysos era lo bastante lista para diseñar algo así.
Pronto avistaron otra granflor, ésta de pétalos más henchidos, difractando la luz en formas que Renna, excitado, describió como «holográfica».. A su vez, Maia le habló de una tribu de salvajes del mar que había unido su destino a las granflores, y navegaba en ellas como si fueran barcos, recolectando néctar y plancton, atrapando pájaros y peces, y secuestrando a algún que otro marinero para que potenciara a sus hijas durante otra generación. Viviendo de forma salvaje y sin ataduras, la sociedad proscrita había durado hasta que las autoridades planetarias y las cofradías marineras unieron fuerzas para eliminarla como «irresponsable ecológic»..
—¿Es cierta esa historia? —preguntó Renna, dubitativo y apasionado al mismo tiempo.
En realidad, Maia la había basado en relatos auténticos de las islas del Sur. Pero la conexión con las granflores era invención propia, producto de la excitación del momento.
—¿Tú qué crees? —preguntó, arqueando una ceja.
Renna sacudió la cabeza.
—Creo que te has recuperado bastante de tu amago de ahogamiento. Será mejor que el doctor deje de administrarte lo que sea que te esté dando.
La última granflor quedó a popa, y pronto tripulación y pasajeras regresaron al tedio de la rutina. Para pasar el tiempo, Renna y Maia utilizaron el sextante para estudiar el sol y el horizonte, comparar cálculos y tratar de averiguar la hora sin tener que consultar el reloj de Renna. También cotillearon. Maia se rió en voz alta y aplaudió cuando Renna hinchó los carrillos en una caricatura del cocinero jefe y anunció con una voz desacostumbradamente aguda que el almuerzo se retrasaría porque la escarcha de gloria había caído en las gachas, y que lo colgaran si iba a dársela a «un puñado de sucias vars, demasiado aturdidas para confundir a un hombre con un lúga»..
—Eso me recuerda una historia —respondió ella, y pasó a relatar el cuento del capitán que dejó que sus pasajeras juguetearan con una nevada de gloria a últimas horas de la tarde… ¡sólo para despertar horas después cuando las mujeres prendieron fuego a sus velas!
Renna se quedó perplejo, así que ella tuvo que explicárselo.
—Verás, algunas piensan que las llamas en el cielo pueden simular los efectos de las auroras, ¿comprendes?
Las mujeres drogadas de gloria prendieron fuego al barco…
—¿Esperando excitar también a los hombres? —Él parecía horrorizado—. Pero… ¿funcionaría?
Maia sofocó una risita.
—¡Es un chiste, tonto!
Vio cómo él se imaginaba la ridícula escena, y luego se echaba a reír. En ese momento Maia se sentía más relajada de lo que se había sentido en… ¿quién sabía cuánto? Sintió incluso un atisbo de lo que había experimentado en su celda de la prisión… de algo más profundo que el conocimiento mutuo. Era bueno tener un amigo.
Pero la siguiente pregunta de Renna la cogió desprevenida.
—Bien —dijo—. ¿Quieres ayudarme a prepararme para otra partida de Vida? El capitán Poulandres ha accedido a dejarnos intentarlo de nuevo. Esta vez el otro bando tiene que dar cuerda a las piezas, para que nosotros podamos concentrarnos en una nueva estrategia.
Ella le miró, parpadeando.
—Bromeas, ¿no?
—Verás, nunca imaginé que la versión competitiva implicara tantas permutaciones arriesgadas. Es más complicado que pintar imágenes bonitas con una variante de Vida reversible, como hice en la cárcel con mi tablero. Será un desafío plantar cara incluso a jugadores jóvenes.
Maia no podía dar crédito a sus oídos. Justo cuando pensaba que empezaba a comprender a Renna, él volvía a sorprenderla.
—Lo único que quieren es reírse de nosotros. No quedaré otra vez en ridículo.
Renna parecía asombrado.
—Es sólo un juego, Maia —reprendió ligeramente.
—¡Si piensas eso, no sabes mucho sobre los hombres de Stratos!
Su acalorada respuesta hizo que Renna se detuviera. Reflexionó un momento.
—Bueno… tanto más motivo para seguir estudiando el tema, entonces. ¿Estás segura de que no…?
Maia sacudió la cabeza firmemente. Él suspiró.
—En ese caso, será mejor que me ponga a trabajar para tener preparado un plan de juego para esta tarde. —Se levantó—. ¿Hablaremos luego?
—Mm —replicó ella, indiferente, encontrando un modo de mantener ocupados ojos y manos plegando los brazos de su sextante con meticuloso cuidado mientras él se marchaba con una alegre despedida. Maia se sentía irritada y confusa, tanto por la obstinación de Renna por continuar jugando el estúpido juego como por la forma en que se había tomado tan bien su negativa.
.Supongo que debería estar agradecida por tener un amigo. Suspiró.
.Nadie va a considerarme jamás indispensable, eso está claro
.
Resultó que él la necesitaba aún menos de lo que ella había supuesto. Cuando llamaron para el almuerzo y Maia llevó a Renna su plato, como de costumbre, se lo encontró sentado cerca de la popa con el tablero electrónico de Vida en el regazo, rodeado por un puñado de jóvenes rads extremadamente atentas.
—Veamos —explicaba, haciendo gestos desde una esquina del tablero a la otra—. Si queréis crear una ecología simulada capaz de resistir una invasión del exterior
.mientras
persiste de forma auto-sostenida, tenéis que aseguraros de que todos los elementos interactúan de forma que… ¡Ah, Maia! —Renna alzó la cabeza con evidente placer—. Me alegra que cambiaras de opinión. He tenido una idea. Podrás decirme si estoy siendo un idiota. .
.No me tientes, pensó ella en un arrebato de celos. Lo cual era una tontería, por supuesto. Renna parecía en las nubes, demasiado embelesado en su entusiasmo por los conceptos para darse cuenta de que aquellas vars no revoloteaban a su alrededor por amor a las abstracciones.
—Te he traído la especialidad del chef —dijo, intentando mantener un tono ligero—. Naturalmente, si alguien más tiene hambre…
Las otras mujeres la fulminaron con la mirada. Por un acuerdo tácito, dos de ellas se levantaron para traer la comida, dejando así a Renna bajo la custodia de las demás.
.Mira que son idiotas, pensó Maia, al ver que otros grupos de mujeres seguían a cualquier oficial que bajara del sacrosanto alcázar. Todo aquello era el resultado de la nevada de gloria de aquella mañana. No creía que ninguna de las vars quisiera quedarse embarazada allí y en aquel momento. No sin tener un nicho y dinero suficiente para criar a una hija con seguridad. Maia había visto a mujeres poniéndose trozos de hoja de ovop en las mejillas para prevenir la concepción.
Sin embargo, aunque el placer fuera su único objetivo, sus esperanzas estaban condenadas. Los grandes clanes gastaban fortunas entreteniendo a los hombres en invierno, para ponerlos de humor. Sin incentivos, la mayoría de los marineros del
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elegirían antes sus tallas y sus juegos que proporcionar esforzados servicios gratuitamente.
.Bueno… he visto excepciones
, admitió Maia. Pero la droga de Tizbe Beller era sin duda demasiado cara para que las vars pudieran permitírsela, aunque tuvieran los contactos adecuados.
—Continúa —instó a Renna una de las jóvenes. Era la rubia delgada que Maia había oído antes, y que ahora se apoyaba en el hombro del Visitante para mirar el tablero de juego, esperando alejar su atención de la recién llegada—. Estabas hablando de ecología —dijo la rad en voz baja—. Explica otra vez qué tiene eso que ver con las pautas de puntos.
.Se está haciendo la tonta a propósito. Maia vio cómo Renna se agitaba, incómodo.
.Y le va a salir el tiro por la culata
.