Levántate cuando te venga en gana.
—¡Eia! —gritó Maia, apartando las mantas y saltando a la cubierta de madera. Demasiado rápidamente. Sintió un arrebato de aturdimiento, pero se negó a dejar que se notara—. ¿Alguien tiene algo de ropa para prestarme?
Será la primera deuda que salde trabajando.
—No le debes nada a nadie —dijo Kiel desde el pie de la cama—. Compensaremos lo que había en el paquete que te dejamos en el hotel. Ropa y algún dinero. Es tuyo, libre y claro.
—No quiero vuestra caridad —replicó Maia.
De pie al otro lado del pequeño camarote, junto a la puerta, Thalla frunció el ceño tristemente.
—No te enfades, Maia. Nosotras sólo…
—¿Quién está enfadada? —interrumpió Maia, cerrando un puño—. Comprendo por qué lo hicisteis. Tenéis grandes planes de carácter político para Renna, y supusisteis que yo me interpondría. Aunque soy una var como vosotras.
Thalla y Kiel parecían dolidas, y aliviadas de que Renna se hubiera marchado mientras duraba el examen médico.
—Nos dedicamos a asuntos peligrosos —intentó explicar Kiel.
—¿Demasiado peligrosos para mí, pero adecuados para Renna? .
—Probablemente es mucho más seguro para él venir con nosotras que permitir que lo entreguemos a la SEP en Grange Head. Hay…
.facciones
en Caria City. Facciones que no tienen planes agradables para un Exterior.
Maia encontró eso plausible.
—Y las rads no tenéis planes, ¿no?
—Claro que sí. Queremos crear un mundo mejor. Pero los objetivos del peripatético no son incompatibles con nuestra…
El médico cerró su maletín con un fuerte chasquido. Sin duda había aprendido su mirada autoritaria en el Escolarium de Salud.
—Discúlpenme por interrumpirlas, señoras, ¿pero han dicho algo de darle a esta pobre muchacha un poco de ropa?
La medicina era un raro oficio de educación superior en el que el sexo apenas importaba. Algunos doctores excelentes eran hombres, que rara vez dejaban que los innatos cambios de humor de su sexo interfirieran con su profesionalidad. Thalla asintió rápidamente, convertida de inmediato en una var atenta y complaciente.
—Sí, doctor. Ahora mismo la traigo.
Se volvió desde la puerta.
—¡Mientras tanto, no vayas a correr desnuda por cubierta, Maia! ¡No es una buena costumbre en las grandes ciudades a las que nos dirigimos! —Se rió de su propio ingenio y se marchó. Maia alcanzó a ver brevemente a Renna caminando de un lado a otro. Pareció aliviado cuando Thalla le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba mientras cerraba la puerta.
—La joven está desnutrida —continuó diciendo el médico a Kiel, mientras observaba a Maia por encima de los bordes de sus gafas. Maia se cruzó de brazos y alzó la mandíbula mientras él desaprobaba su delgadez—. Le diré al cocinero que te dé ración doble durante una semana. Asegúrese de que se lo come todo.
—Sí, doctor —asintió Kiel, obediente. Esperó a que el hombre se marchara antes de imitar su dura expresión, con las cejas fruncidas y los labios arrugados.
En otras circunstancias, Maia habría encontrado hilarante la parodia. Ahora consiguió permanecer sombría y dirigir a la oscura var lo que esperaba que fuera una mirada feroz.
Kiel respondió encogiéndose de hombros.
—Muy bien. Vuelve a acostarte. Contestaré a tus preguntas.
Maia decidió que el tono maternal era condescendiente. Permaneció de pie y alzó un dedo.
—Primero, ¿qué planeáis hacer con él?
—¿Con quién, con Renna? Bueno, no mucho. Hay algunos aspectos tecnológicos sobre los que queremos preguntarle. Puede que no conozca las respuestas en detalle, pero podrá darnos una idea general de lo que es posible y lo que no. Las soluciones tal vez se encuentren en el ordenador de su nave.
—¿Negociar? ¿Sobre qué?
—Sobre cómo devolverlo a la Casa de Invitados del Estado sin que sufra un accidente por el camino, y sobre cómo llevarlo a salvo a su nave desde allí. Realmente no estará fuera de peligro hasta entonces.
—Peligro —repitió Maia, frotándose los hombros—. ¿Por parte de quién?
—Por parte de gente que se ha convencido a sí misma de que puede impedir lo inevitable. Que piensa que el contacto significaría el fin del mundo. Que lo combatiría matando al mensajero.
Maia ya lo había supuesto. Con todo, fue aterrador oír que alguien lo confirmaba.
—Oh, no es todo el Gobierno —continuó Kiel—. Yo diría que la mayoría de las sabias, y bastantes miembros del Consejo, son conscientes de que se avecina un cambio. Discuten sobre las formas de refrenarlo cuanto sea posible…
—Y vosotras no queréis que se frene —supuso Maia.
Kiel asintió.
—¡Nosotras queremos acelerarlo! Montones de nosotras no estamos dispuestas a esperar dos o tres generaciones hasta que llegue la próxima astronave, y entonces sufrir más retrasos, y más. El antiguo orden está acabado. Ya es hora de darle la vuelta.
—Así que Renna es un artículo de comercio.
Kiel frunció el ceño.
—Si lo quieres expresar así… A corto plazo. A la larga, nuestros objetivos son compatibles. Si tiene un par de quejas legítimas sobre nuestros métodos, ¿puede decir honradamente que no se encuentra entre amigas? Lo queremos vivo y que cumpla su misión. Lo demás son sólo detalles.
Contra sus propios deseos, Maia advirtió que creía a Kiel.
.¿Soy demasiado cándida? ¿Por qué le presto ni siquiera atención, después de lo que ha intentado hacerme?
—Podríais ayudarle a llamar a su astronave, para que venga y lo recoja.
A Maia no le gustó la sonrisa indulgente de Kiel, como si la sugerencia fuera una ingenuidad.
—La nave sólo tiene una lanzadera para aterrizar. Además, sólo puede ser enviada de vuelta al espacio desde las instalaciones de Caria.
—¡Qué conveniente! —Maia se sentó en el borde de la cama—. Así que Renna está atrapado aquí abajo, donde casualmente os es útil contra vuestras enemigas.
Kiel aceptó el razonamiento asintiendo con la cabeza.
—Ya conociste a algunas en Valle Largo. Clanes antiguos y poderosos, que se agarran a su estático orden social no compitiendo en el mercado abierto, como marca la lógica de Lysos, sino intrigando, suprimiendo todo lo que pueda provocar un cambio.
—Ya me he dado cuenta de eso —rezongó Maia, incómoda.
Kiel arqueó las cejas.
—¿Te has dado cuenta también de por qué las Perkinitas no eliminaron a nuestro visitante de las estrellas en cuanto le pusieron las manos encima? Planean exprimirlo, sacarle todos los datos, igual que se saca el jugo de un marinero drogado.
—¿Y qué ? Vosotras también queréis información.
—Pero con objetivos diferentes.
.Ellas
quieren aprender a derribar astronaves de homínidos —Maia abrió la boca; Kiel continuó sin pausa—, y muchas cosas más. Piensan que Renna puede resolver problemas con los que chocó incluso Lysos: cómo provocar embarazos clónicos sin ningún tipo de esperma.
—Pero… —tartamudeó Maia—. La placenta…
—Sí, lo sé. Hechos básicos de la vida que nos enseñan siendo bebés. Necesitas esperma para disparar el desarrollo de la placenta, aunque todos los cromosomas del huevo procedan de la madre. Es la base de todo nuestro sistema. Tuvieron que preparar las cosas para que cada verano se produjeran unos cuantos embarazos «normale»., inducidos sexualmente, para poder obtener niños que impregnen a la siguiente generación. Las vars como tú y yo somos simples efectos colaterales, virgie.
Maia sacudió la cabeza. Kiel estaba simplificando al máximo el tema, especialmente en lo referido a las motivaciones de Lysos y sus colaboradoras. De cualquier forma, si los grandes clanes descubrían alguna vez cómo reproducirse a voluntad, sin contar siquiera con la breve participación de los machos, la droga del celo de Tizbe Beller parecería un vaso de té caliente en comparación.
—¿Mencionó Renna algo de todo esto cuando estuvo en Caria?
—Lo hizo. El grandullón simplemente no comprende que hay algunas cosas que la gente no debería saber.
Maia estuvo de acuerdo en ese punto. A veces, Renna parecía demasiado inocente para vivir.
—Ya ves a qué nos enfrentamos —concluyó Kiel, cerrando el puño. Su oscura tez se ruborizó—. ¡Cierto, las rads también proponemos grandes cambios, pero en la dirección opuesta! Reconduciremos Stratos hacia un modo de vida más normal para una especie humana… hacia un mundo adecuado para personas, no para colmenas de polo a polo.
—¿Nos llevaréis de vuelta a cuando los hombres eran… el
.cincuenta
por ciento?
La risa rompió el ceño fruncido de Kiel.
—¡Oh, no estamos tan locas! Por ahora, nuestro objetivo a corto plazo es solamente descongelar el proceso político. Poner en marcha algunos debates. Poner más que unas pocas representantes veraniegas testimoniales en el Alto Consejo. ¿No te parece que merece la pena apoyar eso, pienses lo que pienses de nuestros sueños a largo plazo?
—Bueno…
—Maia, me encantaría poder decir a las demás que estás con nosotras.
Kiel intentaba mirarla a los ojos. Maia prefirió esquivarla. Tras una pausa que duró un buen rato, hizo un rápido gesto de asentimiento a medias con la cabeza.
—Todavía no. Pero… escucharé el resto.
—No podemos pedir más. —Kiel le palmeó el hombro—. Con el tiempo, espero que puedas perdonarnos por haberte subestimado estúpidamente. Ésa será la última vez, te lo prometo.
Kiel era sibilina, pero la oferta parecía sincera. Maia respondió a regañadientes.
—Aceptable —dijo en voz baja. Era irritante saber que Kiel podía leer en ella como en un libro abierto.
Piezas de juego yacían dispersas por toda la escotilla de la bodega de carga: pequeñas losas blancas y negras con sensores como bigotes de gato asomando de sus lados y esquinas.
Al principio, Maia se maravilló de la meticulosa precisión con que estaba construida cada pieza. Pero, después de pasar toda la mañana dando cuerda uno tras otro a todos los mecanismos, contemplarlas perdió parte del romanticismo. Por fortuna, los eficientes aparatitos sólo necesitaban unas cuantas vueltas de llave. Sin embargo, Renna y Maia apenas habían terminado de preparar la mitad de las mil seiscientas piezas del juego cuando llamaron para almorzar.
.¿Cómo sigo dejándome convencer para meterme en cosas raras como ésta?, se preguntó Maia mientras se incorporaba y estiraba sus brazos doloridos.
.Por la noche estaré hecha un desastre
. Con todo, era mejor que pelar patatas o las otras tareas «ligera». que le habían asignado desde que la dejaron levantarse. Y la perspectiva de su primera partida en regla de Vida la tenía intrigada, incluso excitada.
Maia supervisó diligente la comida de Renna, asegurándose de que procedía de la olla común y de que los utensilios estaban limpios. Ciertamente, nadie esperaba un intento de asesinato allí, en la Madre Océano. Era más probable que alguien de la tripulación intentara drogarlo sólo para acallar el interminable diluvio de preguntas del alienígena. Siempre era fácil encontrar a Renna a bordo. Sólo había que buscar una perturbación en la rutina de los marinos. En el alcázar, por ejemplo, donde el capitán Poulandres y sus oficiales se quedaban con una expresión preocupada después de largas sesiones de amistoso interrogatorio. O agarrado precariamente en lo alto de las jarcias, mirando a los marineros por encima del hombro mientras trabajaban, inquietando a su pareja de protectoras, Thalla y Kiel, que observaban ansiosamente desde abajo.
Cuando Renna mencionó su curiosidad sobre cómo se jugaba en el mar al Juego de la Vida, Poulandres aprovechó la oportunidad para desviar la atención del extraño pasajero. Esa tarde tendría lugar una partida de desafío. Renna y Maia contra el grumete mayor y el pinche de cocina.
.Eh, pensó Maia en aquel momento,
.¿me ha oído alguien ofrecerme voluntaria?
No es que le importara realmente, aunque las muñecas le dolían por los interminables y repetitivos giros para dar cuerda a las piezas. Un fresco viento del este llenó los generadores del
.Manitú
e hinchó sus velas, haciendo que los mástiles crujieran suavemente bajo la tensión. También llenó los pulmones de Maia de creciente esperanza.
.Tal vez las cosas salgan bien esta vez
.
Voy a ver el Continente del Aterrizaje.
Si Leie estuviera aquí, podríamos verlo juntas.
Al contrario que el viejo y chirriante
.Wotan
, éste era un navío veloz, construido para transportar cargas ligeras y pasajeros. Sus marineros eran miembros dignos y bien vestidos de una prestigiosa cofradía. Los grumetes, recién elegidos de sus clanes maternos, ejecutaban las órdenes con rapidez entusiasta. Maia encontró impresionante, a la vez que algo pomposo, el uniformado esplendor de los oficiales.
Tras, su estancia en Valle Largo, donde los hombres eran más escasos que los lúgars, le parecía extraño vivir con tantos a su alrededor. Su experiencia con la droga Beller minaba su confianza en la segura promesa de docilidad masculina que traería el invierno.
.¿Cómo era antes de Lysos?
, se preguntó.
.No se sabía qué hombres eran peligrosos, ni cuándo
.
Observaba disimuladamente a los marineros, comparándolos con Renna, el alienígena. Incluso las cosas obvias eran sorprendentes. Por ejemplo, sus ojos eran de un tono castaño oscuro rara vez visto en Stratos, y los tenía anormalmente separados. Y su larga nariz le daba el aspecto de un pájaro siempre curioso. Leves diferencias, en realidad.
.Pero si Renna no es del espacio exterior, es de un sitio igualmente extraño
, pensó Maia.
Otras diferencias eran más profundas. Renna estaba siempre
.mirando
. Su agudeza visual era buena; simplemente ansiaba más luz, como si el día en Stratos fuera más oscuro de lo habitual para él. Compensaba eso con una sorprendente sensibilidad al sonido. Maia sabía que podía escuchar los chistes que la gente hacía sobre él.
Nadie se burlaba de su barba, ahora lustrosa, rizada y oscura. Una barba de verano que pocos hombres de Stratos podían igualar en esta época del año. Pero no faltaban las burlas en lo concerniente a su dieta. La comida normal del barco estaba bien: sopa de grano y legumbres, complementadas con guiso de pescado. Pero él rehusó amablemente la carne roja del frigorífico del barco, alegando «alergia a las proteína»., y no quería beber agua del mar bajo ningún concepto. El cocinero, gruñendo por los «remilgados niñatos de tierr»., abrió una vasija de agua fresca sólo para él. Kiel se encogió de hombros y la pagó.