Al ser extranjero, tal vez Renna no conocía las reglas de la modestia que se enseñaban a los muchachos a corta edad, reglas que se seguían sobre todo cuando había caído la gloria. El atractivo, en los momentos equivocados, puede ser una molestia.
—No he visto ningún muro —respondió ella, ausente—. ¿Quieres decir que vivió gente cerca de aquí?
—Mm. Por la erosión, yo diría que hace unos quinientos años.
Maia se quedó boquiabierta.
—Pero yo creía…
—Creías que este valle se colonizó hace sólo un siglo o cosa así, lo sé. Y el planeta sólo unos cuantos centenares de años antes.
Renna se tendió sobre la silla que utilizaba como almohada, y suspiró. Al parecer el frío no le preocupaba.
Cogió el gastado ladrillo y lo volvió. Los músculos de sus brazos y su pecho se anudaban y retorcían. Ahora que Maia se había acostumbrado, su aroma masculino no le parecía tan fuerte como el de los marineros del
.Wotan
. ¿O es que el invierno la estaba afectando a ella también?
—Um —dijo, intentando seguir el hilo de la conversación—. ¿Quieres decir que me equivoco al respecto?
Él sonrió con una luz de afecto en los ojos y Maia sintió un ligero escalofrío.
—No es culpa tuya. Las sabias manipularon a propósito las historias a las que se tiene acceso fuera de Caria City. No mintiendo exactamente, sino provocando impresiones equivocadas y dando a entender que la precisión de las fechas no importa. Es cierto que Valle Largo fue colonizado hace un siglo, por antepasadas pioneras de los clanes Perkinitas que hoy viven aquí. Casi nadie había vivido en este lugar desde hacía mucho tiempo; pero varios centenares de años antes, esta llanura albergaba una gran población. Calculo que oleadas de colonización y emigración deben de haber cruzado esta zona al menos cinco o seis veces…
Maia agitó una mano ante su cara.
—Espera. ¡Espera un momento! —Su voz fue algo más que un susurro, y se detuvo para bajar el tono—. ¿Qué estas diciendo? ¿Que las humanas llevan en Stratos… un millar de años?
Renna siguió sonriendo, pero frunció el ceño como cada vez que tenía algo serio que decir.
—Maia, por lo que he podido determinar tras hablar con vuestras sabias, Lysos y sus colaboradoras plantaron vida homínida en este mundo hace más de
.tres
mil años. Eso no se contradice con su fecha de partida de Florentina, aunque depende en gran parte del medio de transporte que emplearan.
Maia sólo pudo parpadear, como si el hombre acabara de decirle sin más que la especie femenina descendía de las salamandras.
—Pretendieron que su diseño durara —dijo él, mirando el cielo—. Y tengo que reconocer que lo lograron.
Hicieron un trabajo impresionante.
Con eso, Renna soltó el viejo ladrillo y abrió su manta para acurrucarse dentro.
—Que duermas bien, Maia.
—Que duermas bien —respondió ella, automáticamente, y se tendió con los ojos cerrados, pero pasó un rato antes de que sus pensamientos se apaciguaran. Cuando por fin se quedó dormida, Maia soñó con formas enigmáticas, talladas en antigua piedra. Bloques y formas alargadas que se movían y cambiaban como serpientes enroscadas en un muro de misterios.
Maia se había preguntado si, ahora que estaban al descubierto, la huida cambiaría de ritmo. ¿Se escondería el grupo durante el día, manteniéndose fuera de la vista hasta el anochecer? Tras la escapada, agitada y casi continua, no le importaba el resto.
Ése, al parecer, no era el plan. El sol estaba aún bajo cuando Baltha la despertó.
—Vamos, virgie. Tómate el té y los bizcochos. Nos iremos en un dos por tres.
Thalla ya estaba atendiendo la hoguera recién avivada mientras Kiel se encargaba de preparar los caballos.
Tras incorporarse y frotarse los ojos, Maia buscó a Renna y lo encontró por fin corriente abajo, sentado en un semicírculo de objetos. Cuando se acercó, Maia reconoció el ladrillo de la noche anterior, y varias piezas dobladas de aluminio (una bisagra y lo que debía haber sido un gran tornillo), así como varios utensilios imposibles de identificar. El hombre tenía el Juego de la Vida sobre su regazo. Tras examinar cada una de las muestras durante un rato, usaba un punzón para escribir una cadena de puntos sobre el ancho tablero, y luego pulsaba un botón para que la pauta desapareciera. Ella supuso que la almacenaba en la memoria.
—¡Hola! —saludó alegremente cuando la vio acercarse con dos tazas de té—. ¿Una de ésas es para mí?
—Sí. Toma. ¿Qué estás haciendo?
Renna se encogió de hombros.
—Mi trabajo. Encontré un modo de utilizar este tablero como si fuera una especie de cuaderno de notas, para almacenar observaciones. Es rudimentario, pero resulta mejor que nada.
—Tu trabajo —musitó ella—. No te lo he preguntado nunca. ¿Cuál es tu trabajo?
—Soy lo que llaman un peripatético, Maia. Eso significa que voy de un mundo homínido a otro, negociando el Gran Acuerdo. Parece una gran cosa. Pero en realidad sólo me mantiene ocupado. Mi verdadero trabajo es… bueno, seguir moviéndome y permanecer con vida.
Maia pensó que comprendía un poco lo que él acababa de decir.
—Se parece mucho a mi trabajo. Moverme. Permanecer con vida.
El hombre que había sido su compañero de prisión se rió de buena gana.
—Dicho así, me parece que es igual para todo el mundo. No hay otro juego.
Maia recordó la noche anterior, la forma en que el viento traía su aroma mientras dormía inquieta, hasta que despertó una vez y descubrió que estaba empleando su pecho como almohada, y que él dormía con una mano sobre sus hombros. Esta mañana, parecía una persona distinta. De algún modo, había encontrado un medio de lavarse. Se había arreglado la barba de varios días, cortando acá y allá, hasta convertirla en el principio de una barba hermosa. Ahora mismo, Maia podía olerse más a sí misma que a él.
Mientras se colocaba a favor del viento, preguntó:
—¿Entonces no has venido a invadirnos?
Lo dijo como un chiste, para burlarse de los rumores esparcidos por la histeria desde que su nave había aparecido en el cielo, hacía un año largo. Pero Renna sonrió débilmente.
—En cierto modo, exactamente a eso he venido… a prepararos para una invasión.
Maia tragó saliva. No era la respuesta que esperaba.
—Pero tú…
No llegó a terminar la frase. Thalla, que conducía un par de caballos, los llamó.
—¡Moved el culo, vosotros dos! ¡El día se nos va, así que en marcha!
—¡Sí, señora! —replicó Renna con un saludo amistoso y sólo levemente burlesco. Dejó sus muestras arqueológicas donde estaban y se levantó, plegando el tablero. Maia corrió a atar su manta a la silla de montar, y miró hacia atrás para ver a Renna comprobar la cincha de su caballo.
.Me pregunto qué quería decir con ese comentario. ¿Puede ser que el Enemigo vaya a regresar? ¿Ha venido de las estrellas para advertirnos?
Mientras Maia miraba al hombre, Kiel se cruzó entre ellos y, sin miramientos, con tranquilidad, extendió la mano para pellizcarlo al pasar.
—¡Eh! —gritó Renna, enderezándose y frotándose el trasero, pero claramente más sorprendido que ofendido. De hecho, su sonrisa de pesar traicionaba un atisbo de diversión, lo que hizo que Kiel se echara a reír.
.Lysos, qué acoso más desvergonzado, gruñó Maia para sí. La irritación hizo que olvidara su anterior cadena de pensamientos. Molesta sin saber por qué, después de eso ignoró las miradas del hombre y cabalgó delante con Baltha durante la mayor parte de la tarde. Su molestia sólo aumentó cuando Renna se desvió varias veces con Thalla y Kiel para mostrarles las ruinas que divisaba y explicar qué estructura debía de haber sido una casa y cuál un taller. Las dos mujeres eran embarazosamente efusivas en sus demostraciones de interés. Baltha hizo una mueca.
—Estúpidas rads —murmuró—. Armar un alboroto como ése para hablar con un hombre cuando no las va a llevar a ninguna parte. Como si esas dos pudieran manejar una potenciación si ahora consiguieran una.
—¿No creerás que están intentando…?
—No. Sólo coquetean, probablemente. No tiene ningún sentido. Ya conoces el refrán:
Nicho y Casa son lo primero que cuenta,
luego hermanas y aliadas, que hablan la misma lengua,
sólo entonces y por último, un hombre que te atienda.
—Para mí sigue teniendo sentido —concluyó.
—Mm —respondió Maia—. ¿Qué es una… rad?
Baltha la miró de reojo.
—Eres bastante inocente, ¿no, virgie? ¿Es que no sabes nada de nada?
Maia notó que se ponía colorada.
.Sé lo que llevas oculto en la mochila
, pensó en decir, pero se abstuvo.
—Rads viene de «radicale».: un grupo de jóvenes vars de ciudad con exceso de educación e ideas absurdas sobre cambiar el mundo. Piensan que son todas más listas que Lysos. Idiotas.
Maia recordó entonces la pequeña radio de la cabaña de la Casa Lerner. En la emisora clandestina utilizaban el término para referirse a las mujeres que defendían volver a plantearse la sociedad de Stratos desde cero. En muchos aspectos, las rads se oponían a las Perkinitas, y luchaban por dar poder a la clase var mediante la reforma de todas las reglas, ya fuesen políticas o biológicas.
—Estás hablando de mis amigas —le dijo a Baltha, en lo que esperaba que fuera un tono severo.
Baltha respondió con una mueca sarcástica.
—¿De verdad? Pues es toda una idea. Tus
.amigas
. Gracias por informarme.
Se echó a reír, haciendo que Maia se sintiera como una tonta sin saber por qué. Se volvió hacia el frente, ignorando a la otra mujer, y cabalgaron algunos minutos en silencio. Sin embargo, la curiosidad acabó por ser más fuerte en ella que el resentimiento. Maia se volvió y formuló la pregunta en un tono cuidadosamente neutral.
—Entonces, por lo que dices, supongo que tú no quieres cambiar el mundo.
—No del todo. Sólo sacudirlo un poquito. Derribar algunos árboles muertos para hacer sitio en el bosque, como si dijéramos. Que entre luz suficiente para un árbol nuevo o dos.
—Y contigo como raíz fundadora, supongo.
—¿Por qué no? ¿No te parezco una madre Fundadora? ¿No imaginas esta cara en un cuadro bien grandote, colgando algún día sobre la chimenea de algún bonito salón? —Alzó la cabeza, con la barbilla hacia fuera.
El problema era que Maia sí podía imaginárselo. Las madres Fundadoras debían de haber sido unas piratas tan duras y despiadadas como aquella var.
—Muy bien. Digamos que despejas un claro y pones tu propia semilla allí. Digamos que tu árbol familiar crece hasta convertirse en un gigante en el bosque, con cientos de ramas clónicas extendiéndose en todas direcciones.
¿Cuál será la política de tu clan hacia los nuevos retoños que intenten echar raíces cerca algún día?
—¿Política? Muy simple… —Baltha se echó a reír—. ¡Extender nuestras ramas y cortarles la luz!
—¿No se merecen también las demás un lugar bajo el sol?
Baltha miró a Maia, como sorprendida por tanta ingenuidad.
—Que luchen por ello, como yo lucho ahora mismo. Es el único modo justo. Lysos fue sabia —pronunció la última frase con solemnidad, y dibujó el signo del círculo sobre su pecho. Maia reconoció una mirada de auténtica religiosidad en los ojos de la otra mujer. Una versión e interpretación que convenientemente justificaban lo que ya había sido decidido.
Tras eso se produjo un largo silencio. Siguieron cabalgando y la tarde se desdibujó. Baltha consultó la brújula, corrigiendo su rumbo suroeste varias veces. De vez en cuando, se alzaba sobre los estribos y estudiaba el horizonte con su telescopio, buscando signos de persecución, pero sólo matorrales retorcidos de ramas retorcidas rompían la monotonía, recordando a Maia las mujeres legendarias que quedaron petrificadas tras encontrar al Hombre Medusa.
Cuando el grupo de fugitivos se detuvo, fue sólo para estirar las piernas y comer de pie. No hubo más chistes sobre la acomodación de Renna a su silla. A aquellas alturas, todos estaban doloridos. Anocheció y Maia esperó la señal para acampar, pero al parecer la idea era seguir cabalgando.
.Nadie me dice nada
, pensó con un suspiro.
Al menos Renna parecía tan cansado e ignorante como ella misma.
Dos horas después de la caída de la noche, cuando la diminuta y plateada Aglaia se alzaba en la constelación de la Cuchara, Baltha se detuvo de pronto, indicando silencio. Escrutó la oscuridad, luego se llevó las manos a la boca y emitió una suave llamada de pájaro.
Pasaron unos segundos.
En la oscuridad aulló una respuesta, luego siguieron una pausa y otro aullido. Una chispa destelló, seguida por la luz de una linterna que apenas revelaba una forma gruesa, como una loma redonda, a varios cientos de metros por delante. El objeto parecía plano por un extremo, bulboso por el otro. Siseando suavemente, se alzaba donde un par de líneas rectas se cruzaban desde el lejano horizonte. La forma oscura se aclaró, y Maia reconoció bruscamente una pequeña máquina de mantenimiento para el ferrocarril solar, en una vía muerta, rodeada de caballos atados y mujeres que murmuraban.
Hubo gritos de alegre reunión mientras Baltha cabalgaba para saludar a sus amigas. Thalla y Kiel abrazaron a Kau. Renna desmontó y sujetó las bridas de Maia mientras ésta desmontaba, agotada. Tras rodear con sus bestias la oscura máquina, entregaron las riendas a una gruesa mujer que vestía las ropas del Clan Musseli. Otra Musseli dio a Renna un paquete doblado que resultó ser un uniforme de una de las cofradías ferroviarias masculinas.
De modo que las Musseli no estaban conchabadas con los clanes granjeros Perkinitas. No era extraño, dada su estrecha relación con los hombres de las cofradías, algunos de los cuales eran sus propios hermanos e hijos.
.Lástima que nunca tuviera la oportunidad de ver cómo es la vida en un clan como ése. Debe de ser curioso conocer tan bien a algunos hombres.
Al parecer, el grupo iba a intentar transportar a Renna de manera rápida, en un veloz trayecto en tren. Sin vagones que la frenaran, la máquina podría llegar a Grange Head al mediodía del día siguiente, suponiendo que ningún bloqueo de vías o grupo de búsqueda le cortara el paso. Thalla, Kiel y las demás podrían estar cobrando su recompensa a la hora de la cena. Maia calculó que incluso proporcionarían una buena comida y el alojamiento de una noche a su mascota virgen, antes de perderla de vista.