—Maia. Estoy aquí.
Se había vuelto y había dado varios pasos por el oscuro corredor cuando las palabras la detuvieron en seco.
Maia giró, y miró más allá de Thalla y Kiel, que sonreían divertidas. El hombre avanzó hacia ella, con una suave expresión de ironía en el rostro. Alzó los ojos y se encogió de hombros con un gesto y una expresión que ella reconoció bruscamente. Abrió la boca.
—Tendría que haberte dicho algo —dijo él, con una voz extrañamente cargada de acento—. Se me olvidó que aquí los hombres son distintos. Que asumirías de modo natural que yo era una mujer a menos que te dijera lo contrario. Siento haberte sorprendido…
Maia parpadeó. En su asombro, apenas podía hablar.
—Tú eres… un hombre.
Renna asintió.
—Así es como me he visto siempre. Aunque aquí en…
—¡Vamos! —susurró Kiel—. ¡Lo explicarás más tarde!
Maia no quiso moverse.
—¿De qué estáis hablando? —exigió—. ¿Cómo habéis podido…?
Renna cogió una de las manos de Maia.
—La verdad es que, para vuestros baremos, probablemente ni siquiera soy humano. Puede que hayas oído hablar de mí. En Caria City me llaman el Visitante. O el Exterior.
Una nube continuó su camino, o una luna eligió ese momento para proyectar de pronto su pálida luz sobre aquel rostro y realzar las extrañas proporciones del mismo. No eran tan marcadas como para hacer que te volvieras por la calle si lo hubieras visto sentado en un café del muelle. Con todo, cuando se miraba con atención, su efecto era sorprendente: una mandíbula y una frente que parecían de algún modo de otro mundo. Una nariz con otra forma, para respirar un aire distinto. Una postura que indicaba que había aprendido a andar en otro planeta.
Maia se estremeció.
—¡Ahora o nunca! —los instó Thalla, tirando de ambos mientras Kiel se adelantaba, acechando posibles peligros en las sombras. Maia tropezó al principio, pero pronto cogieron el ritmo y corrieron entre salones vacíos y fantasmales, unidos por la necesidad de dejar aquel lugar de silencios.
.Muy bien
, comprendió Maia.
.Las explicaciones pueden esperar
. Por el momento, dejó que una creciente sensación de júbilo anulara el resto de sus emociones. ¡Lo único que importaba ahora era el sabor de la libertad!
Más tarde. Más tarde podría preocuparse por todo aquel enigma, por el hecho de que su primer amor adulto hubiera resultado ser un alienígena venido de las estrellas.
Cuaderno de Bitácora del Peripatético
Misión Stratos
Llegada + 40.957 Ms
Las Fundadoras de esta colonia eligieron un lugar excelente para ocultar su utopía. Escondido en parte por un cúmulo nebular, orbitando en un extraño sistema multiestelar en el cual la mayoría de los exploradores no se molestarían en buscar mundos habitables… Stratos debió de haberles parecido ideal para aislar a sus descendientes de las luchas y tumultos que se producen en cualquier otro lugar de la galaxia.
Sin embargo, el Enemigo acabó por encontrarlas. Y ahora lo he hecho yo…
Es una prueba de su fiera independencia que nunca intentaran pedir ayuda cuando llegó la nave enemiga. La gente de Stratos simplemente combatió al Enemigo, y venció. Las colonizadoras tenían motivos para enorgullecerse. Sin ayuda directa del Phylum Homínido, contrarrestaron un ataque por sorpresa y aniquilaron a los invasores. Su victoria se ha convertido en materia de leyendas, alterando su estructura social incluso cuando parece validarla.
Sostienen que esto ratifica su secesión, obviando cualquier necesidad de alianza con sus primos lejanos.
Hasta ahora, en las conversaciones mantenidas de nave a tierra, me he abstenido de citar nuestros registros, que mencionan que esa nave enemiga era un cascarón destrozado, que huía tras la batalla de Taranis para lamerse las heridas o morir. Stratos no ha probado nunca el terror completo que acecha en las estrellas. Aunque lo ignora, se ha beneficiado de la protección del Phylum. Ninguna parte vive si no es en contacto con las demás.
Me temo que este concepto no será fácil de impartir. Algunas de estas radicales Herlandistas parecen encontrar mi llegada aún más traumática que la tan lejana del Enemigo. Una afrenta a ignorar si es posible.
¿Qué temen sus líderes del contacto renovado con su especie distante?
Las negociaciones para mi aterrizaje, tan largamente retrasado, han concluido por fin. Me aseguran que habrá instalaciones adecuadas para poner de nuevo mi aeroconcha en órbita cuando la visita haya terminado, así que no habrá necesidad de autominar un asteroide y construir una nave multipropósito.
Mañana descenderé para iniciar las conversaciones en persona.
Nunca había estado tan nervioso antes de una misión. Esta subespecie tiene mucho que ofrecer. Sus atrevidos experimentos pueden enriquecer a la humanidad. Es una lástima que la casualidad haya hecho que sea redescubierta por un peripatético varón.
Las posibilidades podrían haber sido mejores si yo fuera una mujer.
Maia se desorientó pronto por los oscuros pasadizos y escaleras. Kiel, que abría el camino, seguía avanzando y sobresaltándola cada vez que se detenía bruscamente para usar una pequeña linterna y consultar un mapa dibujado a mano.
—¿De dónde has sacado eso? —susurró Maia en una ocasión, señalando el tosco diagrama.
—Una amiga trabajó en los equipos de construcción. Ahora cállate.
Maia no se ofendió. Unas cuantas palabras tensas no eran nada comparado con lo que Kiel y Thalla habían hecho. El corazón de Maia se sentía pleno porque sus amigas habían recorrido todo este camino, corriendo riesgos inenarrables, para rescatarla.
.Y a Renna, se recordó. Mientras recorrían los oscuros pasadizos, intentó no mirar a la persona que acababa de ver por primera vez, y a la que antes había creído conocer tan bien. Una criatura del espacio exterior. Advirtiendo tal vez su incomodidad, Renna permaneció unos cuantos pasos por detrás. Maia se sentía molesta con él, y consigo misma, porque sus sentimientos fueran tan obvios.
—¿Está diciendo la verdad? —susurró a Thalla, mientras Kiel consultaba su mapa una vez más cerca de la unión de dos enormes dormitorios—. Sobre ser… ya sabes…
Thalla se encogió de hombros.
—Con los machos nunca se sabe. Siempre exageran con respecto a sus viajes. Tal vez éste haya ido más lejos que la mayoría.
Maia quiso creer en la indiferencia de Thalla.
—Podíais haber sospechado algo cuando detectasteis el mensaje de radio.
—¿Qué mensaje? —preguntó Thalla. Mientras Kiel volvía a indicarles que avanzaran, Maia sintió crecer su confusión. Siguió susurrando preguntas mientras caminaban.
—Si no recibisteis un mensaje, ¿cómo nos habéis encontrado?
—No resultó fácil, virgie. El día después de que te capturaran, tratamos de seguir la pista. Parecía que te llevaban hacia el este, pero entonces apareció un numeroso grupo de hermanas del Clan Keally y nos obligó a desviarnos. Para cuando terminamos de dar el rodeo, las huellas se habían enfriado. Resulta que se desviaron en Flake Rock, así que no se dirigían al este, después de todo.
Maia sacudió la cabeza. Había estado inconsciente o delirando durante la mayor parte del trayecto, así que no tenía ni idea de cuánto había durado el viaje. Thalla sonrió. La pálida cara de la mujer apenas era visible con el reflejo que la linterna de Kiel arrancaba de las paredes de piedra.
—Finalmente, vimos a esa criatura Beller, acompañada por una escolta. Kiel tuvo la corazonada de que podía dirigirse hacia este lugar abandonado. Reunimos a algunas amigas y conseguimos seguirla sin que nos viera. Y aquí estamos.
Thalla hacía que pareciera muy sencillo. De hecho, debía de haber supuesto un montón de sacrificios, por no mencionar los riesgos.
—¿Entonces no habéis venido sólo… por él? —Maia volvió la cabeza hacia atrás, indicando al hombre que cerraba la marcha. Thalla hizo una mueca.
—¿No es un hombre siempre un hombre? Pero las Perkies se volverán locas cuando vean que se ha escapado.
Motivo más que suficiente para llevárnoslo, al menos hasta la costa. Allí podrá reunirse con los de su especie.
En la oscuridad, Maia no podía leer los rasgos de Thalla. El tono de la mujer era tenso y tal vez no estuviera diciéndole toda la verdad. Pero el mensaje era suficiente.
—Habéis venido a por mí, después de todo.
Thalla extendió una mano mientras caminaban, y dio un apretón a Maia en el hombro.
—¿Para qué son las amigas-var? Nosotras contra un mundo sin Lysos, virgie.
Era como una línea del libro de aventuras que Maia había leído, en el que las mujeres del verano forjaban un mundo nuevo a partir de las ruinas de un ayer roto y destrozado. De repente, Kiel las interrumpió con un brusco siseo. Su guía apagó la luz y les indicó que se estuvieran quietos. En silencio, casi de puntillas, se reunieron con ella cerca de una intersección, allí donde su oscuro corredor desembocaba en otro, más brillantemente iluminado.
Kiel se asomó cuidadosamente a la izquierda, luego a la derecha, contuvo el aliento.
—¿Qué pasa? —preguntó el hombre desde detrás, con voz grave. Thalla le hizo un gesto cortante con la mano y él no añadió más. Inmóviles, pudieron oír leves sonidos: un chasquido, un rumor sordo, voces alzándose brevemente y luego convirtiéndose en un murmullo. Kiel movió las manos para indicar que había gente a la vista, a cierta distancia pasillo abajo.
.¿Y ahora qué?, se angustió Maia, con un nudo en la garganta. Quedaba claro que el mapa de Kiel era incompleto. ¿Ofrecería una ruta alternativa? ¿Había suficiente tiempo?
Para sorpresa de Maia, Kiel no les indicó que dieran media vuelta, sino que inspiró profundamente, se preparó, y ¡salió osadamente a la luz!
Maia sabía que era sólo la reacción de sus ojos adaptados a la oscuridad. Con todo, cuando Kiel entró en la leve iluminación del pasillo, le pareció como si por un instante se cubriera de llamas. ¿Cómo podía nadie no notar una presencia tan brillante?
Pero nadie lo hizo. La var cruzó suavemente la zona expuesta sin un sonido, y volvió a sumergirse en la oscuridad, al otro lado. No hubo cambios en el murmullo de la conversación. Thalla la siguió, tratando de imitar el fluido y silencioso paso de Kiel. El súbito reflejo de su piel clara pareció aún más deslumbrante e imposible de ignorar, y se prolongó dos larguísimos segundos. Luego, también ella llegó al otro lado.
Maia miró al hombre, Renna, que le sonrió y le tocó el codo, instándola a avanzar. Fue un gesto amistoso, una demostración de confianza, y Maia lo odió brevemente por eso. Apenas podía distinguir a las dos mujeres, figuras borrosas al otro lado de la iluminada intersección, esperándola. Se preparó, hinchando las aletas de la nariz, y dio un paso adelante.
El tiempo pareció proyectarse, los segundos convertidos en horas subjetivas. Los pies de Maia se movían por su cuenta, lejanos, obligándola a mirar hacia delante, hacia una brillante imagen de luz enclaustrada… de muebles rotos ardiendo en un hogar mientras unas siluetas bebían y se inclinaban para contemplar la caída de los dados sobre una mesa de madera. Sus grititos hicieron que a Maia se le pusiera la piel de gallina.
La escena era tan deslumbrante que se desorientó y se desvió del rumbo para chocar con una afilada esquina de la intersección. Thalla tuvo que tirar de ella el resto del camino. Maia se frotó la frente lastimada por la piedra, y parpadeó para volver a acostumbrar sus ojos a la oscuridad.
Alzó la cabeza rápidamente.
—¿Renna? —susurró, mirando a su alrededor.
—Estoy aquí, Maia —fue la suave respuesta.
Se volvió hacia la izquierda. El hombre estaba junto a Kiel, un poco más abajo en el pasillo. Maia no lo había oído ni visto cruzar. Avergonzada por su arrebato, miró hacia otro lado. Esta persona no era la mujer mayor y sabia que había imaginado. Aunque no había habido mentiras, se sentía sin embargo traicionada, si no por otra cosa, por su tendencia demasiado humana a hacer suposiciones.
.A menos que tenga relación con los barcos o la potenciación, siempre se supone que una persona es mujer hasta que te enteras de lo contrario. Supongo que eso no está demasiado bien.
Sin embargo… ¡tendría que habérmelo dicho!
Ahora Thalla y ella cubrían la retaguardia mientras Renna y Kiel avanzaban por delante. Por primera vez, Maia advirtió que el hombre llevaba una bolsita azul en el cinturón y algo mucho más grande atado a la espalda.
Un fino estuche de metal pulido.
.Un tablero del Juego de la Vida, comprendió.
.¡Oh, es un hombre, por supuesto!
.Fui una idiota al imaginar que era una noble sabia que había ideado cómo enviar mensajes inteligentes. No creo que esos trucos sean difíciles para un hombre que se ha pasado toda la vida practicando ese juego.
Ahora era bastante obvio. Pero atrapada en su celda, con sólo los chasquidos nocturnos por compañía, había atendido más a los deseos que a la razón. Qué extraño, experimentar una sensación de pérdida por alguien que se encontraba a sólo unos metros de distancia, vivo, sano, y por el momento libre. Sin embargo, la Renna que Maia había imaginado estaba muerta, igual que Leie. Este nuevo Renna era un sustituto no deseado.
¿Injusta? Maia lo sabía.
La VIDA es injusta. ¿Y qué? Busca a Lysos y demándala.
Minutos después, Kiel les condujo hasta una estrecha puerta, a la que llamó dos veces. El portal de madera se abrió, revelando a una fornida mujer rubia que sujetaba una palanca como arma. La puerta mostraba signos de haber sido forzada; tenía los goznes arrancados y había un candado roto en el suelo.
—¿Los tienes? —preguntó la guardiana de la puerta. Era alta, fuerte, rubia, de aspecto duro.
Kiel se limitó a asentir.
—Vamos —dijo Thalla, conduciéndolos hacia otro tramo corto de escaleras. Maia olió la noche incluso antes de que el viento helado le tocara la piel. Tenía una frescura que nunca había sentido desde la ventana abierta de su celda. Luego estuvieron fuera, bajo las estrellas.
Salieron por la puerta trasera a un amplio porche de piedra situado a un metro de altura sobre el nivel del suelo. Kiel se acercó al borde, se llevó los dedos a la boca, y silbó la llamada del pájaro gannen. Desde la oscuridad llegó una chirriante respuesta, como un eco, seguida del sonido de cascos de caballos. La rubia alta volvió a cerrar la puerta mientras cuatro mujeres llegaban cabalgando, cada una de ellas sujetando las riendas de una o dos monturas de refresco.