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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (40 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Variedades de turbulencias desconocidas en otros mundos reciclaban vapor de agua a través de flujos iónicos hasta que formaban un hielo adenoide. Ocasionalmente, los cristales llegaban al suelo antes del amanecer en suaves neblinas; esas neblinas eran la única manifestación del invierno, así como las deslumbrantes auroras de la Estrella Wengel lo eran del verano. Maia extendió la mano hacia la escarcha de gloria más cercana. La estática atrajo las brillantes pseudogemas a sus dedos, que notaron las cosquillas a pesar del entumecimiento de la mañana. Luces púrpuras y doradas chisporrotearon bajo innumerables facetas mientras las volvía hacia la luz. Un vapor de sublimación se alzó visiblemente desde los puntos de contacto.

En inviernos anteriores, cada vez que aparecía gloria en su alféizar, Maia y Leie solían reírse y trataban de inhalar o de saborear la fina nieve luminiscente. La primera vez la atrevida fue ella, no su hermana.

—Dicen que es sólo para las adultas —dijo Leie nerviosamente, repitiendo como un loro las lecciones de las madres. Naturalmente, eso sólo lo hacía más excitante.

Los efectos fueron decepcionantes. Aparte de una sensación burbujeante que hacía cosquillas en la nariz, las gemelas nunca notaron nada anormal o provocativo.

.Pero ahora soy mayor, reflexionó Maia, viendo cómo el calor de su cuerpo convertía el fino polvillo en vapor.

Había algo levemente distinto en el aroma aquella vez. Al menos, podía jurar…

Un sonido la hizo agacharse en busca de resguardo. Era un silbido grave. Un hombre (Renna, claro) se acercaba. Pronto pudo verlo, emergiendo de uno de los incontables afluentes que alimentaban el río durante la estación de las lluvias. También él llevaba una pala de campamento y un puñado de hojas takawq, lo que dejaba claro el motivo de su excursión.

.¿Por qué se ha alejado tanto del campamento, entonces?, se preguntó Maia.
.¿Tan tímido es?

¿Y por qué le está espiando Baltha?

Tal vez la alta var temía que el Exterior escapara e intentase contactar con las fuerzas de Caria City que habían visto la noche anterior. Si era así, Baltha debía de sentirse aliviada al ver a Renna pasar de largo silbando extrañas melodías, de regreso al campamento.
.No te preocupes, tu recompensa está a salvo
, pensó Maia, disponiéndose a marcharse sin ser vista. Tenía perfecto derecho a estar allí, pero no conseguiría nada enfrentándose a la otra mujer, o siendo capturada espiando ella también.

Pero para sorpresa de Maia, la alta rubia no se volvió para seguir a Renna colina abajo sino que, en cambio, en cuanto el hombre desapareció de la vista, Baltha cogió su caja y su pala y se acercó al lugar de donde venía Renna. Poseída por la curiosidad, Maia se arrastró hacia delante para usar el mismo macizo rocoso que había servido como parapeto a Baltha.

La fornida mujer se dirigió hacia un hueco situado unos veinte metros al este, justo sobre la línea del agua.

Entonces utilizó la pala para cavar en un montón de terreno recién removido y empezó a llenar la cajita.
.¿Qué demonios de caos atip está haciendo?
, se preguntó Maia.

—¡Eh, todo el mundo!

El grito, procedente del campamento, hizo que Maia casi se saliera de su piel.

—¡Baltha! ¡Maia! ¡El desayuno!

Era sólo Thalla, que llamaba alegremente desde el campamento. Otra madrugadora maldita de Lysos. Maia retrocedió antes de que Baltha pudiera verla. Acordándose de dar un amplio rodeo para evitar la madre rozadora, empezó a bajar por la erosionada pendiente.

La comida consistió en queso y bizcochos, calentados sobre rocas sacadas de la hoguera. Ya hacía un rato que había amanecido, y como probablemente era más seguro viajar de día por aquellos profundos cañones, los cinco viajeros volvieron a montar antes de que el sol se alzara demasiado por el borde suroriental de las cavernas.

Avanzaron a buen ritmo, a pesar de tener que detenerse cada media hora para calentar las patas de los caballos.

Aproximadamente una hora después del mediodía, Maia advirtió que algo maloliente y de feo color había entrado en la corriente.

—¿Qué es esto? —preguntó, arrugando la nariz.

Thalla se echó a reír.

—¡Pregunta qué es el mal olor! ¡Qué pronto olvidamos el dolor cuando somos jóvenes!

También Kiel sacudió la cabeza, sonriendo. Maia inhaló otra vez, y de pronto lo recordó.

—¡Las Lerner! Naturalmente. Arrojan sus vertidos a un cañón lateral, y debemos estar pasando…

—Justo corriente abajo. Ayuda a la navegación, ¿eh? Como ves, nos las apañamos bien sin tus bonitas estrellas para guiarnos.

Maia sintió un abrumador resentimiento hacia sus antiguas jefas.

—¡Malditas sean! —exclamó—. ¡Lysos maldiga a las Lerner! ¡Espero que todo el lugar arda!

Renna, que cabalgaba a su derecha, frunció el ceño ante su estallido.

—Maia, cuida lo que dices. No puedes hablar…

—¡No me importa! —Sacudió la cabeza, llena de ira acumulada—. Calma Lerner me entregó al grupo de Tizbe como si yo fuera una plancha de hierro barato en venta. ¡Espero que se pudra! .

Thalla y Kiel se miraron la una a la otra, incómodas. Maia sintió un placentero aunque vil escalofrío por haberlas sorprendido. Renna apretó los labios y guardó silencio. Pero Baltha respondió de forma más abierta, tirando de las riendas y riéndose irónicamente.

—¡De tu boca directo a los oídos de Madre Stratos, virgie!

Rebuscó en una de sus alforjas y sacó un fino tubo forrado de cuero: su telescopio.

—Aquí tienes.

Confusa, Maia superó su súbita reluctancia a coger el instrumento. Lo apuntó hacia el lugar que señalaba Baltha.

—Adelante, sigue esa pendiente, luego un poco más al oeste y un poco al norte. A lo largo de la línea montañosa. Eso es. ¿Lo ves?

Mientras aprendía a compensar la suave respiración del caballo, no captó con el telescopio más que imágenes convulsas, borrones cambiantes. Por fin, Maia enfocó un destello de color y se fijó en un trozo de brillante tejido, que ondeaba al viento y hacía que un alto poste se cimbreara. Vio luego otras banderas que lo flanqueaban.

—Estandartes de oración —identificó por fin. En la mayor parte de Stratos se utilizaban en fiestas y ceremonias, pero sabía que en zonas Perkinitas también ondeaban para anunciar nuevos nacimientos… y muertes.

—Ahí tienes a tu Calma Lerner, virgie. Pudriéndose, como pedías. Junto con la mitad de sus hermanas. Me temo que van a andar escasas de metal en el valle durante un par de añitos.

Maia tragó saliva.

—Pero… ¿cómo? —Se volvió hacia Kiel y Thalla, que miraban sus huellas—. ¿Qué ha pasado? —quiso saber.

Thalla se encogió de hombros.

—Sólo un microbio de la gripe, Maia. Hubo una epidemia de estornudos en la ciudad, un par de semanas o dos antes, poca cosa. Cuando llegó a la casa, una de las obreras var estuvo en cama unos cuantos días, pero…

—Pero entonces, un puñado entero de Lerner la espicharon. ¡Así de fácil! —exclamó Baltha, chasqueando los dedos con deleite.

Maia se sintió fatal, con un vacío en el estómago y la garganta pastosa, aunque luchó por no manifestar ninguna emoción. Sabía que su expresión debía de parecer pétrea, fría. Por el rabillo del ojo, vio que Renna se estremecía brevemente.

No puedo reprochárselo. Soy terrible.

Recordó cómo, de niña, la asustaban las historias macabras que las jóvenes madres Lamai contaban a las mocosas del verano en las cálidas noches, allá en los parapetos. A menudo, la moraleja de aquellos horribles relatos parecía ser: «Cuidado con lo que deseas. A veces podría hacerse realida».. Racionalmente, Maia sabía que su estallido de furia no era la causa de que la muerte se hubiese cebado en el clan metalúrgico. Sin embargo, la vena vengativa que había demostrado tener era preocupante.

Unos momentos antes, si hubiera podido hacer algo para causar algún mal a sus enemigas, no habría conocido piedad. ¿Era aquello moralmente lo mismo que si hubiera matado a las Lerner en persona?

.No es la primera vez que una enfermedad acaba con medio clan, pensó, tratando de encontrarle sentido a todo aquello. Había un refrán: «Cuando una clónica estornuda, sus hermanas van a buscar un pañuel».. Se basaba en un hecho de la vida que Leie y Maia conocían bien siendo gemelas: la sensibilidad a una enfermedad era a menudo genética. En este caso, el hecho de que la Casa Lerner se encontrara lejos de los cuidados médicos existentes en Valle Largo había jugado en su contra. Con todas ellas en cama al mismo tiempo, ¿quién podía cuidar de las Lerner? Sólo las empleadas var, que no rebosaban de afecto hacia sus matronas.

Qué forma de morir… todas a la vez, por culpa de lo que es tu mayor orgullo: la uniformidad.

Los del grupo continuaron cabalgando en silencio, inmersos en sus propios pensamientos. Un poco después, cuando Maia se volvió hacia Renna con la esperanza de que éste la distrajera, el hombre del espacio siguió mirando hacia delante mientras su montura avanzaba lentamente, las cejas fruncidas en lo que parecía una sólida línea de oscura reflexión.

Salieron del laberinto de cañones después del anochecer, ascendiendo por un estrecho sendero situado al suroeste de los oscuros y silenciosos hornos Lerner. A pesar de que las temperaturas eran más bajas en la llanura, salir a terreno despejado fue un alivio. La luz de las estrellas se extendía por el cielo de la pradera, y una de las lunas más pequeñas, Iris la de la buena suerte, brillaba alegremente, dándoles ánimos.

Thalla y Kiel saltaron de sus monturas al divisar una gran mancha de escarcha de gloria, preservada por la sombra de un peñasco. Rodaron por la nieve, se la refregaron mutuamente por la cara, riendo. Cuando volvieron a montar, Maia vio una luz en sus ojos y no estuvo segura de que le gustara, Aprobó aún menos que cada una de ellas empezara a acercarse para cabalgar junto a Renna, rozando de vez en cuando su rodilla, entablando conversación con él y respondiendo con exclamaciones interesadas a todo lo que el hombre decía.

Sola con sus pensamientos, Maia ni siquiera alzó la cabeza para medir el progreso de las constelaciones. Tenía la impresión de que pasarían muchos días antes de que llegaran a ver la cordillera de la costa y empezasen a buscar un paso que las condujera hasta el mar. Suponiendo, claro está, que no las localizaran las Perkinitas por el camino.

¿Y luego? ¿Aunque consigamos llegar a Grange Head? ¿Luego qué?

La libertad tenía sus propias penalizaciones. En prisión, Maia sabía qué podía esperar de un día al siguiente.

Volver a ser una pobre var, en busca de un nicho en un mundo hostil, era en cierto sentido más aterrador que la cárcel. Maia empezaba ahora a comprender cuánto la había lastrado ser gemela. En vez de la ventaja que había imaginado, aquel accidente de la biología la había hecho vivir con la fantasía de que siempre tendría a alguien en quien apoyarse. Otras muchachas del verano se marchaban de casa conociendo la verdad: que ningún plan, ninguna amistad, ningún talento harían por sí solos que tus sueños se cumplieran. Para el resto, necesitabas suerte.

Tras haber cabalgado la mayor parte del día y la mitad de la noche, acamparon una vez más en el refugio de un barranco. Kiel consiguió encender una hoguera con palos recogidos cerca del lecho seco de un río. A excepción de tazas de té caliente, tomaron viandas frías de sus cada vez más vacías alforjas.

Mientras las mujeres se preparaban para acostarse, Renna reunió varios artículos pequeños de su bolsa azul.

Uno era un cepillo fino que Maia no había visto jamás. También cogió una pala de campamento, una cantimplora, y hojas de takawq antes de volverse para marcharse. Baltha no pareció interesada, y Maia se preguntó si sería debido a que no había ningún sitio al que pudiera huir en esta vasta llanura. ¿O había conseguido ya Baltha lo que quería de él? Maia había pretendido llevar a Renna a un lado la mañana anterior y contarle las extrañas acciones de la mujer del sur, pero acabó olvidándolo. Ahora, sus sentimientos hacia él eran de nuevo ambivalentes, sobre todo con Thalla y Kiel actuando todavía de forma decididamente invernal.

—¡No te pierdas por ahí! —le gritó Thalla a Renna—. ¿Quieres que te acompañe y te coja de la mano?

—Puede que haga falta cogerle otra cosa —comentó Kiel, y las otras vars se echaron a reír. Todas excepto Maia.

Le molestó la reacción de Renna a la broma: el hombre se ruborizó, y estaba obviamente cortado. También parecía disfrutar de la atención.

—Toma —dijo Kiel, arrojándole su linterna—. ¡No la confundas con otra cosa!

Maia dio un respingo ante la broma chabacana, pero las otras lo consideraron terriblemente gracioso. Renna observó la cajita de madera cilíndrica con el interruptor y la lente en un extremo. Sacudió la cabeza.

—No creo que tenga problemas para advertir la diferencia.

Las tres mujeres mayores volvieron a reírse.

.¿No se da cuenta de que las está animando?, pensó Maia, irritada. Sin auroras ni otras claves veraniegas para provocar el celo masculino, no era probable que nada de esto llegara a ninguna parte, y ahora mismo el ambiente era ligero. Pero si él fingía el suficiente interés para provocar a las mujeres, podría causar problemas.

Mientras Renna pasaba junto a ella, llevando la pala de campamento torpemente, Maia parpadeó sorprendida y luchó por no quedarse mirando. ¡Por un brevísimo instante, hasta que Renna desapareció de la luz, le pareció ver una distensión, un bulto que, gracias a Lysos, ninguna de las otras parecía haber advertido!

El fuego se hizo más débil y salió la luna grande, Durga. Thalla roncaba junto a Kiel, y Baltha lo hacía cerca de los caballos. Maia daba cabezadas con los ojos cerrados, imaginando las altas torres de Puerto Sanger sobre las cristalinas aguas de la bahía, cuando un golpe volvió a despertarla. Miró a la izquierda, donde un objeto macizo había caído sobre la manta de Renna. El hombre se sentó a su lado y empezó a quitarse los zapatos.

—He encontrado algo interesante ahí fuera —susurró.

Ella se apoyó en un brazo, y tocó el bloque macizo.

—¿Qué es?

—Oh, sólo un ladrillo. Encontré un muro… y un antiguo sótano. No es el primero que he visto. Hemos estado pasando junto a ellos todo el día.

Maia lo observó mientras se quitaba la camisa. Sin afeitar ni lavar desde hacía varios días, él exudaba masculinidad de una forma que Maia no había visto ni olido desde aquellos marineros a bordo del
.Wotan
, y eso, después de todo, había sido en el mar. Si un hombre se presentaba en aquel estado en cualquier ciudad civilizada, sería arrestado por escándalo público. ¡Eso ni siquiera podía consentirse en verano, y mucho menos en invierno!

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