Maia sacudió la cabeza.
—No debería. El alcohol se me sube a la cabeza. Luego no serviré para nada cuando me necesitéis en la botadura.
—Tampoco servirás de nada si estás despierta e inquieta durante toda la noche. —Inanna quitó el tapón y Maia vio cómo daba un largo trago. La marinera se secó la boca y le tendió el frasco—. ¡Ah! Está bueno, créeme. Te pone los pelos en su sitio, y te los quita de donde no encajan.
Con prevención un tanto exagerada, Maia cogió el frasco y olisqueó el fuerte aroma de malta.
—Bueno… sólo uno.
Se llevó el gollete a la boca y dejó que un hilillo de licor corriera por su garganta. Las toses que siguieron a continuación no fueron fingidas.
—¿Qué, no te calienta por dentro? Escarcha para la nariz y jugo de llamas para el estómago. Como digo siempre, no hay mejor combinación.
En efecto, Maia sentía el calor extenderse por su cuerpo, pese a haber bebido tan poca cantidad. Cuando Inanna insistió en que tomara otro trago, no le costó mostrar ambivalencia, atracción y rechazo al mismo tiempo.
A pesar de todos sus esfuerzos, un poco más de líquido le mojó la lengua. Era fuerte. La tercera vez que la botella pasó de una a otra, consiguió bloquear mejor el licor, pero el fuerte aroma se le metió por la nariz, haciendo que se sintiera mareada.
—Gracias. Parece… funcionar —dijo Maia lentamente, sin intentar fingir un habla pastosa. Al contrario, habló animadamente, como una mujer achispada que no quiere que se note—. Sin embargo, ahora mismo… pienso que será mejor que lo deje y me acueste.
Con deliberado cuidado, cogió plato y taza y se dirigió hacia su manta que estaba en la periferia del campamento.
—Que duermas bien, virgie —dijo la otra mujer. Era fácil detectar una nota de satisfacción en su voz.
Maia mantuvo la apariencia de una muchacha cansada que se acostaba alegremente para pasar la noche. Pero por dentro rugía, casi segura ahora de que sus sospechas eran ciertas. Disimuladamente, mientras se metía bajo las mantas, observó cómo Inanna se alejaba del círculo de la hoguera para meterse en su propia manta, al otro extremo del campamento. Apenas una sombra difícil de discernir, la mujer no se acostó, sino que permaneció en cuclillas, o sentada, esperando.
.Antes nunca habría imaginado una cosa así, pensó Maia.
.No hasta que Tizbe y Kiel y Baltha… y Leie… me enseñaron lo traicionera que puede ser la gente. Ahora es como si lo supiera todo, una pauta que veo desplegarse
.
Todo había comenzado poco después de que las abandonara, en el debate para discutir si había que construir una gran balsa o un par de botes pequeños.
Naroin tenía razón. En aquel archipiélago, una chalupa con vela y timón podría sortear los bajíos y las islas con más posibilidades de escapar, incluso si la localizaban. Una balsa, en caso de ser avistada, sería presa fácil.
Pero eso significaba suponer que los barcos piratas estaban por allí cerca, patrullando con frecuencia. De hecho, las vigías sólo habían visto dos velas lejanas en todos los días que habían pasado desde su abandono. Haría falta una auténtica coincidencia para que las saqueadoras aparecieran justo cuando la almadía zarpara.
.A menos que se las avisara de algún modo .
Maia encontraba toda la situación ridícula.
.¿Por qué abandonar a un puñado de marineras experimentadas en una isla sin supervisión? Tendrían que saber que intentaríamos escapar. Tratar de recibir ayuda. Alertar a la policía .
Los hoscos murmullos de Naroin tras la crucial votación habían puesto a Maia sobre la pista. ¡Tenía que haber una espía entre ellas! Alguien que guiara el inevitable intento de huida de forma que lo hiciese más vulnerable, más fácil de aplastar. Y, sobre todo, alguien bien situado para advertir a las piratas a tiempo de preparar una emboscada.
.Me pregunto cuál será su plan. ¿Capturar a las que vayan a bordo de la balsa y traerlas de vuelta? El fracaso sin duda haría que su moral se viniera abajo, y dificultaría nuevos intentos.
.Pero eso no es ninguna garantía contra otros intentos. Deberían trasladar a las fugadas a una prisión más segura, como el lugar donde estaban Renna y las rads .
Pero no. Si ese fuera el caso, ¿por qué no poner a las marineras allí desde el principio?
Fríamente, Maia no conocía más que una respuesta lógica.
.Por implacable que parecieran después de la lucha, rompiendo el Código del Combate y todo, no pudieron atreverse a asesinar deliberadamente a las cautivas. No con tantos testigos. Los hombres del
Intrépido
.. Renna. Ni siquiera la propia tripulación de las saqueadoras podía conocer un secreto semejante
.
¿Pero encargarse de las cosas más tarde? Usar un barco pequeño, tripulado sólo por las piratas de más confianza. Alcanzar la balsa, a la deriva e indefensa. No habría necesidad de luchar. Bastaría lanzar algunas piedras. Marcharse sin dejar rastro. Lástima…
La furia de Maia ardía, evaporando cualquier posible resto de alcohol. Haciéndose la dormida, observaba con los ojos entrecerrados el oscuro bulto que era Inanna, esperando a que se moviera.
Habría sido mejor, más seguro, comprobar sus sospechas de una forma más sutil, acostándose cuando lo hicieron todas las demás, y luego arrastrarse hasta un árbol para vigilar desde allí. Pero eso podría haber requerido toda la noche. Maia no tenía mucha fe en su capacidad de concentración ni sabía si sería capaz de no quedarse dormida. ¿Y si pasaban horas y horas? ¿Y si estaba equivocada?
Mejor hacer salir a la espía pronto. Maia había decidido simular que pretendía permanecer despierta toda la noche. Un molesto inconveniente que tal vez hiciera que a la agente saboteadora le entrase el pánico. Tenía que acelerar el reloj subjetivo de la espía. Obligarla a actuar antes de que pudiera suceder otra cosa.
Y funcionó. Ahora Maia tenía un objetivo que vigilar. Saber que tenía razón favorecía enormemente su concentración.
Sin embargo, el oscuro bulto no se movió. El tiempo parecía pasar con lentitud geológica. Más segundos, minutos, se arrastraron. Le picaban los ojos de tanto fijarlos en un contraste apenas perceptible en la negrura.
Decidió cerrarlos por turnos. La mancha de sombra permaneció inmóvil.
El humo de las ascuas revoloteó hacia ella. Maia se vio obligada a cerrar los ojos más tiempo, para que no se le resecaran.
El pánico se apoderó de ella cuando volvió a abrirlos. En algún momento… quién sabía cuándo, había dado una cabezada, quizás incluso se había dormido. Fijó la vista, intentando detectar algún cambio al otro lado del campamento, y sintió una creciente incertidumbre. Tal vez no fuera aquel
.leve
bulto lo que tenía que vigilar, después de todo. Tal vez fuera otro. Se había quedado dormida y ahora su objetivo se había marchado. ¡Oh, si al menos aquella noche hubiera luna!
.Si descubriera con qué planea hacer las señales. Ése había sido el motivo de que Maia diera paseos y más paseos por la isla, con la excusa de estudiar los horarios de las mareas. Había metido la cabeza bajo troncos y en cavidades rocosas por todo el perímetro. Por desgracia, no logró descubrir lo que estaba oculto, y ahora debía decidir. ¿Esperar un poco más? ¿O intentar dirigirse al bosque y empezar a buscar a alguien que ya podía llevarle una buena delantera?
.Maldición. Nadie podría ser tan paciente. Tiene que haberse marchado ya .
.Bien, allá voy…
Maia estaba a punto de quitarse la manta, pero se detuvo bruscamente cuando la sombra se movió. Hubo un leve sonido, mucho más suave que los estentóreos ronquidos del joven Brod. Maia vio embelesada cómo una forma se incorporaba, y luego se marchaba muy despacio. En un momento determinado, un puñado de estrellas quedaron ocultas por la silueta de una mujer fornida.
.Ahora. Tan silenciosamente como le fue posible, Maia se destapó y rodó por el suelo. Sacó de debajo de su manta las cosas que había preparado antes. Una vara envuelta en un extremo con enredaderas resecas. Un cuchillo de piedra. La taza que contenía un trozo de ascua que apenas brillaba ya. Siguiendo un camino cuidadosamente memorizado, se internó en el bosque, hasta llegar a un sitio escogido, donde se detuvo y escuchó.
¡Allí, al este! Crujían ramitas y guijarros, levemente al principio, pero con creciente descuido a medida que la distancia entre la espía y el campamento aumentaba. Maia se obligó a esperar un poco más, verificando que la mujer no se detuviera a intervalos, para ver si la seguían.
No hubo interrupciones. Excelente. Cuidando de hacer el menor ruido posible, con los ojos atentos a las ramas secas del suelo del bosque, Maia empezó a seguirla. La pista se internaba entre los árboles, lo que explicaba por qué en su exploración de los acantilados no había descubierto nada. Fue razonable pensar que el aparato para hacer señales estuviera guardado en un lugar donde una lámpara o linterna pudiera ser vista desde otra isla. Pero Inanna era demasiado lista para esconder las cosas donde pudieran ser descubiertas por casualidad.
El pie de Maia tropezó con algo agrietado y crujiente, cuya queja al ser aplastado pareció lo bastante fuerte para despertar a Perséfone en el Hades. Se detuvo en seco, intentando escuchar, pero le estorbaban los acelerados latidos de su corazón. Tras una larga pausa, oyó por fin que los suaves pasos reemprendían el camino por delante de ella. Algo iluminado sólo por las estrellas apareció ante un grupito de árboles, perturbando su simetría. Maia continuó la persecución, más atenta que nunca.
Fue una suerte. Cuando las nubes se hicieron más densas y la oscuridad fue aún mayor, un leve olor la detuvo de nuevo. Un cambio en el flujo del aire, del viento. Los pasos de su presa se desviaron repentinamente a la izquierda, y Maia comprendió bruscamente por qué.
Justo delante, en la dirección hacia la que se movía, unas cuantas estrellas aparecieron brevemente, provocando un millar de reflejos brillantes en una concavidad: el cráter, mucho más temible que de día. El precipicio cristalino se abría a pocos metros, como las mandíbulas de un ser antiguo y poderoso, ansioso por un bocado de medianoche. Maia deglutió con dificultad. Se volvió hacia la izquierda y continuó, escrutando el suelo con más atención que antes. Por fortuna, el sendero no tardó en apartarse del terrible pozo. Un poco más adelante, se produjo un leve sonido, como el rozar de piedra contra piedra. Maia se detuvo, lo oyó repetirse. Entonces esperó un poco más.
Nada. Silencio. Sólo el viento y el bosque. Atenta, por si se trataba de una trampa, Maia continuó inmóvil y contó hasta sesenta. Por fin, continuó avanzando, concentrándose para no perder la localización de aquel sonido final. Una abertura en el manto de nubes, cerca del horizonte, mostró una esquina de la constelación Ciclista. La usó como referencia mientras sorteaba árboles y otros obstáculos, hasta que finalmente llegó a la conclusión de que algo iba mal.
.Debo de haber ido demasiado lejos. ¿O no?
No podía ver ni oír a nadie. No podía descartar la idea de una emboscada.
Dos pasos más hacia delante y sus pies rozaron una superficie plana y arenosa, salpicada a intervalos regulares por finos canales. Tras mirar en derredor, Maia se dio cuenta que se encontraba entre enormes formas rocosas, en un claro donde no crecían ni siquiera arbustos. Extendió la mano para tocar la más cercana de las gastadas piedras. Piedra
.trabajada
con ángulos rectos erosionados. Era una de las ruinas que cubrían la altiplanicie de la isla. Pocos lugares serían más adecuados para colocar una trampa.
Con cuidado, fue palpando el camino a lo largo de una pared hasta que ésta terminó. Pasando al otro lado, verificó que nadie la esperaba detrás. No allí, al menos. Maia se arrodilló y dejó su carga en el suelo. Cerró un ojo, para proteger su adaptación a la oscuridad (un truco que le había enseñado hacía mucho tiempo el viejo Bennett, durante sus noches dedicadas a la astronomía), y alzó la taza que contenía el ascua. Protegiéndola con una mano, sopló hasta que cobró vida, y luego la colocó encima de las hojas secas que remataban su palo. Maia cogió el cuchillo de piedra con la mano izquierda, y agarró el mango de la vara con la derecha. Brotó un poco de humo.
Bruscamente, la antorcha prendió con un audible fogonazo. Maia se puso rápidamente en pie, alzándola por encima de su cabeza para que iluminara todo menos sus ojos. Las oscuras sombras huyeron hacia las paredes de piedra y los troncos de los árboles. Dispuesta a explotar el factor sorpresa, Maia corrió para dar la vuelta a las ruinas, asomándose a todos los rincones donde Inanna podía estar parpadeando, deslumbrada.
Nada. Maia dio otra vuelta, esta vez comprobando los lugares donde podía haber algo oculto, incluso las ramas más bajas. En cualquier momento, si era necesario, estaba dispuesta a usar la antorcha como arma.
.Maldición. Inanna debe de haber estado lo bastante lejos para agacharse cuando encendí la antorcha .
.Lástima. Creía que por fin había aprendido a hacer las cosas bien. Supongo que hay gente que no cambia .
Sintiéndose agotada, decepcionada, Maia buscó la zona más plana entre las ruinas y se sentó.
La piedra se movió bajo su peso.
Se levantó y se dio la vuelta, acercando la antorcha a la losa. Parecía sólo otro trozo de pared cincelada, entre un montón más
.Vamos. Te estás precipitando
.
Una brisa hizo que las llamas fluctuaran hacia arriba.
¿Hacia arriba? Maia extendió la mano, y notó una leve corriente de aire. Dio con el pie un pequeño empujón a la losa. Piedra rozando contra piedra, un sonido familiar. La losa se movió con facilidad.
—Bueno, soy una sangradora atip. —Maia parpadeó ante una súbita visión mental del cráter cristalino, con el aspecto que tenía durante el día.
Había imaginado una red de formas regulares tras la vítrea cobertura, y luego lo había descartado como producto de su hiperactivo sistema de reconocimiento de pautas. Pero ahora la concepción mental volvió a aparecer ante ella: capas que había considerado sedimentarias, pero a las que la imaginación daba formas de habitaciones, corredores.
—Por supuesto.
Alguien había excavado una especie de mina o de sistema de túneles aquí. Tal vez lo habían hecho por seguridad, aunque no consiguieron nada contra lo que fundió aquel terrible agujero.
Tras inclinarse a examinar la piedra, Maia intentó desentrañar su secreto.
.¿Echarla hacia atrás? No, ya veo
.