Los oscuros rasgos del joven navegante se relajaron de alivio cuando doblaron la esquina y volvió a poner el seguro al arma. Leie abrazó a Maia; ésta sintió que sus hombros se relajaban, la feroz tensión que no había notado hasta el momento cedía.
—Vamos —le dijo Maia a su gemela—. Volvamos al trabajo.
Pero fue difícil concentrarse al principio cuando Maia se plantó de nuevo ante el enorme atril de piedra, mirando alternativamente el pequeño sextante y la enorme y siempre cambiante pared. Su misión era encontrar un milagro, alguna pista para seguir a Renna fuera de aquel lugar. Sin embargo, la oferta de Baltha y la preocupante respuesta de Poulandres la enervaban. Suponiendo que lograra resolver el problema, ¿conseguiría eso tan sólo condenar a Renna, y demostrar al final ser inútil para todos los demás?
Pronto, el fascinante panorama de pautas siempre cambiantes venció su resistencia, atrayéndola. Tanto, que apenas se dio cuenta cuando la hilera de mortecinas bombillas volvió a cobrar vida al fondo de la sala, prueba de que las saqueadoras consideraban al menos la posibilidad de mantener nuevas discusiones.
Fue Leie quien consiguió el siguiente logro, cuando descubrió que el sextante podía ser empleado para cambiar la escena de la pared. Jugando con los diales graduados, que Maia normalmente usaba para leer los ángulos relativos de las estrellas, Leie giró uno mientras la pequeña herramienta estaba conectada al enchufe de datos. ¡De inmediato las pautas cambiaron, a izquierda y a derecha! Se movieron hacia arriba cuando giró la otra rueda, desapareciendo por la parte superior de la pantalla a medida que nuevas formas aparecían por abajo.
—¡Impresionante! —comentó Maia, probándolo ella misma. Aquello confirmaba lo que ya sospechaba: que la gran pared-pantalla era sólo una ventana hacia algo mucho más grande, un reino simulado que se extendía mucho más allá de los bordes rectangulares que tenían delante. Sus límites teóricos podían estar a cientos de metros figurados más allá de aquella sala. Quizá no tuviera límite.
Sus ojos seguían buscando analogías entre las pautas giratorias. En un momento dado eran dedos peludos entrelazados. Al siguiente, chocaban como olas espumosas contra una orilla. Configuraciones convulsas se rebullían sin detenerse en los bordes de la pantalla. Al girar una pequeña rueda del sextante, las humanas podían seguirlas, pero sólo en abstracto, como observadoras. Únicamente las propias formas conocían la auténtica libertad. Parecían no tener necesidades, no temer ninguna amenaza, no admitir ninguna limitación física. Aquella idea producía a Maia una sensación de libertad inenarrable, que envidiaba.
.¿Se cambió de algún modo Renna a sí mismo?, se preguntó.
.¿Conocía una forma secreta de unirse al mundo de ahí dentro, dejando atrás éste de roca y carne?
Era una idea fantástica. ¿Pero quién sabía qué poderes había desarrollado el Phylum durante los milenios transcurridos desde que las Fundadoras establecieron un mundo de estabilidad pastoral en Stratos, apartándose de la «locur». de una era científica?
Impulsivamente, Maia intentó pulsar los botones que habían encontrado antes en el enorme podio, cerca de los pequeños agujeros. Pero demostraron ser tan inútiles como antes. Quizá controlaban realmente algo tan corriente como las luces de la sala.
Entonces Leie hizo otro descubrimiento. Doblando uno de los brazos del sextante consiguió otro tipo de movimiento simulado. Varios de los hombres que estaba observando, transfigurados, gimieron de asombro cuando el punto de vista compartido pareció de repente saltar hacia delante, dejando atrás los simulacros de primer término, abriéndose paso entre objetos tan intangibles como nubes.
Maia también lo sintió. Una oleada de vértigo, como si todos cayeran juntos a través de un cielo infinito.
Jadeando momentáneamente, tuvo que apartar la mirada y descubrió que con las manos se aferraba al atril de piedra. Una mirada a los otros le demostró que no era la única. Los anteriores logros habían sido sorprendentes, pero no tanto como éste. Nunca había oído hablar de una simulación de vida en tres dimensiones. La velocidad de la «caíd». pareció aumentar. Formas que habían dominado la escena se ampliaron, revelando detalles de sus estructuras convulsas. Las centrales se dirigieron hacia fuera y las de los bordes desaparecieron.
La sensación de caída era una ilusión, naturalmente, y con un poco de concentración Maia pudo hacer que se evaporara en un súbito reajuste mental. Moverse «hacia delant». pareció ser ahora un ejercicio para explorar
.detalles
. Los objetos centrados ante ellas se sometían a escrutinio, revelando sus estructuras internas cada vez más y más finas. No parecía haber límite a lo minuciosamente que podía ser explorada una formación.
—Para… —Maia tragó saliva con dificultad—. Leie, para. Vuelve atrás.
Su hermana se volvió y le sonrió.
—¿No es magnífico? ¡Jamás imaginé que los hombres tuvieran estas cosas! ¿Has dicho algo?
—¡He dicho que pares y vuelvas atrás!
—No tengas miedo, Maia. Como me has explicado, es sólo una simulación…
—¡No tengo miedo! Invierte los controles y vuelve atrás. ¡Y hazlo ahora mismo!
Leie alzó las cejas.
—Como tú digas, Maia. Invirtiendo el rumbo.
Dejó de empujar y empezó a tirar suavemente del pequeño brazo de metal. La apariencia de zambullida hacia delante frenó, se detuvo y empezó a retirarse. Ahora las pautas retrocedieron hacia un punto central mientras objetos más y más brillantes y complejos aparecían en la periferia. La sensación visceral fue de apartarse, de subir, de forma que cada segundo que pasaba implicaba que conseguían un punto de vista más amplio, más digno de dioses.
Fue una sensación brevemente gloriosa; Maia imaginaba que volar debía de ser así. Aún más, experimentó una sensación de renovado contacto con Renna, aunque sólo fuera por compartir esta cosa que él debía de haber probado antes.
Al mismo tiempo, otra parte de ella se sentía abrumada. Renna le había explicado que el Juego de la Vida era uno de los más simples entre una vasta familia de sistemas generadores de pautas llamados «autómatas celulare».. Cuando la gran pared se encendió por primera vez, Maia albergó la esperanza de que los marineros y sus libros pudieran ayudar a resolver aquel «ecosistem». muchísimo más complejo, a pesar de que ninguno de ellos era sabio. Pero si los hombres se encontraban tan aturdidos como ella por la antigua complicación, la suma de una tercera dimensión acababa con todas las esperanzas de hacer un análisis fácil.
En el fondo de su corazón, Maia estaba segura de que había reglas comprensibles. Algo en las pautas (sus giros y piruetas, divergentes aunque extrañamente repetitivos) requería intuición.
.Podría resolverlo si tuviera el tablero de juego computerizado para trabajar, en vez de este rudimentario sextante, y muchas horas que pasar aquí a solas, como tuvo Renna. Y algo de sus conocimientos matemáticos
.
Por desgracia, en su lista el déficit superaba los activos. Frustrada, dio un golpe a la mesa que sacudió la pequeña herramienta.
—¡Eh! —gritó Leie, y siguió quejándose de que no era fácil manejar el aparato para que no acabara todo convertido en un enorme borrón. Las ruedas y brazos del sextante eran viejos, estaban flojos, y necesitaban una simple reparación mecánica. Alguien había dejado que la pobre máquina se echara a perder, insinuó Leie por encima del hombro.
.Lo milagroso es que todavía funcione, pensó Maia.
Al principio, le sorprendió la coincidencia de que su viejo utensilio de navegación de segunda mano pudiera ser empleado de esa forma. Pero claro, muchos de los instrumentos que había visto a bordo poseían diminutas pantallas en blanco. En la antigüedad debía de ser costumbre conectar con frecuencia con la Vieja Red… aunque Maia dudaba que espectaculares paredes de maravillas como aquélla fuesen comunes, incluso antes de la Gran Defensa. O de la Fundación.
Se inclinó hacia delante. Algo había cambiado. Hasta ahora, las nuevas formas que entraban girando desde la periferia eran siempre vagamente similares a las pautas más pequeñas que desaparecían por el centro. Pero ahora, dedos de negrura aparecían por los lados. Las formas parecían rodar cada vez más apretadas, y adquirían el aspecto de gigantescas pelotas que flotaban hacia dentro como unidades diferenciadas y no como remolinos parecidos a nubes. Desde arriba y desde abajo, a izquierda y a derecha, aparecían cuerpos esferoides que rebotaban y se perdían uno tras otro mientras la pared frontal en conjunto se volvía más negra.
El último y más grande grupo de pelotas se convirtió en una entidad nueva: una gruesa plancha fosforescente.
La rebanada de color chillón pareció tensarse como una cuerda de arco desde la parte inferior derecha. Mientras seguían con la mirada su aparente ascensión, la plancha disminuyó de tamaño. Más membranas similares entraron en escena, conectándose para formar una
.celdilla
vibrante de muchos lados, como la de un tembloroso panal de miel. Más celdillas aparecieron para unirse en un conglomerado espumoso de color iridiscente.
Leie sudaba mientras tiraba con suavidad del diminuto brazo. Maia se inclinó hacia delante para ver la masa difuminarse y desaparecer en un instante.
La pared se convirtió en un vacío terrible.
—¡Oh! —gruñó la gemela de Maia, desazonada, sus rasgos brillando a la leve luz de las bombillas eléctricas—. ¿Lo he roto?
—No —le aseguró Maia—. La pared ya estaba así antes. La máquina sigue conectada. Continúa.
—¿Estás segura? Puedo volver atrás.
—Continúa —repitió Maia, esta vez con firmeza.
—Bueno, iré un poco más rápido, entonces —dijo Leie. Antes de que Maia pudiera responder, tiró con más fuerza del pequeño brazo. La negrura duró otra fracción de segundo, lo suficiente para que un enjambre de puntitos chispeara a la vista. ¡De pronto, todos los colores volvieron! Una vez más, el punto de vista simulado retrocedió, mientras oleadas de convulso brillo irisado aparecían en los bordes. Todo esto sucedió en el tiempo que Maia tardó en gritar:
—¡No! ¡Alto!
El movimiento cesó, excepto la lenta danza de las pautas y de sus partículas constituyentes, que se mezclaban y separaban como volutas de humo.
—¿Qué? —inquirió Leie, volviéndose para mirar a su hermana—. Vuelve a funcionar…
—Nunca ha dejado de funcionar. Vuelve atrás —insistió Maia, reprimiendo el impaciente impulso de apartar a su hermana y manejar la máquina ella misma. La coordinación de Leie, algo mejor, podría constituir toda la diferencia—. Vuelve a la parte negra.
Con un suspiro, Leie se dio la vuelta y empujó delicadamente la diminuta palanca. Una vez más, experimentaron la sensación de zambullida hacia delante, hacia abajo… de hacerse más pequeñas mientras todo a su alrededor crecía y se precipitaba hacia fuera.
La negrura regresó con un destello, y desapareció de nuevo, aún más rápidamente que la primera vez. Ya la habían cruzado y se encontraban entre los panales de espuma centelleante antes de que Leie pudiera detener el movimiento de su mano.
—¡No es fácil, maldición! —se quejó—. Las palancas se mueven a sacudidas. Yo nunca permitiría que una máquina llegara a un estado semejante.
Maia casi replicó que
.Leie
nunca había tenido que cargar con el diminuto aparato mientras montaba a caballo, en trenes, barcos, mientras se ahogaba, la golpeaban, escalaba acantilados y luchaba por su vida… Pero lo dejó estar mientras Leie se inclinaba sobre la herramienta, intentando tirar del brazo poco a poco. Como antes, las estructuras celulares se convirtieron en espuma y luego se perdieron en la negrura, una negrura que no variaba, salvo por algún ocasional borrón que cruzaba la escena demasiado rápido para poder seguirlo.
—¿Te importa… decirme… qué estamos buscando? —gruñó Leie.
—Tú sigue —instó Maia. Notaba la confusión de los hombres que la rodeaban. Sorprendidos por la desaparición de las pautas giratorias, pero asombrados por su apasionamiento, avanzaron y se quedaron mirando la pared en blanco como si se asomaran a una espesa niebla en busca del milagro de la luz de una bahía. Su compañía fue bienvenida, sobre todo cuando uno de ellos exclamó:
—¡Alto!
Lo hizo antes de que Maia pudiera articular palabra. Esta vez, Leie reaccionó con rapidez. La zona de luz que el hombre había advertido todavía seguía en la esquina superior izquierda. A primera vista, era casi totalmente blanca, aunque tenía puntitos azules y anaranjados. Leie pasó a las ruedas medidoras, que controlaban el movimiento lateral. Girándolas con suavidad, centró el objeto.
Era una brillante forma parecida a un molinete. Un «cicló»., según dijo un marinero. Un huracán, o un remolino, sugirieron otros.
Pero Maia sabía que no. El viejo Bennett la habría identificado nada más verla. Renna la percibiría como una amiga y una señal.
Contempló asombrada la majestuosa forma que cubría la pared frontal: una rueda galáctica, el esplendor de su espiral lleno de brillantes estrellas.
El capitán Poulandres la mandó llamar. Había otro parlamento con las enemigas. La cortante respuesta de Maia, transmitida por el grumete, sugirió irritada que el capitán escogiera a otra persona.
—¡Necesito tiempo! —gritó por encima del hombro cuando Poulandres vino en persona—. La última vez fui para que me vieran. ¡Todo lo que pido es que nos consigas más tiempo!