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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (82 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Era un festín para el alma que satisfacía ansias más acuciantes que el hambre de su estómago. A pesar de las prédicas de los templos ortodoxos y herejes por igual, la deidad materna, Madre Stratos, no era más que una hermosa abstracción en comparación. ¿Cómo podía nadie conocer o apreciar un mundo sin mirarlo a la cara?, se preguntó Maia. No se pedía algo tan absurdo a los amantes humanos.

.¿Cómo pudimos abandonar esto?, se maravilló, reconociendo rasgos de atlas y globos exentos de todas las líneas y etiquetas que hacían que la presencia humana pareciera tan urgente. De hecho, las grandes extensiones de montaña y bosque y desierto parecían casi intactas. La visión era una cura instantánea para la vanidad. La aproximación se hizo más lenta cuando se produjo un cambio subjetivo. Si antes la perspectiva parecía moverse en horizontal hacia el planeta, ahora, con el océano y sus islas llenándolo todo, la sensación era de movimiento vertical. De pronto estaban
.cayendo
.

El contorno del Continente del Aterrizaje se amplió hacia la izquierda. La costa de Méchant brilló. Maia captó brevemente los parches de las tierras de cultivo y los ríos plateados cruzados por puentes que parecían arañas antes de que la masa de tierra virara y los mares del sur llenasen la escena, centelleando con multitud de reflejos del sol, acariciados por falanges de densas nubes. Al sureste se alzaba una cadena de estrechos picos que, desde la distancia, eran apreciables sobre todo por la forma en que las grandes corrientes se dividían en un millar de torrentes a su paso por ellas. El mar cambiaba de color cerca de las puntiagudas torres.

Maia reconoció el contorno del archipiélago en el que se encontraban: los Dientes del Dragón, por la carta de navegación que Brod y ella habían empleado al zarpar de la isla de Grimké.

—¿Cómo puedes controlar de manera tan precisa la aproximación? —preguntó Leie al navegante. En respuesta, él se apartó del atril, y alzó los brazos.

—Oí otro chasquido hace unos segundos. Desde entonces, no lo controlo yo. Tal vez se ha activado un programa de regreso a casa, o algo parecido.

Maia divisó Grimké, en el extremo norte de la cadena de islas. Aquel monolito, donde la habían abandonado junto con Naroin y las otras, no mostraba signos de tener ningún cráter. No había ningún agujero vidrioso en su centro. En cambio, vio brevemente algunos edificios que relucían a la luz de la mañana antes de que la isla se perdiera en el borde superior de la pantalla. En el centro, mientras tanto, un gran amasijo de torres de piedra conectadas entre sí avanzó hacia ellos.

.Jellicoe .

Y sin embargo,
.no era Jellicoe
. No la Jellicoe actual. La isla que se hacía más grande a cada segundo que pasaba era de una belleza sin igual. Una gloriosa cavidad tanto natural como artificial. Todas las torres estaban adornadas con edificios de piedra pulida o con el destello metálico de las naves aéreas atracadas. Dentro de la laguna, contó tres grandes cruceros, con velas no de sucio lienzo, sino de un negro y fino material que parecía absorber la luz del sol sin reflejarla.

Los tres gimieron de asombro cuando uno de los Dientes situado al este de Jellicoe se abalanzó hacia ellos.

Hubo un impresionante fluir de roca y vegetación, y al instante la escena quedó envuelta en una borrosa corriente de piedra oscura que pasaba a su lado como líquido.

—¡Ah! —comentó Leie. Nadie dijo nada más.
.Es una maldita simulación
, pensó Maia, aturdida.

Desde el fondo de la sala, alguien gritó unas palabras tensas y agitadas. Pero ella sólo tenía ojos para aquel movimiento envolvente que perdía velocidad ante ellos.

La luz regresó y el movimiento cesó con tanta brusquedad que les hizo tambalear. Los jóvenes se encontraron contemplando, como a través de una ventana, una sala que era una clon de la que ocupaban. Una clon más joven y mejor decorada. Cojines rojos adornaban los bancos, y las paredes no estaban agrietadas; habían sido pulidas hasta adquirir un brillo resplandeciente y cubiertas de alegres estandartes.

—Hace mucho tiempo de esto —dijo Maia—. Nos está mostrando cómo era este lugar hace mucho tiempo.

Carraspeó y se inclinó sobre el sextante.

—La cuarta coordenada. —El navegante se aclaró la garganta—. El tiempo debe ser el siguiente paso.

Leie habló apresuradamente.

—Si pudiéramos avanzar hasta el presente, ¿sería posible ver qué sucede fuera ahora mismo?

—¿Podría mostrar lo que sucederá en el futuro? —añadió el hombre, entre susurros.

Maia tenía un barullo mental. La pregunta de Leie implicaba que una máquina mantenía archivos y continuaba registrando acontecimientos, incluso mientras hablaban. Poder contar con una cosa semejante sería una gran ventaja, dada su situación actual. Sin embargo, dudaba que fuera así. ¿Y las galaxias y todo lo demás? No podía imaginar una máquina capaz de escrutar el universo, constantemente, a lo largo de miles de años.

La idea del navegante era aún más descabellada. Sin embargo, en cierto modo, tenía más sentido. Maia todavía creía que todo aquello era una simulación, un enorme y divino pariente del Juego de la Vida. Si era así (si el facsímil tenía en cuenta cada variable), ¿podría proyectar hechos probables del futuro? Las implicaciones eran sorprendentes, y lo afectaban todo, desde su difícil situación actual a las enseñanzas de la Iglesia sobre el libre albedrío.

—Intentemos hacer algo con esa cuarta coordenada —sugirió, frotándose los ojos doloridos.

El joven navegante tosió dos veces y se inclinó.

—Ya hemos empleado todas las partes móviles más obvias. —Suave, delicadamente, tocó las piezas del sextante, hasta que su mano acarició el visor por el que normalmente se avistaban el horizonte y las estrellas. La imagen que tenían delante se agitó un poco, y la cantidad de la pequeña pantalla indicadora cambió ligeramente—. Claro —dijo, tosiendo otra vez—. Es el ajuste de la profundidad de campo. Dejadme sitio, por favor.

Maia retrocedió un paso. Le picaban los ojos y le parecía oler a humo. Bruscamente, justo en el mismo momento, Leie y ella estornudaron. Se miraron y, por primera vez desde hacía varios minutos, contemplaron la sala. El ambiente había cambiado ostensiblemente. El aire era brumoso, negruzco.

De atrás llegaron gritos. Maia se dio la vuelta y vio al grumete bajar corriendo las escaleras, gritando y agitando los brazos. Llevaba una tira de tela cubriéndole la nariz.

—El oficial y el doctor quieren saber… si han tenido suerte.

—Eso depende —replicó Maia—. Hemos hecho algunas excitantes reflexiones filosóficas, pero no hemos conseguido muchas aplicaciones prácticas.

El muchacho pareció desconcertado por su respuesta, y ansioso.

—Tenemos humo, señora. El médico dice que tardará un rato, ya que estamos debajo de las piratas, pero que con el tiempo nos quedaremos sin aire. Puede que ataquen antes, cuando nos resulte difícil ver.

Por el picor de su nariz y de sus pulmones, Maia ya lo había calculado. Esta vez habló ansiosamente.

—Por favor, diles al doctor y al alférez… —Se volvió para señalar la pared, y al instante se olvidó de lo que pretendía decir.

La imagen del pasado de la habitación cambiaba por momentos. Lo que había tenido el aspecto de ser una elegante y bien equipada sala de lectura empezó a deteriorarse rápidamente. Primero desaparecieron los estandartes y los cojines. Luego, de golpe, bruscamente, las grietas se propagaron por las paredes. La luz artificial, que había bañado la cámara hasta el momento, se apagó; la sala representada siguió siendo visible gracias a una extraña luminosidad, que aparentemente manaba de las propias rocas.

En las imágenes aceleradas podía verse el polvo asentarse y extenderse en finas ondas, como olas al lamer la orilla. Después, incluso el polvo permaneció inmóvil.

—Ya está —dijo el hombre, levantándose. En el dial del sextante, el número indicaba:

Hubo otro chasquido. La pantalla se apagó durante dos segundos, y luego volvió a encenderse.

Maia resopló. Casi esperaba, cuando la simulación alcanzó su «present»., encontrarse frente a frente con la imagen de ellos mismos observándolos, como desde un espejo. Pero la habitación permaneció a oscuras, vacía.

—No avanzará más, por si os lo estáis preguntando —dijo el navegante, con una nota de decepción.

Leie tosió.

—Todo esto es muy interesante. ¿Pero cómo nos va a ayudar a salir de aquí?

Maia apretó los labios.

—¡Estoy pensando!

Miró hacia atrás y vio que el mensajero se había marchado. La bruma, que ya había reducido la visibilidad, lo empeoró todo cuando el escozor de sus ojos disparó las membranas nictitantes interiores. En el pasillo, oyó toses y murmullos frenéticos.

.¿Están planeando salir de aquí huyendo? Puede que haya que hacerlo, si las saqueadoras están dispuestas a esperarnos fuera .

Pero si el humo y el calor eran malos allí, serían todavía peores arriba, y el suministro de madera de las piratas era limitado. Así que tal vez aquello fuera el preludio de un ataque.

Maia sacudió la cabeza, intentando escapar de una espiral de desolación. Buscó ideas, y no encontró ninguna.

La pantalla permanecía estática ante ellos, mostrando, si no la desolación actual, la que posiblemente reinaba en el lugar la última vez que la simulación había sido puesta al día.

.Podríamos averiguar cuándo fue eso usando los otros controles para salir y comprobar las estrellas… ¡O, aún mejor, centrándonos en la ciudad más cercana y leyendo la fecha en un periódico! Suponiendo que la simulación sea tan completa .

Estaba segura de que aquellos pensamientos eran una prueba de la falta de oxígeno. Maia tosió, bajando la cabeza.
.Al menos Renna debe de estar bien, dondequiera que haya ido
. Aún más fuerte, su constante preocupación por Brod hizo que rezara brevemente a la Madre de Todas, y también al dios de la justicia honrado por los hombres.
.Que Brod salga de esto. Por favor, dejadlo vivir
.

—Supongo —gimió Leie tras un puño cerrado—, que deberíamos reunirnos con los muchachos. Ayudarles a prepararse… para lo que vaya a suceder. .

El aire empeoraba más rápido de lo que Maia había esperado. La visibilidad menguaba, y al respirar le dolía el pecho.

—Supongo que tienes razón —reconoció entre toses. Con todo, no tenía deseos de marcharse.
.No puedo dejar de pensar que estamos cerca. ¡Tan cerca!

Leie le tendió la mano. Con una sonrisa sombría, Maia se dio la vuelta y avanzó un paso para cogérsela. Sin embargo, cuando apoyó el peso sobre la rodilla izquierda, ésta le cedió y cayó, golpeando el duro suelo de piedra, junto al atril. El impacto envió descargas de dolor por sus brazos. Las manos de Leie la ayudaron, solícitas, y Maia sintió un arrebato de alegría. Al final se reconciliarían. Alzó la cabeza para mirar a su hermana a los ojos, y se sintió refrescada por una oleada de punzante amor.

¿Refrescada? Su cuerpo se bañó en una oleada de agradable frescor. La sensación no era psicológica, advirtió, sino física.

—¿Lo notas? —le preguntó a su gemela. Tras un momento de desconcierto, Leie asintió.

—¿Notar qué? —les dijo el navegante, agachado ansiosamente junto a ellas—. ¡Vamos! Nos llaman para…

—¡Calla! —susurró Leie—. ¿De dónde viene?

Empezó a arrastrarse, mirando a izquierda y derecha, en busca de la fuente de la suave brisa.

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