Read Tiempos de Arroz y Sal Online
Authors: Kim Stanley Robinson
—¿Manchas solares? —interrumpió Piali.
—Eso dijo. —Budur se encogió de hombros.
—Pues entonces —dijo Piali mirando la servilleta—, quizá fueran los animálculos de la peste, o algún otro animálculo, o alguna característica de la gente, o sus costumbres, o su tierra, o el clima, o las manchas solares. — Sonrió—. Pienso que eso lo cubre casi todo. Tal vez deberían incluirse también los rayos cósmicos. ¿No se descubrió en aquella época una gran supernova?
Budur no pudo evitar reírse.
—Creo que eso fue antes. De todas formas, tienes que admitirlo, el trabajo tiene mérito.
—Como tantas otras cosas, pero con ésta parecería que tenemos un largo camino por recorrer.
Las presentaciones continuaron, fluctuando entre los informes del mundo que había existido apenas antes de la Guerra Larga, regresando en el tiempo hasta los primeros restos humanos. Este trabajo de los primeros humanos obligó a todos a considerar una de las discusiones más vastas que se estaban desarrollando en el campo de la ciencia: la de los comienzos de la humanidad.
La arqueología como disciplina tenía sus orígenes principalmente en la burocracia china, pero había sido aprendida rápidamente por los dinei, quienes estudiaron con los chinos y regresaron a Yingzhou con la intención de aprender lo que pudieran acerca del pueblo que llamaban los anasazi, quienes les habían precedido en el seco oeste de Yingzhou. El erudito dinei Anán y sus colegas habían ofrecido las primeras explicaciones de la emigración y la historia humanas, afirmando que las tribus de Yingzhou habían extraído el estaño de la isla Amarilla en el más grande de los Grandes Lagos, Manitoba, y habían enviado aquel estaño por barco hasta todas las culturas africanas y asiáticas de la era del bronce. El grupo de Anán sostenía que la civilización había comenzado en el Nuevo Mundo con los incas, los aztecas y las tribus de Yingzhou, en especial las más antiguas que precedieron a los anasazis en los desiertos occidentales. Sus inmensos y antiquísimos imperios habían enviado embarcaciones de madera balsa y junco, cambiando estaño por especias y muchas variedades de plantas de procedencia asiática, y aquellos comerciantes de Yingzhou habían establecido las civilizaciones mediterráneas que precedieron a Grecia, especialmente los antiguos imperios de Egipto y del Occidente Medio, de Asiria y de Sumeria.
En cualquier caso, eso era lo que los arqueólogos dinei habían asegurado, con un argumento sumamente elocuente, con toda clase de objetos de todas partes del mundo para sostenerlo. Pero ahora estaban apareciendo muchas evidencias en Asia, en Firanja y en África, que indicaban que esta historia no era la correcta. Las dataciones más antiguas de poblaciones humanas en el Nuevo Mundo eran de aproximadamente veinte mil años atrás, y al principio todos habían estado de acuerdo en que aquello era muchísimo tiempo, y que precedían por mucho tiempo a las primeras civilizaciones conocidas en la historia del Viejo Mundo, China y Occidente Medio y Egipto; así que en ese momento todo había parecido plausible. Pero ahora que la guerra había terminado, los científicos estaban comenzando a investigar el Viejo Mundo de una manera que no había sido posible en una época anterior a la arqueología moderna. Y lo que estaban encontrando era una gran cantidad de pruebas que indicaban la existencia de un pasado humano mucho más antiguo que cualquiera conocido hasta entonces. Las cuevas del sur de Nsara que albergaban dibujos de animales databan ahora con total seguridad de cuarenta mil años atrás. Los esqueletos encontrados en el Occidente Medio resultaron tener cien mil años. Y había eruditos de Ingali en Sudáfrica que decían haber encontrado restos de humanos, o de antepasados prehumanos que parecían tener varios cientos de miles de años. No podían utilizar la datación con isótopos para estos hallazgos, pero tenían diferentes métodos que parecían tan buenos como el método que utilizaba la desintegración atómica.
En nigún otro sitio de la Tierra había gente haciendo una reivindicación como ésta para los africanos, y había mucho escepticismo alrededor del tema; algunos ponían en duda los métodos de datación, otros sencillamente desechaban terminantemente esa reivindicación, como si se tratara de una manifestación de alguna clase de patriotismo continental o racial. Naturalmente, los eruditos africanos se disgustaron con aquella respuesta, y esa tarde la asamblea adquirió un aspecto volátil que no pudo evitar que la gente recordara los tiempos de la última guerra. Era importante mantener el discurso sobre una base científica, como una investigación de hechos incontaminados por la religión o por la política o por las diferencias raciales.
—Supongo que puede haber patriotismo en cualquier cosa —le dijo Budur a Piali aquella noche—. El patriotismo arqueológico es absurdo, pero está empezando a parecer que así fue como comenzó en Yingzhou. Una tendencia inconsciente, sin duda, hacia la región de cada uno. Y hasta que determinemos las fechas de las cosas, el modelo que reemplazará al de ellos es una cuestión abierta.
—Seguramente los métodos de datación mejorarán —dijo Piali.
—Es cierto. Pero mientras tanto todo es confusión.
—Es una característica de todas las cosas.
Los días pasaban rapidísimos en el torbellino de las reuniones. Budur se levantaba todos los días al amanecer, iba al comedor de la madraza para tomar un pequeño desayuno, y luego asistía a charlas y sesiones y explicaciones de carteles hasta la cena y, después de la cena, hasta bien entrada la noche. Una mañana se asustó al escuchar a una joven mujer describiendo su descubrimiento de lo que parecía ser una rama perdida del feminismo en las primeras épocas del islamismo, una rama que había alimentado el renacimiento de Samarcanda, y que luego había sido destruida y su recuerdo aniquilado. Aparentemente un grupo de mujeres en Qom se había declarado en contra del dominio de los mulás, y habían llevado a sus familias hasta la ciudad amurallada de Derbent, en la Bactriana, un lugar que había sido conquistado por Alejandro Magno y que aún vivía una vida griega de dicha transoxiánica mil años más tarde, cuando llegaron las mujeres rebeldes musulmanas con sus familias. Juntos crearon una forma de vida en la que todos los seres vivientes eran iguales ante Alá y entre ellos, algo parecido a lo que hubiera hecho Alejandro, puesto que él era discípulo de las reinas de Creta. Entonces, la gente de Derbent vivió felizmente durante muchos años, y a pesar de que no tenían mucho trato con nadie y no intentaron imponerse en el resto del mundo, transmitieron algo de lo que habían aprendido a la gente con la que comerciaban cerca de Samarcanda; y en esta ciudad adquirieron esos conocimientos, e hicieron de ellos el comienzo del renacimiento del mundo. Todo esto puede leerse en las ruinas, insistía la joven investigadora.
Budur anotó las referencias, dándose cuenta a medida que lo hacía de que la arqueología también podía ser una especie de deseo, o incluso una declaración sobre el futuro. Regresó a los corredores, meneando la cabeza. Tendría que hablar con Kirana acerca de esto. Tendría que averiguarlo ella misma. ¿Quién sabía, realmente, lo que la gente había hecho en el pasado? Muchas cosas habían ocurrido y nunca se había escrito nada sobre ellas y después de un tiempo habían sido totalmente olvidadas. Podría haber pasado casi cualquier cosa, cualquier cosa. Y estaba ese fenómeno que Kirana había mencionado una vez de pasada, de la gente imaginando que las cosas eran mejores en otra tierra, lo cual después la animaba a tratar de realizar alguna clase de proceso en su propio país. De esta manera, las mujeres habían imaginado en todas partes que a las mujeres de otras partes les iba mejor que a ellas, y de esta manera habían tenido el coraje de exigir cambios. Y sin duda había otros ejemplos de aquella tendencia, gente imaginando algo bueno antes de que ocurriera realmente, como en los cuentos del buen lugar descubierto y luego perdido, lo que los chinos llamaban los cuentos de «El nacimiento del río del melocotón en flor». Historia, fábula, profecía; no había manera de distinguirlas, tal vez hasta después de que pasaran varios siglos y las historias se habían narrado de una u otra manera.
Pasó por muchas otras sesiones, y aquella impresión de la interminable lucha y el interminable esfuerzo de la gente, interminables experimentaciones, de seres humanos agitándose violentamente tratando de encontrar un modo de vivir juntos, simplemente se hizo en ella más profunda. Una imitación del Potala se erguía fuera de Pekín a dos tercios de su tamaño real; el complejo de un antiguo templo, tal vez de origen griego, perdido en las selvas del Amazonas; otro en las selvas de Siam; una capital inca construida en lo alto de las montañas; esqueletos humanos en Firanja, cráneos cuya forma no era muy parecida a la de los cráneos humanos modernos; chozas hechas con huesos de mamut; los círculos de piedra para medir el tiempo en Gran Bretaña; la tumba intacta de un faraón egipcio; los restos prácticamente intactos de una aldea medieval francesa; el pecio en la península de Ta Shu; el continente de hielo que rodea al polo sur; las primeras cerámicas incaicas pintadas con motivos del sur de Japón; leyendas mayas de una «gran llegada» desde el oeste de un dios llamado Itzamna, que era el nombre de la diosa madre Shinto de la misma época; monumentos megalíticos en la cuenca del gran río de los incas que se parecían a los megalitos del Magreb; antiguas ruinas griegas en Anatolia que parecían ser la Troya de
La Iliada
, el poema épico de Homero; enormes figuras alineadas en las llanuras incaicas que sólo podían verse bien desde el cielo; la aldea junto a la playa en las Orcadas que Budur había visitado con Idelba; una ciudad griega y romana muy completa en Éfeso, en la costa de Anatolia; estos y muchos, muchos más descubrimientos similares fueron descritos. Cada día era una avalancha de palabras, Budur tomaba apuntes sin cesar en su cuaderno y pedía reimpresiones de artículos, si estaban en árabe o en persa. Se interesó especialmente por las sesiones que hablaban de métodos de datación; los científicos que trabajaban en este tema le decían a menudo cuánto debían ellos al trabajo innovador de su tía. Ahora estaban investigando otros métodos de datación, por ejemplo el buscar la coincidencia entre los aros sucesivos en el tronco de un árbol para crear la «dendrocronología», que avanzaba bastante bien, y también la medición de una clase particular de luminiscencia de la pérdida de la energía qi que fue fijada en cerámicas que habían sido puestas a temperaturas lo suficientemente altas. Pero había mucho trabajo que hacer todavía en relación a estos métodos, y nadie estaba contento con el estado actual de sus habilidades para datar lo que encontraban del pasado en la tierra.
Un día, un grupo de arqueólogos que habían utilizado el trabajo de Idelba sobre datación se reunieron con Budur, y todos atravesaron el campus de la madraza para asistir a una sesión para recordar a Idelba organizada por los físicos que la habían conocido. Esta sesión iba a consistir en un número de panegíricos, una presentación de los diferentes aspectos de su obra, algunas presentaciones de trabajos recientes que se referían al de ella, y luego una breve fiesta en recuerdo de su vida.
Budur paseaba por las habitaciones de aquella sesión conmemorativa aceptando elogios para su tía, y condolencias por su fallecimiento. Los hombres del salón (porque eran casi todos hombres) se preocupaban mucho por ella, y en su mayoría eran bastante entusiastas. El recuerdo de Idelba dibujaba sonrisas en sus rostros. Budur se llenó de sorpresa y de orgullo ante aquella efusión de afecto, aunque a veces también le causaba un poco de dolor; ellos habían perdido a una apreciada colega, pero ella había perdido al único familiar que le importaba, y no siempre podía mantener la obra de su tía como único centro de atención.
En cierto momento se le pidió que hablara a la asamblea y entonces hizo todo lo posible para serenarse y reunir fuerzas mientras subía al estrado, pensando mientras caminaba en sus soldados ciegos, quienes existían en su mente como una especie de bastión o de ancla, un punto de referencia de lo que era verdaderamente triste. A diferencia de aquello, esto era verdaderamente una celebración, y sonrió al ver a toda aquella gente reunida para honrar a su tía. Solamente quedaba decidir qué diría, y mientras subía los escalones se le ocurrió que sólo necesitaba intentar imaginar lo que hubiera dicho la propia Idelba, y luego parafrasearlo. Ése era un sentido de la reencarnación en el que ella podía creer.
Así que miró desde arriba a los físicos, sintiéndose tranquila y anclada por dentro, y les agradeció su presencia:
—Todos sabéis lo involucrada que estaba Idelba en el trabajo de física atómica que estáis haciendo ahora vosotros —dijo luego—. Que debería ser utilizado por el bien de la humanidad y por nada más. Creo que el mejor homenaje que podéis ofrecerle sería la creación de una especie de organización de científicos dedicados a la divulgación y utilización de vuestro conocimiento. Tal vez podamos hablar de eso más tarde. Sería muy apropiado que tal organización llegara a ser el resultado de pensar en los deseos de Idelba, debido a una creencia que ella sostenía, como vosotros sabéis, de que los científicos, entre el resto de gente, eran con quienes podía contarse para hacer lo que estaba bien, porque sería lo más científico que pudiera hacerse.
Sintió una especie de inmovilidad en la audiencia. Las miradas de los rostros que tenía ante sí eran de repente muy parecidas a las de sus soldados ciegos: dolor, nostalgia, esperanza desesperada; pesar y resolución. Muchas de las personas en aquel salón se habían visto sin duda involucradas en el esfuerzo de guerra de sus respectivos países; al final, también, cuando la carrera tecnológica militar se había acelerado considerablemente, y las cosas se habían puesto especialmente feroces y estremecedoras. Los inventores de los proyectiles de gas que habían dejado ciegos a tantos soldados bien podían encontrarse en ese salón.
—Ahora bien —continuó Budur con cautela—, es obvio que éste no siempre ha sido el caso, hasta ahora. Los científicos no siempre han hecho lo correcto. Pero la visión que Idelba tenía de la ciencia era la de algo progresivamente mejorable, simplemente como una cuestión de hacerla más científica. Ese aspecto es una de las maneras de definir la ciencia, en contraste con muchas otras actividades o instituciones humanas. Por lo tanto, para mí esto la convierte en una especie de oración, o de culto al mundo. Es un trabajo de devoción. Este aspecto no debe olvidarse nunca, siempre que recordemos a Idelba, y siempre que pensemos en las aplicaciones de nuestro trabajo. Gracias.