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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (92 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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—Ésa es la clase de persona que era mi tía —dijo Budur.

Dejó ese libro y cogió otro, pensando que sería mejor dejar de leer cosas inspiradas en Idelba. Eso no hacía que se sintiera mejor. El libro que eligió se llamaba
Cuentos del marinero de Nsara
, historias verídicas acerca de los marineros y los pescadores del lugar, conmovedoras aventuras llenas de peces y de peligros y de muerte pero también del aire del mar, de las olas y del viento. Los soldados habían disfrutado con otros capítulos de este libro, que ella ya les había leído antes.

Pero esta vez leyó uno llamado «El ramadán ventoso», que resultó ser acerca de una época remota, en la era de la navegación a vela, cuando los vientos contrarios habían mantenido a la flota de cereales fuera del puerto, de manera que habían tenido que fondear en la rada, en aguas protegidas, mientras caía la noche; luego, durante la noche el viento había virado y una gran tormenta se acercó rugiendo desde el Atlántico, y no había manera de que los barcos en el mar pudieran buscar refugio en la costa, y los que estaban en tierra nada podían hacer más que caminar por la playa toda la noche. El autor del relato tenía una esposa que estaba cuidando a tres niños huérfanos de madre cuyo padre era uno de los patrones que estaban en la flota e, incapaz de observar a los niños en su juego nervioso, había salido a caminar por el rompeolas con los demás, haciéndole frente al rugiente viento de la tempestad. Al amanecer, todos vieron la capa de grano empapado sobre la marca de la marea alta y supieron que había ocurrido lo peor. «Ni un solo barco sobrevivió a la tempestad, y de punta a punta de la playa los cuerpos llegaron con la marea. Y como había amanecido un viernes, a la hora señalada, el almuecín fue al minarete para llamar a la oración, y el idiota del pueblo lo detuvo lleno de rabia, gritando: »

—¿Quién puede rezar al Señor en un momento como éste?»

Budur dejó de leer. Un silencio profundo llenó la sala. Algunos de los hombres asentían con la cabeza, como dicendo: Sí, es así como sucede; yo he pensado lo mismo durante años; sin embargo, algunos estiraron las manos como para arrebatarle el libro de las manos, o hicieron gestos como para echarla, diciéndole que se fuera. Si hubieran podido ver, la habrían acompañado hasta la puerta o habrían hecho algo; pero dada la situación nadie sabía qué hacer.

Ella dijo algo, se puso de pie y se marchó, y caminó río abajo atravesando la ciudad, hasta llegar a los muelles, luego hasta el gran rompeolas, y lo recorrió hasta el final. El hermoso mar azul chapoteaba junto a los bloques de piedra, bisbiseando con su limpia bruma de sal en el aire. Budur se sentó en la última roca bañada por el sol y miró las nubes que llegaban volando sobre Nsara. Estaba tan llena de dolor como el océano de agua, sin embargo, algo en la imagen de la ruidosa ciudad le resultaba alentador; pensó: Nsara, ahora eres mi único familiar vivo. Ahora serás mi tía Nsara.

20

Y ahora tenía que conocer a Piali.

Él era un hombre pequeño, ensimismado, soñador y poco comunicativo, aparentemente lleno de sí mismo. Budur había pensado que sus aptitudes en física eran compensadas por una excepcional falta de gracia.

Pero ahora estaba impresionada por la profundidad del dolor que él sentía por la muerte de Idelba. En vida, ella le había tratado, solía pensar Budur, como a un accesorio vergonzoso, un colaborador necesitado pero no deseado en su trabajo. Ahora que ella no estaba, él se sentaba sobre el banco de un pescador del rompeolas en donde se había sentado algunas veces con Idelba cuando el clima lo permitía, y suspiraba, diciendo:

—Era un gran placer conversar con ella, ¿no es cierto? Nuestra Idelba era una física verdaderamente brillante, déjame que te diga. Si hubiera nacido hombre, no habría habido un final: ella habría cambiado el mundo. Por supuesto que había cosas en las que no era tan buena, pero tenía tanta capacidad de penetración en el modo en que podrían funcionar las cosas. Y cuando nos quedábamos atascados, Idelba seguía machacando el problema sin desmayo, golpeando con la frente el muro de ladrillos, sabes, y yo paraba, pero ella era persistente, y tan lista a la hora de encontrar nuevos caminos para llegar a una cosa, cambiando el flanco si el muro no quería ceder. Encantadora. Era una persona sumamente encantadora.

Se puso terriblemente serio y enfatizó la palabra «persona» en lugar de «mujer», como si Idelba le hubiera enseñado algunas cosas sobre la capacidad de las mujeres que él no había cometido la tontería de dejar pasar. Tampoco caía en el error de la idealización; ningún físico tendía a pensar que las excepciones fueran una categoría válida; así que, ahora hablaba con Budur casi como si conversara con Idelba o con sus colegas masculinos, sólo que más atentamente, concentrándose en conseguir algo de la apariencia de humanidad normal, tal vez, y consiguiéndolo. Casi. Seguía siendo un hombre muy distraído y desagradable. Pero a Budur empezó a caerle mejor.

Esto era algo bueno, puesto que Piali comenzó a interesarse por ella también, y durante los meses siguientes la cortejó en su modo tan particular; iba a la zawiyya, y allí conoció el entorno de ella y la escuchó cuando contaba sus problemas con los estudios de historia, mientras hablaba durante horas interminables acerca de sus problemas con la física y en el instituto. También compartía con ella cierta propensión a la vida en los cafés, y no parecían importarle las variadas indiscreciones que ella había cometido desde que llegara a Nsara; él ignoraba todo aquello y se concentraba en las cosas de la mente, incluso cuando estaba sentado en un café bebiendo un coñac y escribiendo en las servilletas, una de sus peculiares costumbres. Hablaban sobre la naturaleza de la historia durante horas, y fue bajo el impacto del profundo escepticismo —o materialismo— de Piali, que Budur completó finalmente el cambio en el énfasis del estudio de la historia a la arqueología, de los textos a las cosas, convencida, en parte, por el argumento de Piali de que los textos siempre eran sencillamente las impresiones de la gente, mientras que los objetos tenían en sí mismos cierta inmutable realidad. Por supuesto, los objetos llevaban directamente a otras impresiones, y se encajaban con ellas en el entramado de pruebas que cualquier estudioso del pasado tenía que presentar para poder fundamentar un argumento; pero comenzar con las herramientas y con las construcciones en lugar de hacerlo con las palabras del pasado era realmente un alivio para Budur. Estaba cansada de destilar coñac. Comenzó a asumir conscientemente algo de la curiosidad sobre el mundo real que Idelba siempre había manifestado, como una manera de honrar su recuerdo. Echaba tanto de menos a Idelba que no podía pensar en ello directamente, sino que tenía que eludirlo con homenajes como los que se proponía, invocando la presencia de Idelba en sus costumbres, como si estuviera convirtiéndose en una especie de madame Sururi. Más de una vez, se le ocurrió que había maneras en que se conoce mejor a los muertos que a los vivos, porque la persona misma ya no está allí para distraer los pensamientos que tenemos acerca de ella.

A partir de estos variados hilos de pensamiento, a Budur también comenzaron a darle vueltas un gran número de preguntas que conectaban su trabajo con el de Idelba tal y como ella lo había entendido, puesto que tenía en cuenta los cambios físicos que se producían en los materiales utilizados en el pasado: cambios químicos o físicos o qi o pérdida de la energía qi, que podían ser utilizados como relojes, enterrados en la textura de los materiales empleados. Le preguntó a Piali acerca de eso, y él no tardó en mencionar el cambio que se producía con el tiempo en los tipos de partículas tanto en el núcleo como en la superficie, de manera que, por ejemplo, los anillos de vida catorces dentro de un cuerpo, después de la muerte de un organismo, comenzarán lentamente a retroceder a anillos de vida doces, comenzando alrededor de cincuenta años después de la muerte de un organismo y siguiendo durante aproximadamente cien mil años, hasta que todo el anillo de vida del material retroceda a doces, y el reloj deje de funcionar.

Esto sería suficiente tiempo como para datar muchas actividades humanas, pensó Budur. Ella y Piali comenzaron a trabajar juntos en el método, y consiguieron la ayuda de otros científicos del instituto. La idea fue aceptada y extendida por un equipo de científicos de Nsara que creció con los meses, y el esfuerzo no tardó tampoco en hacerse mundial, como suele suceder en el mundo de la ciencia. Budur nunca había estudiado tanto.

Así fue que con el tiempo se convirtió en una arqueóloga, trabajando entre otras cosas con los métodos de datación, siempre con la ayuda de Piali. De hecho, había reemplazado a Idelba como colega de Piali, y él por lo tanto había trasladado parte de su trabajo a un campo diferente, para coincidir con lo que ella estaba haciendo. Su método para relacionarse con alguien era trabajar con ellos; así que a pesar de que ella era más joven, y de que estaba en un campo diferente, él sencillamente se amoldó y continuó en su modo habitual. Él también siguió profundizando sus estudios en física atómica, por supuesto, colaborando con muchos colegas en los laboratorios del instituto, y con algunos científicos de la fábrica de radios que estaba en las afueras de la ciudad, cuyo laboratorio estaba comenzando ahora a competir con la madraza y con el instituto como un centro de investigación de física pura.

Los militares de Nsara se estaban implicando también. Las investigaciones físicas de Piali continuaron en la línea impuesta por Idelba, y a pesar de que no había nada más publicado acerca de la posibilidad de crear una reacción de desintegración en cadena del alactino, desde luego había un pequeño grupo de físicos musulmanes, en Skandistán, en la Toscana y en Irán, que discutieron esa posibilidad; ellos sospechaban que discusiones similares se estaban llevando a cabo en laboratorios de China, Travancore y el Nuevo Mundo. Había estudios publicados internacionalmente acerca de este aspecto de la física y estaban siendo analizados ahora en Nsara para ver qué podría haber sido excluido, para ver si estaban apareciendo nuevos avances o si silencios y ausencias repentinas podrían marcar la clasificación gubernamental de estos asuntos. Hasta entonces no habían aparecido signos claros de censura pero Piali parecía sentir que era sólo una cuestión de tiempo, y que probablemente ya sucedía en otros países puesto que estaba entre ellos, semiconsciente y carente de plan. Tan pronto como hubiera otra crisis política mundial, antes de que las hostilidades llegaran a un punto crítico, podía esperarse que todo ese campo de la investigación desapareciera por completo en los laboratorios militares secretos, y junto con él un número significativo de físicos, todos ellos incomunicados de sus colegas del resto del mundo.

Y por supuesto podía haber problemas en cualquier momento. China, a pesar de haber vencido en la guerra, había sido tan completamente destrozada como la coalición derrotada, y parecía estar cayendo en el caos y la guerra civil. Aparentemente, estaba llegando el final del liderazgo de la época de guerra que había reemplazado a la dinastía Qing.

—Eso es bueno —dijo Piali a Budur—, porque sólo una burocracia militar hubiera intentado construir una bomba tan peligrosa. Pero es malo porque a los gobiernos militares no les gusta caer sin haber presentado batalla.

—A ningún gobierno le gusta —dijo Budur—. Recuerda lo que decía Idelba. Lo mejor para que ningún gobierno monopolice el uso de esa idea sería difundir el conocimiento entre todos los físicos del mundo, lo más rápido posible. Si todos saben que todos podrían construir una arma semejante, nadie lo intentaría.

—Tal vez no al principio —dijo Piali—, pero eso podría ocurrir en años venideros.

—Aun así —dijo Budur.

Y continuó dando la lata a Piali para que tomara las medidas que había sugerido Idelba. Él no renunció a ellas, pero tampoco hizo nada para ponerlas en marcha. De hecho, Budur tuvo que estar de acuerdo con él en que era difícil ver exactamente qué había que hacer al respecto. Se sentaron sobre el secreto como palomas sobre un huevo de cuco.

Mientras tanto, la situación en Nsara seguía deteriorándose. Un buen verano había seguido a varios malos, desechando la posibilidad de caer en una hambruna, sin embargo los periódicos estaban llenos de informaciones sobre luchas por el pan y huelgas en las fábricas junto al Rin, el Ruhr y el Ródano, y hasta una «sublevación contra las reparaciones de guerra» en las Pequeñas Atlas, una rebelión que no resultó fácil de reprimir. El ejército parecía tener en su seno algunos elementos que alentaban en lugar de contener estos signos de malestar, tal vez por solidaridad, tal vez para desestabilizar aún más las cosas y justificar una total toma militar del poder. Se extendían rumores de un golpe de estado.

Todo esto era depresivamente similar al final de la Guerra Larga, y el acaparamiento de alimentos continuó aumentando. A Budur le resultaba difícil concentrarse en sus lecturas, y a menudo se sentía llena de dolor por Idelba. Por lo tanto, se sorprendió, y se alegró, cuando Piali le dijo que habría una conferencia en Ispahán, una reunión internacional de físicos atómicos para discutir los últimos hallazgos en sus respectivos campos de investigación, incluyendo, dijo, el problema del alactino. No sólo eso, la conferencia también estaba ligada a la cuarta convocatoria de una gran reunión semestral de científicos, la primera de las cuales había tenido lugar fuera de Ganono, la gran ciudad portuaria de los hodenosauníes, así que ahora eran llamadas Conferencias de Isla Larga. La segunda había sido celebrada en Pyinkayaing y la tercera en Pekín. La conferencia de Ispahán sería por lo tanto la primera que se llevaría a cabo en el Dar, e iba a incluir una serie de reuniones sobre arqueología; Piali ya había conseguido una financiación de parte del instituto para que Budur asistiera con él, como coautora de estudios que habían escrito con Idelba acerca de métodos de datación con isótopos radiactivos.

—A mí me parece un buen lugar para hablar en privado acerca de las ideas de tu tía. Habrá una sesión dedicada a su obra, organizada por Zoroush; Chen y algunos otros de sus corresponsales estarán allí. ¿Vendrás?

—Por supuesto.

21

Todos los trenes directos que iban a Irán pasaban por Turi, el pueblo natal de Budur, y ya fuera por ésta o por alguna otra razón, Piali organizó todo para volar desde Nsara hasta Ispahán. La nave era similar a la que Budur había cogido con Idelba para ir a las Orcadas, y se sentó en los asientos de la góndola que estaban junto a la ventanilla para mirar desde arriba tanto Firanja como los Alpes, Roma, Grecia y las islas marrones del mar Egeo; luego Anatolia y los estados del Occidente Medio. El mundo es muy grande, pensaba Budur a medida que pasaban las largas horas flotando en el aire.

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