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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (98 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Por consiguiente mucha gente estaba lista para un cambio. Kung estaba tan delgado y hambriento como cualquiera de ellos, pero lleno de energía, no parecía necesitar mucha comida o mucho sueño: todo lo que hacía era leer y hablar, hablar y leer, y montar su bicicleta de reunión en reunión y exhortar a los grupos para que se sumaran al movimiento revolucionario encabezado por Zhu Isao para cambiar China.

—Escuchad —solía decir con insistencia a su audiencia—, es a China a quien podemos cambiar, porque somos chinos, y si cambiamos China, entonces cambiamos el mundo. Porque siempre todo vuelve a China, ¿entendéis? Nosotros somos más que el resto de gente de la Tierra junta. Y debido a los años colonialistas e imperialistas de los Qing, toda la riqueza del mundo ha venido hacia nosotros a lo largo de los años, en especial el oro y la plata. Durante muchas dinastías trajimos oro con el comercio, luego, cuando conquistamos el Nuevo Mundo, les quitamos su oro y su plata, y todo eso vino también a parar a China. ¡Y nada de eso ha salido de aquí nunca! No somos pobres debido a alguna razón material, sino por la manera en que estamos organizados, ¿os dais cuenta? Sufrimos en la Guerra Larga como todas las demás naciones, pero el resto del mundo se está recuperando y nosotros no, a pesar de que ganamos, ¡debido a la manera en que estamos organizados! El oro y la plata están escondidos en las arcas de los burócratas corruptos, y la gente se muere de frío y de hambre mientras los burócratas se esconden en sus agujeros, confortables y satisfechos. ¡Y eso será siempre así a menos que nosotros lo cambiemos!

Luego solía pasar a explicar las teorías de sociedad de Zhu, cómo durante muchas dinastías un sistema de extorsión había dominado a China y a gran parte del mundo, y debido a que las tierras eran fecundas y los impuestos de los campesinos soportables, el sistema había perdurado. Sin embargo, finalmente, este sistema había entrado en crisis, un sistema en el cual los soberanos se habían vuelto tan numerosos, y la tierra tan mermada, que los impuestos que exigían no podían ser producidos por los granjeros. Cuando se presentó la opción de hambre o rebelión, los campesinos se habían rebelado, como lo habían hecho a menudo antes de la Guerra Larga.

—Lo hicieron por sus hijos. Se nos enseñó a honrar a nuestros antepasados, pero el tapiz de las generaciones avanza en ambas direcciones, y fue por la genialidad de la gente que se comenzó a luchar por las generaciones venideras, a renunciar a la vida por la de sus hijos y la de los hijos de sus hijos. ¡Ésta es la verdadera manera de honrar a tu familia! Y entonces tuvimos las sublevaciones de los Ming y de los primeros Qing, y hubo alzamientos similares en todas partes del mundo, y finalmente las cosas se desmoronaron, y todos lucharon contra todos. Y hasta China, la nación más rica de la Tierra, quedó devastada. Pero el trabajo necesario siguió adelante. Tenemos que seguir con ese trabajo y terminar con la tiranía de los soberanos y crear un mundo nuevo en el que se comparta la riqueza entre todos por igual. El oro y la plata salen de la tierra, y la tierra nos pertenece a todos, como el aire y el agua nos pertenecen a todos. No puede haber más jerarquías como las que nos han oprimido durante tanto tiempo. Hay que seguir adelante con la lucha, y cada derrota es sencillamente una derrota necesaria en la larga marcha hacia nuestro objetivo.

Naturalmente, cualquiera que pasaba cada hora de cada día haciendo semejantes discursos, como lo hacía Kung, no tardaría mucho en meterse en serios problemas con las autoridades. Pekín, que era la capital y la ciudad manufacturera más grande, intacta en la Guerra Larga en comparación con muchas otras ciudades, tenía destinadas varias divisiones de la policía militar, y las murallas de la ciudad les permitían cerrar las puertas y realizar búsquedas que peinaban cada barrio. Después de todo, Pekín era el corazón del imperio. Podían ordenar que se registrara un barrio entero, si querían, y más de una vez lo hacían; barrios de chabolas y hasta otros legalmente permitidos eran derribados hasta que el terreno quedaba llano; después se reconstruían según el plan establecido para los recintos de unidades de trabajo con la intención de librar a la ciudad de descontentos. Un agitador como Kung estaba destinado a tener problemas. Y así fue que en el año 31, cuando tenía unos diecisiete años, y Bao quince, abandonó Pekín rumbo a las provincias del sur, para llevar el mensaje a las masas, tal como les había recomendado encarecidamente Zhu Isao a él y a todos los que estaban en su situación.

Bao lo siguió. En el momento de la partida, llevaba con él una bolsa que contenía un par de calcetines de seda, un par de zapatos de lana azul con botones de cuero, una chaqueta llena de bolitas, una vieja chaqueta arrugada, unos pantalones viejos, unos pantalones sin forro, una toalla, un par de palillos de bambú, un frasco de esmalte, un cepillo de dientes y un ejemplar de
Análisis del Colonialismo chino
, de Zhu.

Los años siguientes pasaron volando, y Bao aprendió mucho acerca de la vida y de la gente, y acerca de su amigo Kung Jianguo. Los disturbios del año 33 evolucionaron hacia una rebelión general contra la Quinta Asamblea Militar, la cual se convirtió en una gran guerra civil. El ejército intentó mantener el control de las ciudades, los revolucionarios se dispersaron por las aldeas y los campos. Allí vivían según una serie de protocolos que los convirtieron en los favoritos de los campesinos, ya que se esforzaban mucho por protegerles, a ellos y a sus cosechas y a sus animales, sin expropiar nunca sus bienes o su comida, preferían la inanición antes que robarle a la gente que se habían comprometido a liberar.

Todas las batallas de esta extraña y difusa guerra tenían una cualidad macabra; parecían una serie interminable de asesinatos de civiles con sus propias ropas, nada de uniformes ni grandes y formales batallas; hombres, mujeres y niños, campesinos en el campo, tenderos en las puertas, animales; el ejército era despiadado. Y sin embargo la cosa seguía y seguía.

Kung se convirtió en un destacado líder en el instituto militar revolucionario de Anán, un instituto cuyo centro de operaciones estaba en lo más profundo del cañón del Brahmaputra, pero también se extendía a través de cada unidad de las fuerzas revolucionarias, los profesores o consejeros hacían todo lo que podían para hacer que cada encuentro con el enemigo fuera una especie de educación en el campo de batalla. Kung no tardó en encabezar estos esfuerzos, especialmente cuando se trataba de la lucha por las unidades de trabajo urbanas y costeras; era una fuente inagotable de ideas y de energía.

La Quinta Asamblea Militar abandonó finalmente el gobierno central, y se redujo a unos cuantos señores de la guerra. Aquello fue una victoria, pero ahora cada señor de la guerra y su pequeño ejército tenía que ser derrotado también uno por uno. La lucha se trasladó de provincia en provincia, una emboscada por aquí, un puente volado por allí. Kung a menudo era el blanco de intentos de asesinato, y naturalmente Bao, como su camarada y asistente, estaba también en peligro. Bao solía querer vengarse de los intentos de los asesinos, pero Kung era imperturbable.

—No tiene importancia —solía decir—. De todas maneras todos morimos.

Él era mucho más entusiasta con respecto a este tema que cualquiera que Bao hubiera conocido alguna vez. Sólo una vez Bao vio a Kung seriamente enfadado, e incluso esa vez fue de una manera extrañamente alegre, teniendo en cuenta la situación.

Sucedió cuando uno de sus propios oficiales, un tal Shi Fandi («Oponerse al imperialismo»), fue declarado culpable por testigos oculares de la violación y el asesinato de una mujer prisionera que estaba a su cuidado.

Shi salió de la cárcel en la que lo habían encerrado gritando:

—¡No me matéis! ¡No he hecho nada malo! ¡Mis hombres saben que intentaba protegerlos, la bandida que murió era una de las más brutales de todo Sechuán! ¡Esta sentencia es un error!

Kung salió de la despensa en la que había dormido esa noche.

—Comandante, tened piedad. ¡No me matéis! —pidió Shi.

—Shi Fandi, deberías callar. Cuando un hombre hace algo tan malo como lo que tú has hecho y es hora de que muera, lo que tendría que hacer es cerrar la boca y poner buena cara. Eso es todo lo que puede hacer para prepararse para la próxima vez. Tú has violado y matado a una prisionera, te han visto tres testigos; ése es uno de los peores crímenes que existe. Y hay informes que dicen que ésta no fue la primera vez. Dejarte vivir y hacer más cosas como ésas sólo hará que la gente te odie a ti y a nuestra causa, de modo que sería algo malo. No hablemos más. Me aseguraré de que tu familia esté cuidada. Tú intenta ser un hombre de más coraje.

—Más de una vez me han ofrecido diez mil taeles por matarte y siempre los rechacé —dijo Shi con amargura.

Kung no le dio importancia.

—Ése era tu deber, y crees que eso te convierte en alguien especial.

Como si tuvieras que resistirte a tu carácter para hacer lo que está bien.

¡Pero tu carácter no es excusa alguna! ¡Estoy harto de tu carácter! ¡Yo también tengo una alma enfadada, pero aquí estamos luchando por China! ¡Por la humanidad! ¡Debes ignorar a tu carácter y hacer lo que está bien!

Y se alejó mientras se llevaban a Shi Fandi.

Más tarde, Kung estaba triste, no con remordimientos por la condena de Shi, sino deprimido.

—Tenía que ser así pero no sirvió para nada. Los hombres como él siempre terminan descubriéndose. Supongo que nunca se extinguirán. Y entonces tal vez China nunca pueda escapar de su destino. —Citó a Zhu—: «Inmensos territorios, abundantes recursos, una gran población: partiendo de tan excelente base, ¿no haremos otra cosa que avanzar siempre en círculos, atrapados en la rueda del nacimiento y la muerte?».

Bao no supo qué responder; nunca había oído a su amigo hablar con tanto pesimismo. Aunque ahora le resultaba bastante familiar. Kung tenía muchos estados de ánimo. Pero al final, uno de ellos predominaba; suspiró, se puso de pie enérgicamente:

—¡De todos modos hay que seguir adelante! ¡Vamos, vamos! Podemos intentarlo. De alguna manera tenemos que ocupar el tiempo de esta vida, ¿entonces por qué no luchar por el bien?

Al final fueron las asociaciones de campesinos las que inclinaron la balanza. Kung y Bao asistían a reuniones nocturnas en cientos de aldeas y ciudades, y miles de soldados revolucionarios como ellos transmitían a la gente el análisis y el plan de Zhu, gente que en el campo eran todavía en su mayoría analfabetos, de modo que la información debía ser transmitida boca a boca. Pero no hay manera de comunicación más rápida y más segura, una vez que llega a cierto punto crítico de acumulación.

Bao aprendió cada detalle de la vida en el campo en aquella época. Aprendió que la Guerra Larga había despojado de todo a muchos de los hombres que habían sobrevivido y a muchas de las mujeres más jóvenes. Allí donde se fuera, sólo había algunos ancianos y el total de la población era menor que antes de la guerra. Algunas aldeas estaban abandonadas, otras estaban ocupadas por ejércitos de esqueletos. Esto hizo que sembrar y cosechar los cereales se convirtiera en algo muy difícil y que la gente joven que había sobrevivido a la guerra estuviera siempre trabajando para asegurarse de que la comida de la estación y las cosechas que pagaban los impuestos crecieran correctamente. Las mujeres mayores trabajaban más duramente que nadie, haciendo todo lo que podían, manteniendo a todas horas el comportamiento imperial de la campesina china media. Generalmente, la gente de la aldea que podía leer y hacer cuentas eran las abuelas, quienes de niñas habían vivido en familias más prósperas; ahora enseñaban a los jóvenes a organizar los telares, y a tratar con el gobierno de Pekín, y a leer. Debido a esto, cuando el ejército de un señor de la guerra invadía la región, ellas eran a menudo las primeras en ser asesinadas junto con los jóvenes que pudieran unirse a la lucha.

En el sistema confuciano, los granjeros eran la segunda clase en importancia, justo debajo de los burócratas eruditos que habían inventado el sistema, pero encima de los artesanos y los comerciantes. Ahora, los intelectuales de Zhu estaban organizando a los campesinos en el país profundo, y los artesanos y los comerciantes de las ciudades principalmente esperaban a ver qué sucedería. Así que parecía que el mismísimo Confucio había identificado a las clases revolucionarias. Desde luego que había muchos más campesinos que habitantes urbanos. Fue así que cuando los ejércitos campesinos comenzaron a organizarse y a marchar, era poco lo que los viejos restos de la Guerra Larga podían hacer al respecto; ellos mismos habían sido diezmados, y no tenían los medios ni el deseo de matar a millones de sus compatriotas campesinos. La gran mayoría de ellos se retiró a las ciudades más grandes y se preparó para defenderlas como lo habían hecho contra los musulmanes.

Durante aquel inquietante punto muerto, Kung argumentó en contra de cualquier ataque frontal, abogando por métodos más sutiles para derrotar a los señores de la guerra que quedaron encerrados en las ciudades. A algunas ciudades se les había cortado las rutas de abastecimiento, sus aeropuertos habían sido destruidos, sus puertos bloqueados; antiquísimas tácticas de asedio actualizadas con las nuevas armas de la Guerra Larga. De hecho, otra guerra larga, esta vez de tipo civil, parecía estar fraguándose, a pesar de que en China no había nadie que quisiera semejante cosa. Hasta el más pequeño de los niños vivía en las ruinas y la sombra de la Guerra Larga y sabía que otra más sería una catástrofe.

Kung se encontraba con Loto Blanco y con otros grupos revolucionarios en las ciudades controladas por los señores de la guerra. En casi todas las unidades de trabajo había trabajadores que simpatizaban con la revolución, y muchos de ellos se unían al movimiento de Zhu. En realidad, casi nadie apoyaba activa y entusiásticamente al antiguo régimen; ¿quién podía hacer semejante cosa? Habían pasado demasiadas cosas malas. Así que era cuestión de conseguir que todos los desafectos respaldaran la misma resistencia y la misma estrategia para el cambio. Kung demostró ser el líder con más influencia en este esfuerzo.

—En épocas como ésta —solía decir—, todos nos convertimos en una especie de intelectual, puesto que asuntos tan serios exigen un pensamiento exhaustivo. Ése es el esplendor de estas épocas. Nos han despertado.

Algunas de estas charlas y reuniones organizativas eran visitas peligrosas a territorio enemigo. Kung había llegado muy lejos en el movimiento de la Nueva China para poder sentirse a salvo en misiones como ésas; ahora era demasiado famoso, y a su cabeza le habían puesto un precio.

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