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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (102 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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»Empiezo a pensar que este asunto de las «propiedades emergentes tardías» del que los físicos hablan cuando discuten acerca de la complejidad y la cascada de sensibilidades es un concepto importante para los historiadores. Puede que la justicia sea una propiedad emergente tardía. Y tal vez podamos vislumbrar los comienzos de su emergencia; o tal vez haya surgido hace mucho tiempo, entre los primates y los protohumanos, y ahora empieza a tener más influencia en el mundo, ayudada por la posibilidad material de la abundancia. Es difícil decirlo.

Volvió a mostrar su pequeña sonrisa.

—Han sido unas buenas palabras para terminar esta sesión.

La reunión final se llamó «Lo que todavía está por explicar» y consistió en preguntas sobre las que aún estaba reflexionando después de tantos años de estudio y reflexión. Zhu hizo algún comentario acerca de su lista de preguntas, pero no se extendió mucho; Bao tuvo que escribir lo más rápidamente que pudo para dejar registradas las preguntas:

Lo que todavía está por explicar

¿Por qué ha habido desigualdad en la acumulación de bienes desde los primeros tiempos de la historia? ¿Qué hace que las edades de hielo vengan y se vayan? ¿Podría Japón haber ganado la guerra de la independencia sin la fortuita combinación de la Guerra Larga y el terremoto y el incendio que devastaron Edo? ¿Dónde fue a parar todo el oro romano? ¿Por qué se corrompe el poder? ¿Había algún modo de salvar a los pueblos nativos del Nuevo Mundo de la mortandad producida por las enfermedades del Viejo Mundo? ¿Cuándo llegó alguien por primera vez al Nuevo Mundo? ¿Por qué las generaciones de Yingzhou y de Inca estaban a niveles tan diferentes de desarrollo? ¿Por qué no puede la fuerza de la gravedad concillarse matemáticamente con la microprobabilidad del pulso? ¿Habría iniciado Travancore el período moderno y dominado al Viejo Mundo si el Kerala nunca hubiera vivido? ¿Existe la vida después de la muerte, o la transmigración de las almas? ¿Llegó la expedición polar del año cincuenta y dos de la Guerra Larga al polo sur? ¿Qué hace que la gente bien alimentada y protegida se ocupe de subyugar a la gente desprotegida y hambrienta? Si al-Alemand hubiera conquistado Skandistán, ¿habría sobrevivido el pueblo sami? Si la Conferencia de Shanghai no hubiera acordado reparaciones tan duras, ¿habría sido más pacífico el mundo de la posguerra? ¿Cuánta gente puede mantener la Tierra? ¿Por qué existe el mal? ¿Cómo inventaron su forma de gobierno los hodenosauníes? ¿Qué enfermedad o combinación de enfermedades mató a los cristianos de Firanja? ¿La tecnología maneja la historia? ¿Habrían sido diferentes las cosas si el nacimiento de la ciencia en Samarcanda no hubiera sido demorado en su dispersión por la peste? ¿Cruzaron los fenicios el Atlántico hasta el Nuevo Mundo? ¿Sobrevivirá algún mamífero más grande que el zorro el próximo siglo? ¿Es la Esfinge miles de años más antigua que las Pirámides? ¿Existen los dioses? ¿Cómo podemos hacer que regresen los animales a la tierra? ¿Cómo podemos vivir decentemente? ¿Cómo podemos dejar a nuestros hijos y a las generaciones venideras un mundo que vuelva a ser saludable?

Poco después de aquella sesión final y de una gran fiesta, Zhu Isao regresó a Pekín, y Bao ya no volvió a verlo.

Durante los años posteriores a la visita de Zhu se trabajó duramente para poner en marcha programas que ayudaran a dar alguna respuesta a sus últimas preguntas. Al igual que los geólogos habían sido muy ayudados en sus trabajos por la construcción de un marco de entendimiento basado en el movimiento de las láminas de la corteza de la Tierra, así mismo los burócratas y los tecnócratas y los científicos y los diplomáticos de la Liga de Todos los Pueblos fueron ayudados en su tarea por las consideraciones teóricas de Zhu. ¡Tener un plan es una gran ayuda!, solía decir Zhu.

Y así fue que Bao cruzó el mundo, reuniéndose y hablando con gente, ayudando a poner ciertos puntos en su lugar, espesando la urdimbre y la trama de tratados y acuerdos mediante los cuales todos los pueblos del planeta quedaban unidos. Trabajó en una reforma para el arrendamiento de la tierra, en la administración de los bosques, en la protección de los animales, en los recursos hídricos, en la ayuda de los panchayats y en la desinversión de la riqueza acumulada, royendo el poder de los obstinados bloques de privilegio que habían quedado tras la Guerra Larga y todos los que habían medrado durante los siglos anteriores a ella. Todo iba muy lentamente, y el progreso venía siempre en forma de pequeños incrementos, pero lo que Bao notaba de vez en cuando era que una mejora en la situación de una parte del mundo también ayudaba en otros sitios, de manera que, por ejemplo, la institución de gobiernos panchayat a nivel local en China y en los Estados islámicos había llevado a un aumento del poder de más y más gente, especialmente donde se había adoptado la ley de Travancore que exigía que dos de cada cinco miembros del panchayat fueran mujeres; y esto a su vez había mitigado muchos males territoriales. De hecho, mientras que muchos de los problemas del mundo eran el resultado de que demasiada gente competía por recursos escasos, utilizando tecnologías demasiado rudimentarias, otro resultado feliz de la concesión de poderes del panchayat a las localidades y a las mujeres fue que las tasas de natalidad cayeron rápida y espectacularmente. La tasa de sustitución de la población era de 2,1 nacimientos por mujer, y antes de la Guerra Larga la tasa mundial estaba en alrededor de cinco; y en los países más pobres, andaba entre siete y ocho. Ahora, en todos los países donde las mujeres ejercían toda la gama de derechos abogados por la Liga de Todos los Pueblos, la tasa de sustitución había caído a menos de tres, y en muchos sitios a menos de dos; esto, combinado con las mejoras en la agricultura y otras tecnologías, auguraba un buen futuro. Era la expresión optimista a largo plazo de la urdimbre y la trama, del principio de las propiedades emergentes tardías. Parecía que, a pesar de que todo iba muy lentamente, se podría después de todo conseguir una especie de historia dhármica. Tal vez; todavía no estaba muy claro; pero se hicieron muchas cosas.

Así que cuando Bao leyó acerca de la muerte de Zhu Isao, algunos años después, lloró y arrojó el periódico al suelo. Se pasó el día en el balcón, se sentía inexplicablemente desnudo. En realidad no había ninguna razón para llorar y muchas para celebrar: Zhu había vivido por más de noventa años, había ayudado al cambio de China y de todo el mundo; en los últimos tiempos de su vida parecía habérselo pasado muy bien, yendo de aquí para allá y escuchando mientras hablaba. Él había dado la impresión de ser alguien que sabe cuál es su lugar en el mundo.

Pero Bao no sabía cuál era su lugar. Contemplando la inmensa ciudad que bullía debajo de él y los grandes cañones de agua, se dio cuenta de que había estado viviendo en aquel sitio durante más de diez años y que todavía no sabía nada de él. Siempre estaba yéndose o regresando, siempre mirando las cosas por encima desde un balcón, comiendo en el mismo pequeño agujero de siempre, hablando con los colegas de las oficinas de la liga, pasando casi todas las mañanas y tardes leyendo. Ahora tenía casi sesenta años, y no sabía qué estaba haciendo ni cómo se suponía que debía vivir.

La ciudad era como una máquina o un barco medio hundido en los bajos. A él no le servía para nada. Había trabajado todos los días tratando de extender la obra de Kung y de Zhu, tratando de entender la historia y trabajar en ella en el momento de cambio, y de explicársela a otros, leyendo y escribiendo, leyendo y escribiendo, pensando que sólo si pudiera explicarla entonces no le agobiaría tanto. No parecía haber funcionado. Tenía la sensación de que todos los que alguna vez habían significado algo para él ya habían muerto.

Cuando volvió a entrar a su apartamento, encontró un mensaje de su hija Anzi en la pantalla de su atril, el primero que recibía de ella en mucho tiempo. Había dado a luz a una niña y se preguntaba si Bao querría visitarla y conocer a su nueva nieta. Bao escribió en el teclado una respuesta afirmativa y se puso a hacer la maleta.

Anzi y su esposo Deng vivían en la punta del Tiburón, en uno de los bulliciosos barrios de las colinas sobre la bahía de Fangzhang. La niña se llamaba Fengyun, y Bao disfrutaba mucho cuando salía con ella en el tranvía y la paseaba en el cochecito por el parque en el extremo sur de la ciudad, cerca de la Puerta del Oro. Había algo en el rostro de la niña que le recordaba mucho a Pan Xichun: una curva en la mejilla, una mirada rebelde. Estos rasgos que se transmiten de una generación a otra. Bao la miraba mientras dormía, y la niebla rebotaba en la puerta, debajo y sobre el movimiento del puente nuevo, mientras se oía la clase que un gurú feng shui daba a un pequeño grupo sentado a sus pies.

—Aquí podéis apreciar que éste es el paisaje urbano más hermoso de la Tierra. —Bao no pudo menos que estar de acuerdo. Ni siquiera Pyinkayaing se le acercaba, las glorias paisajísticas de la capital birmana eran la obra del trabajo humano; sin ellas, era igual a cualquier otro delta, nada que ver con este lugar sublime que tanto había amado en una existencia anterior—. Oh no, no lo creo, sólo unos imbéciles geománticos hubieran construido la ciudad del otro lado del estrecho, aparte de las consideraciones prácticas del entretejido de las calles, está el qi intrínseco del lugar, sus arterias de dragón están demasiado expuestas al viento y a la niebla, es mejor dejarlo como parque.

Desde luego, la península opuesta constituía un parque hermoso, verde y montañoso del otro lado del estrecho, los rayos del sol entraban a raudales a través de las nubes, y todo el paisaje era tan animado y espléndido que Bao alzó a la niña para que lo viera; le hizo mirar en las cuatro direcciones; la escena comenzó a desdibujarse ante sus ojos como si él también hubiera sido un bebé. Todo se convirtió en un movimiento de formas, masas turbias de colores vivos que nadaban aquí y allá, vividas y brillantes, despojadas de sus significados de cosas conocidas, azul y blanco arriba, amarillo abajo... Bao se estremeció, sintiéndose muy extraño. Era como si mirara a través de los ojos de su nieta; y la niña parecía inquieta.

Resolvió llevarla de regreso a casa, y Anzi le reprochó que la niña había tomado frío.

—¡Además, hay que cambiarle los pañales! —¡Ya sé! Yo lo haré.

—No, tú no sabes hacerlo.

—Por supuesto que sé; a ti te cambié los pañales muchas veces.

Ella hizo un gesto de clara desaprobación, como si el recuerdo de que él hubiera hecho tal cosa le resultara violento, tal vez una invasión de su privacidad. Él cogió el libro que estaba leyendo y salió a dar un paseo, disgustado. De alguna manera, las cosas aún eran difíciles entre ellos.

La gran ciudad bullía, las islas de la bahía con sus rascacielos que se parecían a las montañas verticales del sur de China, las cuestas del monte Tamalpi igualmente atestadas de enormes edificios; pero la mole de la ciudad abrazaba las colinas con fuerza, gran parte de ella aún tenía escala humana, edificios de dos y tres plantas, con puntas respingadas en todos los techos al modo tradicional de las pagodas. Ésta era la ciudad que él había amado, la ciudad en la que había vivido mientras había durado su matrimonio.

Y entonces allí era un preta. Como cualquier otro fantasma hambriento, caminó por la colina hasta llegar al lado del mar, y pronto se encontró en el barrio en el que había vivido con Pan. Caminó por las calles sin siquiera pensar adónde iba, y allí estaba: el viejo hogar.

Se detuvo frente al edificio, un bloque común de apartamentos, ahora pintado de un amarillo claro. Ellos habían vivido en uno de los apartamentos de arriba, siempre en el viento, igual que ahora. Bao miró fijamente el edificio. No sintió nada. Lo probó, trató de sentir algo: no. Todo lo que sentía era el asombro de sentir tan poco; un sentimiento un tanto tenue e insatisfactorio para tener en tan trascendental confrontación con el pasado, pero ahí estaba. Allí arriba, cada uno de los niños había tenido su habitación, y Bao y Pan habían dormido en un futón que cada noche desenrollaban en la sala, con el horno de la pequeña cocina justo a sus pies; en realidad, aquel piso se parecía más a una caja de zapatos que a cualquier otra cosa, pero allí era donde habían vivido, y durante un tiempo había parecido que siempre sería así, esposo, esposa, hijo, hija, arropados en un diminuto apartamento en Fangzhang, y cada día lo mismo, cada semana lo mismo, en un círculo que duraría eternamente. De ahí el poder de la falta de consideración, el poder que la gente tenía para olvidar la acción del tiempo.

Comenzó a caminar otra vez, hacia el sur, rumbo a la puerta, por el concurrido paseo marítimo, los tranvías chirriaban sobre los rieles. Cuando llegó al parque que daba al estrecho, regresó al lugar donde había estado unas horas antes con su nieta y miró otra vez a su alrededor. Esta vez, todas las cosas se quedaron igual, cada una reteniendo su forma y su significado; ningún torbellino de colores, ningún mar amarillo. Aquélla había sido una experiencia extraña, y volvió a estremecerse al recordarla.

Se sentó sobre el muro de cara al mar y sacó el libro del bolsillo de la chaqueta, un libro de poemas traducidos del antiguo sánscrito. Lo abrió al azar, y leyó: «Muchos estudiosos del sánscrito consideran que este poema del Sakuntala de Kalidasa es el más hermoso que se ha escrito en este idioma»:

ramyani viksya madhurans ca nisamya sabdan

paryutsuki bhavati yat sukhito pi jantuh

tac cetasa smarati nunam abodhapurvam

bhavasthirani jananantarasauhrdani

Hasta el hombre que es feliz vislumbra algo

o un hilo de sonido lo toca

y su corazón rebosa de una nostalgia que él no reconoce.

Entonces debe ser que está recordando

un lugar fuera del alcance de la gente que amó

en una vida anterior; sus formas

aún están allí esperando

Miró hacia arriba, miró a su alrededor. Un lugar impresionante, esta gran puerta al mar. Bao pensó que tal vez debería quedarse en ese lugar. «Tal vez este día esté diciéndome algo. Tal vez éste sea mi hogar, fantasma hambriento o no. Tal vez no podamos evitar convertirnos en fantasmas hambrientos, no importa dónde vivamos; así que éste bien podría ser mi hogar.»

Volvió andando a la casa de su hija. Había llegado una carta de un conocido suyo a su atril, uno que vivía en la estación granja del instituto de Fangzhang, unos cien lis tierra adentro desde la ciudad, en el gran valle central. Este conocido de sus años en Pekín había sabido que él estaba de visita y se preguntaba si le gustaría acercarse al instituto para dar una o dos clases —una historia de la revolución China, tal vez— sobre relaciones exteriores, trabajo de la liga, lo que él quisiera. Debido a su asociación con Kung, entre otras cosas, sería visto por los estudiantes como una pieza viviente de la historia mundial.

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