Read Tiempos de Arroz y Sal Online
Authors: Kim Stanley Robinson
El asunto se mantuvo durante tres días, durante los cuales los rumores volaban como murciélagos al anochecer: que había negociaciones entre la flota y la junta militar, que se estaban sembrando minas, que se estaban preparando tropas anfibias, que estaban fracasando las negociaciones...
De repente, el cuarto día, los líderes del golpe habían desaparecido. La flota de Yingzhou tenía algunos barcos menos. Los generales habían sido sacados a escondidas, decían todos, llevados a un manicomio en las islas de Azúcar o en las Maldivas, a cambio de que dimitieran sin lucha. Los oficiales de alto rango que quedaron atrás condujeron a las unidades del ejército de regreso a los cuarteles y se retiraron, esperando más instrucciones del legítimo consejo del Estado. El golpe había sido anulado.
La gente en las calles gritaba con entusiasmo, chillaba, cantaba, los desconocidos se abrazaban, todos estaban locos de alegría. Budur participó en todo esto, luego llevó a sus soldados de regreso al hospital, y corrió al hospital de Kirana para contarle todo lo que había visto, sintiendo una punzada al verla tan enferma en medio de aquel triunfo. Kirana asentía con la cabeza al escuchar las noticias.
—Tuvimos suerte de recibir esa ayuda —dijo—. El mundo entero vio lo que sucedió; eso tendrá un buen efecto, ya verás. ¡Aunque cuidado con lo que nos espera! Veremos qué significa formar parte de una liga, veremos qué clase de gente son realmente.
Otros amigos querían sacarla a la plaza para que pronunciara otro discurso, pero ella se negó.
—Decid a la gente que regrese a su trabajo, decidle que necesitamos que las panaderías vuelvan a encender los hornos. Eso es lo único importante hoy —les dijo.
Oscuridad. Silencio. Luego una voz en el vacío: ¿Kirana? ¿Estás ahí?
¿Kuo? ¿Kyu? ¿Kenpo?
Qué.
¿Estás ahí?
Aquí estoy.
Estamos otra vez en el Bardo.
No existe tal cosa.
Sí que existe. Aquí estamos. No puedes negarlo. Seguimos regresando.
(Oscuridad, silencio. Negativa al habla.)
Vamos, no puedes negarlo. Seguimos regresando. Seguimos saliendo una y otra vez. Todos lo hacen. Eso es el dharma. Seguimos intentándolo. Seguimos progresando.
Un ruido como el rugido de un tigre.
¡Pero si es así! Aquí está Idelba, y Piali, y hasta madame Sururi.
Entonces ella tenía razón.
Sí.
Ridículo.
No obstante, aquí estamos. Aquí para ser enviados allí de nuevo, enviados allí otra vez juntos, nuestro pequeño jati. No sé qué haría yo sin vosotros. Creo que la soledad me mataría.
De todos modos ya estás muerta.
Sí, pero así es menos solitario. Y estamos cambiando las cosas. ¡Sí que lo estamos haciendo! ¡Mira lo que ha ocurrido! ¡No puedes negarlo!
Se hicieron cosas. No ha sido tanto.
Por supuesto. Tú misma lo has dicho, tenemos miles de vidas de trabajo por hacer. Pero está funcionando.
No generalices. Todo podría desaparecer.
Por supuesto. Pero regresamos, para volver a intentarlo. Cada generación hace su lucha. Unas cuantas vueltas más a la rueda. Vamos; regresemos con un deseo. ¡Volvamos a saltar a la palestra!
Como si uno pudiera negarse.
Oh, vamos. No lo harías aunque pudieras. Allí abajo siempre eres la que indica el camino que se debe seguir, siempre estás preparada para la lucha.
... estoy cansada. No sé cómo puedes insistir una y otra vez. Tú también me cansas. Tanta esperanza a pesar de la calamidad. A veces creo que deberías ser más marcada por ella. A veces creo que soy yo quien tiene que hacerse cargo de todo.
Vamos. Volverás a ser la misma de antes cuando todo esté otra vez en marcha. Idelba, Piali, madame Sururi, ¿estáis listos?
Estamos listos.
¿Kirana?
...está bien. Una vez más.
Bao Xinhua tenía catorce años cuando vio por primera vez a Kung Jianguo, en su unidad de trabajo en el límite sur de Pekín, en las afueras de Dahongmen, la Gran Puerta Roja. Kung era apenas unos años mayor, pero ya era cabeza de la célula revolucionaria de su unidad de trabajo, todo un logro dado que había sido uno de los sanwu, las «tres carencias» —sin familia, sin unidad de trabajo, sin carnet de identidad— cuando apareció siendo niño en la puerta de la comisaría del barrio de Zhejiang, en las afueras de Dahongmen. La policía lo había llevado a la unidad de trabajo, pero él siempre había sido un forastero allí, a menudo llamado «un individualista», una crítica muy dura incluso en la China actual, donde tantas cosas han cambiado. «Se empeñaba en hacer las cosas a su manera, sin importarle lo que dijeran los demás.» «Se aferraba obstinadamente a su propio rumbo.» «Era tan solitario que ni siquiera tenía una sombra.» Todo esto decían de él en la unidad de trabajo, así que naturalmente comenzó a mirar fuera de la unidad, hacia el barrio y la ciudad en general, y fue un chico de la calle durante nadie sabía cuánto tiempo, ni siquiera él. Y le fue bien en eso. Poco tiempo después se convirtió en activista en la política clandestina de Pekín y, como tal, visitó la unidad de trabajo de Bao Xinhua.
—La unidad de trabajo es el equivalente moderno del recinto de clan chino —les dijo a los que se reunieron para escucharlo—. Es una unidad tanto espiritual y social como económica; hace todo lo que está a su alcance para mantener las viejas costumbres en el nuevo mundo. Nadie quiere cambiarlo realmente, porque todos quieren tener un lugar adonde acudir cuando mueran. Todos necesitan un lugar. Pero estas fábricas de altos muros no son como los antiguos recintos de familia que intentan imitar. Son prisiones, en principio construidas para organizar el trabajo para la Guerra Larga. Ahora ya hace más de treinta años que la Guerra Larga ha terminado y sin embargo seguimos esclavizando nuestra vida para ella, como si trabajáramos para China, cuando en realidad lo hacemos únicamente para los gobernantes militares corruptos. Ni siquiera para el emperador, que desapareció hace mucho tiempo, sino para generales y señores de la guerra, que esperan que nosotros trabajemos y trabajemos y no nos demos cuenta nunca de cómo ha cambiado el mundo.
»Decirnos: «Somos de una unidad de trabajo única», como si dijéramos «Somos de una misma familia» o «Somos hermanos», y esto es bueno. Pero nunca vemos más allá del muro de nuestra unidad, nunca miramos el mundo que hay más allá.
Muchos en la audiencia asentían con la cabeza. La unidad de trabajo de estos hombres era pobre y estaba compuesta en su mayoría por inmigrantes del sur; a menudo pasaba hambre. Los años de posguerra en Pekín habían visto muchos cambios, y ahora, en el año 29, como les gustaba llamarlo a los revolucionarios, en conformidad con la práctica de las organizaciones científicas, las cosas estaban empezando a venirse abajo. La dinastía Qing había sido derrocada en los años centrales de la guerra, cuando las cosas habían llegado a un punto de extrema gravedad; el mismísimo emperador, que por aquel entonces tenía seis o siete años, había desaparecido, y ahora muchos asumían que estaba muerto. La Quinta Asamblea de Talento Militar tenía aún el control de la burocracia confuciana, su mano seguía sobre el timón del destino de la gente; pero era una mano vieja y senil, la mano muerta del pasado, y por toda China se sucedían las sublevaciones. Eran de todo tipo: algunas al servicio de ideologías extranjeras, pero muchas eran levantamientos internos, organizados por chinos han que esperaban liberarse de una vez por todas de los Qing, de los generales y de los señores de la guerra. De ahí el Loto Blanco, los Monos Insurgentes, el Movimiento Revolucionario de Shanghai, etcétera, etcétera. Uniéndose a éstos había rebeliones regionales llevadas a cabo por las diferentes nacionalidades y grupos étnicos del oeste y del sur; tibetanos, mongoles, xinzing, y otros más, todos empeñados en liberarse de la pesada mano de Pekín. No había duda de que a pesar del gran ejército que Pekín en teoría podía llegar a tener, un ejército todavía muy admirado y honrado por el pueblo por sus sacrificios en la Guerra Larga, el mando militar en sí tenía problemas, y no tardaría en caer. La Gran Empresa había regresado a China otra vez; la sucesión dinástica; y la pregunta era: ¿quién iba a triunfar? ¿Podría alguien tener éxito en el intento de volver a unir a China?
Kung habló en la unidad de trabajo de Bao a favor de la Liga de las Escuelas de Cambio Revolucionario de Todos los Pueblos, que había sido fundada durante los últimos años de la Guerra Larga por Zhu Tuanjiekexue («Unidos para la ciencia»), un medio japonés cuyo nombre de nacimiento había sido Isao. Zhu Isao, como solían llamarle, había sido gobernador chino en una de las provincias japonesas antes de su revolución; cuando esa revolución llegó él había negociado un acuerdo con las fuerzas independentistas japonesas. Había ordenado al ejército de ocupación chino en Kyushu que regresara a China sin que se perdiera una sola vida en ninguno de los dos bandos, marchando con ellos a Manchuria y declarando a la ciudad portuaria de Tangshan ciudad internacional de la paz, justo allí en la patria de los soberanos Qing y en plena Guerra Larga. La posición oficial de Pekín era que Zhu era un japonés y un traidor, y que a su debido tiempo su insurrección sería aplastada por los ejércitos chinos a los que él había traicionado. Resultó ser que, cuando la guerra terminó y los años de la posguerra marcaron su triste y hambrienta vuelta, la ciudad de Tangshan nunca fue conquistada; al contrario, en muchas otras ciudades chinas ocurrieron sublevaciones similares, especialmente en los grandes puertos de la costa hacia el sur hasta Cantón, y Zhu Isao publicó un interminable torrente de material teórico para defender sus acciones y movimientos, y para explicar la nueva organización de la ciudad de Tangshan, que ahora era administrada como si fuera una empresa comunitaria perteneciente por igual a todas las personas que vivían dentro de sus asediadas fronteras.
Kung habló acerca de todos estos temas con la unidad de trabajo de Bao, describiendo la teoría de la creación comunal de valor de Zhu y qué significaba esto para el chino común, a quien durante tanto tiempo le habían estado robando el fruto de su trabajo.
—Zhu observó lo que sucedía realmente, y describió nuestra economía, política y métodos de poder y de acumulación con detalle científico. Después de eso, propuso una nueva organización de la sociedad, que cogió estos conocimientos sobre el funcionamiento de las cosas y los aplicó para el bien de la comunidad y de toda China, o de cualquier otro país.
Durante una pausa para comer algo, Kung se detuvo a hablar con Bao, y le preguntó cómo se llamaba. El nombre de pila de Bao era Xinhua, «Nueva China»; el de Kung era Jianguo, «Construir la nación». Por lo tanto sabían que eran niños de la Quinta Asamblea, la que había fomentado los nombres patrióticos para contrarrestar su propia falta total de moral y los sacrificios sobrehumanos de la gente durante las hambrunas de la posguerra. Todos los nacidos unos veinte años antes tenían nombres como «Oponerse al islam» (Huidi) o «Hacer batalla» (Zhandou) a pesar de que en aquel momento la guerra había terminado hacía ya más de treinta años. Los nombres de las niñas habían sufrido especialmente durante aquella moda pasajera, puesto que los padres intentaban mantener algunos elementos tradicionales en los nombres femeninos incorporados al reciente fervor patriótico, por lo que había muchachas de su edad llamadas «Soldado fragante» o «Ejército elegante» o «Fragancia pública» u «Orquídea amante de la nación» y cosas por el estilo.
Kung y Bao rieron juntos con algunos de estos ejemplos y hablaron de los padres de Bao y de la ausencia de padres de Kung; Kung fijó a Bao con su mirada y le dijo:
—Sin embargo Bao en sí es una palabra o un concepto muy importante, ¿sabes? Devolución, retribución, honrar a padres y antepasados; aferrarse y esperar. Es un buen nombre.
Bao asintió con la cabeza, capturado ya por la atención de esta persona de ojos oscuros, tan intensa y entusiasta, tan interesada en las cosas. Había algo en él que atraía a Bao, le atraía tanto que le pareció que aquel encuentro era una cuestión de yuanfen, una «relación predestinada», algo destinado siempre a ocurrir, parte del yuan o «destino». Para salvarlo tal vez de un nieyuan, un «mal destino», puesto que su unidad de trabajo le resultaba estrecha de miras, opresiva, frustrante, una especie de muerte para el alma, una prisión de la cual no podía escapar, en la que ya estaba enterrado. Mientras tanto, ya sentía que conocía a Kung de siempre.
Así que siguió a Kung por todo Pekín como un hermano menor, y por él se convirtió en una especie de alumno de su unidad de trabajo o, en otras palabras, en un revolucionario. Kung lo llevaba a reuniones de la célula revolucionaria a la que pertenecía, y le daba libros y panfletos de Zhu Isao para que leyera; se hizo cargo de su educación, como lo había hecho con tantos otros, y no había nada que los padres de Bao o su unidad de trabajo pudieran hacer al respecto. Ahora tenía una nueva unidad de trabajo, que se extendía por todo Pekín y toda China y por todo el mundo: la unidad de trabajo de aquellos que iban a hacer las cosas bien.
Pekín era en aquel entonces un lugar de muchas y graves miserias. Había millones que se habían trasladado allí durante la guerra, quienes aún vivían en improvisados barrios de chabolas fuera de las puertas. Las unidades de trabajo de la época de guerra se habían extendido lejos hacia el oeste y seguían siendo una sucesión de fortalezas grises, que miraban desde arriba las nuevas y amplias calles. Todos los árboles de la ciudad habían sido talados durante los Doce Años Difíciles, e incluso ahora la ciudad estaba desnuda de casi toda vegetación; los nuevos árboles se habían plantado con vallas de pinchos que los protegían, y había vigilantes haciendo guardia por las noches, lo cual no siempre funcionaba; los pobres y ancianos vigilantes solían despertarse por la mañana y encontrar que la valla estaba intacta pero el árbol había desaparecido, cortado al ras de la tierra para hacer leña o arrancado de raíz para venderlo en otro sitio, y por estos árboles perdidos solían llorar desconsoladamente o incluso suicidarse. Los gélidos inviernos solían arrasar la ciudad en el otoño, lluvias llenas de lodo amarillo de la tierra del loes del oeste y una llovizna que caía sobre la ciudad de hormigón sin que cayera con ella una sola hoja al suelo. Las habitaciones se mantenían cálidas con calentadores espaciales, pero el sistema qi se cerraba a menudo, en apagones que duraban semanas, y entonces todos sufrían, excepto los burócratas del gobierno, cuyos recintos tenían sus propios sistemas generadores. Entonces, mucha gente se calentaba rellenando el abrigo con papel de periódico, de modo que un pueblo voluminoso se movía de un lado para otro con sus gruesos abrigos marrones, haciendo cualquier trabajo que encontraran y pareciendo todos gordos de prosperidad; pero no era así.