—¿Tú crees que lo es?
—Sí —manifestó Lester, rotundo—. Fue el primer elepé conceptual, palabreja que se puso muy de moda entonces. No se trataba de canciones grabadas sin más, sino de tener una idea global y hacer la música en torno a ella. Es un álbum lleno de hitos, desde la concepción de la portada hasta su interior.
Sgt. Pepper’s
devolvió la sonrisa al mundo del pop.
—¿Cómo que le devolvió la sonrisa? —se extrañó Juanjo.
—Es que con los meses de silencio del grupo en la segunda mitad de 1966, el accidente de Dylan… se pensó que volvía el mal fario de 1959 con el rock and roll, una psicosis apocalíptica universal.
—¿Qué le pasó a Dylan?
—Bob llevaba meses preocupado porque se le morían amigos por todas partes, uno en accidente de moto, dos suicidados… Empezó a ver en sí mismo una reencarnación de James Dean. El mismo día que los Beatles actuaban por última vez en San Francisco, Bob tenía un accidente de moto cerca de Woodstock. Le salvaron la vida… pero por un milímetro no se fracturó la columna vertebral. No había noticias, y los rumores se dispararon, que si estaba paralítico, que si había perdido la memoria… Con Dylan fuera de circulación, y los Beatles con rumores de separación… había psicosis. Fue Brian Epstein, que moriría ese 1967, el que los llamó y les dijo que tocaba ponerse las pilas, cosa que hicieron. John Lennon ya había conocido a Yoko Ono en noviembre de 1966 y su madurez humana cobraba forma. Paul, por su parte, conoció a Linda Eastman un par de semanas antes de que se editara
Sgt. Pepper’s
. Era fotógrafa y los inmortalizó en las sesiones de promoción del disco.
—Papá dijo que aquel día había hecho cola para comprar uno de los primeros discos que se pusieron a la venta.
—Y yo —afirmó Lester—. Fue el 1 de junio de 1967. Era la primera vez que sucedía algo así. El disco costó cuarenta mil libras de producción, cifra récord hasta entonces.
Estuvo cuarenta y cinco semanas en la lista de éxitos británica, y, de ellas, veintinuna en el número uno. Dijeron que «Lucy in the sky with diamonds» había sido hecha bajo el influjo del LSD porque ésas eran las iniciales de la canción, que si «Fixing a hole» era profundo y metafísico… John dijo que de LSD nada, que su hijo Julian había hecho un dibujo y dijo que «era su amiga Lucy en el cielo y con diamantes», y Paul contó que yendo a Blackburn había tantos agujeros en la carretera que de ahí la letra y el título de esa canción. La BBC llegó a prohibir «A day in the life» porque, según ellos, «era un tributo a las drogas». Por si faltara algo, el 25 de junio se hizo el primer programa global de la televisión, a través de Mundovisión, y los Beatles nos regalaron «All You Need is Love». Cada país conectado dispuso de tres minutos y los ingleses ofrecieron a su grupo estrella cantando el tema que habían compuesto para la ocasión.
—Entonces ¿se llamó «el verano del amor» por los Beatles? —preguntó Valeria.
—Por ellos solos no. Hubo más cosas. La música pop brillaba, nacía la psicodelia, el buen rollo hippy se extendía por el mundo y sus músicos triunfaban, de Cream a Hendrix o de Doors a Monterrey, salían más estrellas que en el cielo. Pero también hubo un lado oscuro, como el encarcelamiento de tres de los Stones por consumo de drogas.
—¿Por qué ellos?
—Que las estrellas del pop, espejo en el que se reflejaban los jóvenes, admitieran consumirlas para experimentar, probar o componer, significaba un peligro adicional.
Había que poner coto, y nada mejor que coger a unos buenos cabezas de turco con pedigrí: los Rolling. En mayo fueron detenidos Jagger y Richards por un lado y Jones por el otro. Un mes y medio después se juzgó a Mick «por poseer cuatro tabletas de benzedrina conteniendo sulfato de anfetamina» y… a ver si me acuerdo…
«methylamfetamina hidroclórica», eso es. Sustancias que en otros países, como Italia, eran legales. Total, tres meses de cárcel para Mick y doce para Keith. El mundo pop se conmocionó, hubo reacciones mundiales, siempre en favor de ellos. Mick y Keith salieron libres de inmediato «por insuficiencia de pruebas», aunque el juez les dio un buen varapalo recordándoles que eran un ejemplo para millones de jóvenes y que debían obrar en consecuencia. Con Mick y Keith libres, la condena de Brian ya era obsoleta cuando se produjo, así que se la conmutaron por tres años de libertad condicional. Pese a estar libre, Brian Jones fue ingresado en un hospital, no volvió a ser el mismo, abandonó el grupo en 1969 y a los pocos días moría ahogado al caerse a su piscina con una dosis de Salbutanol. ¿Seguimos con el verano del amor y su buen rollete?
—Sí. —Valeria sonrió.
—Aquel verano las chicas como tú acortaron sus faldas un palmo, de golpe. Nacía la minifalda. Por si fuera poco, no creo que en ningún otro año de la historia aparecieran más canciones hermosas de golpe: «Nights In White Satin» de los Moody Blues, «A Whiter Shade of Pale» de Procol Harum, «Silence Is Golden» a cargo de The Tremeloes…
De golpe surgieron una legión de artistas y grupos. Tanto los Moody Blues como, sobre todo, Nice fueron precursores del pop sinfónico. Y me reservo para el final a la santísima trinidad: Cat Stevens, los Bee Gees y Traffic. Ya te he grabado cintas con algo de cada uno.
—Una auténtica explosión —dijo Valeria.
—La hubo. Y en 1968 se fraguó la revolución definitiva, la que culminó con la mejor era del rock, de 1969 a 1973. La coronación del verano de 1967 fue en Estados Unidos, en el festival de Monterrey.
—Yo creía que el gran festival había sido el de Woodstock, seguido de los de Wight
—opinó Juanjo.
—Monterrey no fue tan grande pero ¡ay, amigo!, lo que pasó allí fue mágico, y los artistas que tocaron, irrepetibles, sobre todo porque algunos murieron después: Jimi Hendrix, Janis Joplin y Otis Redding. Monterrey hizo mayores de edad a los hippies y después de Woodstock ya era imposible aspirar a más.
—¿Cuándo fue?
—En junio de 1967 y su lema fue «Music, Love & Flowers». Además fue la introducción de Ravi Shankar en Occidente, así que el sitar, el instrumento indio por antonomasia, se hizo habitual en la música de entonces.
—Dijiste que el fondo de los hippies eran muy inocentes, pero de esa inocencia salieron cosas muy buenas, según parece —opinó Valeria.
—Hay que imaginar aquel tiempo, no juzgarlo con las miras de hoy. En Monterrey, muchos artistas dedicaron canciones a los Beatles, se reivindicaron las drogas blandas, se habló de la utopía, la libertad, los sueños, la panacea de las filosofías orientales. ¿Una quimera? Tal vez, pero faltaba mucho para la hipocresía, la resaca y la autodestrucción surgidas tras la crisis del petróleo de 1973. Prevalecían la música y la armonía. La oposición a la guerra de Vietnam crecía.
—Antes has hablado del verano del amor en Inglaterra, pero no has comentado gran cosa de Estados Unidos —dijo Valeria.
—Es que el verano del amor tuvo su epicentro en Londres. Estados Unidos era otra cosa. Lo mejor de aquel 1967, junto con Monterrey, fue la aparición de Leonard Cohen, cuyo primer elepé apareció a comienzos de 1968. Era canadiense, editó un par de novelas, hizo poesía y de ahí a crear algunas de las más bellas canciones medió un paso.
Primero las cantaron otros, luego él. No había salido ningún cantautor de relieve después del tanque Dylan, así que él destacó rápido, y se ha mantenido hasta el presente. —Lester destensó los músculos y pareció dar por terminada la charla.
Juanjo miró la hora. Era temprano para el ensayo, pero quizá tarde para otra de las largas disertaciones del viejo rockero, que cuando se animaba…
—Me he dejado a Miles David para el final —anunció.
—Pero Miles es jazz —objetó Juanjo.
—Miles es jazz, Miles es jazz. —Puso voz de falsete Lester—. Miles es un monstruo que en 1967 fue capaz de grabar
Miles in the sky
. De acuerdo, es uno de los grandes revolucionarios del jazz, pero es que él también contribuyó a la efervescencia de aquel tiempo abriendo las puertas del jazz-rock por las que se colaron en tropel un montón de músicos. Fue una ruptura total. La mayoría de sus músicos lideraron luego sus propios proyectos fundamentales: John McLaughlin con Mahavishnu Orchestra, Wayne Shorter y Joe Zawinul con Weather Report, Chick Corea con Return To Forever. Otros destacaron en solitario: Herbie Hancock, Keith Jarrett, Harvey Brooks…
—¿Qué hizo para romper moldes en el jazz? —se interesó Valeria.
—Miles tocó con el gran Charlie Parker —dijo Lester—. Charlie partió el jazz por la mitad, se saltó las normas e impulsó el free jazz. Murió a los treinta y cinco años, pero su legado no. Lo que hizo Miles fue utilizar los elementos de su tiempo y las posibilidades que las nuevas fronteras del rock le abrían. Coetáneo de otros dos monstruos sagrados, Ornette Coleman y John Coltrane, éste muerto también en pleno éxito, grabó su primer disco en 1945 y en 1948 creó un nuevo tipo de orquestaciones y arreglos dentro de la esfera jazzística junto a Bill Evans. Dirigió dos big bands, tocó con los mejores del jazz de todos los tiempos y, a fines de los cincuenta, dio muestra de su genio con el álbum
Sketches of Spain
, al que seguirán una serie de obras que culminan con
Miles in the Sky
.
Eso es lo que hizo Miles.
—¿Qué toca en la próxima sesión? —Juanjo se levantó.
—Hablaremos de la psicodelia, del factor espiritual en la música, de lo que sucedía en la vieja Europa al margen de los ingleses… y llegaremos a 1968, la introducción al vanguardismo, la primera música electrónica, el nuevo folk inglés… Todo como antesala del gran tiempo del rock, mi etapa favorita de la historia.
—Hablas con tanto entusiasmo que todas lo parecen —bromeó Juanjo.
—¡A que te suelto una, chaval! —le amenazó Juanjo—. ¡La vida sin pasión no es vida!
¡Y encima yo hablando de música…!
—Gracias, Lester. —Valeria le dio un beso en la mejilla.
—¡Eso es pagar los servicios prestados, no como tú! —gritó el viejo rockero.
—¿Quieres que te dé un beso?
—¡Anda, lárgate antes de que me arrepienta de ser tu mecenas! —Los empujó a la puerta.
Y salieron por ella.
Bajaron por la escalerita que iba del piso superior a la planta baja y caminaron en silencio hasta su local de ensayo. No había nadie en los otros locales. Por muy insonorizados que estuviesen, al pasar por delante de la puerta siempre se oía la música procedente del interior. Juanjo abrió la del suyo y lo que vio de pronto fue como un golpe dirigido a su plexo solar.
Le dejó sin aliento.
Cristian quiso evitarlo. Por un lado, su mano tembló víctima del sobresalto. Por el otro, quiso acabar de esnifar el polvo blanco y se le atravesó en las fosas nasales. Se puso a toser, congestionado, mirando a su amigo con rencor. Luchando con sus convulsiones dejó el espejito, sobre el que había preparado la raya, encima del taburete de la batería.
—¡Coño… Juanjo! —Se esforzó por recuperar el tono.
No esperaba la reacción de su camarada.
Al menos, no tan rápida y visceral.
Se le echó encima y le cogió por la camisa. Cristian seguía agachado, así que el gesto impidió que se pusiera en pie. Tanto por el ímpetu del guitarra como por su furia, lo que hizo fue trastabillar para atrás y quedar frenado por la pared, con Juanjo casi encima.
Valeria estaba en la puerta, sin acabar de comprender lo que sucedía, pero ya muy asustada aunque ninguno de ellos le prestaba la menor atención.
—¿Estás loco? —tronó la voz de Juanjo.
—¿Quieres dejarme…?
No consiguió zafarse ni de él ni de sus manos de hierro.
—¿Estás loco? —volvió a gritar Juanjo.
—¿Qué pasa, joder?
Acabaron cayendo al suelo. El agresor encima, el agredido debajo. Sus rostros viajaban en sentidos opuestos pero empezaban a unirse en el centro de su rabia. La de Juanjo era la de la traición; la de Cristian, la del miedo.
—¡Suéltame!
—¡Dijimos que nada de mierdas! ¡Lo dijimos!
—¡Quería probar, joder, nada más!
—¿Probar? ¡No me vengas con…! —Le zarandeó con violencia—. ¿Probar? ¿Sabes la de imbéciles que han dicho eso y luego la han palmado o han jodido su vida?
Cristian intentó quitárselo de encima de nuevo.
—¡No eres mi padre!
—¡Exacto!
—¡Déjame en paz!
—¡No!
—¿Qué pasa contigo, joder?
—¿Sabes cómo acabarás? ¡Mi padre jodió su carrera por esto, imbécil! ¡No todo fue el alcohol!
Por un instante la sorpresa afloró en el rostro de Cristian. Fue algo pasajero. La realidad seguía siendo que tenía a Juanjo encima y que le estaba haciendo daño.
La rabia hizo su efecto.
Movió su mano derecha y consiguió impactar en la mandíbula de su compañero.
Por entre el pequeño grito de Valeria se escuchó el estruendo de los platos de la batería al desplazarse Juanjo sobre ellos a consecuencia del impacto.
Ahora sí, el bajista se puso de pie, con el rostro demudado.
Se echó sobre el caído y los dos se enzarzaron en la pelea final.
Ni uno ni otro vieron que por la puerta, junto a la paralizada Valeria, aparecía Amalia, con los ojos desorbitados por la inesperada escena de la que era testigo.
Ella no se quedó quieta.
—Pero ¿se puede saber…?
Se metió entre ellos, directa, rápida y sin perder un segundo. Su envergadura y su fuerza obraron el milagro, primero, de detener la pelea, y, segundo, de separar a los dos contendientes. Cogió a Cristian por detrás y lo echó a un lado, literalmente. Luego sujetó a Juanjo interponiendo su cuerpo a modo de pantalla y empujándolo contra la pared.
—¡Haz algo!, ¿quieres? —Se dirigió a Valeria.
Cristian volvía a la carga, ciego. Amalia tuvo que dejar a Juanjo para empujarle de nuevo con toda su energía. El bajista tropezó con el taburete y el espejito, en el que todavía quedaban restos del polvo blanco, se hizo añicos contra el suelo. La escena quedó momentáneamente en suspenso, con la paralizada Valeria en la puerta, Cristian en el suelo, Juanjo inmóvil con los puños apretados y Amalia en el centro atenta a sus movimientos.
—Joder… Juanjo, ¡joder! —exhaló Cristian, súbitamente agotado.
—¿Se puede saber qué ha pasado aquí? —preguntó la recién llegada con un tono de profunda acritud en su voz.
No hubo respuestas.
—¿Cristian?