—Dices que los Stones se han perpetuado a sí mismos, pero Bob también ha dado lo suyo —comentó Juanjo.
—Porque es un genio en constante evolución.
That’s the secret
! —cantó Lester—. Nació en 1941 en Duluth, Minnesota, en el seno de una familia judía, y se llama en realidad Robert Zimmerman. Siempre quiso ser «más grande que Elvis». Se inventó su propia historia en plan héroe y en el otoño de 1960 leyó
Bound for glory
, la biografía de Woody Guthrie, que fue decisiva. Woody ya estaba enfermo del mal de Huntington y él se fue a verle al hospital. Le cantó algunas de sus canciones y le acompañó así hasta su muerte.
Se quedó a vivir en Greenwich Village, cantó en cafés emblemáticos y en muy poco tiempo comenzó a fraguar su leyenda. Se habló de él en
The New York Times
y John Hammond, un cazatalentos de la CBS, lo llevó a la discográfica. Su primer elepé se grabó en una sola toma, de corrido, y costó únicamente cuatrocientos dos dólares.
—¿Una sola toma? —Juanjo alucinó.
—Lo que oyes. Dylan siempre ha sido así. No soporta estar en un estudio días y días y hacer tomas y tomas. Él llega, vomita las canciones y las deja tal cual.
—¿Y lo del activismo?
—Su amor de entonces, Suze Rotolo, también estaba metida en el movimiento reivindicativo. En la portada de su segundo elepé aparece con ella. Luego os la busco y os la enseño. Después romperían. Su fama llevó a Joan Baez, la reina, a interesarse por él, y comenzaron a colaborar juntos y a tener su rollete. Además, también demostró tenerlos cuadrados cuando se enfrentó al gran poder, la televisión y los políticos.
—¿Qué hizo?
—Ed Sullivan, faltaría más, le llamó para que saliera en su show. Él dijo que sí, siempre y cuando pudiera cantar lo que quisiera, sin imposiciones. Uno de los temas era el vitriólico «John Birch Society Blues», un ataque directo a la caza de brujas de McCarthy. La cadena de televisión CBS se la prohibió y él pasó de ir al programa. Pero no acabó ahí la cosa. Cuando la discográfica CBS supo que ese tema iba a salir en el segundo elepé, se lo retiraron. El cabreo de Bob fue monumental. Pero su éxito era imparable. Peter, Paul & Mary fueron números uno con «Blowin’ in the Wind» y su aparición en la cuna del folk, el festival de Newport, lo encumbró. Llegó a decir que era huérfano. Sus padres tuvieron que asistir de incógnito a su concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. Bob siempre ha negado que sus letras reflejaran quién es y ha dicho que
«solo son canciones». Nunca quiso ser un profeta. Pero ha sido el más influyente poeta y cantante de la historia de la música. Él era diferente y lo sabía. No siempre se le ha entendido o apreciado; es arisco, egocéntrico; vampirizaba a todo el mundo.
—Dices que hubo un gran movimiento folk en ese tiempo pero solo hablas de Dylan o de Baez.
—Es que Dylan es Dylan y Baez tenía la voz más bonita de su tiempo. Pero hubo muchos más. —Hizo una pausa y cambió el tono al comentar—: Para hablar de la electrificación de Dylan, primero hemos de volver a los Beatles.
El 7 de febrero de 1964 fue el día en que los Beatles llegaron a Estados Unidos, a partir de entonces esa fecha se considera el Día Beatle por antonomasia. En Inglaterra, en 1963, habían vendido «la friolera» de siete millones de discos. ¿Sabéis lo que vendieron en Estados Unidos? Cada disco se lanzaba ya con un millón de copias vendidas de antemano, disco de oro directo. Solo en 1964, los yanquis editaron siete álbumes porque dividían los ingleses en dos. Los Beatles cobraron las cifras más altas jamás pagadas a un artista pero apenas si quedaban ganancias por los gastos. Pero a lo que iba: los Beatles abrieron la puerta a lo que se conoció como «la primera invasión británica».
—¿Hubo más?
—Sí. Los ingleses se lanzaron a la conquista de América porque las ventas de multiplicaban por diez. El primer grupo que logró triunfar allí después de ellos fue el Dave Clark Five. Luego desembarcaron los Animals, los Rolling Stones, y a continuación los Kinks, los Hollies, Herman’s Hermits, Manfred Mann… Quedémonos en Inglaterra y con los Who, o, lo que es lo mismo, las peleas entre
mods
y
rockers
, el choque entre dos mundos y dos formas de entender la vida. Los
rockers
eran duros e informales; los
mods
, en cambio, vivían para la imagen y la estética, peinados beatle para los chicos y estilo francés para las chicas, jerséis de colores chillones, vaqueros o pantalones a cuadros, zapatos brillantes, motos
scooters
llenas de espejitos y… píldoras. No exactamente drogas, solo «estimulantes». Por supuesto,
mods
y
rockers
se odiaban a muerte, así que en 1965 los fines de semana se iban a Brighton, en la costa, un apacible lugar de ancianos y jubilados, para zurrarse de lo lindo. Y cuando digo zurrarse, digo zurrarse, con extrema violencia.
—¿En plan
hobby
? —Valeria alucinó.
—Sí. Para los
rockers
, los
mods
eran afeminados, y para los
mods
, los
rockers
eran ordinarios, estúpidos y zafios. Los
mods
eran genuinamente pop: moda, consumo, color… Gracias a ellos nació uno de los templos londinenses por antonomasia del pop: Carnaby Street, centro de la moda británica. Había que estar en la onda. El
rocker
, en cambio, no consumía. Cuanto más viejo fuera su pantalón… Los Who reflejaron todo eso años después en su ópera «Quadrophenia». Antes hicieron otra, «Tommy». Junto con
«Satisfaction» de los Stones, «My Generation» de los Who fue el himno de ese tiempo.
—Fue la era dorada del pop.
—Absolutamente, de 1964 a 1967… pongamos 1968 siendo muy generosos, porque las cosas a veces se solapaban unas a otras. La música lo cambió todo, porque a raíz de esa explosión cambiaron los conceptos radiofónicos, televisivos… En 1965, un disc-jockey de Los Ángeles llamado Bill Drake «inventó» un sistema «revolucionario» —cuando pronunciaba palabras especiales movía los dedos índice y medio de cada mano para hacer ver que ponía comillas— consistente en radiar exclusivamente los discos de mayor aceptación, los de las listas de éxitos. Nacía la Radio Fórmula. También aparecieron las FM. En la parte discográfica nació el estéreo, el sonido diferenciado que salía por uno u otro altavoz. Las grabaciones en dos o cuatro pistas pasaron a la historia, se hicieron en ocho, luego en dieciséis, más tarde en treinta y dos pistas… Eso fue sensacional, ¡se podía grabar cada instrumento aparte! En Inglaterra, los grandes medios de la prensa musical, Melody Maker, New Musical Express, Record Mirror, triplicaron sus tiradas.
También la BBC, que sí tenía dos cadenas, aumentó su programación; y la ITV, una independiente, aunque la BBC todavía no se prodigaba en exceso. Por ello el gran impacto lo consiguieron las radios piratas.
—¿Qué es eso? —se interesó Valeria.
—Otra revolución. —Lester se desperezó antes de continuar—. En 1964 apareció en las ondas británicas una emisora desconocida, Radio Carolina. Pronto se supo que emitía desde un barco instalado fuera de las aguas jurisdiccionales inglesas. Su éxito desencadenó la euforia de las radios piratas, Radio London, Radio Atlanta, Radio England… ¿Por qué una emisora pirata? Pues muy simple, la BBC era la emisora oficial del país, y ya se había aceptado a los Beatles y compañía como referentes del nuevo mundo sonoro, pero solo en Inglaterra se editaba a decenas de artistas que nunca sonaban por radio. Esas emisoras daban música veinticuatro horas al día y pronto rivalizarían entre ellas por dar en primicia los nuevos lanzamientos discográficos. La publicidad entró a espuertas y otra pléyade de jóvenes disc-jockeys se hicieron famosos.
Cuando la BBC perdió miles de oyentes diarios y toda la gente joven dejó de escucharla, sonó la señal de alarma. En 1966 aparecieron tres radios más. Su música llegaba a cuatrocientos kilómetros de distancia. En 1967, la BBC se hartó del tema.
—¿Les dispararon torpedos para hundirlas?
—La Cámara de los Comunes las declaró ilegales. La ley obligó a cerrar una a una las radios, pero la BBC también accedió a revisar sus fórmulas. Gracias a las radios piratas se había sacudido el pop británico… y el europeo, porque se oían en muchos más países.
Yo me dormía con el pinganillo de un transistor en la oreja escuchando Radio Luxemburgo, ya veis.
—Desde luego, nadie se aburrió en esos años —dijo Valeria.
—De ahí lo de Década Prodigiosa. —Se sintió orgulloso y se le notó, como si además de vivirlo todo hubiera sido cosa suya—. Después de esto, ya podemos volver a Estados Unidos, para hablar de la electrificación de Dylan, la Motown y otras historias.
Dylan, el rey del folk, lideraba la
protest song
, se había convertido en un líder indiscutible, pero la música se movía muy rápido y él entendió que si se quedaba ahí, ahí se quedaría para siempre. Le hirvió la sangre. A finales de 1964 grabó su quinto elepé,
Bringing it all back home
, con músicos eléctricos, los Blues Project de Al Kooper. La búsqueda de nuevas fórmulas sacudía a los músicos norteamericanos, y me refiero a los verdaderos buenos músicos. La Paul Butterfield Blues Band, los Fugs y los Byrds fueron el ejemplo. Cuando los Byrds llegaron al número uno con otro tema de Bob, «Mr.
Tambourine man», como antes lo hicieron Peter, Paul & Mary, Dylan comprendió que sus canciones ya escapaban de la mera etiqueta folkie. Bastaba con ponerle un poco de caña eléctrica. Fue entonces cuando hizo la que, para mí, es su mejor canción: «Like a Rolling Stone», con Al Kooper y otra leyenda, Mike Bloomfield, a la guitarra. La guinda la puso el festival de Newport de 1965.
—De donde salió en globo. —Juanjo demostró sus conocimientos.
—En globo es poco. No le crucificaron porque por allí no había cruces, que si no… En el Newport había ochenta mil personas para verle. Bob salió a escena con una cazadora negra, camisa de lunares, botas y… una guitarra eléctrica. Además, apoyado por una banda como la Paul Butterfield Blues Band. Los puristas se quedaron blancos. Bob soltó cuatro latigazos rockeros y el griterío le hizo retirarse. Volvió a salir, pidió una armónica, Johnny Cash le dejó su guitarra acústica, y completó una segunda parte folk.
El público le ovacionó, pero él se marchó con toda su mala leche por bandera. Su reacción fue grabar de inmediato su sexto elepé,
Highway 61 Revisited
, puro rock y al diablo los inmovilistas. No solo eso, metió «Like a Rolling Stone», que dura seis minutos, y «Desolation row», de once. Transgredía todas las normas, al diablo las canciones de tres minutos «para que pudieran sonar por radio». El tipo era peleón, no rehuyó el combate, y ganó. El folk electrificado amplió miras con el éxito de los Byrds, Buffalo, Springfield y otros hasta llegar a Simon & Garfunkel, el dúo por excelencia, aunque su primer éxito fuese inesperado.
—¿Inesperado?
—Eran dos estudiantes que se habían conocido a mediados de los años cincuenta.
Influenciados por los Everly Brothers, empezaron a cantar. Paul Simon era el autor y Art Garfunkel, la voz. En 1957 se llamaban Tom & Jerry y les fue mal. Un productor, Tom Wilson, encontró en un archivo «The sound of silence». Se la llevó al estudio, le añadió guitarras y otro fondo instrumental, y la reedición del single fue una apoteosis. Tras eso, Paul Simon quedó erigido como uno de los grandes poetas de la música con temas que solían hablar de la incomunicación, la soledad, la frustración. Un espejo generacional envuelto en una lírica profunda y sensible.
—Y ya llegamos al Motown Sound, ¿no?
—Pues sí. El milagro de Motown, el milagro de Berry Gordy Jr., un simple empleado de la cadena de montaje de la Ford en Detroit.
—¿Típica leyenda americana?
—Bueno, eso de que el botones puede llegar a presidente de la compañía… Pidió un préstamo de setecientos dólares, creó su propia compañía discográfica y se consiguió un estudio de grabación en la octava planta de un edificio. Le puso de nombre Motown Records, abreviatura de Motor Town, la Ciudad del Motor, Detroit. Ya desde el primer día por allí pasaron todos los don Nadie que querían grabar sus discos. Empezaron en 1959 y pronto llegarían Smokey Robinson & The Miracles, las Supremes, Marvin Gaye, Four Tops, las Temptations… hasta Stevie Wonder o los Jackson Five, todo esto solo en los años sesenta. El único grupo que plantó cara a los Beatles en la cima de los
rankings
fueron las Supremes, con Diana Ross a la cabeza. Consiguieron trece números uno y vendieron veintiséis millones de discos, situándose detrás de los Beatles y Elvis en el escalafón norteamericano del
show business
. Fue el primer sello de los artistas negros en el arcoíris del pop y el rock en esos años clave.
—¿Y los grupos comerciales? ¿Quiénes eran los rivales de los Beatles?
—Los Monkees, un producto prefabricado pero que funcionó —dijo Lester—. Con los ingleses dando caña, los norteamericanos necesitaban ídolos de masas propios. Así que un tal Don Kirshner ideó un concurso para buscar a los Beatles estadounidenses.
Durante un tiempo los Monkees arrasaron, hasta que se separaron en 1969. Aparte de ellos, era un tiempo feliz, mucho, y hubo un sinfín de grupos y cantantes buscando su lugar bajo el sol. El movimiento hippy en California y la aparición de Cream o Jimi Hendrix en Inglaterra aceleraron las cosas una vez más.
—¿Ya llegamos a los hippies?
—Aún no, tienen su historia, y hay que contarla bien. Es más rápido lo otro. —
Recuperó el hilo de su charla—. La música iba rompiendo poco a poco sus normas. En 1966, las listas de los mejores habían proclamado como mejor guitarra a Eric Clapton, mejor bajo a Jack Bruce y mejor batería a Ginger Baker. Se llamaron y dijeron: «Somos los número uno pero no tenemos ni una libra». Así que se unieron y se autoproclamaron como La Crema, Cream. Fue el primer supergrupo de la historia y la banda pionera del vanguardismo que comenzó justo cuando ellos lo dejaron. Con Cream en pleno éxito, llegó a Inglaterra un oscuro guitarra norteamericano de nombre Jimi Hendrix. Jimi había tocado y grabado con un montón de gente en Estados Unidos. Tenía el culo pelado. Con permiso de Clapton y de Jimmy Page, quedó como el mejor guitarra de rock. Vestía ropas de seda, colores, sombreros, chaquetas con chorreras… pero tocaba que te cagabas. Un negro haciendo pop en Inglaterra. Por supuesto que su leyenda ha sido de las gordas. Murió ahogado en su propio vómito en 1970. En vida grabó cinco álbumes, pero después de muerto aparecieron dos docenas. Se dice que murió cuando ya no pudo extraer más de su guitarra.