—¡Vamos! —exclamó él, percibiendo su falsedad. Entonces trató de hacerla entrar en razón—. No es
lógico
que quemen un granero en este momento. Eso haría que la gente olvidase inmediatamente lo virtuosos que son.
—Pero podrían culparnos a nosotros —sugirió ella con malicia.
Semejante idea hizo que Joesai comenzara a tomar en serio su historia. Le pidió que se retirase y cuatro de sus consejeros analizaron la información que ella había recibido en el carguero Mnankrei. Al final decidieron que existía la probabilidad de que hubiese sido un invento del muchacho para impresionar a una mujer hermosa, pero para mayor seguridad debían presumir que era cierto.
Joesai dejó una pequeña tripulación en su barco y, junto con el resto de sus hombres, se dirigió a la península para situarse cerca del granero. Los desplegó en forma estratégica. Ninguno de ellos estaba a la vista, pero sus patrullas hacían que la costa fuese impenetrable. Cualquier embarcación, por más pequeña que fuese, sería capturada en cuestión de segundos.
Luna Adusta, fija en el cielo, se veía seis veces más grande que Getasol. Al atardecer estaba misteriosa y oscura, pero al avanzar la noche se iniciaba la fase creciente y la iluminación que proporcionaba era considerable. Sobre el lado no iluminado hubiese sido posible realizar una maniobra nocturna al abrigo de la oscuridad, pero eso era imposible allí. Para cuando la luna hubo crecido a la mitad, Joesai ya había comenzado a pensar que había demasiada luz para que se iniciase un ataque. El sacerdote Tonpa había cambiado de idea o el muchacho era un mentiroso.
Joesai se volvió hacia el granero, y lo miraba sin ningún motivo en particular cuando las grandes llamaradas de fuego anaranjado surgieron sin previo aviso. Las llamas se habían elevado varios metros por el aire cuando al fin se escuchó la explosión. ¡Bombas incendiarias! Su primer impulso fue correr hacia el fuego... pero entonces tomó conciencia de lo terrible de su situación. ¡Las bombas habían sido colocadas hacía mucho! Probablemente, habían sido detonadas por un mecanismo de relojería
Kaiel.
¡Había caído en la segunda trampa del día!
No habría ningún Mnankrei por los alrededores. Pero Joesai y su banda estaban cerca del fuego, y serían culpados porque no había forma de regresar a la aldea sin ser vistos. Esto era una emergencia. ¡En unos instantes serían linchados!
—¡Atención! —gritó mientras se levantaba—. ¡Formación de avalancha! ¡Corred!
Aquella era la única posibilidad que les quedaba. Aunque podían encontrarse con pobladores furiosos en el camino, ninguno de ellos sabría cómo pelear o atacar. Así eran los hijos de los Stgal. Por esto nada detuvo al grupo de Joesai hasta que llegaron al embarcadero de piedra. El barco se había retirado a una distancia prudente, y allí los aguardaba un gentío enardecido. Algunos hombres intentaron penetrar en las filas Kaiel, pero fueron arrojados al agua. La muchedumbre retrocedió mientras Joesai corría para proteger a su esposa.
—¡Teenae!
Pero Teenae ya estaba cayendo, con dos heridas de arma blanca. Su cuerpo se encogió y luego se convulsionó hacia delante. Enfurecidos, Joesai y cinco hombres se abrieron paso a cuchilladas mientras el barco atracaba nuevamente. Dos de los hombres subieron a la atormentada Teenae, luego lo hicieron los otros Kaiel en perfecta formación y finalmente la retaguardia, que saltó del muelle en el preciso instante en que la nave comenzaba a alejarse. Joesai se inclinó sobre la cubierta para sacar del agua al atacante de Teenae, y luego lo entregó a un subordinado y volvió junto a su esposa.
Eiemeni la atendía en la cubierta.
—Apártate, ayudante de cocina. El cirujano soy yo. —Joesai tenía muchas horas de práctica en la guardería, con los bebés desechados que serían enviados al matadero—. ¡Necesito un paño!
Alguien se lo suministró de inmediato. En Geta no había necesidad de efectuar una esterilización para una cirugía de rutina. Los cuerpos sagrados mataban las bacterias profanas, así como el trigo sagrado mataba los escarabajos que trataban de comerlo.
—Estoy muriendo —dijo una voz débil.
—Sí, sí. Hay que coser las heridas. ¿Cómo se puede matar un cuerpo o'Tghalie? —gruñó él—. Los hacen de acero cromado y niquelado. Dios sabe de dónde obtienen las combinaciones genéticas. Las sitúan con alguna maldita manipulación matemática, y no nos dicen cómo lo hacen. Es un condenado secreto del clan.
—Me siento débil.
—Eso es porque necesitas una transfusión. En cuanto pueda conectarte a Otaam, la tendrás.
—Mi querido Joesai, aunque siempre pierdas al Kol, me alegro... me alegro de tenerte cerca.
—Cállate.
Otaam, que tenía su mismo tipo de sangre, fue conectado a Teenae. Joesai no se movió de su lado mientras ella dormía. Permaneció en guardia hasta que la Luna Adusta estuvo llena, y luego llegó y pasó el eclipse. Ninguna nave los atacó. Él se prometió que algún día le llevaría esas botas de cuero, adornadas con la marca de la ola encrespada, característica de los Mnankrei. Era extraño, pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por esa mujer obstinada y algo tonta.
Ya seas un santo o un malvado, la persistencia logrará que con el tiempo, aquellos a quienes has rozado te hagan lo mismo que tú les has hecho a ellos.
Dobu de los kembri, Arimasie ban-Itraiel en
Recompensas
Teenae despertó al amanecer. Desde su puesto sobre las montañas, Getasol la bañaba con sus manos rojas extendidas sobre la bahía. Mentalmente, ella examinó el dolor de las heridas.
—Bebería sangre para recuperar fuerzas —dijo refiriéndose a la sangre de su atacante.
Joesai tenía la vista fija en la bahía, y no notó que finalmente ella había despertado de su sueño delirante. No escuchó su voz tenue.
Teenae giró la cabeza hacia él y alzó la voz.
—¡Bebería sangre para recuperar fuerzas! —repitió con furia.
—¿Te parece sensato? —Le preguntó Joesai, aún sumido en su meditación—. Es un hombre de Oelita. Ella se ha mostrado clemente con nosotros. Estoy en deuda con ella. Deberíamos agradecérselo. Una vez, Tae ran-Kaiel dijo que sólo puedes ocupar una tierra sagrada cuando tienes allí tres veces más amigos que enemigos.
—Yo no perdono a un hombre que trata de matarme. Siento desprecio por él y quiero que sea capturado. Deseo presenciar su generosa donación a la Raza para que ésta pueda ser purificada.
—La venganza debería esperar hasta que tus heridas estén curadas.
—No.
Joesai se encogió de hombros.
—Sería peligroso traerlo a la cubierta y entregarle un cuchillo. Podría arrojártelo a ti.
—Tú siempre pasas por alto lo evidente —dijo Teenae con impaciencia—. Amarra el cuchillo a un palo para que no pueda ser arrojado. Deja a mi atacante una mano libre para que pueda frotarse la muñeca sobre la hoja.
Así fue como le llevaron al joven amarrado a una jaula de caña. En su condición de sacerdote, Joesai inició la ceremonia con la acostumbrada y monótona entonación musical. Entonces cambió de actitud, y habló en nombre de la Raza.
—No poseíamos kalothi. Morimos por el Peligro Ignoto. —En su voz se escuchaba el dolor de la Raza. Entonces su tono comenzó a retumbar y fue un desafío al mismísimo mar—. Dios, en Su misericordia, se apiadó y nos sacó del Lugar Ignoto, llevándonos a través de Su Cielo para que pudiésemos hallar kalothi. Lloramos cuando Él nos otorgó Geta. Nos lamentamos cuando nos echó fuera. Pero el Corazón de Dios fue como piedra ante nuestras lágrimas. Sólo en un lugar hostil, debajo de Su Cielo, podríamos encontrar kalothi. Y sólo con kalothi nos atreveríamos a reír en el rostro del Peligro Ignoto.
Joesai extrajo la Mano Negra y la Mano Blanca del sacerdote, cada una con sus marcas especiales, talladas en madera y montadas sobre unas varas cortas. Las sostuvo sobre su cabeza.
—Dos Manos crean kalothi. —Con un sonido vibrante que fue en parte risa y en parte dolor, enlazó los dedos de madera—. La Vida es la Prueba. La Muerte es el Cambio. La Vida nos brinda Fortaleza. La Muerte nos rescata de la Debilidad. Para que la Raza encuentre kalothi el Pie de la Vida debe seguir por el Camino de la Muerte. —La pequeña nave cabalgó sobre las olas. En Geta, ni el mar ni la tierra eran inmunes a este ritual.
La voz de Joesai era implacable.
—Todos contribuimos al Propósito de Dios. Todos ayudamos a destilar el kalothi racial. Algunos estamos aquí para dar Vida. Otros estamos aquí para dar Muerte. De los dos, el mayor honor es contribuir con la Muerte, ya que todos amamos la Vida. —Se detuvo sólo un momento, pero en su tono monótono apareció un dejo de ironía. Sus ojos estaban fijos en el joven—. Con gran reverencia, acepto la ofrenda de tus genes defectuosos.
—El Código prohíbe matar —dijo el joven con calma.
—¡El Código de Oelita, no el mío! —exclamó Teenae con un odio tan vehemente que sintió una punzada en las heridas.
—El Código
Kaiel
prohíbe matar —se burló él.
Antes de que Teenae pudiera volver a replicar, Joesai la silenció con una mirada penetrante. Entonces volvió los ojos hacia el joven. Con la Mano Negra y la Mano Blanca algo torcidas, respondió con una voz más vengativa que clerical.
—Por supuesto. Y no mataremos. Sólo estamos aquí para
recibir
tu ofrenda.
—No tengo nada que ofrendaros.
Joesai continuó con el ritual, sin perturbarse ante semejante blasfemia, y extrajo de su túnica algunas delicias sensuales que el Recibidor debía entregar al Donador. Eran obsequios simples, ya que se encontraban en un barco y no en un templo. Había agua pura, un cristal pulido para tocar, un cuchillo, una mora. Todos fueron rechazados.
Llegó el momento del Corte de Muñecas. Pero con actitud desafiante, el joven mantuvo el puño apartado del cuchillo. Joesai colocó el cuenco para la sangre. Sus hombres comenzaron a entonar el Salmo del Desangrado, armonizando sus cantos como un corazón gigantesco en un latido vigoroso, un corazón cuyo palpitar comenzaba a tornarse más lento hasta desaparecer por completo en el silencio. El joven rió, probando que aún estaba con vida, pero los hombres no lo notaron porque para ellos ya estaba muerto.
Con sumo cuidado, como si el Corte de Muñecas hubiese sido realizado, como quien planea curtir, cortar y coser un buen abrigo con el cuero que está a punto de obtener, Joesai comenzó a desollar al muchacho sin prestar atención a sus gritos, primero de sorpresa y luego de horror, que se elevaron sobre el agua y llegaron hasta las colinas de Congoja. En medio del miedo y el dolor, el muchacho comenzó a frotarse la muñeca en el cuchillo. Entonces gritó pidiendo piedad, suplicando que se detuviesen hasta que hubiese tenido tiempo de morir, pero Joesai continuó con su tarea.
La carnicería acabó muy pronto. No se desperdició ningún pedazo. La carne fue salada o cortada en tiras para secarla, las glándulas fueron guardadas para fabricar medicinas, los tendones y entrañas se pusieron en conserva, los huesos sirvieron para hacer una sopa. Teenae recibió el cuenco de sangre que le correspondía.
Eiemeni, que había llegado a admirar a Oelita, expresó su arrepentimiento mientras se lavaba la sangre en el mar, junto a Joesai. Éste se enjabonaba el cabello con expresión impasible.
—Decidió enfrentarse a Teenae según
mis
reglas, pero esperaba que las reglas de
Oelita
lo protegieran. Oelita vive según sus reglas y se encuentra protegida por ellas. Por eso goza de mi simpatía.
Cuando extendieron el cuero para que se secase al sol, Teenae deslizó la mano por el tallo de trigo tan bien cortado. La cicatriz de la herejía. Era un buen diseño para encuadernar su copia del libro de Oelita.
¡Oelita!
Un pensamiento la sobresaltó, causándole dolor en todo el cuerpo.
—¡Joesai! ¡Lo había olvidado! Con todo lo sucedido, olvidé decirte que Oelita posee una de las Voces Congeladas de Dios.
Quedé impresionado por el estilo con que te enfrentaste al Mnankrei Tonpa, sin apartarte del código que has establecido para ti misma, jugaste con la Muerte y venciste. ¿Cómo podría no contarla como la segunda de las Siete Pruebas? Te has ganado mi respeto. Algún día, si vives lo suficiente, es posible que yo me gane el tuyo.
Joesai maran-Kaiel a Oelita, la Dulce Hereje
Oelita estrujó la nota escrita a mano sobre un delicado papel azul, y entregada en forma anónima. Se la arrojó a los cuatro consejeros que había convocado para un junta.
—¡Manyar! —bramó—. ¡Los Mnankrei y los Kaiel nos aplastan como a una nuez! ¡Tenemos que pelear! ¡Es demasiado pronto!
—Siempre es demasiado pronto —dijo Manyar, mientras se apretaba la túnica contra el cuerpo.
—Y tú, Eisanti, ¿es todo lo que puedes ofrecernos?, ¿sermones suaves que sólo sirven para mantener animada la conversación? Los Mnankrei nos ofrecen alimentos mientras los Kaiel mejoran el camino que atraviesa las montañas. La hambruna todavía no ha llegado, y los escarabajos ya están poniendo sus huevos para darse un banquete con nuestros cadáveres. La hambruna vendrá y se irá, ¿pero alguna vez lograremos deshacernos de los sacerdotes Mnankrei que día a día se llevarán a nuestra gente a ese matadero del Templo? ¿Alguna vez nos libraremos de los sacerdotes Kaiel que miran a nuestros niños y se les hace la boca agua? ¡Debemos resistir!
Eisanti jugueteó nervioso con sus brazaletes.
—Tendremos que lograr un acuerdo hasta que nuestra posición sea más fuerte. Manyar tiene razón. Todavía no podemos adoptar una actitud inflexible. El árbol se dobla hasta que es lo bastante grueso para resistir al viento.
—
Mañana
los Stgal realizarán el primer Suicidio Ritual. ¡Tenemos alimentos! ¡No sabemos cuánto de la nueva cosecha devorará el escarabajo! No sabemos cuánta comida podemos comprar. ¡No sabemos si no será suficiente con nuestras otras fuentes sagradas!
El viejo Neri la interrumpió.
—El o'Tghalie Sameese ha calculado que habrá menos muertes si los Stgal comienzan ahora.
Oelita se enardeció.
—¿De qué sirven los números que manipulan los o'Tghalie? Si has calculado mal el ancho de tu campo, no importa que tengas el largo correcto porque obtendrás la superficie equivocada.
—Es posible que tenga razón —dijo Taimon desde el fondo de la habitación—. Tal vez los Stgal estén aprovechando la oportunidad para eliminar a su oposición. ¿Quién será capaz de decirles que sus motivos no son honestos?