—¡Has cambiado de estilo desde que me conociste!
—Tal vez —respondió él mientras volvía a subirla sobre sus hombros para dirigirse a los edificios—. Pero sigo tan lascivo como siempre.
—Y todavía estás dispuesto a comer carne —lo regañó ella, tirándole de las orejas.
—¿He comido un solo bocado desde que te conocí?
—¡No ha habido una hambruna desde entonces!
Él pareció agobiado por algo más que el peso sobre sus hombros.
—Habrá otra pronto.
—¡No hablarás en serio! —Oelita se asomó sobre su cabeza para mirarle el rostro—. ¡La cosecha de trigo es espectacular este año!
—¿Has olvidado los escarabajos aberrantes que me trajiste? La primera tanda de huevos ya se ha abierto. Ellos
comen
trigo, y no se ven afectados. Quedé sorprendido. Con la misma dieta, los escarabajos locales se mueren.
—¿Los aberrantes se multiplicarán?
—Sí.
Llegaron a la casa.
—¿Qué podemos hacer?
Él estaba confundido por algo que no coincidía con sus conocimientos religiosos.
—Un escarabajo no posee las enzimas necesarias para digerir el trigo. Necesito consejo. Pienso enviar algunos huevos a Kaiel-hontokae con mi soplador de vidrio.
—¡No harás semejante cosa! —Oelita le golpeó la cabeza y saltó al suelo—. ¡No quiero tener ningún trato con los Kaiel! —La sola mención de ese nombre la enfureció.
Él se echó a reír y la siguió al interior de la casa.
—Son los mejores genetistas de los alrededores. Y de todo Geta.
—¡Crían bebés para comérselos! ¡Puedes comprar carne en los mercados de Kaiel-hontokae! ¡Investiga
tú
a los escarabajos! ¡Tú sabes de genética! ¡Tú eres un Stgal!
—Soy un campesino. Los Kaiel son los magos.
Furiosa, Oelita desapareció en su habitación y comenzó a empaquetar sus cosas. Cuando él vio que iba a partir, trató de disuadirla, pero ella no le prestó atención y se dirigió a la cocina en busca de provisiones. Cuando regresó, Nonoep trató de abrazarla.
—¡No me toques!
Oelita se calzó las polainas, se colocó el morral a la espalda y se dirigió hacia la alberca para recoger sus ropas húmedas. Nonoep la siguió, todavía tratando de defenderse. Ella había adoptado la táctica de no responder, así que él proponía distintos argumentos y también los respondía. Indiferente, Oelita guardó sus prendas en el morral y se dirigió hacia el camino del norte que se bifurcaba en dirección a Congoja. Exasperado por su intransigencia, Nonoep caminaba en silencio a su lado.
Al llegar al límite de sus tierras, Oelita se volvió hacia él.
—¿Insistes en tratar con los Kaiel?
—¡No hay otro camino!
Ella viró y lo dejó atrás.
Nonoep observó cómo su pequeña figura desaparecía entre las malezas. Él la amaba.
¡Maldita necia!,
pensó.
Y ella se esforzó por escuchar si todavía la seguía. Cuando estuvo segura de que no, sus ojos se llenaron de lágrimas y se abrió paso con furia entre la vegetación, sin preocuparse por las ramas espinosas que le rasgaban las ropas y las botas.
La ira se consume rápidamente cuando las piernas están activas. Por la tarde, Oelita sólo estaba pensativa. Su frustración volvió a encenderse cuando al sentir la primera punzada del hambre recordó que había olvidado el paquete de alimentos en la mesa de la cocina. Su estómago la maldijo. No importaba. Ya no tenía forma de recuperar lo perdido. Se resignó a hurgar en busca de algunas raíces comestibles y a encender un fuego para asarlas un poco. La tarea le llevó más tiempo del que tenía planeado, y no estuvo lista para seguir avanzando hasta que las estrellas aparecieron en el cielo.
Oelita se resignó a esperar hasta que Luna Adusta hubiese crecido lo suficiente para iluminar el paisaje. Entonces, completamente descansada pero todavía hambrienta, siguió un impulso y se encaminó hacia Caleta Dorada. Ese desvío le facilitaría el viaje nocturno hasta el mar, desde donde podría seguir el curso de las playas para llegar hasta Congoja. No era su ruta habitual, y Oelita no estuvo completamente segura de dónde estaba hasta que cruzó el antiguo campamento de mineros. Los surcos habían creado docenas de serpenteantes abanicos de arena que no habían sucumbido al camino de la vida. Entonces aguzó el oído. Sí, podía escuchar el rugido sordo del mar a través del desfiladero.
El sendero se hizo más angosto. Oelita oyó cómo un maelot del río cortejaba a su hembra, y durante unos momentos la rodeó un enjambre de issen cuyas alas atrapaban el resplandor de la luna. El camino se hizo aún más estrecho y desapareció, por lo que Oelita se introdujo en el agua y comenzó a vadear la corriente. El arroyo era poco profundo y ofrecía escasa resistencia, así que no había motivo para buscar un camino mejor hasta que, de pronto, vio cómo dos rocas que tenía delante se transformaban en sendas figuras masculinas.
Viajeros,
pensó con alivio.
Ellos me darán de comer.
Pero instintivamente se volvió buscando una ruta de escape por si acaso la necesitaba... y descubrió que otros dos hombres avanzaban en silencio hacia ella por detrás.
Si un hombre dice ramera y otro escucha ladera, ¿de qué les sirve? Por más elocuente que sea, el habla no es comunicación. Si un hombre dibuja una estrella y otro ve una cruz, ¿de qué les sirve? Aunque contengan color, aunque estén en movimiento, las imágenes no son comunicación. Si un hombre acaricia a una mujer y ésta siente el filo de un cuchillo, ¿de qué les sirve? Por más profundamente sentido que sea, el contacto no es comunicación. Para que se produzca la comunicación, lo que se construye en una mente debe reproducirse en la mente de otro.
Foeti pno-Kaiel, maestro de asilo de los maran-Kaiel
Tradicionalmente, los mensajes getaneses eran llevados por viajeros. Si eran muy urgentes, esta tarea se encomendaba a corredores Ivieth o bien se transmitían mediante las banderas y luces de las torres. En algunos lugares escarpados, las torres modernas estaban conectadas por cables. Pero se preparaban cambios fantásticos en aquellas tierras.
Los neurofisiólogos Kaiel, intrigados por el circuito eléctrico del cerebro, habían realizado una investigación que los llevó al descubrimiento del rayófono electromagnético inducido mecánicamente. Al principio, sus efectos apenas pudieron apreciarse en los espasmos de las patas de los escarabajos, pero las investigaciones condujeron a una experimentación organizada y luego a la fabricación de un instrumental cada vez más sofisticado.
De pronto, los gobernantes Kaiel se encontraron con los inicios de una red de comunicaciones mucho más veloz que las de todos sus rivales.
Hoemei era miembro del equipo que estudiaba el mejor modo de explotar lo que, sin lugar a dudas, sería una ventaja provisional. Pasaba los días en el Palacio, en el centro de mando de comunicaciones, entre estantes con bobinas y cubas de electrones, estudiando transcripciones de mensajes rayofonados.
Su principal interés se centraba en la costa Njarae, de donde podía llegar alguna noticia de su hermano.
El ojo electromagnético de Hoemei abarcaba todo el inmenso Mar Njarae. Sus agentes estaban apostados en catorce puntos clave. Al transcurrir las semanas, mientras buscaba algún vestigio de Joesai, comenzó a mostrarse fascinado por lo que estaba viendo con su nuevo juguete. Joesai permanecía invisible... ¡pero vaya un panorama!
Hoemei se sorprendió al poder observar a jugadores que se creían ocultos. Ellos no tenían ningún motivo para suponer que su enorme tablero había sido interceptado por espías que manejaban la comunicación al instante.
Los Mnankrei se preparaban para un ataque fulminante contra los Stgal.
En sus notas, todo parecía cobrar sentido.
Hasta Aesoe se vería en apuros para creer en su audacia, porque un plan semejante violaba demasiadas reglas. Y Joesai... inocentemente, había entrado en el punto focal del juego, inconsciente de la furia que surgía en el mar distante.
Hoemei se acercó a una ventana circular del Palacio Kaiel, de espaldas a los electrones que se agitaban sobre alambres calientes a través de la red. Su mente estaba llena de imágenes fugaces de lugares lejanos, superpuestas con otras de su propia ciudad. Kaiel-hontokae había sido construida sobre las ruinas de los Arant para defenderse del regreso de la herejía, pero en lugar de ello nuevos interrogantes la conducían a nuevas herejías.
Por cierto, el Palacio tiene ojos mágicos,
pensó. ¿Aquellos ojos otorgarían el poder necesario para regir el mundo visible? Antes de bajar por la escalera, Hoemei habló con cada uno de los miembros del personal para que todos supiesen lo satisfecho que estaba con su trabajo. Luego regresó a casa por las intrincadas calles de la ciudad, sumido en su propio laberinto mental.
Kaiel-hontokae tenía calles serpenteantes, pavimentadas con piedra, que giraban sobre sí mismas, se interrumpían abruptamente en una escalera o terminaban en el portal de alguna muralla. Éstas eran enormes estructuras de tres pisos que cercaban zonas donde la actividad comercial estaba prohibida. Cada una de las empalizadas tenía su propio nombre: Muralla de la Fuente de las Dos Mujeres, Muralla del Palacio Kaiel, de los Siete Enlutados, de la Súbita Alegría, de los Muchos Árboles, de los Rápidos del Río.
Sus pies recorrieron el trayecto de vuelta a casa mientras su mente investigaba los pasadizos que podían abrirse mediante el poder, conduciéndolo por laberintos iluminados u oscuros. Estos pensamientos giraron por su cabeza hasta regresar a Noé, donde al fin pudieron descansar en las imágenes cambiantes creadas por sus recuerdos de una mujer enigmática.
Necesitaré el consejo de Noé,
pensó. Ella conocía a los Mnankrei mejor que ningún otro miembro de su familia.
Hoemei estaba disfrutando de estos días a solas con Noé, en la mansión de piedra sobre la colina. Gaet había partido de viaje, y Joesai y Teenae estaban muy lejos. Su ausencia le proporcionaba tiempo para explorar a esta mujer a quien nunca había comprendido, que nunca tenía prisa por ser comprendida y a la que gustaba el poder más que a ninguna otra mujer que hubiese conocido jamás. Noé poseía innumerables aptitudes inútiles: hablaba distintas jergas, conocía el manejo de planeadores, hacía arreglos florales, sabía leer piedras y poesía staig, e incluso analizaba los sueños. Había aprendido su sexualidad como cortesana de un templo, honrando a hombres que se preparaban para el Suicidio Ritual. Ella se permitía toda clase de extravagancias, como las esculturas corporales que le habían proporcionado esos delicados pliegues de piel a lo largo de la caja torácica. En broma, Joesai se refería a ellos como «asas». Aquello no tenía fin.
Cuando Gaet la llevara a casa por primera vez, a Hoemei le había parecido una mujer frívola. Pero ella seguía su propio camino. Si bien se permitía algunos lujos, también era una maestra en realizar algunas artes estoicas como las excursiones por el desierto. ¿Era estilo lo que buscaba? Su única coherencia era el estilo. Hasta las penurias constituían una buena materia prima para su estilo.
Hoemei sacudió la cabeza. Había un abismo entre ambos. Él era el producto disciplinado de las guarderías, donde un niño demostraba sus habilidades rápidamente o era enviado al matadero. Hoemei nunca había tenido una segunda oportunidad, ni tampoco la necesitó. Pero Noé era una niña mimada, criada entre la riqueza. Qué alejados estaban. Cuando Hoemei entró en el patio de la mansión, ella estaba arreglando un cuenco de flores profanas llamadas dientes sangrantes. Una abeja revoloteaba excitada en torno al ramo. Se decía que al percibir este aroma, los amantes olvidaban todas sus reyertas. Hoemei se sintió conmovido. El gesto sólo podía estar dirigido a él. Noé sonrió.
—Mi amor —le dijo, y luego se alejó hacia la cocina sin besarlo.
Él permaneció junto a las flores, que tenían frágiles pétalos blancos con bordes rojos, custodiados por un tallo de espinas ponzoñosas. Hoemei las olió y luego siguió el perfume de Noé con una leve sonrisa en los labios. Ella misma era como una flor.
Noé le preparó un bocadillo con paté de hígado de bebé sobre panecillos crujientes. Era típico de ella. Siempre tenía alguna delicadeza que ofrecerle, no importaba el coste.
—Hoy cancelé todas nuestras deudas —le contó ella.
—Habrás tardado todo el día.
—Lo planifiqué de tal modo que visité a casi todo mi distrito electoral mientras pagaba las cuentas —le respondió Noé con orgullo.
—¿Qué tenían que decir?
—Los problemas de costumbre. Tendremos que encontrar un medio para subir más agua hasta el Kalkenie. ¿Y tú?
—¿Cómo matarías a un escarabajo?
Ella rió.
—Lo pisaría.
—¿Y si fuesen millones? Tú sabes de esas cosas. Yo no.
—¿Por qué?
—Estoy a punto de realizar una profecía fatídica y de tomar algunas decisiones políticas que serán registradas por los Archivos Kaiel. El resultado afectará drásticamente mi nivel de kalothi. Los hijos que aún no he concebido vivirán o morirán según sea esta decisión.
Ella le dirigió una mirada penetrante.
—¡Gaet, Joesai y Teenae deberían estar presentes!
—No. La decisión debe tomarse esta noche. Y tú eres la persona perfecta para brindarme consejo. Conoces los rituales de la modificación genética.
—Sólo lo que Joesai me ha enseñado.
—Pero eres buena en ello. Y tu madre conducía flotas de barcos mercantes contra los Mnankrei. Sabes bastante sobre esos jinetes de los vientos.
—Ellos ejercen el dominio a través del comercio.
—Exacto.
Hoemei la cogió por la muñeca y la llevó hasta el estudio, donde desplegó un mapa sobre la mesa y sujetó las esquinas con los ancestrales cráneos tallados de familiares de Noé y Teenae. Geta tenía once mares cercados por tierra, el mayor de los cuales era el Mar Njarae, que se extendía sobre una diagonal noreste y ocupaba un cuarto de la circunferencia del planeta. Al norte se ensanchaba y al sur se tornaba más estrecho. Congoja abarcaba la costa occidental formada por las Montañas de los Lamentos. Las islas Mnankrei se hallaban al norte, pero varias generaciones atrás sus sacerdotes habían conquistado el territorio hasta las planicies del norte. Hoemei deslizó el dedo desde los dominios montañosos de los Stgal hacia el sur, donde se hallaban las Planicies Stgal. El trayecto serpenteaba a lo largo de malos caminos y era controlado por seis clanes aliados con los Stgal.