Read Rito de Cortejo Online

Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (18 page)

BOOK: Rito de Cortejo
6.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Tan bien me conoces?

—¡Sí! ¡Eres un Kaiel! Eres una criatura del ritual. El ritual... ésa es la plaga de Geta. —Sonaba asustada—. ¡Yo te sobreviviré!

Él sonreía como una calavera.

—No te lo recomiendo. Si es así tendrás que casarte conmigo.

Su soberbia hizo que Oelita experimentara una mezcla de furia y miedo.

—¡Envenenaré el gral! —exclamó, sin saber lo que decía.

Joesai no pudo contener la risa. Ahora que tenía a Teenae de vuelta, su miedo había desaparecido.

—Está mal matar —se burló. Durante todo el intercambio, no dejaba de observar a la muchedumbre hostil. Al fin situó a sus hombres en formación defensiva y se marchó de allí.

Los hombres Kaiel rodearon a Teenae y se la llevaron lejos del gentío enfurecido. Al otro lado de la bahía, la nave Mnankrei se fundía entre las olas. Sólo en ese momento Teenae comenzó a tener conciencia de que estaba viva, y fue entonces cuando se sintió invadida por la ira.

—¡Ese parásito de Tonpa, que sus cicatrices se llenen de pus! Nunca le perdonaré. Nunca. —Se palpó la nariz. Todavía estaba allí—. ¡Mátalo por mí, Joesai! Tú puedes hacerlo. ¡Quiero un par de botas nuevas!

La mente de Joesai estaba ocupada en cuestiones de supervivencia más inmediatas.

—Primero tendrán que salirte un par de callos nuevos en los pies. Segundo, tendrás que remar hasta la luna. Tercero...

Ella no estaba de humor para bromas.

—¡Mátalo para mí esta noche, mientras mi odio está lo bastante encendido para disfrutar de ello!

Joesai rió.

—¡Ha sido afortunado al no haber cometido el error de vencerte al juego del Kol!

—¡Tendrás la oportunidad de matarlo en el nodo bajo!

—¿Cómo?

—¡Córtale el cuello en el nodo bajo!

—¿Y qué ocurrirá cuando aparezca la medialuna de medianoche? —preguntó él con cautela.

—Un grupo de Mnankrei desembarcará para incendiar el granero de la península.

Capítulo 19

La Rueda de la Fortaleza tiene cuatro radios: lealtad al Yo, lealtad a la Familia, lealtad al Clan, lealtad a la Raza.
Se ha dicho que el Yo es la primera lealtad, ya que si el Yo no es un todo, ¿podemos crear una Familia?, ¿podemos crear un Clan?, ¿podemos crear una Raza? Pero yo te digo que un humano egoísta es una rueda de un solo radio que se quiebra fácilmente, un necio que trata de mover por sí mismo los peñascos del Monte Nae.
Se ha dicho que la Familia es la primera lealtad, ya que si las mujeres y los niños no están protegidos, ¿pueden existir los varones? Pero yo te digo que una familia de humanos abnegados que combaten a su Clan mientras explotan a la Raza por el bien de sus hijos, no llegará lejos.
Se ha dicho que el Clan es la primera lealtad, ¿pues no es el Clan el que mueve montañas y ataca al mal con su fuerza terrible? Pero yo te digo que un Clan dominado por su lealtad hacia sí mismo destruirá a sus familias y perecerá.
Se ha dicho que la Raza es la primera lealtad, ya que sin pureza genética, ¿tenemos alguna posibilidad de afrontar el Peligro? Pero yo te digo que la Raza es desalmada sin los Clanes, las Familias y los Individuos.
La Rueda de la Fortaleza tiene cuatro radios: cada uno debe estar igualmente equilibrado o no habrá ninguna fortaleza.

Primer Profeta Tae ran-Kaiel en su inauguración del Festival de la Abeja

Kathein nunca había visto a Aesoe. No sabía cuál era su aspecto, ya que cuando había tenido ocasión de estar en su presencia nunca se atrevió a mirarlo. Podía sentir su fascinación en lo profundo del pecho, tal como un rostro percibe el sol y sabe que debe apartar la mirada. Ahora no sabía qué pensar ante esta convocatoria para que se presentase en su residencia campestre.

Dos Ivieth del servicio personal de Aesoe fueron a buscarla con un palanquín ricamente adornado. Un ama de leche los recibió ante las puertas talladas para llevarse al bebé. Otra mujer la condujo hasta una tina de agua tibia, donde un mozo y una criada la bañaron, le aplicaron perfume en las orejas y los pezones, y luego la vistieron con una túnica delicada, lo bastante esplendorosa para presentarse a una audiencia con el Primer Profeta.

Al entrar en el gran salón, Kathein tampoco se atrevió a mirar a Aesoe. Fue un alivio tener que inclinarse en una reverencia formal, posando la frente sobre el granito frío del suelo. Se escuchaba una música... suaves cuerdas y algunos vientos. Al evitar la mirada del Primer Profeta, había posado los ojos unos instantes sobre los músicos. La imagen de aquellas delicadas mujeres permaneció en su retina. Ellas pertenecían a las Liethe, pequeñas bellezas cubiertas con túnicas tejidas de las suaves alas de la hoiela, que se confundían discretamente con los tapices de la habitación. Aesoe las valoraba por su rareza. ¿Quién sabía dónde eran engendradas? Tal vez en alguna lejana isla boscosa del Mar de las Ilusiones Ahogadas. Según los rumores, las Liethe aparecían del mar y volvían a perderse en él.

Ellas se vendían a cambio de oro si el comprador era un sacerdote, pero no se ofrecían como esclavas. Una Liethe podía dejar a su amo, pero siempre llegaba otra para ocupar su lugar. Las tres de Aesoe tenían el mismo rostro y el mismo cuerpo. Los rumores hablaban de partenogénesis. También mencionaban diversos tipos físicos. Una vez, alguien de la distante Planicie Itraiel le había confiado a una amiga de Kathein que las Liethe estrangulaban a sus hijos varones. Se decía que un hombre servido por una Liethe se tornaba todopoderoso. Se susurraba que, al mismo tiempo, se convertía en esclavo de ellas. Cualesquiera que fuesen sus poderes, la música que tocaban era fascinante.

Una mano de hierro alzó el mentón de Kathein.

—Me he estado preguntando cuál sería el color de tus ojos. Sólo he visto el largo de tus pestañas. —Kathein vio el rostro risueño de un hombre y su camisa abierta que mostraba una mata de vello blanco. Era un anciano, pero tenía la gracia de un herrero en la flor de la edad. Era Primer Profeta porque las profecías que registrara en el Archivo siendo joven habían sido más exactas que las visiones de cualquier otro Kaiel. Así era como los Kaiel escogían a su líder. Sería Primer Profeta hasta que muriese, se retirase o fuese superado por un hombre de percepción más clara.

Kathein veneraba a Aesoe. Ella, cuyo mayor talento era la capacidad para hacer predicciones en el mundo simple de la luz, la piedra y los átomos saltarines, ni siquiera se aproximaba a su sagacidad para ver y controlar el futuro. En gran medida, el poder de un profeta provenía de su capacidad para seguir los pasos de una predicción y convertirla en realidad. Aesoe era uno de sus dioses. El Dios de los Cielos era un protector que brindaba consuelo. A Aesoe le temía.

Él le cogió de la mano.

—Te he causado un gran dolor —le dijo—, pero no tengo remordimientos por ello.

—Estoy demasiado unida a mi tristeza para comprender.

—La tristeza es una enfermedad de la juventud.

—¿Usted nunca está triste?

—Nunca.

—Yo lo estoy.

—La familia maran-Kaiel es sacrificable. Tú no. Eso es todo.

—¡Cómo puede decir algo así! ¡Son personas maravillosas! Lo sé. Los he amado.

—Odiaría perder a Hoemei. Es posible que algún día se convierta en Primer Profeta. En el funeral de Gaet, sería capaz de decir algunas cosas amables sin sufrir arcadas. Y no hay nada que pueda hacer por Joesai. Un comensal impaciente se cae en la marmita de la sopa, según el proverbio. Perder a Noé causaría un escándalo en aquellos círculos donde los escándalos se olvidan rápidamente.

—¿Y mi amada Teenae?

—No sé si me agrada Teenae o no. Nunca he dormido con ella.

—¡Es despiadado!

—Soy generoso. Les estoy dando a Oelita. Pueden aprovechar esta oportunidad y obtener un éxito glorioso. O pueden fallar. No encuentro otro modo de llegar hasta la costa en esta generación. Sí, tenemos otras familias. ¿Pero cuál es tan audaz e impetuosa como los maran? A ti no me atrevo a arriesgarte. Si nuestra población fuese el doble de grande, y el doble de inteligente, tal vez te pediría opinión.

—Entonces puedo negociar.

Él sonrió.

—Siempre y cuando tenga que ver con la física y no con el amor.

—Hay una máquina que quiero construir.

Aesoe se echó a reír.

—¿Una simple máquina? Pensaba proponerte mucho más que eso. ¿Qué te parecería crear tu propio clan?

¿Se burlaba de ella? Ése era su sueño más acariciado. De niña había dibujado la marca de su propio clan, e incluso ahora la llevaba grabada entre los senos. Era un sueño imposible, pero escuchar que
Aesoe
se lo ofrecía aceleró los latidos de su corazón, aunque supiese que sólo era una broma cruel.

—No tiene poder para otorgarme tal cosa —lo rechazó con formalidad—. Sólo un Concilio podría crear un nuevo clan. Como el Concilio del Dolor creó a los Kaiel.

—En la historia de los clanes, ¿cuál de ellos fue fundado sin un Concilio?

—Ninguno.

—Las Liethe.

Ella escudriñó su mente pero no halló nada, sólo cuentos, misterio y miedo.

—Debe de haber habido un Concilio.

—No. Una mujer creó a las Liethe. Y así volverá a ser. Podrás tener a quienquiera que desees, hasta cien personas: de los clanes artesanos, de las guarderías, de los Kaiel. Siempre y cuando sean buenos para la física. Si es necesario divorciarlos de sus familias, ¡de todos modos los tendrás! Deberás crear las tradiciones y las reglas de procreación. Tu misión es duplicar tu propia capacidad mental... y, a ser posible, perfeccionarla. He profetizado que los Kaiel se apoderarán de todo Geta si aprovechamos tus capacidades. Es por eso que no puedo permitir que trabes una relación con los maran-Kaiel, quienes tal vez te inspiren cariño pero no te merecen.

Debía de estar loco. ¿Ésta era la forma repentina en que atacaba la senilidad? Kathein lo miró estupefacta.

—Usted no puede...

—¡
Puedo! ¡Soy un Concilio de Uno! ¡Lo estoy haciendo!

Kathein volvió a dejarse caer de rodillas, sin fuerzas, y posó la frente en el suelo.

—El honor es demasiado grande.

Él se arrodilló a su lado rápidamente y le levantó la cabeza con aquellas manos fuertes que habían sujetado a tantas mujeres.

—¡Cuánto me alegra ver que ya no estás triste! Creo que te agrada mi obsequio. ¿No podríamos dedicar un rato a compartir nuestros intereses comunes sobre los cojines? —Emitió una risita. Su sonrisa era tan amplia que le resultaba difícil besarla.

Kathein estaba completamente confundida.

—¿Por eso me ha traído aquí? ¿Por eso me ofrece hacer realidad mis sueños con un plan que habrá de desafiar a todo Geta? ¿Porque me desea? —Había rabia en su voz.

Él la obligó a ponerse de pie, sin prestar atención a su ira.

—Es misterioso esto de ser el Primer Profeta. Veo el poder de los Kaiel nacido de tu vientre. La visión es clara. ¿Pero quién sabe si veo ese futuro porque soy un profeta o porque mi deseo por ti me impulsa a crearlo? ¿Quién lo sabe? Yo no. —Parecía divertido.

Kathein se apartó de él.

—Llévame a mi habitación —le exigió a un sirviente. Al salir del salón, vio que una de las mujeres Liethe se acercaba a Aesoe. Cuando estuvo a salvo en su alcoba, empujó los muebles contra la puerta a modo de barricada y se tendió en la cama a llorar. Lloró su amor por Joesai, por el dulce Gaet, por el tímido Hoemei, por Teenae, cuyos besos eran suaves como el ala de la hoiela y por Noé, quien tanto la quería. Era inútil. Nunca volvería a tocarlos, jamás besaría sus cicatrices. El hombre más poderoso de Geta se había fijado en su cuerpo y lo deseaba. Kathein lloró y lloró, y cuando no tuvo más lágrimas...

Un ruido.

Al volver la cabeza hacia el sonido, notó que la ventana estaba fuera del marco. Él estaba agazapado allí, en la abertura, sonriendo como un ei-mantis carnívoro, listo para saltar.

—¡Usted!

—No habrás creído que una simple barricada me detendría —dijo Aesoe mientras entraba en la habitación.

—¡Lo rechazo! ¡Le clavaré las uñas!

—No, no lo harás. —Él reía—. Yo no estaría aquí si fueras a decir que no. Es una profecía que he registrado en los Archivos.

Kathein lo empujó y giró la cabeza mientras él le besaba las mejillas y los ojos, y le colocaba un cordón dorado alrededor del cuello. Del mismo pendía una gema engarzada por manos Liethe.

—No me ama —gimió ella.

—Por supuesto que te amo. Eres la mujer más bella que he deseado esta semana.

Capítulo 20

La flor fei que atrapa, a la hembra geich sólo saborea unos momentos los huevos de la feroz larva de geich que aguardan en su vientre.

Proverbio de los Stgal

Había trasladado su base de operaciones de la posada al barco. Bajo la cubierta, Joesai interrogaba a su esposa con el escepticismo y la minuciosidad de un profesional. Eiemeni, que era un experto en la técnica Bnaen para despertar los recuerdos, lo ayudaba con las preguntas. No parecía probable que Teenae estuviese en lo cierto. ¿Por qué los Mnankrei se arriesgarían a incendiar un granero Stgal, mientras todavía negociaban con ellos para proveerles de grano?

Teenae comenzó a impacientarse.

—Desconfías como un tonto cuando tendrías que estar afilando tu cuchillo. Debemos poner sobre aviso a los pobladores y tenderles una emboscada. Nos convertiremos en héroes y nos resarciremos por la forma estúpida en que trataste a Oelita... por la crueldad que mostraste con tu
prometida.

—Por el momento, nadie nos creería aunque acusáramos a los Mnankrei de lavarse el trasero con agua de mar. Tal vez la próxima semana.

Teenae se calmó.

—Te he dicho exactamente cómo y cuándo piensan atacar. Eso es lo que importa, ¡no lo que crea la gente!

—Nos has repetido lo que te ha dicho
Arap
—observó Eiemeni.

—Todavía estás furiosa y quieres venganza —añadió Joesai.

—¡Por supuesto que quiero venganza! —exclamó Teenae.

—La venganza es un juego que implica ser paciente, es para aquellos que son capaces de controlar sus pasiones.

Al comprender que luchaba contra un muro de piedra, la pequeña mujer decidió cambiar de táctica.

—¡Es por eso que te he escogido
a ti
como instrumento! —Le sujetó el brazo como si necesitara protección, y esbozó una sonrisa—. Sólo soy una mujer que se deja llevar por las emociones, y lo arruinaría todo. —Se detuvo—. Por eso debes cuidarme —agregó con irritación.

BOOK: Rito de Cortejo
6.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Kind of Eden by Amanda Smyth
Philly Stakes by Gillian Roberts
Year of the Chick by Romi Moondi
Precious Stones by Darrien Lee
Dark Moon Magic by Jerri Drennen
Quench by J. Hali Steele


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024